(Cayo Hueso, Florida, 1921)
El Desposeído
No son mías las palabras ni las cosas.
Ellas tienen sus fiestas, sus asuntos
que a mí no me conciernen,
espero sus señales como el fuego
que está en mis ojos con oscura indiferencia.
No son míos el tiempo ni el espacio
(ni mucho menos la materia).
Ellos entran y salen como pájaros
por las ventanas sin puertas de mi casa.
Alguien habla detrás de esta pared.
Si cruzara, sería en la otra estancia:
el que habla soy yo, pero no entiendo.
Tal vez mi vida es una hipótesis
que alguno se cansó de imaginar,
un cuento interrumpido para siempre.
Estoy solo escuchando esos fantasmas
que en el crepúsculo vienen a mirarme
con ansia de que yo los incorpore:
¿querría usted negar, sufrir, envanecerse?
No es mía, les respondo, la mirada,
negar sería espléndido, sufrir, interminable,
esas hazañas no me pertenecen.
Pero de pronto no puedo disuadirlos,
porque no oigo ya mi soledad
y estoy lleno, saciado, como el aire,
de mi propio vacío resonante.
Y continúo diciéndome lo mismo, que no tengo
ninguna idea de quién soy,
dónde vivo, ni cuándo, ni por qué.
Alguien habla sin fin en la otra estancia.
Nada me sirve entonces. No estoy solo.
Estas palabras quedan afuera, incomprensibles,
como los guijarros de la playa.
Los límites futuros
A José María Valverde
He tocado estos límites, los he masticado,
los he digerido (mal, desde luego),
los he trasmutado en días enormes y pequeños,
los he mandado a la luna de ida y vuelta,
los he dejado en Venus una tarde,
me he vestido con ellos para festejar mis bodas,
los he visto arder en la ceniza,
los he llenado de flores e improperios,
los he confundido con el patio de mi casa,
me han atendido como sirvientes,
médicos, psicólogos y sepultureros,
los he oído recitar sus poesías,
los he llevado como bastón, como amuleto,
como título de propiedad, como esperanza,
se han puesto a discutir con los vecinos
y desde luego con las nubes y los gatos,
los he sacado a puntapiés y me han abierto
las puertas del crepúsculo llorando,
se han llenado de rabia y de deseo,
se han puesto a recordar en la azotea,
juntos oímos música y leemos,
juntos sufrimos, nacemos y cantamos,
sus ojos borrarán estas palabras.
Examen del maniqueo
Cuántas veces ha sido humillada tu soberbia:
la soberbia del maniqueo.
Cuántas veces has tenido que beberte las lágrimas de hiel
de no ser puro como un ángel.
¿De qué vale sutilizar los argumentos?
-Sí, has colaborado con todo lo que odias,
con la múltiple, infinita cara del mal.
¿En mínima medida? ¿Sólo por omisión? ¿Sólo para ganar el pan?
Nada puede consolarte.
-Nada: porque mientras menor o más irrechazable haya sido tu complicidad,
más esencial es tu miseria, y mientras creías estar amparando en tu casa a los dioses
siempre derrotados,
no eras más que un oscuro obrero de la monstruosa construcción.
Y así, cuando llegues a la presencia de tu Señor,
no podrás decirle: fui puro, no pacté, no mezclé mi alma con las tinieblas,
sino tendrás que confesarle: soy
esta mezcla deleznable,
me fue impuesto el insulto de la promiscuidad,
tuve que dar al César lo que es del César
y al cuerpo lo que es del cuerpo,
soy uno más, perdido y manchado, en el rebaño,
-quise salvar la luz, pero no pude.
18 de septiembre de 1963
Respuesta al examen del maniqueo
Si tú mismo te examinas, el examen no es válido.
Las reglas no son ésas, ni siquiera el asunto.
Al medirte con la vara de tu fanatismo
te conviertes en una víctima, no en un penitente.
Pero el asunto es el amor,
sobre el que no hay definiciones ni escrutinios,
el amor que está viviendo en ti
(como en toda criatura)
una vida sufriente y misteriosa.
Por él serás juzgado, y tú no sabes
dónde están los tesoros,
los desiertos, las miserias, los espantos,
ni las silenciosas comuniones, ni las grandes alegrías
del amor que en ti padece.
Nada sabes, salvo que
tenemos, simultáneamente,
que velar y confiar.
Espera. Vive.
Sirve.
23 de septiembre de 1963
Trabajo
Esto hicieron otros
mejores que tú
durante siglos.
De ellos dependía
tu sensación de libertad
tu camisa limpia
y el ocio de tus lecturas y escrituras.
De ellos depende
todo
lo que te parecía natural
como ir al cine
o estar triste, levemente.
Lo natural, sin embargo, es el fango,
el sudor, el excremento.
