Monday, December 30, 2013

El universo de un escritor disruptivo y vanguardista


Libretas, entrevistas, cartas, cuentos y novelas inéditos, recortes de prensa, su máquina de escribir, manuscritos, dibujos, fotografías y hasta una servilleta con un poema garabateado integran la abarcativa muestra Archivo Bolaño (1977-2003) sobre el autor de Los detectives salvajes que se exhibe en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires
 
por Silvina Friera

“Le debemos un hígado a Bolaño.” La contundente sentencia del poeta Nicanor Parra rebota en las paredes de la mente, ahora que la muestra Archivo Bolaño (1977-2003) llegó al Centro Cultural Recoleta. Por primera vez en Buenos Aires se exhiben más de 14.000 páginas, 84 libretas, 167 entrevistas, 1000 cartas recibidas y copias de algunas enviadas, 26 cuentos y cuatro novelas inéditas, recortes de prensa, una servilleta arrugada de un bar de México DF (donde el escritor garabateó un poema en algún momento de los años ’70), manuscritos de muchos de sus relatos y novelas publicados, esquemas y dibujos en los que proyectaba la trama de sus historias, fotografías y objetos personales como su máquina de escribir y su computadora, cedidos por la viuda del escritor, Carolina López.

A diez años de su muerte, que se cumplieron el pasado 15 de julio, muchos lectores celebrarán la oportunidad de encontrarse con estos papeles, con los embriones y montajes provisorios diseminados en una constelación textual jamás acabada, como si el autor de Los detectives salvajes, en temprana sintonía fina con Borges, hubiera asumido que el concepto de texto definitivo “sólo corresponde a la religión o al cansancio” y que se publica para dejar de corregir.

La posibilidad de escarbar en estos materiales también plantea un dilema espinoso. ¿Hasta qué punto es válido difundir aquello tan íntimo que el autor guardó en cajones, ese laboratorio al que únicamente accedería él? Es un territorio complejo, donde las respuestas se escinden entre un rechazo rotundo a mostrar y posiciones que aceptan con matices seleccionar, catalogar y poner en valor la génesis del universo narrativo de Bolaño.

Acaso sería pecar de optimista si se tomara como “prueba” lo que se puede leer en una de las novelas inéditas de Bolaño, DF, La Paloma, Tobruck (1983):
    Abre un cajón del estante de los libros. Está lleno de papeles manuscritos. Toma uno al azar: ‘¡A veces soy inmensamente feliz!’. La letra es pequeña. Bebe un sorbo de cerveza y sigue leyendo otros apuntes (no viene al caso decirlo en este momento, pero ella no siente estar violando nada al leer esas especies de notas, diario de vida o lo que fuere). Lo importante, lo verdaderamente importante, quiero decir es que la cerveza se entibia, aparece la luna en lo alto del callejón tan sólo por unos instantes.
De la ficción a la “realidad” hay un largo trecho. En uno de sus múltiples puzzles narrativos, el Bolaño de 1983 simpatizaba con hurgar en el “diario de vida”. Aún faltaba un tiempo para que se cumpliera lo escrito una década atrás ―allá por 1975, en el diario El Sol de México― sobre el joven poeta en ciernes, definido como “un cuerpo poético que alcanzará las estrellas que alimentan el gran libro donde quiere enterrar su grito”.

Archivo Bolaño, ideada por Juan Insúa y Valerie Miles para el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), donde fue exhibida desde el 5 de marzo hasta el 30 de junio pasados, propone un recorrido expositivo en base a tres momentos y tres ciudades fundamentales para el autor de Estrella distante: “La universidad desconocida” (como su libro de poemas) se articula en torno de Barcelona (1977-1980); “Dentro del caleidoscopio”, comprende su estancia en Girona (1981-1985) y “El visitante del futuro” abarca los años en Blanes, de 1985 hasta su muerte. “Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos.”

No podía faltar en la escala de este itinerario el Primer Manifiesto Infrarrealista (1976), el movimiento poético que prefiguraría el realvisceralismo de Los detectives salvajes. Sin embargo, se ha reprochado la escasez de materiales sobre Chile, donde nació el escritor, el 28 de abril de 1953, y también sobre su período en México.

El crítico español Ignacio Echevarría fue el primero en ordenar el archivo del escritor ―el disco duro de la computadora―; gracias a él se editó en un solo volumen la monumental novela póstuma 2666 (2005), también se encargó de la primera compilación de ensayos y artículos titulada Entre paréntesis (2004) y del libro de relatos El secreto del mal (2007).

Echevarría fue su albacea literario, pero diferencias con la viuda lo alejaron de esta tarea. “La vida de Bolaño se extiende más allá y bastante más atrás de los márgenes que acota la exposición, en la que los importantes años pasados en México y las amistades que allí arraigaron ocupan un espacio mínimo, y en el que no aparecen por ningún lado Chile y los sustanciales vínculos que, aunque alejado, Bolaño mantuvo con su país natal. Apenas unos recortes, una carta de Enrique Lihn y una fotografía con Nicanor Parra recuerdan esos vínculos, mantenidos en buena medida a través de su abuela, su madre, su hermana, que sí compartieron con Bolaño, y de qué modo, los años de los que se ocupa esta exposición, pese a los muy escasos testimonios que de ello se ofrecen”, escribió el crítico en el diario El Mercurio de Chile.

Los lectores insaciables pueden abalanzarse sobre una constelación de inéditos integrada por “Diario de bar”, “Lento palacio de invierno”, “Las alamedas luminosas”, “La Universidad Desconocida”, “Las rodillas de un autor de SF atrás” (todos de 1979), “El náufrago” y “Ellos supieron perder” (1979-1982), “La Virgen de Barcelona” (1980), “El espectro de Rudolf Amand Philippi” (1982), “Adiós, Shane” y DF, La Paloma, Tobruck (1983), Diorama (1983-1984), El espíritu de la ciencia ficción (1984), “El maquinista” (1986), “Ultima entrevista en Bocacero” (1995-1996), “Sepulcros de vaqueros” (1996), “Todo lo que la gente cuenta de Ulises Lima” (1996-1997), “Noticias de Chile” (1997), “Vuelve el Man a Venezuela” (1999), “Corrida” (1999-2000), “Comedia del horror de Francia” (2001) y “Dos señores de Chile” (2001).

