Por Manuel García Verdecia
Pienso que de lo mejor que nos ha traído la comunicación vía Internet es la posibilidad de acercamiento entre seres que tienen algún venero en común. A pesar de muchos rompederos de cabeza que comporta la tecnología y la abundante basura (el hombre es un generador de desperdicios) que transita por sus avenidas, es un espléndido ámbito para la relación sensible. Tal vez la patria del futuro sea un espacio virtual donde podremos elegir con quién queremos convivir. Tal vez sería esta la verdadera aldea global de que hablara McLuhan, cada grupo afín una aldea en el orbe mayor. Pues por este medio obtuve un premio de poesía y, por razón de este, conocí a la venezolana Teresa Coraspe. Había sido jurado del concurso y me escribió entusiasmada por mis textos. Desde el principio me fascinó por sus mensajes, espléndidos en ideas y sugerencias vitales. Así comenzó el hechizo de una amistad que se acrecienta y espero no cese.
Quienes conocen a esta mujer, al hablar de ella, dejan entrever un alma recia, contradictoria tal cual es la propia vida, un ser humano de vigorosa vitalidad, que se redondea en sus contrastes. Ternura para aproximarse a la vida, firmeza para sostenerse en sus dominios, soledad para navegar por los mil mares infernales pero a pecho abierto para auténticos abrazos, agua para el viajero que llega y fuego para el asaltante que arruina. Vive con sus perros, gatos, matas, cuadros, libros y obsesiones en una casona enclavada en Ciudad Bolívar, al noroeste venezolano, junto al Orinoco que corre con todo el humus fertilísimo hacia el mar. Según su amigo Carlos Yusti, su casa parece un barco sumergido, cargado de libros que lee varios de una vez (algo que también hago, ¿será por esa incesante pasión de los poetas por aferrar el tiempo y llenarlo de ser?). Me gusta esa metáfora submarina, tal vez sea el Nautilus por donde navega hacia el mundo de lo sutil y posible. Sin embargo creo que es alguien muy terrestre. Camina descalza por su patio entre flores y mangos que maduros se abrazan a la tierra.
Lo primero que me deslumbró en Teresa es ese frenético aluvión de palabras que la domina. Me ha confesado que le fascina escribir, es una suerte de embrujo, una comunicación suprasensible que la recorre y tiene que trasladar al papel. Es como si la vida le fuera enviando señales que la obligan ponerlo en un sitio perdurable, pues el recuerdo, la constancia de lo vivido le es sensible. No conozco muchas personas con ese capacidad para convertir todo en texto a una velocidad que parece no se procesa sino que se exuda. Igualmente, me atrae la originalidad de su pensamiento y su peculiar modo de asumir, desde una perspectiva absolutamente personal, cuanto hace, contra viento y marea. Su poesía está hecha de soledad, pero llena de deseo, deseo que la barre como un huracán incontenible y al que ella se entrega sin cortapisas. El amor en ella es solo comparable a su urgencia de decir o ¿no es el amor otra manera de confesarse?
Lo primero que destaca en su poesía es el sostenido aliento de la soledad. Es un ser solitario pero no jeremiquea por ello sino que lo asume y trata de convertirlo en una fuerza lúcida y amable. La soledad se convierte así en su más consistente y conocida compañía.
Cuando somos la soledad
no hay camino que pueda recorrerse sin ella
quizás el comienzo es todo lo andado y aprendido
lo que no tiene olvido pero se queda en una memoria muerta
como esas hojas secas sin vida en el recodo del camino
así creo que es la vida / un abrazo negado
una distancia que tiene savia y vida
que perdura y que es siempre
como esas no me olvides
que están alertas bajo el sol
esas rosas desprendidas del rosal
que saben ya que han de morir
sin consistencia y sin apoyo
ese que da la piel y la mirada de un ojo sobre otro
limpio y puro al contacto sabiéndose para unirse
en el acto de amor único
para lograr la plenitud de lo sublime
esa llave mágica que Dios permite a los seres
para continuar sintiendo que es pura
la piel y los sentidos
que el cuerpo es sagrado como lo es la santidad
de las iglesias o el rezo en la soledad interna del ser
donde crecen las melodías más sublimes y
donde voy arrastrando la huella que me sigue
paso a paso y firme para no dejar jamás de sentir
el canto de las gaviotas que vibran dentro
como un inmenso piano que me recorre.
Hijo de Anquises, ¡Oh, Eneas! yo soy la diosa
a quien tanto cantara Virgilio en épocas remotas
El mismo fuego enciende mi agitado pecho
Sopla fuerte viento negro
aviva la mar
para que arrastre al que amo a la tranquila y dulce orilla
no quiero envolver (de nuevo) mi cuerpo entre las llamas
que no sean las del amor
Y tú, guerrero:
no te vayas tras las frías soledades
Hondo es el silencio / rasga de ti las botas
y descansa
entre las cortinas de mi pelo.
