Tuesday, January 29, 2008


Entrevistas: Monólogo del callejero

“En nuestro continente escribir es una forma de sangrar” • Entrevista con el poeta colombiano Juan Manuel Roca, jurado de poesía en el Premio Casa 2008

por Eugenia Montalván Colón

Juan Manuel Roca (Medellín, Colombia, 1946) fue recibido con flores en el cruce de Dionisio San Román y Avenida El Prado. Aquí, a las puertas de una librería y de cara al público, agradeció el premio José Lezama Lima que la Casa de las Américas le otorgó por su libro Cantar de lejanía. Antología personal (Fondo de Cultura Económica, 2005), poemario que esa misma tarde empezó a venderse como pan caliente a un precio imposible en otros países: 15 pesos (menos de un dólar) en el marco de Leer América, campaña de lectura de la Casa.

Roca, reconocido en México con el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval (Aguascalientes), se encuentra en Cuba porque también fue invitado a deliberar el Premio Casa de este año, tarea que, como a los demás jurados, le obligó a pasar una semana en el bello Hotel Jagua de Cienfuegos leyendo manuscritos al amparo de la penetrante luz del mar Caribe que recala en esta bellísima bahía. En este contexto, un domingo por la mañana, Juan Manuel Roca se autonombró “Poeta de la calle”.

En el prólogo de Cantar de Lejanía, Gonzalo Rojas dice que le hubiera gustado escribir algunos poemas de este libro. Buena forma de despertar envidias, ¿no le parece?

—El poeta es un traductor de sí mismo, y en la medida en que logra traducirse, a lo mejor logra traducir a los demás, y creo que el hecho estético ocurre cuando se da ese fenómeno: que alguien se sienta traducido por lo que uno ha intentado escribir. En esa medida, la poesía va más allá del género literario y se convierte en una forma de andar por el mundo; digamos, una forma de compañía.

“Yo reconozco que a veces la gratitud que siento por los poetas latinoamericanos y europeos que me han acompañado muchas veces roza en envidia en el sentido de que algo que ya vimos, pero no nos detuvimos a observar con atención, algo que ya sentimos pero no logramos expresar en palabras, algo que intuimos y no logramos penetrar, es revelado por otra persona. Efectivamente, eso merece gratitud, pero por momentos envidia.”

Usted habla de traducir. En el caso de la poesía, ¿de qué lenguajes estamos hablando?

—Del lenguaje puramente intimista a un lenguaje exterior verbalizado en el cual ya no priva el interés de lo que uno siente (dentro) sino de lo que transmite (hacia fuera). Eso es una especie de traducción, y hay casos excepcionales en los que, de manera natural, se da el ennoblecimiento de la cotidianidad a través del ennoblecimiento del lenguaje.

“Cuando uno lee a Rulfo lo que más sorprende es que muestra costumbres mexicanas y no hace costumbrismo, muestra una sociedad y no hace sociologismo y muestra segmentos de la historia de México sin hacer historicismo. Un caso para mí sorprendente y extraño, y lo que pasa es que Rulfo hace poesía a través del lenguaje cotidiano del habla popular mexicana.

“Leyendo a Rulfo, uno no ve la traducción de un mundo interior a uno exterior; más bien encuentra un poderoso nexo entre el adentro y el afuera, pero, en general, los escritores sí intentan ennoblecer la cotidianidad a través del lenguaje y eso es traducir.”

¿No le parece paradójico hablar del ennoblecimiento del lenguaje a partir del habla popular?

—No se trata del ennoblecimiento del lenguaje a través de palabras preconcebidamente poéticas. Toda la lírica moderna atiende a que no hay temas poéticos y otros que no lo sean. Por supuesto que, por ejemplo, tiene un rango estético de credibilidad más grande la rosa que la zanahoria, pero eso se presta a engaños ya que en un mal poema un joven le puede llevar rosas a su amada y eso puede parecer poesía, pero es muy difícil que le lleve un ramo de zanahorias y que eso lo parezca.

“¿Cómo hacer para que esas cosas aparentemente ordinarias tengan un rango estético que las vuelva poesía? —se pregunta Juan Manuel Roca—. Yo creo, dice, que sólo a través de una gran observación del entorno inmediato. Eso es lo que a mí me sorprende de Rulfo. Él hace una especie de «naturalezas muertas» del pueblo mexicano sin necesidad de pasar por un tamiz en el cual sean más importantes las rosas que las zanahorias. Hay una belleza instituida y una belleza no vista. A mí me gusta atender también a esas dos cosas, pero cada vez me interesan más las cosas más cotidianas, las personas más cotidianas, es decir, mi entorno.”

Su vida. Usted habla en su poesía de lo que ha vivido.