En la hoja expuesta del cuaderno que contiene el cuento “Las alamedas luminosas”, basado en dos recortes de periódicos, se aprecian las variaciones sobre un mismo párrafo. Tal vez entonces, en el preciso instante en que se cotejen esas transformaciones, irrumpa la visceralidad de la literatura que, para Bolaño, es la que vive a la intemperie, bajo “una extraña lluvia de sudor, sangre, semen y lágrimas. Sobre todo sudor y lágrimas”.

Las libretas de “La virgen de Barcelona” ―en la que narra la experiencia estética avivada por la contemplación de una caja de fósforos―, los cuadernos, la caligrafía “legible y serena” de Bolaño ―según Insúa― producen la misma emoción que genera hojear las páginas de un libro familiarmente raro o esos papeles de un manuscrito perdido, arrugados por el tiempo. “El asesino duerme mientras la víctima le toma fotografía” es un verso que ―previo anuncio en un letrero― el espectador, el curioso, el lector más o menos boñalesco, el mero visitante, sabrá que estará a la vuelta de la esquina, tiempo después, en La pista de hielo, su segunda novela publicada inicialmente en 1993.

Sorprende enterarse, por ejemplo, de que una simple libreta de cuentas fue soporte de Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, escrito en colaboración con el escritor catalán Antoni García Porta. Asombro similar transmiten las tapas de sus novelas inéditas, redactadas en modestos cuadernos escolares, Diorama y El espíritu de la ciencia ficción, escrita en 1984 y dedicada a Philip K. Dick, armada en parte con cartas dirigidas a escritores del género, o los trabajosos borradores y listas de personajes de Los sinsabores del verdadero policía y El Tercer Reich, publicadas póstumamente.

Cómo no comulgar con esa literatura que para el escritor “vive en la desprotección, lejos de los gobiernos y de las leyes al osar adentrarse en la oscuridad con los ojos abiertos y que los mantiene abiertos pase lo que pase”. Las interpretaciones y conexiones están a la orden del día. “Comprométete, Roberto, con tu pobreza de espanto y con la pobreza de espanto que solidariamente te rodea. Estás en la parte más blanca de la ola. Comprométete, Roberto, a mirar”, anotó en Diario de Vida. Poemas Cortos III (1980).

La muerte prematura de Bolaño a los 50 años, hace ya una década, no inhibe un interrogante que puede asomar ante esta frondosa selva, poblada de especies inacabadas ―cuentos, poemas, artículos, ensayos, novelas― que impacta en las retinas de los espectadores. ¿Habrá una sala imaginada con todo lo que hubiera escrito el autor de Putas asesinas de no haber muerto “antes de tiempo”? La respuesta pertenece al campo de la pura especulación. Y cada quien será libre de aguzar su ingenio en el rubro.

Pero hay una pregunta tan incómoda como inevitable que flamea en el horizonte: ¿Qué sucede cuando “la intransigencia revolucionaria de sus textos”, observación de la crítica chilena Patricia Espinosa, ingresa en el dispositivo del museo? Quizá la mayor paradoja resida en que el potencial disruptivo y vanguardista de Bolaño, esa literatura que ponderó la “provisionalidad” y pateó el tablero que hizo crujir la realidad tal como se la había entendido hasta el siglo XIX, sea amortiguado, domesticado o pasteurizado. Tal vez su obra editada tenga los suficientes anticuerpos para enfrentar esta tentativa. Quizá el propio escritor vislumbró este peligro cuando escribió en “Dos poemas para Lautaro Bolaño”: “Resistid, queridos libritos / atravesad los días como caballeros medievales / Y cuidad de mi hijo / En los años venideros”.

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Archivo Bolaño se podrá ver hasta el 16 de febrero, en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930). Salas J y C. Entrada libre y gratuita.

Tomado de Página/12
 
Tomado de La Ventana.

Saturday, December 21, 2013

“Soy poeta por pereza e irresponsabilidad”

La autora uruguaya, eterna candidata al Cervantes y superviviente de la generación del 45, la de Mario Benedetti o Idea Vilariño, repasa a sus 90 años una vida y una obra consagradas a la pureza del lenguaje y marcadas por el exilio



Ida Vitale, retratada recientemente en Madrid. / samuel sánchez




El exilio ha marcado la obra de Ida Vitale (Montevideo, 1923). Aunque no en sentido negativo. Dejó Uruguay en 1974 rumbo a México y, 10 años después, se instaló en Austin (Texas), donde vive desde entonces. Profesora de literatura, ensayista y, sobre todo, poeta, vive embarcada en la búsqueda infinita de la precisión, esa lucha de gigantes que dota de absoluto misterio su frágil obra. Ella dice que su poesía despegó gracias a su aterrizaje en México y que luego encontró la tranquilidad necesaria para seguir madurando en su hogar actual: “Me basta un buen aeropuerto y una maravillosa biblioteca para estar bien”. Enmarcada en la llamada generación del 45 —la de Benedetti, Idea Vilariño o Carlos Maggi, la que miró con fascinación y distancia al pater Onetti—, Vitale, de nombre familiar para los amantes de las quinielas del Cervantes, pasó por Madrid hace unas semanas para ofrecer un recital en el festival Poemad. Desplegó su milagrosa energía, su exquisita educación y su ejemplar fortaleza y sencillez, siempre riéndose y sin darse importancia.

“Soy poeta por pereza y por irresponsabilidad”, asegura con elegante coquetería. “La novela exige una concentración distinta. ¡Yo llevo años con una novela que nunca acabo! La poesía nace de otra manera, me gusta su inmediatez. Yo no hago poemas largos y cuando los hago me siento insegura, como si la prolongación fuese algo indebido. Juan Ramón [Jiménez] me dijo algo que no olvido: lo mejor que se puede hacer es escribir y guardar. Guardar en un cajón y sacarlo con el tiempo. Me hablaba de no olvidar nunca la objetividad, la autocrítica. Y yo lo hago. Lo guardo todo hasta olvidarlo”. Para ella escribir esconde siempre un gran fracaso, quizá por eso le cuesta hablar de un acto que en el fondo considera profundamente íntimo. “En el primer plano de la poesía debe estar el lenguaje, ese es el tema. Lo que me mueve a escribir es él, la búsqueda de lo que ya no se va a dar”.


