Un hombre detrás de la barra y una muchacha sentada junto a una mesa. Eran los únicos personajes allí.
-¿A qué hora cierra este bar, pregunté
-No cierra nunca, señor, me contestó el hombre.
Era una persona mayor con gruesos bigotes y barba, hablaba tomándose la cabeza con ambas manos y codos apoyados sobre el mostrador.
-¿Cuánto le sirvo?
-Todavía no me preguntó las opciones, respondí
-Opciones ninguna, todos toman lo mismo, pobres, ricos, encumbrados señores, mujeres famosas.
-Sírvame entonces algo de eso
Me acerqué a la muchacha y me invitó a sentarme junto a ella. Leía un libro cuando entré y abandonó la lectura para mirarme. Un idioma irreconocible pude ver de reojo en las páginas abiertas.
-¿Qué lees?, pregunté
-Le espantará si digo su título.
-Nada me espanta ya, respondí.
-El libro de los muertos, una antigua recopilación de relatos de civilizaciones pasadas.
Cerró el libro y acercó otro que estaba junto a una notbook. Abrió la página del señalador y comenzó a hablar sobre el texto conocido.
-El monólogo del acto tercero de Hamlet (sin calavera, por favor) es probablemente el fragmento más popular de toda la obra de Shakespeare. en esencia, es la reflexión de un suicida: «Morir, dormir... Nada más; y decir así que con un sueño damos fin a las llagas del corazón y a todos los males, herencia de la carne, y decir: ven, consumación, yo te deseo. Morir, dormir, dormir... ¡Soñar acaso!» La muerte es una liberación para el príncipe de Dinamarca.
-También para Macbeth, recordé, «El mañana, y el mañana, y el mañana se arrastran con paso mezquino día tras día hasta la sílaba final del tiempo escrito”.
-“¡Apágate, breve antorcha!”, continuó ella, “la vida es una sombra que pasa”.
Cuando el hombre de la barba me trajo el vaso con licor pregunté a la muchacha por qué le apasionaba ese tema y me contestó que era muy lectora y que junto con el amor y la vida eran contenidos existenciales y profusamente incluidos en narraciones y poética de todos los escritores.
- He llegado a comprender que la muerte no se define, se siente, se teme, se llora o se canta. Para el filósofo es motivo de meditación; para el poeta, ritmo y melancolía. La inquietud de la muerte flota como un fantasma sobre la lírica del mundo entero. Hay poesía del amor y hay poesía de la muerte que a veces, se funden en un solo gran poeta que se llama "el Miedo", concluyó ella su pensamiento.
Mientras bebía a sorbos esa pócima irreconocible, me pegunté que haría esa muchacha allí y me atreví a preguntarle cuál era su ocupación.
-Soy licenciada en relaciones públicas y trabajo para una importante compañía. Me interesan los temas humanos y cómo lo reflejaron los grandes escritores y ensayistas pero mi verdadero trabajo es la búsqueda de personas y su historia individual. Me recluyo en este bar por el silencio y la tranquilidad de la noche, respondió
-Por ejemplo, dijo abriendo su notebook, ¿cuál es su nombre?
-José González, contesté
-Y el segundo nombre,
.No tengo. Tampoco tuve madre.
-Ve, esos son datos que van definiendo una identidad. ¿Casado?
-No, viudo, pero quisiera saber el porqué de tantas preguntas.
-Ese es mi trabajo. Justamente me dieron la tarea de ubicar a un sosías suyo y usted apareció por casualidad. José González, hum…¿Oficio, ocupación, edad?
-Jubilado, 80 años.
- Ve, señor, usted participa de alguna de las identidades que buscamos. ¿Dónde nació?
-En Noruega, mejor dicho en un barco de esa bandera, por lo tanto era territorio de tal país. Mi madre me parió en pleno viaje y al morir durante el parto fue arrojada al mar, sin padre y sin testigos, el capitán fue mi padrino.
-Entonces, señor González, todos esos datos descartan la posibilidad que usted sea la persona que buscamos, tal vez el mismo aparezca durante la noche. Beba su licor y puede marcharse a su vivienda que es un poco tarde para un hombre de su edad.
-¿Cuánto debo?
Se acercó el señor de barba y dijo que no necesitaba pagar nada a la vez que hablaba al oído con la muchacha.
Salí de ese lugar muy confundido, el Sol del amanecer brillaba con ganas, los coches y las gentes pasaban raudos. De nuevo viví como el resto de la naturaleza, en un caos análogo de absurdos y de violencia. Sentí que tenía la facultad de no pensar nada más que en los momentos en que la alegría y el orgullo de vivir podrían embriagarme con mayor acrecencia, dueño de la alternativa de tomar el camino más largo o el más corto. Me acompañó mi sombra.
ALBERTO FERNANDEZ
(Colombia)
Labels: Texto sobre la muerte
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