Los días plenos
del tugurio mortuorio
y los treinta llantos exactos de sus deudos
silbar como una sinfónica retrospectiva
pensando en el testamento de las alas.
Aquí hubo una palabra de consuelo
hipócritamente consciente
que salió un viernes sin rumbos
entre los gallos,
y aparco a la sombra de un alma
que no conoció lo que era la pena.
Exactamente ahí veo y escucho sus huellas
caminar en el brillo turbio del espejo,
discapacitadas y amorfas
entre los brazos funerarios del formol
y la destreza del corte del sepulturero..
Aquí hubo un alma
que decidió llamarse viernes
cuando las demás se llaman semanas agriamente,
sin otro apellido que la muerte.
Daniel Montoly
© 2002
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