Con un puñado de arena caminaré junto con los despojos
del santuario que erigí en tu nombre
al que investí del Dios más grande dentro de mi
y que venero día a día sin comprender por qué
sin saber siquiera si existen respuestas a las tantas preguntas
por las que espero siempre en el más hondo y cruel silencio
largo e interminable como la soledad de las noches inconclusas
mudas palabras roídas que han rodado a este abismo
y ya no sé qué puedo hacer para no sentir si siento sin pedirlo
cansada de esperar una espera que ni sentido sé si tiene
y así voy rompiendo todo a mi paso
como un volcán que se enciende dentro de sí mismo
y recibe las piedras lanzadas porque debo morderme el alma
y arrastrarme para poder entrar al reino de la palabra complaciente,
pero no caigo y me levanto nada es extraño entonces
no puedo prescindir del grito que me hinca los costados del alma,
no puedo callar cuando algo me duele y enturbia la razón
Así soy como ese torbellino loco que se despeña sobre la corriente
Es agua fuerte la que trago,
con granos de sal hasta cuartearme los labios
ese es quizás el lugar que ocupan tus ojos
y cuando ya no esté quizás comprenderás
el porqué habré dado la vuelta donde no se regresa
al fin siempre he sabido que amar también puede ser
el lugar elegido para la despedida.
La casa donde moras allá donde viven los vientos
cuando hay lluvia y viene la tormenta
busco protección para guarecerme bajo su alero
ella cierra las puertas y se oculta
sólo esta sed hace que insista una y otra vez
Todo lo menos posible de lo imposible
ronda con sigilo dentro de las paredes
salgo para ir a tu encuentro
hay niebla
noche oscura
y aves con presagios
Ninguna estrella abre el azul/ por donde creo andan tus ojos
los que inventé detrás del espejismo
No logro entender cómo se puede crear una casa así:
tan desvaída
desorientada
tambaleándose
cubierta de hiedras y maleza y ¡cuánto empeño en inventarte!
¡Oh, silencio!, al fin la nombro, señora, hábleme de él
¿será que existe? ¿Será que alguna vez…No. Nada fue cierto.
Pasos perfectamente inútiles
calles largas caras largas paredes largas
y larga esta tristeza que cabalga sobre las aceras.
Llueve
La luz se ha ido
No puedo retener algún recuerdo.
Visto la casa con ropa seca, le exprimo las paredes
enciendo cirios para alumbrarla
le hago una tila
abre la boca lentamente
le pido que me bese
¡Oh silencio, señora!
Ella se columpia al borde del vacío
interroga si ha llegado el tiempo
de perderse entre huellas mudas y borradas
imprecisas marcas de un pie deforme
Sus manos calcinadas intentando un rayo de arcoíris
cuenta viajes y presencias que no sabe
si existen o son locuras de una mente enferma
Ella se derrumba se levanta sobrevuela el cansancio
emprende rutas de olvidos y torturas
donde una ola negra la recubre
bebe un extraño licor ácido
Un río de perdido olvido desanda el hilo que tejió al revés
Ella sueña con senderos de aguas
un lugar donde no haya sílabas mordidas
cruel espantapájaros que atraviesa su espalda.
Soy una marejada que deja el paso del huracán/
al abatirse sobre las rocas
Soy eso que no sé qué cosa es y lleva la cicatriz de la tristeza
Soy la tempestad que nunca cesa y el terrible aullar del viento/
sobre los escombros de una casa derruida
Soy el eco sin respuesta de las noches interminables/
Soy la interrogante que se repite a sí misma/
la negación constante que arrastra mis pasos
sobre la tierra/
Soy quien no se atreve a mirar sin temor el horizonte
la que acuna la descreencia entre los ojos
y busca el color de la mentira en cada palabra
que suele por azar encontrar en los confines del mundo.
Soy quien espera sin esperar nada
la que se engaña y se repite incansablemente
Soy el dolor de todas las ausencias
la que carece de sueños y mastica la hierba
con residuos de arena y piedra molida como siempre
Soy la que no sabe si el nombre que llevo es otra farsa
y de repente en cualquier momento pierda la noción
de saber que puedo atender un llamado
y descienda a los laberintos del vacío.
Soy eso y tantas cosas y no soy eso ni tantas
cosas, pero sí sé que Soy una interrogante
para tratar de descifrar la nada que Soy.
La escritura de Teresa Coraspe es un fervor que contamina para iluminar.
Holguín, 29 de noviembre de 2009
manuel.odiseo@gmail.com
2 Comments:
Qué claridad en los conceptos.
Desde la modernidad de los medios y sus miserias, hasta describir la misma sensación que sentimos muchos con respecto a la personalidad, verbos y vida de Teresa...qué más se puede agregar que no se haya dicho... nada, todo está exquisitamente pintado en este post.
Gracias y felicitaciones
Gabriela.
Querida Gabriela, quizás Manuel Verdecia exageró las bondades de mi palabra, sin embargo es un estímulo para un poeta, porque tú sabes el poco valor que le dan a la poesía. Recuerda que tenemos una conversación pendiente,te escribiré. Gracias por estar atenta y pendiente. Desde aquí mi recuerdo. Teresa.
Post a Comment
Subscribe to Post Comments [Atom]
<< Home