Tuesday, August 8, 2006

(Relatos autobiográficos).


TARDES TRISTES AL SON DE LA HABANA.


- I -

Mi querida Isabel, hoy te dejo temprano porque a las cuatro debo ir donde la Odontóloga. Nada ha pasado; yo quisiera que algo sucediera dentro de mi que me hiciera olvidar; tres años día a día son demasiado tiempo, porque siempre la esperanza era la fé para esperar, y aún debo esperar. Hoy me llamó Annamaría, de Trieste-Italia, parece que la invitación va en serio; me volverá a llamar. Bonito este Fondo ¿verdad?, hoy desearía tener un amigo superdelcarajo, alegre e inteligente que le guste conversar y brindar vino y café a las mujeres y que no piense sólo en el sexo; creo que así olvidaría más; de repente deseo un cubano que esté solo y que desee quedarse en Venezuela; que sea cariñoso, leal y buen amigo para hacer una amistad con él, así recuerdo un poco el tono de la voz de Jorge. Las tardes sin Jorge no son nada agradables, nunca lo fueron, su silencio me hizo daño, pero había la oportunidad de que apareciera de repente, como siempre aparecía. Será que voy a escribir un relato que se llamará: Tardes tristes sin Jorge al son de La Habana. Creo que esta carta puede ser el comienzo, como decir: confidencias a Isabel quien ayudó las tardes a vivir. Y de repente continuar con todo desde el principio cuando nos conocimos y los primeros poemas de Éxtasis del Mar, el año 2003 ,y la forma en que empecé a mirar el horizonte tras el mar y darme cuenta del tiempo que se me venía encima y yo mirándole a los ojos; ese tiempo que ahora se me anuda en la garganta, que él detesta porque va a vivir para siempre siendo joven y así debe ser, porque es mentira que "veinte años no es nada", una mentira inventada para sobrevivir al rostro frente al espejo o una foto de los años noventa, en blanco y negro, una mujer vestida también de negro, con un morral al hombro y las huellas de un amor que fue muerto en una cárcel de una ciudad que vive recostada a la sombra de un río. Pero vino el habanero, inquieto y anacobero, marcando un sin fin de cartas todas llenas de flores y música, incoherente muchas veces, pero decidido otras, y así fuimos cambiándonos la vida, día a día, minuto a minuto en una dependencia devastadora a fuerza de costumbre, de amarlo yo, ( de él nunca pude estar segura); hablaba a través de poemas, de metáforas sueltas que había que descifrar, y ancló en mi vida, al lado de la soledad más profunda, sin poderle mirarle el rostro jamás, ni saber el color de su sonrisa; ni el tiempo que debíamos esperar para un Viaje que nunca se dió porque se fue alejando tras la bruma de la tarde, acercándose hacia los arrecifes de un mar que mastica las rosas que le ofrendan.



8 de noviembre del 2005



- II -


Y las rosas se fueron hacia el mar una tarde cuando una mujer de espaldas, ajena a todo dio origen a fantasmas olvidados; hizo que un espejismo pareciera lo real de un amanecer que no lo era; y es que a veces las cosas no son tal como las imaginamos: no fue un amanecer, no fue una mujer, nada sucedió y sin embargo todo sucedió dentro, las sensaciones, los sinsabores, los reclamos, cartas entrecruzadas quizás violentas, quizás no pensadas y me llevaron hacia un abismo de la más profunda desesperación, por eso es que oyendo la vieja rockola de un bar de la esquina, en una casa en ruinas, cerca, muy cerca de las azules aguas de una mar serena, porque los huracanes ya se han ido, me sigo preguntando: ¿de qué color serán sus ojos, grises, negros, marrón claro? ¿ Cuál color tendrá su sonrisa y si sabrá besar? Nunca quiso responder esta pregunta; a veces pienso que debe haberse quitado un peso de encima cuando surgieron los celos y que la mujer de espaldas fue una salvación para no enfrentar la realidad; quizás una forma inconsciente de eludir un posible viaje; no era probable verlo afrontando dificultades más de las que ya tenía: el trabajo , la inconformidad, la soledad que tanto lo acompañaba pero que por demás, cansa. Yo sólo recordaba los momentos cuando nos conocimos, el mar era azul y crecían las rosas a su rededor, así las ví antes de darme cuenta que no había rosas por ninguna parte; que el mar era una metáfora más de una mujer y el mar; un mar que se devolvía presuroso hacia un río apacible y triste; y comencé a ser mar multiplicando el ritmo de las olas; creí sentirme arena movediza entre los brazos de un río que no aparecía por ninguna parte y le gritaba desde la orilla de otro río muy lejano, cercado de piedras ante una ciudad que besaba su orilla y empecé no a ser mar sino mujer para besarle los pies y mirarlo cuando dormía y acercarme hacia el centro de su cuerpo para que sintiera que había una mujer y no un mar a su lado y construí una casa con las aguas por donde andan los gnomos y los duendes y los fantasmas andan por ahi sueltos y espero que nunca recuerdes cosas como esas porque no son de olvidos. Sé que alguna mañana al despertar de algún sueño soñará que ha soñado que una mujer existe, que es una mujer sin tiempo porque el tiempo de la soledad es eterno, y así va esta mujer de espaldas, no la que mira el vacío desde una ventana de algún hotel en alguna parte, sino esta que es real y que anda con los ojos vendados al amor porque en algún lugar del tiempo ella sabe que habrá una huella imborrable, no lo dudes, y que se quitará la venda cuando esté frente a él sólo para descubrir, sólo nada más para saber de qué color es el matiz que tiene su mirada; pero todo esto no es más que el ritmo de las tardes tristes, al son de las calles vacías mientras paseas tu sonrisa por los alrededores polvorientos de una ciudad que me niegas, porque se niega a sí misma, no porque ella quiere negarse, sino porque está obligada a cubrirse su verdadera mirada ,que es tan azul como el mar cuando las olas se alejan de los arrecifes y dejan oir el canto de los peces azules y escriben el alfabeto del amor sobre las piedras y las arenas todas las tardes, todos los días, al paso vacilante de las estrellas nocturnas cuando el jazz es una melancolía en las voces quejumbrosas de sus habitantes. Yo te recuerdo, y es por eso este canto, que no es sino una catarsis para ahuyentar a los tristes que hacen una comparsa para estar a mi lado, con vino y cigarros negros , y bailan al son que se les toque porque a pesar de todo no han perdido la alegría que siempre, durante toda la vida los ha acompañado. Yo te recuerdo y escribo entretejido en el recuerdo, todo el derrumbe que causó una equivocación, porque los pilares de la iglesia más cercana eran falsos, y los cimientos falsos, porque cuando el amor se va ya no existe verdad, sino una mentira que el tiempo fabricó, porque si hubiese sido verdad, el amor que es la verdad más alta como la libertad, no hubiese caído en este abismo.Y así sin devolverme escribo tu nombre sobre la arena, no importa que lo borren las aguas, porque dentro de mi jamás podrá ser borrado por nada ni por nadie, lo mantiene la fuerza de un sentimiento que es verdad y es más fuerte que cualquier malentendido que por falta del otro lado del amor, sucumbió al más leve soplo del viento.



