Monday, December 30, 2013

El universo de un escritor disruptivo y vanguardista


Libretas, entrevistas, cartas, cuentos y novelas inéditos, recortes de prensa, su máquina de escribir, manuscritos, dibujos, fotografías y hasta una servilleta con un poema garabateado integran la abarcativa muestra Archivo Bolaño (1977-2003) sobre el autor de Los detectives salvajes que se exhibe en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires
 
por Silvina Friera

“Le debemos un hígado a Bolaño.” La contundente sentencia del poeta Nicanor Parra rebota en las paredes de la mente, ahora que la muestra Archivo Bolaño (1977-2003) llegó al Centro Cultural Recoleta. Por primera vez en Buenos Aires se exhiben más de 14.000 páginas, 84 libretas, 167 entrevistas, 1000 cartas recibidas y copias de algunas enviadas, 26 cuentos y cuatro novelas inéditas, recortes de prensa, una servilleta arrugada de un bar de México DF (donde el escritor garabateó un poema en algún momento de los años ’70), manuscritos de muchos de sus relatos y novelas publicados, esquemas y dibujos en los que proyectaba la trama de sus historias, fotografías y objetos personales como su máquina de escribir y su computadora, cedidos por la viuda del escritor, Carolina López.

A diez años de su muerte, que se cumplieron el pasado 15 de julio, muchos lectores celebrarán la oportunidad de encontrarse con estos papeles, con los embriones y montajes provisorios diseminados en una constelación textual jamás acabada, como si el autor de Los detectives salvajes, en temprana sintonía fina con Borges, hubiera asumido que el concepto de texto definitivo “sólo corresponde a la religión o al cansancio” y que se publica para dejar de corregir.

La posibilidad de escarbar en estos materiales también plantea un dilema espinoso. ¿Hasta qué punto es válido difundir aquello tan íntimo que el autor guardó en cajones, ese laboratorio al que únicamente accedería él? Es un territorio complejo, donde las respuestas se escinden entre un rechazo rotundo a mostrar y posiciones que aceptan con matices seleccionar, catalogar y poner en valor la génesis del universo narrativo de Bolaño.

Acaso sería pecar de optimista si se tomara como “prueba” lo que se puede leer en una de las novelas inéditas de Bolaño, DF, La Paloma, Tobruck (1983):
    Abre un cajón del estante de los libros. Está lleno de papeles manuscritos. Toma uno al azar: ‘¡A veces soy inmensamente feliz!’. La letra es pequeña. Bebe un sorbo de cerveza y sigue leyendo otros apuntes (no viene al caso decirlo en este momento, pero ella no siente estar violando nada al leer esas especies de notas, diario de vida o lo que fuere). Lo importante, lo verdaderamente importante, quiero decir es que la cerveza se entibia, aparece la luna en lo alto del callejón tan sólo por unos instantes.
De la ficción a la “realidad” hay un largo trecho. En uno de sus múltiples puzzles narrativos, el Bolaño de 1983 simpatizaba con hurgar en el “diario de vida”. Aún faltaba un tiempo para que se cumpliera lo escrito una década atrás ―allá por 1975, en el diario El Sol de México― sobre el joven poeta en ciernes, definido como “un cuerpo poético que alcanzará las estrellas que alimentan el gran libro donde quiere enterrar su grito”.

Archivo Bolaño, ideada por Juan Insúa y Valerie Miles para el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), donde fue exhibida desde el 5 de marzo hasta el 30 de junio pasados, propone un recorrido expositivo en base a tres momentos y tres ciudades fundamentales para el autor de Estrella distante: “La universidad desconocida” (como su libro de poemas) se articula en torno de Barcelona (1977-1980); “Dentro del caleidoscopio”, comprende su estancia en Girona (1981-1985) y “El visitante del futuro” abarca los años en Blanes, de 1985 hasta su muerte. “Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos.”

No podía faltar en la escala de este itinerario el Primer Manifiesto Infrarrealista (1976), el movimiento poético que prefiguraría el realvisceralismo de Los detectives salvajes. Sin embargo, se ha reprochado la escasez de materiales sobre Chile, donde nació el escritor, el 28 de abril de 1953, y también sobre su período en México.

El crítico español Ignacio Echevarría fue el primero en ordenar el archivo del escritor ―el disco duro de la computadora―; gracias a él se editó en un solo volumen la monumental novela póstuma 2666 (2005), también se encargó de la primera compilación de ensayos y artículos titulada Entre paréntesis (2004) y del libro de relatos El secreto del mal (2007).

Echevarría fue su albacea literario, pero diferencias con la viuda lo alejaron de esta tarea. “La vida de Bolaño se extiende más allá y bastante más atrás de los márgenes que acota la exposición, en la que los importantes años pasados en México y las amistades que allí arraigaron ocupan un espacio mínimo, y en el que no aparecen por ningún lado Chile y los sustanciales vínculos que, aunque alejado, Bolaño mantuvo con su país natal. Apenas unos recortes, una carta de Enrique Lihn y una fotografía con Nicanor Parra recuerdan esos vínculos, mantenidos en buena medida a través de su abuela, su madre, su hermana, que sí compartieron con Bolaño, y de qué modo, los años de los que se ocupa esta exposición, pese a los muy escasos testimonios que de ello se ofrecen”, escribió el crítico en el diario El Mercurio de Chile.

