Tuesday, July 31, 2007

Fiel a sí mismo fue Virgilio, que supo ver ese sentido de insularidad que es nuestro espacio, prisioneros del mar, como somos los hijos de las islas

por Uriel Medina

Irreverente, irónico, iconoclasta… varias íes para calificar al más importante dramaturgo que ha tenido el teatro cubano en toda su historia y que en agosto hubiera cumplido 95 años de vida. Aunque y en esto como en tantas otras cosas, me viene a la mente una frase de Martí, sobre la muerte y la obra de la vida… porque nadie que ha dejado una huella tan profunda, como el autor de Electra Garrigó y Aire frío, puede morir.

Él, como sus versos, lleva la “isla en peso”, desde el aliento irrepetible y único del escenario, el que pobló sus noches y sus días y al que se consagró con verdadera pasión, como lo hizo también con sus cuentos y novelas, para dejar una de esas obras fundacionales dentro de nuestro imaginario colectivo, clave cuando se habla, en puridad, de la identidad cultural.

Hombre singular, ajeno a las capillas y a las tendencias, consecuente con su vida y con su escritura, nos dejó la lección de su magisterio desde una poética muy personal, no sometida a los ismos ni a las circunstancias de la moda, siempre iluminado por su capacidad reflexiva, no exenta de sarcasmo ni de choteo, incluso cuando se adentraba por los senderos del teatro del absurdo.

Fiel a sí mismo, coherente y emotivo, subjetivo hasta el tuétano, así fue este cardenense que supo ver, como pocos, ese sentido de insularidad que es nuestro espacio, prisioneros del mar, como somos los hijos de las islas.

De familia muy humilde, pero voluntarioso, ascendió hasta realizar sus estudios universitarios con matrícula gratis y proclamar su existencia desde su inclusión en aquella ya obligada antología La poesía cubana en 1936, que debemos al poeta español, a Juan Ramón Jiménez, en la que está Virgilio con su poema El grito mudo.

Temido por sus enemigos e incluso por sus amigos por su mordacidad, Virgilio Piñera trasciende la finitud humana, gracias a su obra y deviene clásico de la literatura cubana, como lo demuestra su poesía desde aquellos primeros versos, editados en la revista Espuela de Plata (1939-1941), que dirigió José Lezama Lima, como en Verbum y Nadie parecía, antecedentes de Orígenes (1944-1956).

Electra Garrigó fue el gran salto, desde su revisitación de una tragedia griega, para situar una lectura desde su intrínseca cubanía. Como se manifestaría también en el ensayo, con sus textos sobre Emilio Ballagas y el propio Lezama Lima.

Pero será su extenso poema La isla en peso, el que lo sitúa dentro del panorama de la lírica cubana del siglo XX, al romper con esquemas y fórmulas, defensor vehemente como siempre fue de su propia estética.

Buenos Aires sería otro de sus espacios, para el proceso de su creación literaria y allí publica su novela La carne de René, como los relatos de sus Cuentos fríos y comienza a escribir otra novela, Pequeñas maniobras, mientras en la emblemática Sur se publican sus cuentos La carne, La caída y El infierno.

Al triunfo de la Revolución, Virgilio se adueñó del periodismo y fue columnista y crítico en el periódico Revolución y en su suplemento Lunes de Revolución. Y dirige el proyecto de las Ediciones R, gracias al cual aparece la primera edición de su Teatro Completo.

En diferentes medios como el teatro, la televisión y en el mundo editorial dejaría su huella este hombre, que no llegó a vivir siete décadas y que recibió por su obra Dos viejos pánicos, también el Premio Casa de las Américas, así como después, desde el virtual anonimato, nos dio otra lección de su cultura, su trabajo como traductor en el Instituto del Libro.

Tomado de Juventud Rebelde
Reproducido de La Ventana

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