10 de noviembre del 2005




- III -



Creí que iba a caminar tal lo hice ayer bajo la lluvia para luego irme a sentar en un café, a mirar las gotas caer lentamente tras los cristales que daban a la calle; no fue asi, me he instalado con la tarde por compañía para ir desnudando y con plena consciencia estos días borrascosos; he sido cruelmente egoísta, no con el egoísmo que se pudiera analizar de una manera diferente a como yo lo voy viendo desde mi entorno particular e íntimo: he abandonado desde hace tiempo las reuniones familiares, el encuentro afectivo y las conversaciones que giraban sin ninguna expectativa que no fuera el encuentro con los seres queridos; todos empezaron a darse cuenta de mi egoísmo, se criticaba en voz baja y algunas veces de frente, el que ella, la otra se quedara horas y horas fijada como una calcomanía o estampilla frente a una cámara vacía que recogía imágenes y letras sin parar; esto no es normal se decía pero la costumbre se volvió como un animal que se le enseña a quedarse quieto mientras llega alguien a quien no pueda morder. Y todos se fueron acostumbrando y aceptando que la vida, la que hacía que respirara con un aire de felicidad, no estaba aquí, sino en otro lado, en una ciudad distante y que se le hizo necesaria; allí vivía él, esa persona ausente y presente, la que se quedó en forma permanente aquí, allá y en todas partes como un Dios que llevamos por dentro y no nos abandona; cree a un Dios dentro de mi, no sabía siquiera si éramos afines o no; al principio él decía que lo éramos; ahora se da cuenta que existen muchas diferencias y que No se puede; de mi parte la gran diferencia que existe es este inmenso sentimiento de soledad que sólo lo produce no saber el color de su sonrisa, ni el de sus ojos, ni si sabe besar, y la desesperanza de un viaje que la angustia de no poder verse realizado, volcó la copa tras el cristal de una ventana, donde la imagen de una mujer era ajena a lo que sucedía a su rededor. Esa imagen tranquila y reposada pudo en un instante convertirse en un obstáculo entre ella y él. Y llegó un viento tan fuerte de repente, las olas ya no fueron las mismas, y enfurecidas golpearon los costados de una orilla, momentos antes apacible y silenciosa, y así las tardes que eran de por sí tristes, se fueron llenando de un vacío demoledor tras las esquinas rotas del tiempo que decía en medio de las aguas desbocadas: este es el tiempo, no existe otro, escúchalo y no lo dejes partir, porque si se devuelve nunca más volverá; no esperes por las hadas, ni por los gnomos, ni por los espantapájaros; esa ciudad existe y es eterna, queda frente del mar y rodeada de mar está, como la sonrisa de una silueta inmóvil más allá de las espumas y las rosas; una silueta de una mujer que espera y ha esperado desde siempre adivinar el color de la mirada del amor, en la mirada de alguien que se aleja sin darse cuenta y no se atreve a ver más allá de lo que significa el recorrido de las horas, por la calle de las tardes tristes.

15 de noviembre del 2005







Teresa Coraspe

Nacida en Soledad, Estado Anzoátegui, Venezuela. Ha publicado Las fieras se dan golpes de pecho (1975), Vuelvo con mis huesos (1978), Vértice del círculo (1987), Este silencio, siempre (1991) obra que recibió primera mención en el Concurso de Poesía "José Ramón del Valle Laveraux" y Tanta nada para tanto infierno (1994). El eminente poeta dominicano José Alejandro Peña ha escrito sobre la poesía de Teresa Coraspe: “Vitalísima poesía la suya, hecha con la pureza de todos los elementos que la componen. Su fuerte radica en la concentración de imágenes sueltas, pero hermanadas en la discreción de un sentido que se percibe distante, oculto en el revés del signo y que es revelado por el signo.”

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