Wednesday, July 21, 2010

ERA LA HORA CERO

Era la hora cero. O sea era la hora nada. La luna en el nadir no alumbraba ni obsequiaba sombras a las cosas. Caminaba por esa calle desolada y doliente con pensamientos dispares como única compañía. Nadie caminaba ni por el frente ni por detrás. Pensaba ver automóviles pero tampoco circulaban por allí. Creí que los vería cruzando la bocacalle. Un gran cartel anunciaba la presencia de un bar: LAGUNA ESTIGIA. Era ya tiempo que encontrara algún ser humano. Tanta soledad rememoraba la Apocalipsis.
Un hombre detrás de la barra y una muchacha sentada junto a una mesa. Eran los únicos personajes allí.
-¿A qué hora cierra este bar, pregunté
-No cierra nunca, señor, me contestó el hombre.
Era una persona mayor con gruesos bigotes y barba, hablaba tomándose la cabeza con ambas manos y codos apoyados sobre el mostrador.
-¿Cuánto le sirvo?
-Todavía no me preguntó las opciones, respondí
-Opciones ninguna, todos toman lo mismo, pobres, ricos, encumbrados señores, mujeres famosas.
-Sírvame entonces algo de eso
Me acerqué a la muchacha y me invitó a sentarme junto a ella. Leía un libro cuando entré y abandonó la lectura para mirarme. Un idioma irreconocible pude ver de reojo en las páginas abiertas.
-¿Qué lees?, pregunté
-Le espantará si digo su título.
-Nada me espanta ya, respondí.
-El libro de los muertos, una antigua recopilación de relatos de civilizaciones pasadas.
Cerró el libro y acercó otro que estaba junto a una notbook. Abrió la página del señalador y comenzó a hablar sobre el texto conocido.
-El monólogo del acto tercero de Hamlet (sin calavera, por favor) es probablemente el fragmento más popular de toda la obra de Shakespeare. en esencia, es la reflexión de un suicida: «Morir, dormir... Nada más; y decir así que con un sueño damos fin a las llagas del corazón y a todos los males, herencia de la carne, y decir: ven, consumación, yo te deseo. Morir, dormir, dormir... ¡Soñar acaso!» La muerte es una liberación para el príncipe de Dinamarca.
-También para Macbeth, recordé, «El mañana, y el mañana, y el mañana se arrastran con paso mezquino día tras día hasta la sílaba final del tiempo escrito”.
-“¡Apágate, breve antorcha!”, continuó ella, “la vida es una sombra que pasa”.
Cuando el hombre de la barba me trajo el vaso con licor pregunté a la muchacha por qué le apasionaba ese tema y me contestó que era muy lectora y que junto con el amor y la vida eran contenidos existenciales y profusamente incluidos en narraciones y poética de todos los escritores.
- He llegado a comprender que la muerte no se define, se siente, se teme, se llora o se canta. Para el filósofo es motivo de meditación; para el poeta, ritmo y melancolía. La inquietud de la muerte flota como un fantasma sobre la lírica del mundo entero. Hay poesía del amor y hay poesía de la muerte que a veces, se funden en un solo gran poeta que se llama "el Miedo", concluyó ella su pensamiento.

Mientras bebía a sorbos esa pócima irreconocible, me pegunté que haría esa muchacha allí y me atreví a preguntarle cuál era su ocupación.
-Soy licenciada en relaciones públicas y trabajo para una importante compañía. Me interesan los temas humanos y cómo lo reflejaron los grandes escritores y ensayistas pero mi verdadero trabajo es la búsqueda de personas y su historia individual. Me recluyo en este bar por el silencio y la tranquilidad de la noche, respondió
-Por ejemplo, dijo abriendo su notebook, ¿cuál es su nombre?
-José González, contesté
-Y el segundo nombre,
.No tengo. Tampoco tuve madre.
-Ve, esos son datos que van definiendo una identidad. ¿Casado?
-No, viudo, pero quisiera saber el porqué de tantas preguntas.
-Ese es mi trabajo. Justamente me dieron la tarea de ubicar a un sosías suyo y usted apareció por casualidad. José González, hum…¿Oficio, ocupación, edad?
-Jubilado, 80 años.
- Ve, señor, usted participa de alguna de las identidades que buscamos. ¿Dónde nació?
-En Noruega, mejor dicho en un barco de esa bandera, por lo tanto era territorio de tal país. Mi madre me parió en pleno viaje y al morir durante el parto fue arrojada al mar, sin padre y sin testigos, el capitán fue mi padrino.
-Entonces, señor González, todos esos datos descartan la posibilidad que usted sea la persona que buscamos, tal vez el mismo aparezca durante la noche. Beba su licor y puede marcharse a su vivienda que es un poco tarde para un hombre de su edad.
-¿Cuánto debo?
Se acercó el señor de barba y dijo que no necesitaba pagar nada a la vez que hablaba al oído con la muchacha.

Salí de ese lugar muy confundido, el Sol del amanecer brillaba con ganas, los coches y las gentes pasaban raudos. De nuevo viví como el resto de la naturaleza, en un caos análogo de absurdos y de violencia. Sentí que tenía la facultad de no pensar nada más que en los momentos en que la alegría y el orgullo de vivir podrían embriagarme con mayor acrecencia, dueño de la alternativa de tomar el camino más largo o el más corto. Me acompañó mi sombra.


ALBERTO FERNANDEZ

(Colombia)

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