Juan Ramón me aconsejó no olvidar nunca la capacidad autocrítica"

Cuando salió de Uruguay, empujada por la dictadura, ya era una poeta reconocida y una mujer “crecida”. “Pero el exilio me puso más en actividad y me ayudó a despegar. Me amplió el campo”, explica. “El exilio puede ser una experiencia dramática y terrible o una cosa maravillosa. En mi caso me dolió mucho alejarme de mi gente, lo pasé muy mal, pero al poco tiempo me sentí mucho más enriquecida. México me dio no solo la comodidad de un mundo agradable, sino la oportunidad de sentirme útil con traducciones, con clases… y eso es algo que jamás dejaré de agradecerle a ese país, su enorme apertura hacia el que venía de fuera”.

Vitale se había criado en una familia culta y cosmopolita que forjó, en su pequeño cuerpo, a una mujer con seguridad y determinación. “Yo me formé en un núcleo de mujeres que trabajaban y leían, jamás sentí a ningún hombre por encima. Mi marido, que es uruguayo, dice que yo nunca me he dado cuenta de lo machista que es Uruguay porque en mi casa no lo eran, muy al contrario. En mi familia los libros eran importantes y nosotras siempre estuvimos rodeadas de ellos. Adoro a Virginia Woolf, pero yo tenía un cuarto propio y enorme libertad de lectura. Mi tarea los sábados era limpiar una biblioteca”.


Cuarta generación de emigrantes italianos, guarda recuerdos vivos de la casa familiar, del altillo donde estaban sus libros favoritos, “leía Guerra y paz, libros de historia, de Napoleón, me gustaban esas cosas”. Dos poetas uruguayas del siglo XIX, María Eugenia Vaz Ferreira y de Delmira Angustini, determinan su tradición (“me siento más cerca de María Eugenia, era diferente, despojada. Era la escéptica, la feminista, la que sintió la necesidad de imponerse”), pero sus dos grandes referentes fueron españoles: su profesor José Bergamín y Juan Ramón Jiménez. “Juan Ramón llegó a Montevideo en una gira que hizo por América para recuperar el español. Aquel viaje suyo fue su resurrección, una gira triunfal. Recuerdo un recital en el teatro Solís donde la gente se colgaba de los palcos para escucharlo, no cabía un alfiler. Era una conferencia sobre el Cancionero y el Romancero, una maravilla… Pero Bergamín fue otra cosa, no puedo explicar su importancia en mi vida. Nos contagiaba cada día su entusiasmo, siempre con sus libros, los prestaba, los regalaba para que leyéramos a los románticos alemanes, a Juan de la Cabada, a Juan Ramón, a ¡todos! Podías estar de acuerdo o no, pero no te podías resistir a su personalidad”.

Tomado del diario El Pais.

Friday, December 20, 2013

"El Premio Cervantes es conclusión de una vida"

Entrevista a la mexicana Elena Poniatowska, flamante ganadora del Premio Cervantes. La escritora y periodista todavía está “destemplada, sorprendida y asustada” por la repercusión que tuvo que ganara el galardón, y asegura que piensa mucho en la muerte. En la FIL presentó El universo o nada, una biografía de su esposo, el astrónomo Guillermo Haro

por Silvina Friera

“Un problema de la vejez es abotonarse mucho”. Elena Poniatowska, la Princesa Roja, sonríe. No puede desabrochar los pequeños botones de las mangas de su vestido rojo. Extiende su mano izquierda con extrema delicadeza, como si el súbito percance encendiera una llamarada de pudor, y pide ayuda a Página/12. En la íntima distancia que va del silencio a la palabra, sonríe. En el trampolín de su rostro, ese modo de reír, suavecito y risueño al mismo tiempo, despunta como la claridad de la luz de la mañana que asoma por las calles de Jalisco. “Como me han dicho que use rojo para todo, obedezco: hasta tengo piyamas rojos”, revela con ese acento inconfundiblemente mexicano.

No es fácil llegar al stand de la editorial Planeta. Atravesar parte de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) a pie implica cruzarse a cada paso con un abrazo, una felicitación, comentarios que invariablemente empiezan con un “hola, doña Elenita...”, sigue con “la queremos mucho” y cierra con la demanda de un autógrafo o una foto. Esa corriente de afecto creció exponencialmente desde que se convirtió en la primera escritora mexicana en obtener el Premio Cervantes.

Una joven le pide que le dedique un libro: El universo o nada, la biografía sobre su esposo, el astrónomo Guillermo Haro, que acaba de presentar en la FIL. “Salvador lleva 65 años leyéndola”, informa la muchacha, orgullosa de la inoxidable fidelidad de su padre. Hay que observarla cómo escribe despacio, reconcentrada en la dedicatoria a don Salvador. Cuando termina y se despide de la joven, apoya las manos sobre sus rodillas y suspira. “Estoy muy destemplada, sorprendida, asustada. Este premio es algo inesperado, sucede tan rápido como un relámpago: apenas se anuncia y tu vida cambia por completo. En la casa hay periodistas, se asusta mucho el perro, se esconden los dos gatos ―Monsi y Váis, bautizados así en honor a Carlos Monsiváis―. Todavía no entiendo muy bien lo que sucedió”. 


¿Por qué? ¿Cree que no lo merecía?

―Siempre pienso que nunca merezco nada, pero estoy muy agradecida. Lo que he hecho toda la vida ha estado ligado al periodismo. El periodismo fue mi escuela porque me eduqué en un convento de monjas en Filadelfia, Estados Unidos, que no tenía más relación que con Jesús y la Virgen, con los golpes en el pecho y con los pecados que no se podían cometer (risas). 


¿Qué reglas le enseñó el periodismo respecto de la escritura?

―Tienes que escribir a como dé lugar porque no puedes estar esperando la visita del ángel (risas). Estás en una redacción y se oye también el ruido de otras máquinas. Ahora ya no. Antes oías, cada vez que terminabas un renglón, el ruido de las máquinas, que era muy bonito, la música de fondo de tu vida. Y luego los compañeros te decían que fueras a tomar un café y todo ese tipo de cosas, pero no te echaban los perros. Decían que a (Ryszard) Kapuscinski lo reconocían en la literatura. En México, la literatura y la cultura son de pocas gentes.

