Saturday, October 7, 2006



Manuel del Cabral: Genio y Figura de voz propia.

En la búsqueda intensa por desenterrar el genio artístico que subyace bajo su piel de antillano y su incansable labor literaria, he reencontrado al Poeta Manuel del Cabral (República Dominicana, 1907-1999), entre los grandes líricos contemporáneos, y es –sin duda- una de las grandes voces paradigmáticas de la Literatura Hispanoamericana del siglo XX.

En su creación temprana, la poesía goza de Manuel del Cabral, una madurez y genialidad no común en otros autores latinoamericanos de su tiempo, que no se limitó a adherirse a la moda imperante, sino que se mantuvo autónomo.

En sus versos, no hay lugares comunes o recursos repetitivos. A cada uno hallamos la inventiva y estética personal que le caracteriza, convirtiéndole en esa voz que ejemplifica muy bien al hombre caribeño, ese ser propenso al color y a la música, y al que recreo a pesar del peso social que impuso sobre sus hombros la miseria, como las asonadas de dictadores, y la corrupción política.


Manuel del Cabral en la Literatura causó un cisma. Tras la publicación de su obra “Compadre Mon” entronca, la literatura dominicana con la corriente post modernista -que ya era el fuerte en los demás países del continente- confiriéndole un rasgo distintivo y único, tal igual como el “Martín Fierro” de José Hernández porque definen un concepto de identidad territorial, y una forma sociológica de abordar la vida del hombre rural americano, hasta ese entonces tenido por “peligroso y salvaje” por los intelectuales burgueses, que, como Domingo Faustino Sarmiento, dedicaron al ellos numerosos ensayos.

Considero que la joven intelectualidad latinoamericana de la que hizo parte Manuel del Cabral, influenciada en gran parte por la obra ensayística de José Enrique Rodó, vio en el moribundo Modernismo la limitante del tiempo y los temas de carácter social, es decir, su desconexión con la realidad sociopolítica latinoamericana. (Cabe destacar también la influencia -en parte- del Naturalismo francés de Emile Zola, especialmente en el cuerpo narrativo de gran parte de nuestra obra novelística). La rebelión contra los últimos rezagos modernistas no solo pudo verse en la poesía, fue en la narrativa donde llegó a cobrar más fuerza. La obra cuentística de Horacio Quiroga, y en las siguientes novelas: “La Vorágine”, de José Eustaquio Rivera, “Don Segundo Sombra”, de Ricardo Guiralde, “Doña Bárbara” del venezolano Rómulo Gallegos, entre otras, tienen toda esa efervescencia literaria que buscaba situar la realidad social latinoamericana. Dentro de este proceso histórico de la literatura del continente, hallamos los antecedentes a “Compadre Mon”.


Es notorio, que La Revolución Rusa de 1917, al igual que La Revolución Mexicana de 1910, contribuyó políticamente, a gestar una fuerte adherencia de gran parte de los intelectuales latinoamericanos al Realismo Social. Si antes, los versos escritos por gran parte de nuestras mejores voces tendían a reflejar las costumbres francesas, gustos exóticos, lujos verbales, una excesiva preocupación por la forma y por la música; ahora las cosas iban en sentido opuesto: la pobreza del hombre latinoamericano, la injusticia contra los indígenas, la desigualdad social, la situación de la mujer, la naturaleza abrupta del continente americano… Todo ello formó el cuerpo tanto para las obras en prosa como en verso. En cambio, la Nueva Literatura Latinoamericana post modernista concedió más importancia al contenido.


El mexicano Manuel Gutiérrez Nájera, fue quizá el de la expresión más cabal de esa especie de intelectual afrancesado, emparentado con el modernismo insustancial. No quiero responsabilizar a nadie por la poca valoración de un poeta de la altura de Manuel del Cabral entre los suyos, pero visto los antecedentes históricos de su obra, la misma encuentra sitial entre las voces que edificaron la cimiente del reconocimiento, que hoy goza la literatura latinoamericana entre los círculos intelectuales y académicos del mundo.

La deuda continúa pendiente. Si más tarde Mistral, Asturias, Neruda, García Márquez fueron depositarios del Premio Nóbel, no se debió a un hecho casual sino causal. Porque fue el resultado del trabajo mancomunado de una pléyade lucida de intelectuales latinoamericanos, y entre ellos distingo la híbrida voz de Manuel del Cabral, representando a Las Antillas.

En la literatura de su país de origen, por factores enteramente foráneos a la poesía, han enfrentado a dos voces que más que ser antagónicas resultan ser paralelas -desde el punto de vista del quehacer literario- como desde el terreno de lo humano. Cuando digo esto soy conciente de que la ideologización no resulta algo ajeno al mundo de la literatura. Lo desdeñable, es que por intereses puramente partidistas se haya marginado una voz como la de Manuel del Cabral, de cuya obra “Chichina busca al tiempo” dijo Gabriela Mistral en París -luego de recibir el Premio Nóbel- “es superior a Platero y yo”, de Juan Ramón Jiménez y “es uno de los libros más significativos de Las Letras Castellanas”.

