Sunday, October 8, 2006

Manifiesto


Hemos surgido desde la oscura fragua de la historia hipotecada al olvido, espacio, donde se alimentan los sueños más recientes a espera de que un grito poético les rescate y les devuelva a la vida. Albergamos las raíces lejanas, y próximas, los dioses, y diosas, la flauta cordillera andina, la quena, flor sonora de las llanuras, el negro tambor incandescente del trópico y la tambora como instrumentos o carta de navegación para recorrer las aguas dulces del poema autóctono.

Somos los vestigios del Cóndor, del secreto de Los mayas, de Los Areitos, donde una vez floreció la flor luz de nuestros antepasados gloriosos. Venimos como la llama suave por la ruta sin retorno, fructificando lo que hemos sido y somos, haciendo uso del legado infinito de nuestra cultura para rehacer nuestras cenizas del naufragio presente. Queremos una voz, fuerte, no homogénea, no, pero si caudalosa como el Amazona. Buscamos insertarnos en el actual panorama como piezas indispensables del presente a través del satélite del lenguaje, pero atesorando el fuego hiperbólico de esta América rebelde, madre y cuna de léxicos labriegos del mañana sobre la tierra calcinada por los dictadores de antes y ahora. Somos ese retoño febril que busca despertar al sol a esta inmensa plataforma de razas y pueblos, hundidos en las vorágines del crepúsculo.

Esta madre que abre sus senos somnolientos cada atardecer para acoger el dolor cotidiano de vivir con el corazón en silencio y las verdades ocultas en sus huellas deformes, por la falta de pan, paz, educación y calzado. Se ha llegado el momento de que esta América india y negra, figure más allá de los titulares y los prostíbulos, tal como soñaron Vallejo, Guillén, del Cabral, Neruda y Huidobro. Que el mapuche sueñe y cante en su lengua sin sentir vergüenza de su herencia, que el chicano lance sus gritos spanglis en medio de los guetos de New York o de Los Ángeles a plena luz, cuando las alas de las aves son testigos de su dolor en la tierra del hielo y el humo de las fábricas le hollina el rostro con catorce sílabas de miseria espantosa.

Allí, donde la ilusión use el ritmo de los milagros para expresar el cenit de sus angustias, en ese cosmos fusionado por el colorido y la música, se encontrará la fuerza sincrética de nuestra voz desnuda de adornos foráneos, militante contra la fatiga creativa. Nuestra expresión será el septiembre florido entre tantos silencios sonoros, el pez capaz de innovar la quietud del agua, dinamizando el efecto del lago; será el verso que se versa solo, “golondeando” el agobio antropófago, que orbita en el solar de las piedras y se expresa con los gestos sodomistas del tedio creativo. ¡Vamos tras algo nuevo y nos lo merecemos; por ser el legado de esta América de “días y flores”. Somos el cuerpo de infantería, al que le ha sido legado el deber de recuperar nuestra socavada memoria.
Daniel Montoly//2002

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