La estrella fugaz de otro silencio vuelve a extraviarse en el aire. “El Premio Cervantes es conclusión de una vida. Tengo 81, en mayo cumplo 82. Si vivo diez años más, es una dádiva enorme. Hasta los 92 años es muchísimo vivir. Pienso en la muerte y en dejar todo en orden. Estoy haciendo una fundación. La cosa es crear una instancia cultural para mujeres y jóvenes, un espacio de talleres donde haya muchos, muchos libros. Voy a dar mi biblioteca. Quiero un espacio de apoyo para que incluso jóvenes que vengan de provincias tengan dónde dormir, una recámara. Y que haya una cafetería. El intercambio es muy importante”, explica la autora de La noche de Tlatelolco (1971).

Su último libro, la biografía sobre Haro, incluye cartas sacadas del archivo de su marido astrónomo. “Era maravilloso y romántico estar casada con alguien que observaba y tomaba fotos del cielo, de la inmensidad. Yo hice un primer libro que sacó el Premio Alfaguara de Novela, La piel del cielo, y todos me dijeron: ‘Es tu marido, tu marido...’. Sí, está basada en su niñez y en su juventud, pero la segunda parte de la novela es invento, pura ficción. Quise resarcirlo y rendirle un homenaje, sobre todo porque mis nietos lo conocieron poco”. 


Hay una frase que dice uno de los amigos de Guillermo Haro en El universo o nada: “El libro es un acto de fe, hay que apostarles a los libros”. En esos años de formación de su marido, él era más escéptico o menos optimista respecto del libro. ¿Qué opina usted?

―Creo que los libros te salvan la vida. Te hacen aguantar y tolerar las grandes injusticias. Si te proteges, si te parapetas con los libros, puedes tolerar todo. La realidad se confronta siempre con tu vida personal, y con la decisión y el compromiso que tienes que tomar. No sé en la Argentina, pero aquí los escritores mexicanos son poco militantes... Bueno, lo único que importa es que sean buenos escritores. Si es militante y un pésimo escritor, no le hace un favor a nadie.

Aunque todavía no sabe qué dirá en su discurso de recepción del Premio Cervantes, el próximo 23 de abril en la Universidad de Alcalá de Henares, Poniatowska destaca la “enorme responsabilidad” que tiene por delante. “No lo puedo tomar a la ligera ―aclara―. Los periodistas tenemos tendencia a decir ‘esto va a durar poco tiempo’ y no más. Lo que pasó hace diez días se pone amarillo como dientes viejos. Por eso estoy preocupada desde ahorita por el discurso, por lo que voy a decir. Voy a hablar de las mujeres de América latina. Hay grandes escritoras en la región. Quisiera hablar de Diamela Eltit. Me duele mucho que no haya ganado el Cervantes Clarice Lispector. Claro que escribía en idioma portugués, pero cuando la lees en español te das cuenta de que es una escritora mayor. Ana María Shua me parece una gran escritora”.

A un año del regreso del Partido Revolucionario Institucional, con Enrique Peña Nieto a cargo de la presidencia, la escritora subraya que ese partido es “poderosísimo” y advierte que para ganar las elecciones el PRI “regala una serie de cosas para gente muy pobre que no pudo estudiar y que cambia su voto por una despensa llena”. “No sé qué vaya a suceder con la oposición en México, pero casi siempre la oposición ha estado encarcelada; son héroes. Los viejos comunistas lo eran, sus imprentas eran destrozadas, sus periódicos también. A pesar de eso, soy fundamentalmente optimista, siempre estoy sonriendo”, admite.

“Quiero que todos los mexicanos tengan las mismas oportunidades. Hay mucho talento en este país. Si se descompone el coche en la carretera, alguien lo arregla. Claro que el arreglo dura sólo un ratito. Creo que en la cabeza de los mexicanos se enchufan cosas que funcionan. Por eso es importante que tengan todos oportunidades, porque hay gente formidable. Como hay en todos los pueblos. Estoy segura de que también hay en la Argentina gente extraordinaria que sale adelante. Pero cuando alguien se encuentra con la puerta del ‘a ti no te va a tocar’, es una tremenda injusticia”. 


¿Cuál fue su “a ti no te va a tocar”?

―Siento muchísimo no haber hecho estudios académicos. Es una de mis tristezas. Después del convento de monjas, era difícil revalidar mis estudios. Y me metí y seguí en el periodismo. El periodismo es como una droga: sigues, sigues y no puedes parar. Y sigues a lo largo de la vida. Es uno de los oficios más fieles, más leales. He visto médicos que no practican la medicina, pero pocos periodistas dicen: “Soy periodista pero no escribo”. Me inicié cuando ni siquiera había escuelas de periodismo. Ahora tú no puedes entrar a un periódico si no tienes título. Y dicen que el periodismo se dirige a los medios electrónicos, porque escribir en un papel ya no sirve para nada y a nadie le interesa. Pero en mi época, me hice periodista de un día para otro. 


¿Le gusta el periodismo que se está haciendo en este momento?

―Me gusta mucho, hay grandes reporteros. Cuando me inicié, no podías hablar ni de la injusticia ni de la pobreza. A mí me mandaban invariablemente a una sección que creo que estuvo en toda América latina y que vino de Cuba y que se llama Sociales, donde tú reseñabas que apareció Paparruchita con su precioso vestido de siempre... (risas). Una mujer que entraba a un periódico iba a Sociales. 


¿Cuál fue la primera entrevista o crónica que sintió orgullo después de escribirla?

―Recuerdo haber hecho con muchísimo gusto una entrevista al pianista Arthur Rubinstein; además, él era de origen polaco. También me gustó la entrevista a Diego Rivera y a María Félix, personajes de mi época. Ahorita ya no serían esos los personajes, supongo que serían Thalía o Maná. Me gustaría entrevistar a Maná, pero me tendrían que ayudar muchísimo mis hijos y mis diez nietos. Soy una vieja señora que necesita ponerse al día (risas). 


Algo atraviesa el periodismo y la literatura que escribe: la irrupción de las voces periféricas, excluidas, marginadas, voces que no tenían posibilidad de decir. ¿Cuándo apareció este interés?

