Monday, September 5, 2005

LOS CAMINOS OSCUROS.

En los caminos que van al bosque de Isalsaluenga, a trescientas millas de la frontera con Uganda, las noches no parecen terminar, a pesar de que el sol sale en la mañana, como un pedazo de fuego haragán y sibarita. Los aldeanos evitan adentrarse en los laberintos formados por los árboles brumosos y por una maleza casi viscosa, que ha crecido con los años. Las cigarras emiten chirridos casi metálicos, capaces de hacer estallar los tímpanos de cualquier hombre, que entre a sus reinos verdes; el terreno es fangoso, con pequeños charcos de pantanos, plagados de sanguijuelas y serpientes de agua. Algunos cazadores se aventuran a internarse en este cementerio verde, buscando cazar animales de pieles exóticas. Muchos, no han vuelto al pueblo, aumentando con ello, el desconcierto y el miedo entre los pobladores; los cuales, motivados por su animismo, tejen oscuras leyendas de espíritus que cazan a los humanos que han intentado adentrarse en lo profundo del bosque, a profanar los sueños de Los cholungas, o demonios azules, en lengua nativa.

De noche, se escuchan fuetes rugidos; se presume que son animales grandes, que se esparcen con la brisa, hasta llegar al pequeño pueblecito entroncado en una colina. Esto causa una marea de nervios e inseguridad, que no permite que duerman tranquilos.Algunos han abandonado ya sus hogares, temerosos de perder sus vidas. La última arrancada fue la de un joven explorador sueco, quien trató de adentrarse campo adentro, recolectando plantas medicinales. El cadáver apareció detrás de un montículo de piedras calizas; sus ojos no alcanzaron a cerrarse antes de morir, por lo que, a juicio de algunos, se trató de una gran impresión, producida por algo desconcertante. Pero, si la cadena de muerte es más que sospechosa, la forma cómo han muerto, lo es aún más: todos, sin excepción, tenían una extraña incisión debajo del brazo izquierdo, como si hubiesen sido hechas con la finalidad de extraerles algo en particular. Todos los cuerpos encontrados hasta ahora, carecían de sangre y estaban conservados de una manera perfecta, a pesar del tiempo, que llevaban desaparecidos.

Hoy, el gobernador de este apartado territorio tribal ha programado una expedición que realizará una patrulla del ejército; El fin de ésta es esclarecer los orígenes de todas estas muertes misteriosas. Los aldeanos, motivados por el miedo, se oponen a la expedición, porque consideran que aquello enfurecerá más a los demonios y luego, bajarán hasta su aldea, para vengarse por la profanación de sus oscuros dominios. El comandante, conocedor de la naturaleza supersticiosa de los nativos, les dice, que no pasará nada, porque ellos estarán allí para protegerlos. El brujo, hombre de larga sapiencia y conocedor de los misterios vedados al hombre común, está seguro, que todos morirán como pasó con otros intentos anteriores.Como precaución degolló una gallina, tomó la sangre en un cuenco de higüero y trazó un círculo alrededor de su hogar, para proteger a los suyos de los demonios, que aunque nunca han bajado a la aldea, está bien seguro, que lo harán hoy para cobrarse la afrenta. Todo el pueblo asustado desea, que los militares se marchen cuanto antes de la aldea, porque hasta cierto tiempo hubo como una especie de pacto entre ellos y las extrañas criaturas.

El pacto consistía en, que nadie violaría el espacio del otro; hasta cierto tiempo fue así, pero una compañía minera comenzó a hacer exploraciones, tratando de encontrar yacimientos de diamantes. Desde allí se complicaron las cosas; éstos violaron el espacio de Los cholungas y aquellos se saldaron con sus vidas. Desde aquel acontecimiento, el acuerdo parece haberse roto y los rugidos se suceden amenazantes, escuchándose a cualquier hora del día. Los aldeanos están bastante furiosos con los militares. Armados con garrotes y machetes se congregaron frente al improvisado campamento militar, pidiéndoles a gritos, que se larguen. Los guardias están listos para cualquier imprevisto, mientras apuntan en dirección al grupo, que vocifera con furia. El comandante ordena disparar al aire para dispersarlos. De repente, la multitud enfurecida se abalanza contra la veintena de guardias temerosos; suenan las balas, cortando el aire, y los primeros cuerpos caen al suelo envueltos en sangre y por gritos de pánico. "¡Alto al fuego!", irrumpe una voz como de trueno.Los fusiles se callan por un momento.

El brujo quiebra la efímera tregua, al tiempo que lanza una nueva amenaza, levantando su mazo en dirección al campamento; la multitud enfurecida le obedece, ahora, con más ímpetu por los numerosos muertos y heridos, que han caído por el fuego de los soldados. Copan el campamento como los mismos demonios que viven en el bosque; pueden verse los machetes cortar el aire, dejando un relámpago negro, que ha transformado los predios de la aldea en un huerto de muertos. Se escuchan los roces de los filos chocando con la carne y los gritos desesperados de los jóvenes soldados, que tratan de correr entre los árboles frondosos, buscando ponerse a salvo de la muchedumbre enfurecida.La lucha, que pareció desigual, se ha transformado en un cuerpo a cuerpo. El caos bajó esta tarde azarosa y va dejando una estela roja a su paso. Aquí no hay indiferencia en cuanto a la muerte; caen de uno y otro bando, con equidad mortuoria. El brujo instiga a continuar la lucha. Está seguro, que la presencia de estos extraños pondrá a la aldea en peligro; ya antes, trajeron el mal con irrupción en su círculo de influencia. Le preocupaba, que una vez muertas las extrañas criaturas, pierda la posición de poder, que siempre ha ejercido entre los temerosos nativos, que acuden a él, como la única persona capaz de dar respuesta a sus inquietudes.Ya cayendo la noche, los muertos se cuentan en cantidades. La patrulla fue diezmada en su totalidad y ahora, los nativos caminan con los rifles colgados a sus hombros.

Hay dolor y llanto en la atmósfera; en las chozas, las madres lloran a sus deudos muertos, quienes a lo largo de todo ese tiempo, se habían logrado salvar de la maldita criatura y no así, de las manos de otros hombres. Los cadáveres se dispersan a doscientos metros a la redonda. Las aves de rapiña y las bestias comienzan a despedazarlos. Pueden verse brazos y piernas desprendidos de cuajo, de los cuerpos irreconocibles. El brujo sentado a un extremo de la aldea, conversa con varios guerreros; le ordena matar dos cabras para hacer un gran círculo con la sangre, para ofrecérsela a los dioses. La noche comienza a servir de cementerio temporal a los muertos. La luna, quizás por miedo, decidió ausentarse. Una oscuridad casi viscosa e impregnada de un fuerte olor a sudor, se adueña del bosque como una niebla con vida. Los escasos habitantes, que están fuera de sus hogares, se acuclillan alrededor de una inmensa fogata; sus rostros lucen cansados y hambrientos de lo que nunca han tenido: paz. De pronto, se escucha la fatalidad cotidiana emerger de lo hondo del bosque. El brujo sonríe; sabe que esas voces son sus mejores aliados. Mientras, levanta sus brazos al cielo con dos garras de león, que le han servido de amuleto y que han pasado de generación a generación, como símbolos del poder y el conocimiento.

Los pobres nativos tiemblan de miedo; sienten la inseguridad como una baraja maldita. Saben que están vivos por hoy, porque mañana vendrá el ejército a arrasar los pocos vestigios firmes, que han quedado de la aldea.


Daniel Montoly © 2002

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