Sunday, September 18, 2005

Sergio Borao Llop


Sergio Borao Llop(Zaragoza, España 1960)

Sergio Borao Llop, es un gran poeta y excelente narrador cuyos textos figuran seleccionados por diversas publicaciones tanto gráficas como cibernéticas. Su voz se asienta en un territorio discursivo propio y con un tono que algunas veces desgarra y deja traslucir melancolía en sus versos con imágenes surrealistas, pero también continúa con la tradición de los poetas españoles que izaron el discurso humano como esencia de no extirpar de la poesía su dimensión social.

En Sergio Miguel Labordeta, Neruda, Lorca, Alberti y Celaya encuentran a uno de sus más fieles discípulos porque su poesía lleva ese distintivo tono de desencanto humano por las barbaries cometidas por el hombre, pero también le muestra el rocío en sus labios para recordarle el ahora del mañana. No podemos tampoco adjudicar al poeta Sergio Borao Llop un determinado encasillamiento porque su poética se resiste y nos demuestra lo contrario. En su poesía puede verterse un paisaje urbano con los visos de la luna en los tejados, pero también puedes encontrar a un jornalero que ara la tierra con el mismo amor y entrega con que le hace el amor a su mujer.

Una faceta poliédrica siempre se encontrará en sus poemas, esto por la diversidad de temas presentes en los mismos, pero todos enraizados en el amor. Esta es una pequeña muestra de sus poemas, prometemos que para un futuro no muy lejano escogeremos una más extensa, obedeciendo al orden de cada uno de sus libros.

Daniel Montoly




Las luces de la ciudad le señalaron con su frío dedo
y los helados de vainilla le aviolentaron por última vez.

Se ha ido.

Hubo algunos que dijeron haberle visto
cuando marchaba lento hacia las nubes.

Él, que anunció el ocaso de las avenidas.
Él, que platicó con las paradas de los autobuses.
Él, que interrogó mojados bancos de los parques.

- No amanecido Hombre, le secuestró la brisa,
le secuestró el silencio,
sólo quedó su cuerpo explosionado -

Él, que cerró los ojos de la hormiga asesinada.
Él, que cantaba a coro con los astros celestes.
Él, que convirtió en abismos insondables los asientos del metro
y en telarañas concéntricas las ventanillas de los trenes.

- En vísperas de Ser, olvidó la palabra,
olvidó la sonrisa,
le construyeron llanto escarcha hielo -

Él, que sedujo cristales de grandes almacenes,
que habitó con su música la noche
y acusó de alta traición a los semáforos en ámbar.
Él. El enemigo de las oficinas,
el hermano de la zanja y el barbecho,
el hijo de la sangre y el tejado y la fábrica y el verso
se ha marchado esta noche
para siempre.

Ahora los gatos lloran.


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La ciudad es un monstruo de fauces entreabiertas.

La ciudad es un monstruo de fauces entreabiertas,
feroz depredador de encrucijadas,
mastodonte cruel y apasionado,
despiadado y amante.
La ciudad es un viento de paredes
que forman laberintos de asfalto y decepción.
La ciudad es un gato escabulléndose
tras la negra trinchera de un cubo de basura.
La ciudad es un contrabandista
de luces de colores que incitan a la vida.
La ciudad es tristeza derramada
sobre viejas aceras y adoquines que brillan
al peso inconsistente de la lluvia.
La ciudad, esa máscara doliente.
La ciudad es silencio de unos pasos,
son voces desatadas que atruenan las callejas.
La ciudad es refugio, estercolero,
es un perro sediento y peregrino,
un viejo que medita su cansancio
y un viejo que camina sin caminos;
vendaval y quietud, bares cerrados,
soledad, agonía y esperanza,
noche y día, amor y desengaño.
Hija de los esfuerzos de los hombres,
pervive maternal y milenaria.
Es un ángel perverso de labios anhelantes.
La ciudad, la ciudad es una diosa
posesiva y ansiosa, entregada y cautiva.

Sergio Borao Llop


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Mas no me encontraréis en las batallas.
No estaré agazapado en una barricada
ni lamiendo la sangre del cuchillo victorioso.
No empuñaré las armas homicidas
ni la palabra ambigua
ni el rencor permanente del alma embrutecida.
No serán mías las fauces carniceras
ni el estandarte gris del bombardeo.
No seré el cazador
ni ese francotirador de la azotea
que va tachando vidas en la pared funesta
de la ciudad sitiada.
No estaré con aquellos que filtraron
gota a gota la sangre de los pobres
para hacer de cada vena un instrumento
de riqueza enterrada en sus bolsillos.
Tal vez podáis hallarme donde lloran los tigres
Acaso en la morada del hambriento,
en los ojos del niño moribundo,
en la sangre del ave asesinada.

Sergio Borao Llop

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SANTUARIO

Hay un lugar sagrado (el corazón humano)
repleto de demonios y arcángeles y vísperas,
repleto de cadáveres y niñas de ojos negros
que invitan a la vida.
Un palpitante santuario carente de sacerdotes.
Un templo misterioso lleno de extraños ritos
que acaso asustarían a los posibles visitantes.
Mas aquí no hay turistas ni peregrinos;
es un lugar callado y solitario
cuyas puertas se entreabren muy raramente
a vientos desconocidos.
Ocurren entonces fenómenos inexplicables,
como la floración y la música
y el vuelo de gorriones y de alondras y musas.
Pero al final de la estación
la puerta termina por cerrarse
con un sordo chasquido
y todo cesa.
Excepto la desconcertante salmodia
que va retumbando por todo el ámbito
de la catedral en llamas.

Sergio Borao Llop

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