―Creo que fue apenas en el primer o segundo año de El Excelsior que vi mucho rechazo hacia los pobres. Para mí, era un mundo nuevo, sorprendente. Mis amigas hablaban de sus vestidos, o de tal o cual champú o crema, o de tal muchacho guapísimo. Las necesidades y las palabras de los pobres eran muy distintas. Pretendí penetrar en un mundo que no conocía, un mundo totalmente inesperado. Fue el mayor aprendizaje que pude tener. Recuerdo que una mujer me dijo: “Ayúdeme a recoger estos ladrillos, me los voy a llevar a mi casa porque con eso voy a sostener... no sé qué cosa”. Y también me dijo: “Estos periódicos no los tiren, dénmelos”. Sus necesidades no eran las nuestras; por eso se volvieron esenciales para mí. Esta es una creencia sumamente importante: descubrir las necesidades de los demás, las tragedias de los demás, los temores, las inseguridades; cosas con las que no estaba familiarizada porque vengo de un mundo sumamente protegido. Además era meterme en algo muy poético, porque el lenguaje de los pobres es muy poético. 


¿Cómo impactó en su mundo ese lenguaje y qué tensiones generó?

―Piensa que el español ni siquiera era mi idioma. Aprendí el español en la calle. Mi idioma era el francés. Fui una niña francesa hasta los diez años. Descubrir otro idioma, memorizarlo, amarlo, tratar de hablarlo bien fue pues muy aleccionador. Descubrí a través del idioma el modo de pensar y las cualidades de los demás. Cuando eres chico, no te das cuenta de eso. Pero cuando eres más grande dices: yo aprendí su timidez, su manera de pedir permiso. Los mexicanos para todo decimos “¿no?”. Por ejemplo: “Me gusta mucho tu camiseta, ¿no?”. “Espero que nos veamos otra vez, ¿no?”. Siempre estamos preguntando para que nos den una seguridad que no tenemos.

No hay en la ribera de las entonaciones de la autora de Hasta no verte Jesús mío y Tinísima rastros de su educación francesa. La llama de la lengua de Poniatowska es mexicana “¡a güevo!”: mexicana desde que se levanta hasta que se acuesta. “Hay tantas palabras bonitas que nos vienen del español”, señala. Entonces se estremece en el tintineo de unos versos de Carlos Pellicer que vienen a su mente. “‘Que se cierre esa puerta / que no me deja estar a solas con tus besos’ ―recita―. También uno muy bonito de Ramón López Velarde: ‘Dame todas las lágrimas del mar / mis ojos están secos y yo sufro / unas inmensas ganas de llorar’.” Los repite como si estuvieran adheridos a las palmas de su memoria.

La sonrisa en sus labios quietos eclipsa las sombras de un fantasma: ¿cómo será Elena abatida? “Me pongo triste ―confirma―, pero en general tú no lloras frente a todos. Por pudor, uno guarda la tristeza para sí. Cuando mi hermano de 21 años murió en un accidente de automóvil, en diciembre 1968, yo lloraba hasta cuando iba manejando”. 


Ciertas palabras, frases o expresiones mexicanas son bellísimas, pero hay una que puede molestar: el “mande”. Aunque intenta ser amable, el “mande” supone que esa persona le está pidiendo a la otra que le ordene algo, que la “someta”.

―Ahora que lo dices, de chica mi abuela me pedía que no dijera “mande”. En el único país de América latina donde se usa el “mande” es en México. Nunca lo he oído en Buenos Aires. El sometimiento también implica a veces la venganza de que te vas a reponer de cualquier humillación, ¿no?
Tomado de Página/12
Tomado de La Ventana.

Monday, December 16, 2013


Nélida Piñón: Aún somos periféricos


La escritora brasileña habla del valor de la memoria como motor de la literatura y del poder de la narrativa para entender y apresar la historia 

  por Eva Saiz

“Llevo en el rostro una historia curtida”, escribe Nélida Piñón (Villa Isabel, Brasil, 1937) al comienzo de su última novela, Libro de Horas (Alfaguara). Sin embargo, sus ojos se pierden entre los infinitos pliegues de su sonrisa cada vez que rememora los retazos de esa historia más cercanos a la niñez y, en general, cada vez que diserta sobre cualquier cosa.

La conversación de la creadora brasileña fluye con total desenvoltura de su infancia al presente, de los Westerns de Hollywood a los montes gallegos, de San Bernardo de Claraval a un artículo sobre José Tomás, que la tiene fascinada, de la magia de la memoria a la realidad de su país. De todo habla Piñón porque su inquietud, como su sonrisa, es ilimitada. Pasa de un tema a otro, intercalando anécdotas personales de sus padres gallegos, pero sin extraviarse nunca en la charla, demostrando que maneja el hilo de las palabras con el mismo dominio tanto si las atrapa en el papel como si las lanza al aire.

La escritora está trabajando en un libro de cuentos y en una novela que intercala con crónicas periodísticas y lectura de discursos, como el que ofreció este jueves en la sede del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington con ocasión de la entrega de la Cátedra Enrique Iglesias de Cultura y Desarrollo, instaurada por el BID el año pasado. Allí, reivindicó la universalidad y el sincretismo de la memoria de América Latina como seña de la identidad cultural de la región a través de un bello repaso por la historia de la literatura brasileña y latinoamericana. 


Usted defiende la memoria sincrética del hemisferio como el pilar aglutinante de su cultura ¿Hasta qué punto ese mestizaje es el que ha permitido gestar y consolidar una identidad cultural latinoamericana?

―El mestizaje resiste a todos los embates y a todos los impactos. Nada es estático, todo sufre transformaciones, pero a medida que esas mutaciones no expelen parte de lo que uno ya tiene dentro, lo que hacen esos impactos es añadir nuevos elementos y eso provoca una fusión extraordinaria. Cuanto más tienes, más dueño eres de tu pensamiento, un pensamiento que no es solo tuyo, es el pensamiento de todos. Lo bueno sería visitar y ser vecina de todos los pensamientos. 


El pensamiento, la memoria, están muy presentes a lo largo de su obras y, en concreto, en su última novela. Los escritores tienen una relación particular con sus recuerdos y con cómo los transmiten, ¿cuál es la suya?

