Monday, June 13, 2011

La poesía nos libera de las miserias de nuestra propia lengua


Entrevista al crítico, ensayista, profesor, poeta y narrador Julio Ortega: «El español es la lengua menos moderna, más ideológica, cargada de machismo, racismo, xenofobia, y de una capacidad de estereotipar que nos impide liberarnos en un diálogo de mutuo reconocimiento ético y democrático»

por Juan Nicolás Padrón, especialista del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas

El crítico, ensayista, profesor, poeta y narrador Julio Ortega visita La Habana. Profesor de la Universidad de Brown, su labor como ensayista ha fructificado en varios volúmenes sobre escritores latinoamericanos, además de su creación en la narrativa y la poesía. Es muy conocido por sus indagaciones críticas en la obra de creadores emblemáticos, entre ellos los clásicos Rubén Darío y César Vallejo.

Ha estudiado asimismo la producción de los peruanos José María Arguedas y Alfredo Bryce Echenique; la de chilenos tan diferentes como Nicanor Parra, Diamela Eltit y Roberto Bolaños; argentinos de la fama de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar; o mexicanos paradigmáticos como Alfonso Reyes, Octavio Paz y Carlos Fuentes. De Cuba se ha interesado por José Lezama Lima, Cintio Vitier, Fina García Marruz, César López, Manuel Díaz Martínez y Reina María Rodríguez, entre otros.

Todos los estudiosos de literatura latinoamericana aquí lo conocen; sin embargo, usted no había venido a Cuba hasta hace un año: ¿qué lo ha motivado especialmente a acercarse ahora a la Isla, y especialmente a la Asociación Hermanos Saíz, una institución que representa a los jóvenes artistas cubanos?

―En verdad, tengo una larga relación con la literatura cubana. Primero, por razones meramente generacionales. Algunos de mis mejores amigos vivieron la Revolución Cubana de modo entrañable, como Rodolfo Hinostroza, y hasta trágico, como Javier Heraud. En 1968, Antonio Cisneros ganó el premio Casa de poesía, con Canto ceremonial contra un oso hormiguero, uno de los libros claves de la sensibilidad poética de mi generación. Ese mismo año escribí un ensayo sobre Paradiso, de Lezama Lima, y encontré mi propio camino de diálogo con Cuba.

»Y en 1970 estuve en Yale como joven lector de literatura latinoamericana y dediqué mi curso a la novela cubana de la Revolución, producto del cual fue mi libro Relato de la Utopía (Barcelona, La Gaya Ciencia, 1972). Después, en Paris, conocí a Severo Sarduy, que profesaba la cultura cubana como una constelación mítica. He sido colaborador de las revistas Conjunto y Casa de Américas, y también buen amigo de Jesús Díaz y de Antonio Benítez Rojo, sobre quienes he escrito con gusto, aunque menos de lo que hubiese querido hacerlo.

»Me tocó en suerte editar el tomo de Lezama Lima en la Biblioteca Ayacucho, y en todas mis antologías he tratado de incluir voces cubanas de invención. He hecho algunos cursos sobre letras cubanas, de dentro y fuera, y la próxima primavera dictaré uno sobre las nuevas voces, las que escenifican el siglo XXI. Tuve especial sintonía con la poética de Cintio Vitier, de cuyo premio Juan Rulfo fui miembro del jurado.

»Me habían invitado a venir varias veces pero sentí que inaugurar un coloquio sobre Lezama Lima, organizar una mesa redonda en la Feria del Libro con Reina María Rodríguez y Víctor Fowler, y dictar un seminario sobre César Vallejo (co-auspiciado por la Asociación Hermanos Saíz, la Universidad y el grupo Torre de Letras) me hacían sentir lo que yo llamo la gracia gratuita de sentirse útil. Soy uno de los pocos intelectuales latinoamericanos que puede decir que a Cuba no le debe un café. Le debo, en cambio, unos libros, unos amigos, y algunas páginas».

¿Qué conoce de la emergente literatura cubana y qué escritores le interesan de ella? ¿Cómo valoraría su lugar en el ámbito latinoamericano, sus logros y valores o problemas y limitaciones, y qué géneros y obras considera de mayor interés?

―Cuando vivía en Barcelona, hacia 1972, leí las Obras completas de José Martí, de modo que seguramente mi visión de Cuba es martiana. Esa leve hipérbole del lenguaje sobre el tema la adquirí en esa inmersión exaltante en Martí. Me pasó otro tanto leyendo a Lezama. Pero mi visión de la literatura no es nacional, sino que está hecha del diálogo creativo entre las varias orillas del idioma poético. De modo que leo a Martí y Lezama como contemporáneos, y a Reina María Rodríguez, Victor Fowler y Juan Carlos Flores en la escena de una actualidad donde se configura la futuridad que desborda el presente de la escritura. Estas visitas me ayudan a leer mejor en esa clave de la escritura de invención, que es la que me importa más.

César Vallejo fue un símbolo para las promociones de escritores de los años 50 y 60: ¿por qué cree que siendo uno de los poetas más importantes de la lengua de todos los tiempos, y aunque ha sido muy estudiado por universidades y academias de cualquier lugar, actualmente es poco leído fuera del Perú, y, en el primer mundo, casi desconocido, incluso por una parte de personas que presumen o se avalan como cultas?

―A mí me parece que Vallejo es leído por los lectores que su obra imagina. Nos ha enseñado a esperarlo todo del poema y a creer en la poesía como una exploración superior a nuestras fuerzas. Hay pocas voces que esperan tanto de nosotros, porque empiezan como una crítica del lenguaje y nos devuelve una palabra hecha más cierta. Es una demanda cuya medida nos excede y no sabemos muy bien qué hacer con ella.

De acuerdo con el estado cultural de “nuestra América” en este momento, ¿considera que una relectura de Vallejo contribuiría a repensar los poderes de la lengua, que a su vez son los del pensamiento? ¿Hasta qué punto la poesía puede favorecer esta reflexión?

―Efectivamente, la lengua natural nos sirve de poco para las exigencias del futuro, cuando se decide nuestra suerte diferencial como comunidad humana. Trabajo ahora en los condicionamientos de todo orden que el lenguaje nos impone, limitando severamente nuestra creatividad de nuevos sujetos. El español es la lengua menos moderna, más ideológica, cargada de machismo, racismo, xenofobia, y de una capacidad de estereotipar que nos impide liberarnos en un diálogo de mutuo reconocimiento ético y democrático. Por eso repito que si hubiera una sola verdad, un solo mundo, una sola versión de los hechos, América Latina no tendría lugar en el discurso. Nos debemos a la diversidad, la mezcla y la inclusión, a esa invención americana de lo moderno como horizonte más humano, libre de la violencia de todo orden que todavía nos encadena al egoísmo y la poca fe en nuestras propias fuerzas. La poesía es un lenguaje que nos libera de las miserias de nuestra propia lengua.



Tomado de La Ventana

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