Eusebio se detuvo frente a la lujosa vitrina de la tienda a observar los hermosos accesorios femeninos, y pensó en comprarle un juego de lencerías francesas de color negro a Matilde. Tal vez eso iba a encender la mecha sexual a su matrimonio que llebava varios años de estar apagada. Estaba angustiado por la infelicidad de tener que vivir sintiéndose rechazado por ella. Lo había intentado todo, juegos, caricias, romance, flores y cada viernes se aparecía con una funda de mariscos para pasar el fin de semana. Esto último gracias a la sugerencia de un compañero de trabajo suyo, quien después de escucharlo quejarse sobre la falta de interés sexual de su mujer le sugirió enriquecer su dieta alimenticia con alimentos provenientes del mar porque poseían elementos nutritivos que actuaban como afrodisíacos.
Sin perder ningún tiempo, Eusebio, se llegó el primer viernes con una funda de camarones y dos langostas. Su mujer al verlo aparecerse en la casa con esa extraña funda en la mano se sorprendió, sobre todo sabiendo lo reacio que era con eso de ir de compras a los supermercados. Él le entrego el paquete y no paró por un momento de hablar sobre las cualidades positivas de incluir mariscos en la dieta alimenticia. Matilde, que odiaba el olor a pescado, lo escuchaba escéptica sobre su nuevo descubrimiento. -Sí, éste condenado quieres comerse esas cosas extrañas, él mismo va a tener que cocinárselas porque yo no le pongo un dedo a esa vaina. Pensó Matilde.
- Tú vas a ver cómo se van a poner las cosas entre nosotros. Pensó Eusebio sonriéndole a su mujer.
Pasaron dos días y los mariscos seguían invernando en el congelador. Eusebio le pregunto a Matilde, por qué no los había cocinado. Ella, rabiosa y furibunda, le respondió que sí quería comer mariscos tenía que cocinarlos él. Y lo que posiblemente iba a ser una solución a su problema en la cama se transformó en una tromba que casi termina en la Corte. Eusebio frustrado, hizo la idea a un lado, porque la amaba y no quería perderla. Mucho menos ahora, cuando habían sacado una nueva casa con un préstamo bancario. De divorciarse, iban a tener que dividir los bienes que poseían en común y fueron muchos años de sacrificios para echarlo todo por la borda.
Llegó un día a su oficina de trabajo con la cara en morras, su jefe que acostumbraba a bromear con él se le acerco a saludarlo con una nota de cinismo en su saludo. Lo invitó a acompañarlo a una conferencia acerca del desarrollo de medicina oriental, que iba a impartir un amigo suyo, propietario de una clínica de acupuntura. Eusebio, respondió que sí, porque según pensó se trataba del jefe y se acercaba la fecha de hacer nuevos cambios en los puestos de la compañía. Ambos hombres acordaron encontrarse el jueves catorce en el restaurante “La Casita de Paja” para almorzar y de ahí partir juntos a la conferencia, pero la motivación del jefe para invitarlo era poco convincente. En los corredores de la compañía circulaban varios rumores sobre Eusebio y los problemas con su mujer, Matilde.
Fue por ello que su jefe decidió intervenir con la idea de ayudarlo y con eso convencerlo, indirectamente, a quedarse en la compañía en el mismo puesto que ostentaba desde hacía diez años. A llegar el día, ambos hombres conversaron animadamente en el restaurante y luego salieron rumbo al salón de conferencias del hotel donde se iba a dictar la conferencia. Llegaron al amplio salón con cinco minutos de atraso, se sentaron a escuchar al científico oriental. Luego de concluída, el jefe de Eusebio cuya compañía era uno de los patrocinadores de la conferencia lo invitó a conocer al médico acupunturista. Se acercaron, y el médico al verlo venir en su dirección, cortó de inmediato el diálogo que sostenía con una joven para ir a encontrarse con ellos. El jefe introdujo a ambos hombres y luego se excusó por unos segundos para ir a saludar a un alto ejecutivo de una compañía naviera que estaba entre los presentes.
Eusebio y el oriental se quedaron conversando a solas por varios minutos en el lobby del hotel. En algún momento, no se sabe cómo, la conversación sobre la crisis de su matrimonio salió a flote. El médico después de escucharlo quejarse le sugirió una vieja técnica milenaria usada por los emperadores chinos para satisfacer a sus cientos de concubinas. Eusebio no reaccionó con entusiasmo sobre el nuevo descubrimiento, pero prometió intentarlo para así salir de duda.
El martes en la noche como acostumbraban, Matilde apagó la televisión y se fueron a la cama porque ya los niños se habían dormido. Eusebio comenzó a acariciarla, susurrándole frases hermosas a los oídos, pero ella reaccionó como usualmente hacía, apartándole las manos de sus senos. Se volvió para darle un beso en la frente y al notarlo algo incómodo acercó su cara a la suya e intentó ser comprensiva con él, explicándole sus motivos para que él no fuese a sentirse rechazado. -Los hombres desconocen casi del todo las emociones de las mujeres, por afección entienden sexo y por amor entienden contrato; pensó Matilde ante el comportamiento asumido por Eusebio. Ella flexibilizó su actitud y Eusebio al darse cuenta de ello intentó tomar ventaja, adoptando una actitud pasiva, emocionalmente. Fue Matilde quien esta vez rompió el hielo y comenzó a besarlo ardorosamente como nunca antes. La reacción de Eusebio no se hizo esperar, apagó la lámpara que estaba en la cabecera y de inmediato comenzaron a escucharse algunos sonidos en la oscuridad.
Eusebio extrajo el objeto que le recomendara el acupunturista y comenzó a acariciarla con él por todo el cuerpo sin que ella se diera cuenta de lo que él estaba haciendo. Matilde tampoco tuvo tiempo para pensar en otra cosa que no fuera en el placer negado durante tanto tiempo después de nacer su segundo hijo, Rubén. Sus gemidos se escuchaban en toda la habitación y Eusebio estaba sorprendido que algo tan irrelevante como eso pudiera producir resultados tan asombrosos. Esa noche durmieron plácidos después de varias secciones maratónicas de hacer el amor. A partir de ese incidente el estado emocional de Matilde dio un vuelco radical, y Eusebio no paraba de decirle cuánto la amaba, mientras observaba a un grupo de gansos cantoneses ser correteados por el patio por Toby, su perro.
Daniel Montoly© 2007
2 Comments:
Que placer leerte... tus letras son como las miradas sinceras. Además uno de mis poetas favoritos es Efraín Huerta. Vendré a verte más a menudo. Un lujo de poeta!!!!
Felicidades por todos tus premios... te los mereces.
Un beso desde España
Querida Aida, gracias por aceptar la invitación a visitar mi blog. Me alegro que haya sido de tu agrado. Don Efraín Huerta fue uno de los más grandes exponentes de la poesía mejicana. Ojalá no sea la última visita que nos hagas.
Un abrazo. Daniel
Post a Comment
Subscribe to Post Comments [Atom]
<< Home