―La memoria de verdad no es mimética, la memoria no copia algo vivido, la memoria interpreta y lo hace a través de invenciones, porque no se puede recuperar la memoria sin inventar, porque lo que uno percibe es también una invención del presente. No hay ninguna memoria que sea una réplica, ella se sustenta en recuerdos, en espacios fragmentados casi intangibles… No existe literatura sin memoria. 


Por tanto, su frase ‘sólo la imaginación no nos traiciona’, sigue estando perfectamente vigente.

―Absolutamente. La memoria es tan tremenda que a veces te niega lo que precisabas y, años después, te das cuenta de cosas que no habías recordado antes, que te habían pasado desapercibidas. Además, la memoria es socializada, no existe una memoria solitaria. Tú memoria es también la del otro. Vivimos casi siempre acompañados y quien está a tu lado es partícipe de tu memoria, la memoria siempre pide una coautoría. 


Esa coautoría de la memoria también es universal se viene gestando con las aportaciones de siglos de historia, como ha citado usted en su discurso del BID, en el que ha mencionado a Homero, una figura recurrente para usted ¿Por qué son Homero y los griegos son tan determinantes?

―Nosotros no somos originales, somos herederos de un conjunto de saberes que se pierden en la noche de los tiempos. Somos seres que creemos en nuestra existencia porque narramos.

Si no narráramos no sabríamos de nuestras historias, no sabríamos de lo que hicieron nuestros abuelos, gracias a la narrativa lo que hicieron los otros está en nosotros y no mueren. No podemos creer que la contemporaneidad ha nacido de sí misma, todo nace porque viene de antes. Para ser moderno hay que ser arcaico, hay que ser antiguo, hay que entender a Homero como símbolo, hay que entender a los mitos, hay que entenderlo todo. 


BRASIL EN LA PERIFERIA
  Brasil ahora es sinónimo de éxito y prosperidad. ¿Ha llegado ese desarrollo económico también a la cultura?

―Hemos mejorado a nivel internacional, pero no en relación a los talentos que tenemos. Aún somos periféricos. Los grandes autores de Brasil han tardado mucho en hacerse conocidos, porque a nadie le importaba y el propio país no tuvo una política de expansión en ese sentido. Yo he viajado mucho y cada vez que llegaba a un país me preguntaban que qué tal iba Brasil, pero me daba cuenta de que lo hacían por pura amabilidad. Era una evidencia clara de que éramos periféricos. Estamos mejorando, pero poco en relación con el producto creador que podemos ofrecer. 


¿Qué habría que hacer para impulsarlo más?

―Creo que los jóvenes escritores y los autores veteranos están produciendo su obra con independencia, como debe de ser, porque no nos podemos dejar dominar por las reglas del mercado, eso sería un peligro. Por el afán de ganar y ser reconocido se hacen concesiones externas y en eso hay que tener cuidado. En todo caso, no creo que todo el problema resida en Brasil, en EE UU cada vez hay menos penetración de la literatura brasileña que antes, su sociedad está más cerrada, antes se traducía más que ahora. 


¿A qué lo achaca?

―Hay artes más visibles y la lectura lleva tiempo, es una tarea muy ardua, hay que pensar, hay que entender lo que se está leyendo. La música es algo más liviano [tararea y se ríe] que se puede escuchar mientras se hace otra cosa. Leer es un acto muy comprometido, compromete la cabeza, el pensamiento y el corazón. No desmiembra al otro. Llevará tiempo. La penetración de Brasil está mejorando, pero todavía es muy pequeña teniendo en cuenta todo lo que tenemos, pero está bien que se empiece a generar interés. Estamos en muchas ferias internacionales y estamos viendo resultados. 


Usted fue la primera directora de una Academia de la Lengua. Ahora en Brasil y en otros países de América Latina hay varias mujeres en la presidencia. ¿Esto es un síntoma del afianzamiento de la mujer en la región o son casos puntuales?

―Es indicativo, sin duda. Imagínate, un país como Brasil que tenga a una mujer como presidenta. En Europa está Angela Merkel. Es indicativo de que una mujer puede estar al frente de una nación, que es un cargo de extremada responsabilidad. Es algo que significa mucho.

En Brasil, la presidenta de Petrobras es una mujer, Graças Foster. Cargos que antes sólo estaban reservados para hombres en ciencia, investigación, están empezando a ser ocupados por mujeres y eso es una expresión positiva, que no resuelve el problema total. Están habiendo mejoras, pero hay aspectos que tenemos que combatir, como la violencia doméstica, el hecho de que los salarios no sean equivalentes y que son en general de las que depende la manutención del hogar. 


EL TEMPERAMENTO Y LA CREACIÓN
  Usted siempre está sonriendo ¿Qué le quita esa sonrisa?

―Como todas las personas sensibles, a veces me pongo triste, pero siempre pienso que mi obligación es reaccionar a mis propias limitaciones. Puedo vivir el duelo pero hay que buscar equilibrio, casi relativizar. Hemos vivido y vivimos tragedias terribles, no puedo ser ingenua, nuestra malignidad es infinita, somos muy salvajes, pero, aún así tenemos un Mozart [sonríe]. Cuando tenía 13 años paramos con mi familia en un restaurante modesto y allí había una familia muy humilde. El padre era un hombre muy fuerte, del tipo del protagonista de Un tranvía llamado deseo, que no paraba de gritarle a su hijo pequeño: “¡Come, niño, come!”. Fue una revelación para mí porque, en su brutalidad, el padre no estaba gritando al crío porque no quisiera comer, sino porque, si no comía, se iba a morir. En esa brutalidad subyacía el pánico de que el niño no pudiera sobrevivir. La comida era el pasaporte del amor. Con esto quiero decirle que tengo noción de todo. Lloro, me lamento, pero lo que ocurre es que en mi temperamento no está exhibir mi duelo. 


Ahora mismo está trabajando en un libro de cuentos y en una novela. ¿En qué genero se siente más cómoda?

―Prefiero el relato largo, la novela, aunque este libro de cuentos me está gustando. Pero donde encuentro el reto es en la novela. Adoro el género, porque la novela escruta a la sociedad por fuera y por dentro, tiene todos los tiempos, te da espacio para concebir algo totalizante. 


Dada su desbordante curiosidad, ¿en qué lecturas anda embarcada?