—Es cierto. A grandes rasgos, y aunque parezca taxonómico, hay dos grandes núcleos de poetas. Los que tienen calle y los que no la tienen. Los que no la tienen pueden hacer una poesía pura, limpia y traslúcida, como Octavio Paz, un poeta que no me seduce mucho, ciertamente. Él tiene academia y mucho mundo interior y libresco, pero en él uno no adivina la calle.

“En cambio, el poeta que tiene calle, sin que eso signifique que sea ignorante o espontáneo, reflexiona sobre lo que le ha pasa y no desdeña —para nada— lo que ocurre fuera del ámbito puramente el libresco. Estos son otros poetas, y en el caso mexicano podría citar bajo esta categoría a José Carlos Becerra y Jaime Sabines.

Hablando de Colombia, su país, Juan Manuel Roca dice que allá también existe esa dicotomía, y él claramente se decanta por los poetas de la calle sin llegar a sacralizarla, —aclara— sino desde una mirada crítica e irónica.

Sé que fundó y dirigió un periódico cultural llamado La Sangrada Escritura, ¿por qué le puso ese nombre?

—Para quitarle solemnidad a una revista que reunía crónica, ensayo, poesía, cuento, etcétera, pues me parece que uno de los ingredientes fundamentales en estas cosas es el humor.

“Igual, desde otra perspectiva, quise hacer un juego de palabras en relación a las Sagradas Escrituras, ya que nosotros no somos tan religiosos y, por lo tanto, estamos más pendientes de las Sangradas Escrituras que de las Sagradas Escrituras.

“Y, por último, —dice el poeta— es cierto que en nuestro continente escribir es una forma de sangrar. Nada es fácil para el escritor…”

Sin duda, aunque usted publica libros continuamente, recibe premios, viaja para leer sus poemas. Está del otro lado de la escritura, incluso —quizá— en deuda con las palabras...

—A las palabras no las logra uno pastorear. Son muy hoscas y traicioneras. Hay una suerte de fantasmas que las rondan y le hacen decir a uno lo contrario a lo que está diciendo. Así le pasó a Nikólai Gógol con Las almas muertas. Llegaron sus amigos a festejarlo porque había hecho la demolición del zarismo, cuando él se creía zarista y lógicamente se indignó al enterarse de la interpretación que le dieron a su novela. Entonces, como comprenderás, las palabras son díscolas; hacen maniobras frente a nosotros, y por eso digo que al lenguaje nunca jamás vamos a lograr dominarlo.

En esto de la precisión del lenguaje, Juan Manuel Roca reconoce como sus maestros a tres escritores mexicanos: Julio Torri, Juan José Arreola y Juan Rulfo. Y la gran pregunta que se hace es ¿cómo diablos se las ingenian para expresar mundos tan poderosos en tan poco espacio?

Por lo mismo, el poeta colombiano Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquía, no se cansa de decir que en materia literaria es más de Comala que de Macondo.

¿Qué clase de diferencias percibe en cuanto a los lectores de su obra en los países donde lo han publicado? Por ejemplo México, Cuba y Colombia.

—La gente interesada en lo que he intentado escribir maneja matices muy distintos. En México la constante es una aproximación al mundo metafórico, al mundo de la imagen que a veces aparece en mis poemas, mientras que en Colombia la mayoría de la gente advierte (aunque no es un rasgo que exista en mis poemas) rasgos de la historia de nuestro país. Aparece ahí la secular violencia, la zozobra de todo orden que vivimos desde hace tantos años y que desde fuera no parece tan perceptible.

“En Cuba, un país que ha sido muy generoso con lo que he escrito, miden puentes entre mi poesía y alguna que otra poética cubana. Por ejemplo, hay gente que me dice que de pronto encuentra entronques entre la poética de Fayad Jamís y la mía. Yo no lo sé, pero quisiera que fuera cierto. Tuve el privilegio de conocerlo y me considero parte de su raza —o tribu— poética.

“Pertenezco a esa raza —aclara—, que es la de Lezama Lima, José Carlos Becerra, César Vallejo y Gonzalo Rojas y, en cambio, no me interesa pertenecer a la tribu Octavio Paz, Nicanor Parra o Neruda.”

¿Cómo definiría en pocas palabras esa raza a la que pertenece?

—Es la que adopta la poesía insumisa. La que se mueve con plena libertad, la que no es boca de partidos, la que va al barro, que se mete en el lodo y la que exalta ciertos acosos históricos que vivimos sin caer en la poesía de puño cerrado, que la desprecio realmente, la que no cae en lo excesivamente ideologizante pero no reprime lo social ni lo político y, por último, la que detesta la poesía purista, esos pequeños Mallarmé que ha habido en nuestro continente.

Juan Manuel Roca participará en febrero próximo en el Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer de Villahermosa, Tabasco. Asiste en calidad de autor reconocido con premios “continentales” y viaja exclusivamente para leer su poesía.


Eugenia Montalván Colón es periodista de Unasletras.com

Fuente: LA VENTANA




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