Saturday, December 21, 2013
“Soy poeta por pereza e irresponsabilidad”
El exilio ha marcado la obra de Ida Vitale (Montevideo, 1923). Aunque
no en sentido negativo. Dejó Uruguay en 1974 rumbo a México y, 10 años
después, se instaló en Austin (Texas), donde vive desde entonces.
Profesora de literatura, ensayista y, sobre todo, poeta, vive embarcada
en la búsqueda infinita de la precisión, esa lucha de gigantes que dota
de absoluto misterio su frágil obra. Ella dice que su poesía despegó
gracias a su aterrizaje en México y que luego encontró la tranquilidad
necesaria para seguir madurando en su hogar actual: “Me basta un buen
aeropuerto y una maravillosa biblioteca para estar bien”. Enmarcada en
la llamada generación del 45 —la de Benedetti, Idea Vilariño o Carlos
Maggi, la que miró con fascinación y distancia al pater
Onetti—, Vitale, de nombre familiar para los amantes de las quinielas
del Cervantes, pasó por Madrid hace unas semanas para ofrecer un recital
en el festival Poemad.
Desplegó su milagrosa energía, su exquisita educación y su ejemplar
fortaleza y sencillez, siempre riéndose y sin darse importancia.
“Soy poeta por pereza y por irresponsabilidad”, asegura con elegante
coquetería. “La novela exige una concentración distinta. ¡Yo llevo años
con una novela que nunca acabo! La poesía nace de otra manera, me gusta
su inmediatez. Yo no hago poemas largos y cuando los hago me siento
insegura, como si la prolongación fuese algo indebido. Juan Ramón
[Jiménez] me dijo algo que no olvido: lo mejor que se puede hacer es
escribir y guardar. Guardar en un cajón y sacarlo con el tiempo. Me
hablaba de no olvidar nunca la objetividad, la autocrítica. Y yo lo
hago. Lo guardo todo hasta olvidarlo”. Para ella escribir esconde
siempre un gran fracaso, quizá por eso le cuesta hablar de un acto que
en el fondo considera profundamente íntimo. “En el primer plano de la
poesía debe estar el lenguaje, ese es el tema. Lo que me mueve a
escribir es él, la búsqueda de lo que ya no se va a dar”.
Cuando salió de Uruguay, empujada por la dictadura, ya era una poeta
reconocida y una mujer “crecida”. “Pero el exilio me puso más en
actividad y me ayudó a despegar. Me amplió el campo”, explica. “El
exilio puede ser una experiencia dramática y terrible o una cosa
maravillosa. En mi caso me dolió mucho alejarme de mi gente, lo pasé muy
mal, pero al poco tiempo me sentí mucho más enriquecida. México me dio
no solo la comodidad de un mundo agradable, sino la oportunidad de
sentirme útil con traducciones, con clases… y eso es algo que jamás
dejaré de agradecerle a ese país, su enorme apertura hacia el que venía
de fuera”.
Vitale se había criado en una familia culta y cosmopolita que forjó,
en su pequeño cuerpo, a una mujer con seguridad y determinación. “Yo me
formé en un núcleo de mujeres que trabajaban y leían, jamás sentí a
ningún hombre por encima. Mi marido, que es uruguayo, dice que yo nunca
me he dado cuenta de lo machista que es Uruguay porque en mi casa no lo
eran, muy al contrario. En mi familia los libros eran importantes y
nosotras siempre estuvimos rodeadas de ellos. Adoro a Virginia Woolf,
pero yo tenía un cuarto propio y enorme libertad de lectura. Mi tarea
los sábados era limpiar una biblioteca”.
Cuarta generación de emigrantes italianos, guarda recuerdos vivos de
la casa familiar, del altillo donde estaban sus libros favoritos, “leía Guerra y paz,
libros de historia, de Napoleón, me gustaban esas cosas”. Dos poetas
uruguayas del siglo XIX, María Eugenia Vaz Ferreira y de Delmira
Angustini, determinan su tradición (“me siento más cerca de María
Eugenia, era diferente, despojada. Era la escéptica, la feminista, la
que sintió la necesidad de imponerse”), pero sus dos grandes referentes
fueron españoles: su profesor José Bergamín y Juan Ramón Jiménez. “Juan
Ramón llegó a Montevideo en una gira que hizo por América para recuperar
el español. Aquel viaje suyo fue su resurrección, una gira triunfal.
Recuerdo un recital en el teatro Solís donde la gente se colgaba de los
palcos para escucharlo, no cabía un alfiler. Era una conferencia sobre
el Cancionero y el Romancero, una maravilla… Pero
Bergamín fue otra cosa, no puedo explicar su importancia en mi vida. Nos
contagiaba cada día su entusiasmo, siempre con sus libros, los
prestaba, los regalaba para que leyéramos a los románticos alemanes, a
Juan de la Cabada, a Juan Ramón, a ¡todos! Podías estar de acuerdo o no,
pero no te podías resistir a su personalidad”.
Tomado del diario El Pais.
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