―Lo leo todo, pero tengo atracciones profundas, atracciones teológicas por ciertos pensadores antiguos. Tengo una atracción por los griegos, eso siempre, y amo mucho estudiar algunos siglos. Hay siglos que me fascinan porque definen circunstancias extraordinarias, como el siglo XII. Pienso en todo lo que pasó en ese siglo y hay un aspecto que me parece extraordinario.

Creo que, de acuerdo con mi interpretación, es entonces cuando en Europa se desarrolló el mito Mariano. Su figura no estaba extendida y el mito llega a Europa apoyado por un hombre poderosísimo, siempre ha sido necesario que haya un hombre que apoye, porque son los que ostentan el poder, un cisterciense, San Bernardo de Claraval, que se enamora de las percepciones de María, se apodera del mito y lo difunde. Ése es un momento transfigurador de la historia. 


Usted ha escrito que tienen "apetito de almas", refiriéndose a su necesidad de estar con la gente. ¿Cómo se compagina eso con el oficio solitario que es la escritura?

―La escritura es un oficio solitario pero yo soy muy mundana. Soy una combinación. Soy capaz de hablar 20 horas seguidas sin beber pero también de pensar. Amo pensar. Adoro a mis amigos, me preocupo mucho por la gente. No quiero ser un escritor ensimismado en sí mismo. Necesito de gestos humanos, de actitudes que son nuestras. Con 10 años, mi padre me daba una alforja con fruta, un pedazo de pan, de queso y de jamón, para mí es la comida de los dioses, y me dejaba sola por el monte. Allí tuve un aprendizaje de soledad maravilloso. Escuchaba el aullido de los lobos mezclado con el aire del norte y me sentía la chica más feliz del mundo. Yo puedo quedarme sola días y días y días, aunque ame a la gente. 


A usted le gusta tomar la temperatura de las palabras ¿Ha cambiado el modo de hacerlo ahora que la inmediatez de las nuevas tecnologías hace que todo se desvanezca más rápido? 
  ―El cuidado es el mismo. Yo no me puedo dejar afectar por la instantaneidad porque eso no tiene nada que ver con la creación. La creación tiene otro tiempo, otro cuidado, otro gusto, otro destino. La literatura es creación. La literatura precisa de un texto cuidadoso, lento, que no esté afectado por el tiempo, que se decante hacia el final del libro y en ese empeño no se puede tener la preocupación por la instantaneidad.

Tomado de El País
Tomado de La ventana. 

Saturday, December 14, 2013


Nora de Izcue: Tras el responso de un poeta


La realizadora del documental Responso para un abrazo. Tras la huella de un poeta, próximo a estrenarse en la Casa de las Américas, comenta a La Ventana algunas impresiones sobre la vida y la obra del poeta peruano César Calvo
 
por Lianet Hernández
Se escribe un poema para sentirse el centro del mundo./ Se escribe un poema para hacer más fraternos a los hombres, /o sea para intentarlo,/ o sea para que la poesía sirva para alguna cosa. César Calvo

Cuando César Calvo obsequió a Nora de Izcue el poema, entonces inédito, Responso para un abrazo, la directora de cine peruana pensó construir un audiovisual en torno a él. Luego, se percató que la historia de los versos, inspirados en una prostituta conocida por Calvo, no era capaz de sobrepasar en importancia a la propia vida del poeta, quien constituía ya una leyenda en las letras de su país.

Integrante de una generación tan amplia como diversa, Cesar Calvo vivió en un momento de reivindicación para la poesía latinoamericana. Una época en que la Revolución Cubana impactaba al continente y al mundo, al tiempo que servía de punto confluyente para aristas e intelectuales de todos los países. Por otro lado, la contracultura hippie imponía sus puntos de vista más radicales, afloraban los movimientos feministas, bandas como The Beatles y The Rolling Stones daban un giro al panorama musical del mundo y se recrudecía la Guerra Fría.

En Perú, Calvo convergía con Javier Heraud, Rodolfo Hinostroza, Marco Martos, Winston Orrillo, Juan Ojeda, Luis Hernández, Livio Gómez y otros escritores en lo que dio en llamarse Generación del 60. Una hornada literaria, coincidente con el boom latinoamericano, capaz de solidarizarse con la vida intelectual de la región y activar el movimiento ideológico en su país. Dentro de esta égida, obtuvo tres veces la mención del Premio Literario Casa de las Américas, institución que en 1966 publicó El cetro de los jóvenes, uno de sus títulos más conocidos.

Cuando se decidió por la escritura, comentó en una ocasión César Calvo, lo hizo solo para demostrar que la poesía no era exclusiva de los poetas. Después de eso, se convirtió en el mito que es hoy. Hizo canciones, narraciones memorables, incluso, periodismo. Pero también fue amigo, amante, hijo, esposo, padre. Un ser humano del cual consiguió Nora de Izcue construir un documental, una aventura dedicada a hacer más terrenal, si es acaso posible, la obra de quien es ya un “poeta Pararrayos de Dios”, como lo llegó a denominar su amigo y compañero Rodolfo Hinostroza.

Una vez concluido Responso para un abrazo. Tras la huella de un poeta y a punto de ser estrenado en la Casa de las Américas, Nora confirmó su admiración por César Calvo y aseguró que “al trabajar la película fui descubriendo el vínculo que tiene en cada momento de su vida con los dolores guardados, con sus sentimientos más íntimos. Es en su poesía donde se devela el verdadero César Calvo”. De este modo, la cineasta subrayó el vínculo entrañable del poeta con la Casa de las Américas, la cual ha sido siempre “una luz para el arte y la cultura de América Latina. César Calvo participó de sus premios y actividades, formó parte de ella, por tanto, presentar en la Casa su película es traerlo de nuevo a un lugar donde fue feliz y querido rodeado de poesía”.

Reynaldo Naranjo, otro amigo y colega del poeta peruano dijo: “El tiempo en César se extendía según la intensidad de la vida (…). Sus recientes primeros sesenta años fueron más de lo que nos imaginamos, porque así como él se ayudó a vivir para siempre también se ayudó a morir viviendo para siempre”.