Los lectores insaciables pueden abalanzarse sobre una constelación de inéditos integrada por “Diario de bar”, “Lento palacio de invierno”, “Las alamedas luminosas”, “La Universidad Desconocida”, “Las rodillas de un autor de SF atrás” (todos de 1979), “El náufrago” y “Ellos supieron perder” (1979-1982), “La Virgen de Barcelona” (1980), “El espectro de Rudolf Amand Philippi” (1982), “Adiós, Shane” y DF, La Paloma, Tobruck (1983), Diorama (1983-1984), El espíritu de la ciencia ficción (1984), “El maquinista” (1986), “Ultima entrevista en Bocacero” (1995-1996), “Sepulcros de vaqueros” (1996), “Todo lo que la gente cuenta de Ulises Lima” (1996-1997), “Noticias de Chile” (1997), “Vuelve el Man a Venezuela” (1999), “Corrida” (1999-2000), “Comedia del horror de Francia” (2001) y “Dos señores de Chile” (2001).

En la hoja expuesta del cuaderno que contiene el cuento “Las alamedas luminosas”, basado en dos recortes de periódicos, se aprecian las variaciones sobre un mismo párrafo. Tal vez entonces, en el preciso instante en que se cotejen esas transformaciones, irrumpa la visceralidad de la literatura que, para Bolaño, es la que vive a la intemperie, bajo “una extraña lluvia de sudor, sangre, semen y lágrimas. Sobre todo sudor y lágrimas”.

Las libretas de “La virgen de Barcelona” ―en la que narra la experiencia estética avivada por la contemplación de una caja de fósforos―, los cuadernos, la caligrafía “legible y serena” de Bolaño ―según Insúa― producen la misma emoción que genera hojear las páginas de un libro familiarmente raro o esos papeles de un manuscrito perdido, arrugados por el tiempo. “El asesino duerme mientras la víctima le toma fotografía” es un verso que ―previo anuncio en un letrero― el espectador, el curioso, el lector más o menos boñalesco, el mero visitante, sabrá que estará a la vuelta de la esquina, tiempo después, en La pista de hielo, su segunda novela publicada inicialmente en 1993.

Sorprende enterarse, por ejemplo, de que una simple libreta de cuentas fue soporte de Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, escrito en colaboración con el escritor catalán Antoni García Porta. Asombro similar transmiten las tapas de sus novelas inéditas, redactadas en modestos cuadernos escolares, Diorama y El espíritu de la ciencia ficción, escrita en 1984 y dedicada a Philip K. Dick, armada en parte con cartas dirigidas a escritores del género, o los trabajosos borradores y listas de personajes de Los sinsabores del verdadero policía y El Tercer Reich, publicadas póstumamente.

Cómo no comulgar con esa literatura que para el escritor “vive en la desprotección, lejos de los gobiernos y de las leyes al osar adentrarse en la oscuridad con los ojos abiertos y que los mantiene abiertos pase lo que pase”. Las interpretaciones y conexiones están a la orden del día. “Comprométete, Roberto, con tu pobreza de espanto y con la pobreza de espanto que solidariamente te rodea. Estás en la parte más blanca de la ola. Comprométete, Roberto, a mirar”, anotó en Diario de Vida. Poemas Cortos III (1980).

La muerte prematura de Bolaño a los 50 años, hace ya una década, no inhibe un interrogante que puede asomar ante esta frondosa selva, poblada de especies inacabadas ―cuentos, poemas, artículos, ensayos, novelas― que impacta en las retinas de los espectadores. ¿Habrá una sala imaginada con todo lo que hubiera escrito el autor de Putas asesinas de no haber muerto “antes de tiempo”? La respuesta pertenece al campo de la pura especulación. Y cada quien será libre de aguzar su ingenio en el rubro.

Pero hay una pregunta tan incómoda como inevitable que flamea en el horizonte: ¿Qué sucede cuando “la intransigencia revolucionaria de sus textos”, observación de la crítica chilena Patricia Espinosa, ingresa en el dispositivo del museo? Quizá la mayor paradoja resida en que el potencial disruptivo y vanguardista de Bolaño, esa literatura que ponderó la “provisionalidad” y pateó el tablero que hizo crujir la realidad tal como se la había entendido hasta el siglo XIX, sea amortiguado, domesticado o pasteurizado. Tal vez su obra editada tenga los suficientes anticuerpos para enfrentar esta tentativa. Quizá el propio escritor vislumbró este peligro cuando escribió en “Dos poemas para Lautaro Bolaño”: “Resistid, queridos libritos / atravesad los días como caballeros medievales / Y cuidad de mi hijo / En los años venideros”.

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Archivo Bolaño se podrá ver hasta el 16 de febrero, en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930). Salas J y C. Entrada libre y gratuita.

Tomado de Página/12
 
Tomado de La Ventana.

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