Tuesday, June 15, 2010

Opiniones: Roberto


Palabras leídas por Nancy Morejón en el homenaje que la Casa de las Américas rindió en su sede, este 8 de junio de 2010, a Roberto Fernández Retamar por su ochenta cumpleaños

por Nancy Morejón

Hablar de Roberto, el único Roberto posible, significa muchas, muchas cosas para mí. Las más importantes son invisibles y se pierden en la memoria. Es tan entrañable su presencia en mi carrera literaria que no sé cuándo nos vimos por primera vez. Sin embargo, he tenido siempre muy claro el recuerdo de la primera vez que escuché su nombre en boca de Walter Kauffmann, un escritor alemán de visita en La Habana para el primer festival del libro cubano alrededor del año 1961; o quizás en la antesala del primer congreso de escritores y artistas, aquel verano en que la fundara Nicolás Guillén.

Yo atravesaba los jardines del Capitolio, todavía cundido por las viejas cámaras fotográficas de un solo pie, tan pintorescas y características de aquella época. Tropezamos Kauffmann y yo porque llevaba conmigo un ejemplar de la antología Poesía joven de Cuba consagrada a los autores de la llamada generación del cincuenta. Hablamos en español y en francés, según, y nos vimos enfrascados en una simpática conversación acerca de la literatura, La Habana y sus poetas.

“Mis favoritos son Fayad Jamís y Roberto Fernández Retamar”, le dije al germano. Su respuesta no se hizo esperar y me habló de manera profunda de Fayad, pero sobre todo de Roberto, a quien me dijo había conocido en París. Luego lo describió físicamente y solo en la primavera de 1962 pude descubrir ante mí aquella imagen descrita por Kauffmann: un hombre alto y delgado, de pelo negro, balanceándose en un sillón del vestíbulo de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana, frente a los inmortales jagüeyes. “¿Aquel será Retamar?”, pregunté cuando ya mi primo Ángel Roberto se me adelantaba para exclamar: “¿Quién otro iba a ser?”.

Roberto Fernández Retamar, editor, traductor y revistero impenitente, desde aquellos días entre 1962 y 1964, fue mi profesor de Estilística entre otras disciplinas. Lo reclamamos a sangre y fuego los alumnos que ya estábamos picados por el bichito de la creación literaria. De entonces a esta fecha, he colaborado con él en las revistas que ha dirigido y en infinitos proyectos culturales suyos, hasta llegar a trabajar bajo su dirección en la Casa de las Américas.

En todo ese tiempo, he necesitado su consejo y he contado con él y he aprendido infinitos conocimientos que me ha proporcionado. Conocimientos librescos y de la vida cotidiana, que son los más complicados. Atento al Círculo Lingüístico de Praga, con sus propias manos construía una escuela mientras revelaba a sus contemporáneos, como alabardero sin tacha, la piel secreta de Calibán y su experiencia trunca en estas islas de las Antillas.

Poeta y pensador de alto vuelo, fiel a su tiempo, podemos enmarcar su obra en el legado martiano junto a Cintio Vitier y Fina García Marruz habiendo fijado en textos memorables la trascendencia de figuras legendarias del siglo XX como Fidel Castro, Ho Chi Minh y Frantz Fanon.

Roberto es una sabia flecha, de carne y hueso, que da siempre en el blanco de una ética rigurosa y humana, llena de amor a la patria, llena de amor a sus semejantes y al acto de fe que es el arte y la belleza como formas de desarrollo y mejoramiento.

Ahora, en sus ochenta, inmerso en un mar de oficios y voluntad, volvemos a desearle, junto a Adelaida, Laidi, Valladares, Teresa, Leyden, Robin y Rubén, que siga alentando su poesía, reino autónomo, y, por supuesto, la mayor de las felicidades cotidianas.

La Habana, 6 de junio, 2010


Tomado de La Ventana

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