De este modo, Nora de Izcue se propuso dar vida a un documental que muestra primero al hombre, luego al poeta, si es que ambas facetas pueden separarse en la vida de Calvo. “La personalidad de César fue tan arrolladora que lo convirtió casi en una leyenda, la película busca rescatar al ser humano detrás de esa leyenda. Acudir a personas cercanas a él, como su madre y sus amigos íntimos, cuyos testimonios son muy comprometidos, permitieron mostrarlo en esa verdadera esencia sin caer en estereotipos ni lugares comunes. A esto se unió la larga amistad que tuve con él, la cual hizo más acuciosa la búsqueda. César es admirado por su talento creativo, pero la intensidad de su vida, sus aventuras geniales y su capacidad seductora reafirman su presencia en el arte. El trabajo en esta película se ha centrado en lucir sus diversas facetas para entregar un todo indesligable”.

Al preguntarle sobre el modo de construir esa otra realidad, Nora se dirigió inevitablemente, al protagonismo de sus amigos más cercanos y declaró que incluso, ellos descubrieron en la película aspectos desconocidos del poeta. “Quizás el mayor logro sea que, en todas sus contradicciones, César se hace entrañable”.

Para concluir Nora subrayó que en la película se suman, además de poetas, otros artistas como Chabuca Granda, Susana Baca y Manongo Mujica los cuales fueron “amigos que compartían con él talento y sueños”. Igualmente la realizadora no pudo soslayar la importancia de presentar su material en medio del contexto cultural del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, y señaló que este es “una plataforma privilegiada para estar al día con el cine de nuestro continente, para informarnos y debatir sobre su camino y desarrollo. Participar en él con una película es estar presente de modo activo en el mundo creativo y solidario que nos es común a los cineastas”. 

Tomado de La Ventana.


Wednesday, December 11, 2013


CONTRAVARIACIONES DE UNO MISMO.






MEMORIA DE UN CANIBAL

Los gritos son esa accesible rivalidad de la palabra.
Terapia de choque.

A Oliverio Girondo


Pégales. Abúsalas.
Sacúdelas.
Sácales
el jugo.
Explótalas.
Déjalas
querellarse,
no hay
otro más
que tú
para escuchar
sus quejas.

Sacúdelas.

Sedúcelas,
córtalas
en trozos.

Cómetelas
y písalas
de duda
por el recto,
que sobra
tiempo, y
puntos, y comas.




TRES TÓPICOS PARA ENTENDER UNA CANCIÓN DE OTOÑO

1

El viento juega a desenmascarar
los árboles
de sus máscaras de árboles.

Los troncos resisten,
como espartanos,
al acoso.

Tocará a la luz
hacer de garante
entre ellos.

2

Los pájaros
no logran camuflaje
de sus cuerpos
con el espectáculo
de las hojas,
la fatiga del otoño
delata
el fauvismo entusiasta
de las plumas.
Los depredadores de la noche
                                  acechan,
esperan a que la música los                  
atraiga
al epicentro
de las hojas.

3

El otoño es otro invierno anaranjado.
Daniel Montoly.

La música que surge al pisar sobre hojas,
sobrecogía a los espíritus,
que desertaron
al infierno
de la metrópolis,
o al holocausto
del mecanismo
del reloj.
Al amanecer,
otra humedad,
los despierta.




EL COLOR DEL VIENTO FRÍO

Viento frío
que has llegado para verme/ hallazgo introspectivo/
que en la noche
viene a abrazar a mi almohada/
yo siento su carne transparente ahogarme,
como maremotos/ como una lanza
que penetra en mi costado. /
Viento frío/que sobre mi cuerpo estornudas/
espantando el polvo acumulado/
por soñar que sueño vivo
en ese sueño, que los muertos/
no han soñado. /




10:23 AM

Los muertos siguen a los vivos como sombras.
Bei Dao.

Al atardecer, crepúsculo entre la vida y la muerte
se sobrecoge en el transitorio miedo
con la monótona predisposición
de los jubilados.

Notan que los perros del vecino no ladraron hoy
como de costumbre.

-A las 10: 23 am
cubren el espejo con un paño blanco
colocan pétalos
de rosas rojas en las sábanas.

Dos copas vacías
ofrecen como testimonio
que, la muerte y el amor
hacen partes de la misma película
-arriban siempre por sorpresa.

Al amanecer, los pétalos lucen marchitos,
los perros aúllan ante el paso del cortejo fúnebre
que rompe con la memoria
confiscada a los muertos.






DOS BOLEROS NOCTURNOS

I

Bailamos 
con los ojos puestos
en el pasado.
Ella era hermosa en la penumbra
cuando dió tres pasos
hacia su cuerpo
y la música me empujó
a la otra orilla.

II

El olor tibio
de aquellas manos
sobre mi boca;
el vaivén del flujo
que impulsa a lo desconocido,
que una vez
aprehendido, por el tacto
se hace carne, sustancia
 
que absorbe luz
en movimiento.



Daniel Montoly©

Daniel Montoly (Montecristi, República Dominicana, 1968) estudiante de la carrera de derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Fue finalista en el concurso de poesía Latin Poets for Humanity, ganador del concurso de poesía de la revista Niedenrgasse y del "Editor's Choice Award" de The Internacional Poets Society. Ha publicado en el Primer Volumen de Colección Sensibilidades (España, Alternativa Editorial), Maestros desconocidos de la poesía contemporánea hispanoamericana (USA, Ediciones El Salvaje Refinado), Antología de jóvenes poetas latinoamericanos (Uruguay, Abrace Editores) y en Jóvenes poetas cantan a la paz (Sydney, Australia, Casa Latinoamericana). El Verbo Decenrrejado (Apostrophes Ediciones, Santiago de Chile) Antología de Nueva Poesía Hispanoamericana (Editorial Lord Byron, Lima, Perú) y en la antología norteamericana: A Generation Defining Itself- In Our Onw Words (AMW Enterprises, North Carolina). Algunos de sus poemas han sido traducidos al rumano, portugués, inglés y alemán. Colabora activamente con diversas publicaciones literarias y dirige el blog El Wrong Side, dedicado a la difusión de la literatura hispanoamericana.


Nota del autor del blog: Las obras visuales que ilustran esta muestra de poemas son del artista hungaro, Laszlo Moholi-Nagy y fueron tomadas de diversas fuentes del Internet.

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