Las voces de Pedro Mir y Manuel del Cabral, ahondan en la conciencia de lo nuestro con un matiz lírico, poco visto en otros poetas hispanoamericanos. Se ha designado “Poeta Nacional” a don Pedro Mir, esto desde mi punto de vista personal es una absoluta ridiculez, que más que honrarle ha servido para granjearle enemigos gratuitos entre quienes tienen el derecho absoluto de estar en desacuerdo. Pero más que nada, creo que difieren no porque cuestionen la calidad poética del autor de “Hay un país en el mundo”, sino porque los desbarajustes del poder impusieron la marginación del autor de “Compadre Món” y “Canción de cuna para dormir a un burro”.

Una visión humana acorde con la dimensión histórica de sus figuras.



He dicho que Del Cabral proyecta al mundo casi de manera sociológica y psicológica. El comportamiento del hombre rural con toda la rudeza de la vida en el campo; sus sueños e inquietudes y sus esperanzas, creando un manifiesto poético, que los más prominentes intelectuales del mundo consideran “un paradigma del hombre de Las Antillas”. Sin pecar de exageración, “Compadre Món”, puede explicar muy bien por qué ha existido y existe esa presencia perenne del caudillismo en la idiosincrasia del caribeño.


Con Mir, la poesía dominicana edificó la conciencia, se armó con la palabra justa para combatir a un sátrapa inteligente, que de la palabra misma, creó un harén inmune al viento. Ambos poetas hicieron de la República Dominicana la raíz de su poesía, y retomaron de Toussaint Louverture *, lo indisoluble del
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*François Dominique Toussaint-Louverture. Su verdadero nombre era Toussaint de Breda. (Santo Domingo República Dominicana 1743 - † Fuerte de Joux, cerca de Pontarlier, Francia, 1803) Militar y líder del movimiento de independencia de Haití, apodado "el Precursor".

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vínculo de la isla, para clamar ante el mundo la indivisibilidad del sufrimiento de sus pobladores. En palabras de Cesare Pavese “En este sentido, en cuanto devoto artesano de la palabra y de la página”, del Cabral “es un maestro en causa justa, en cuya voz existen inusitados tonos que producen en esa misma voz la vitalidad de hacerse inmune al tiempo como a la moda”. En todas sus obras subyace esta preocupación humana, sin ceder al maniqueísmo político. Su poesía va desde el canto de resistencia como en “La Isla Ofendida”, a la denuncia social de la marginación del negro en “Trópico Negro”. La metafísica en los “Huéspedes Secretos”, también ese exultante brío sexual de poemas como “El ano”, “Canción del Invertido”, “Papa Semen”, entre otros que corresponden ya a la etapa última de su larga trayectoria. “El Sexo no solitario”, libro al que no se le ha prestado atención debida pero que constituye sin lugar a dudas, la mejor obra escrita en ese género hasta el presente; reconocida por los más importantes críticos; ubica a Manuel del Cabral entre los mejores exponentes de la poesía contemporánea.


Debe figurar en cualquier Antología de Literatura Hispanoamérica que se publique, aunque para tristeza nuestra, está ausente en varias antologías de reciente publicación. La elaborada por el crítico peruano Julio Ortega en 1987, es fehaciente prueba de lo que hablo. Algo que demuestra la mezquindad reinante en las letras latinoamericanas a Manuel del Cabral, quien no fue un poeta de vanguardia, sino a la vanguardia, que buscó renovarse siempre. Algo poco común en muchos poetas hispanoamericanos, los que una vez que se acomodan al registro de una emoción, hacen de ella un recurso poético reiterativo. Las repeticiones son constantes en muchos de nuestros mejores autores, acoto, para puntualizar lo que separa a del Cabral con alguno de sus contemporáneos. Ese poeta jovial, rebelde, que en poema como “El Ano”, adquiere tintes de decadentismo, es, el mismo autor de “Canción de cuna par dormir a un burro”, en cuyos versos yuxtapone las vicisitudes del pueblo, su miseria, y el engaño por parte de políticos corruptos usando la analogía del burro. Manuel del Cabral, ese exabrupto sincrético del Caribe, criatura hija del verbo faubista del trópico.

Manuel del Cabral se tomó bastante en serio el “desenterrar la patria, hasta dejarla desnuda en una isla”.


Daniel Montoly/© 2005

Los créditos por la fotografía corresponden:  
www.pucmm.edu.do

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