A partir de ahí, comienza
la epopeya, que no es sólo
un asunto de héroes deslumbrantes,
sino también
de oscuros héroes, suelo de tus pisadas,
página donde se escriben las palabras.
Deja las palabras, prueba
un poco
lo que ellos hicieron, hacen,
seguirán haciendo
para que seas:
ellos,
los sumidos en la necesidad
y la gravitación,
los molidos por los soles implacables
para que tu pan siempre esté fresco,
los atados
al poste férreo de la monotonía
para que puedas barajar todos los temas,
los mutilados
por un mecánico gesto infinitamente repetido
para que puedas hacer
lo que te plazca con tu alma y con tu cuerpo.
Redúcete como ellos.
Paladea el horno,
come fatiga.
Entra un poco, siquiera sea clandestinamente,
en el terrible reino de los sustentadores
de la vida.
Noche de Rosario
Intentemos
lo inaudito, la derrota,
la arrebatadora, serenísima
catástrofe
de lo que no puede ser.
El ser de aquella noche
más allá de las imágenes,
en la carne viva de sí misma,
añora equivalencias
que no están ni en mis poderes más recónditos.
No están, pero no estar es algo
semejante a los ojos más vehementes,
como los de aquella delicada,
con realeza joven,
grave judía en qué espinares.
Atacar por una
de las figuras de la noche
con la precipitación del mar, alivia
el desértico fuego de que no
hay senda para llegar a ello.
¿Qué es ello, le pregunto al humo
a la candela, al sabio
sabor que se me va amargando
a la par que crece la ceniza,
marea en sí vistosa de algún oro?
Es sólo así, juntando puntas
de una incandescencia que sonríe
indescifrables bordes, como alcanzo
a divisar lo que no fue,
por las fervientes calles de Rosario.
Decir ¿qué es? Allí nacía
lo que conozco a borbotones
cuando la sed despierta su bebida,
el hambre su alimento,
la luz su fuego.
Eran jóvenes, sí, con el murmullo
de una conversación americana
en la noche del Sur, cosa que brilla
como la plata al fondo de la pena,
y ofrece copas, risas.
Risas, si esta palabra
pudiera deletrearse como estrellas
y masticarse como el pan
de la menesterosidad de aquellos
sentados a la mesa de las bodas.
Mesa, banquete, lujo
del ser cuando se reconoce
incapaz de conocerse, a punto
de lo saciado eterno en el efímero
resplandor de los comunicantes.
¿Efímeros, aquéllos? Las miradas
llegaron a ordenarse en una esquina
de una alta madrugada. Pocos
quedamos, fuimos, solos. Éramos
todos. No hubo ausentes.
Y ardía la promesa del pobre ser,
casi innombrable.
A Juana Borrero
(leyendo sus cartas de amor)
¡Juana Ígnea ¡Isolda nuestra!
¿Quién eras?
¿Dónde estás?
Siento en tus cartas el olor
astralmente salvaje
de la carne de tu alma.
Tu alma fue tu carne. Por eso
no podías vivir.
Tu corazón fue tu atmósfera. Por eso
el amor en tu boca era la Zarza
ardiendo en el desierto.
Si la Otra murió quemada sin querer
tú tenías que quemarte de querer.
¿Qué querías tú?
Arder era tu sino.
Tu amor el fuego.
¡Eloísa, Julieta en una llama!
¡Juana en tu hoguera, sin más voces
que los sueños fatídicos cercándote,
sin más rey que una brasa en el desierto!
¡Ah, no puedo resistir
tu retrato de hurí fascinadora,
de brasa en agonía,
lirio tostado por el absoluto,
Madre imposible, Criolla del Espíritu!
¡El desmayo, el ensueño de la Fuerte!
¡Dominadora dominada por la flor de Titania!
¿Quién eras?
¿Dónde estás?
Virgen trágica, nombrada igual que Cuba
De la estirpe de Juan, el Águila de Patmos,
paloma tú de Cuba,
apocalíptico holocausto del amor
¡Ígnea! ¡Más que Isolda! ¡Juana!
¡Muerta en el arenal donde nací!
31 de mayo de 1964.
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Cintio Vitier, poeta, escritor, ensayista y pensador cubano, gran estudioso de José Martí. Nació el 25 de septiembre de 1921 en Cayo Hueso, La Florida. A los 17 años publicó su primer cuaderno de poemas. Se graduó en 1947 de Derecho Civil en la Universidad de La Habana. Perteneció al grupo que se reunió alrededor de la Revista Orígenes. Ha trabajado como traductor de francés y como profesor de la Universidad Central de Las Villas, donde recibió en 1999 el título de Doctor Honoris Causa. Fue fundador de la Sala Martiana de la Biblioteca Nacional de Cuba, así como del Centro de Estudios Martianos donde ha laborado como investigador y actualmente ostenta la condición de Presidente de Honor. En 1988 obtuvo el Premio Nacional de Literatura.
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