Thursday, July 22, 2010

Roberto Bolaño, el poeta

por Jorge Herralde

El chileno Roberto Bolaño (1953-2003), una de las figuras imprescindibles de la literatura en lengua española de las últimas décadas, se consideró siempre un poeta. Sólo empezó a escribir narrativa a raíz del nacimiento de su hijo Lautaro, a quien idolatraba, hacia 1990. Pensó que, obviamente, sólo con la poesía no podía soñar con alimentar a su familia, y apenas con la prosa.

Sus acrobacias de supervivencia en los primeros 90, presentándose a toda suerte de premios municipales, "premios búfalo" imprescindibles para el escritor piel roja, son el tema de su cuento Sensini, dedicado al escritor argentino Antonio Di Benedetto, exiliado en España, quien le enseñó las tretas de ese arte menor.

Conocía de Roberto los libros de poesía publicados en España —Los perros románticos (Lumen) y Tres (Acantilado)—, cuando Carolina me pasó, en julio pasado, tras la muerte de Roberto, un volumen muy significativo, editado en 1979 en México: Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego (11 jóvenes poetas latinoamericanos), con una dedicatoria: "A las muchachas desnudas bajo el arcoiris de fuego", y una advertencia preliminar: "Este libro debe leerse/de frente y de perfil/que los lectores parezcan platillos voladores".

En dicha antología, a cargo de Roberto Bolaño, figuran tres infrarrealistas: el propio Bolaño y Mario Santiago —es decir, el Arturo Belano y el Ulises Lima de Los detectives salvajes— y también Bruno Montané, el aún más joven poeta chileno, que aparece en la novela como Felipe Müller.

El origen de la palabra infrarrealismo proviene, claro está, de Francia. Emmanuel Ben la atribuye al surrealista (sobrerrealista) Philippe Soupault: él y sus amigos "habían fundado un club de la desesperanza, una literatura de la desesperanza". El infrarrealismo (o real visceralismo en la novela) fue un movimiento sin manifiesto, una especie de Dadá a la mexicana (en palabras de Bolaño), cuyos componentes irrumpían en los actos literarios boicoteándolos, incluso los del mismísimo Octavio Paz.

En una conversación con Roberto, Carmen Boullosa le cuenta su pavor ―antes de una lectura poética― de que aparecieran los temibles "infras": Eran el terror del mundo literario, afirma Boullosa. Temibles pero desesperados, marginados.

En uno de los poemas, Bolaño escribe: Los verdaderos poetas tiernísimos/metiéndose siempre en los cataclismos más atroces,/más maravillosos/sin importarles/quemar su inspiración/sino donándola/ sino regalándola/como quien tira piedras y flores./ Oye, poeta, le dicen,/enchufa el amanecer. Y en otro poema: "Algo inevitable,/como enamorarse 100 veces de la misma/muchacha". Y finalmente en otro: "La certeza de una muerte esbelta y temprana".

O sea, en esas estrofas, un concentrado, una píldora de la vida y muerte de Roberto Bolaño. En la antología brilla el talento de Mario Santiago, quien, después de Bolaño, es el mejor poeta. Cabe subrayar un poema titulado Consejos de un discípulo de Marx a un fanático de Heidegger, un título que Bolaño parafraseará en su primera novela, escrita con Antoni G. Porta, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce.

En dicho poema, dedicado a "Roberto Bolaño y Kyra Galván camaradas & poetas", Mario Santiago escribe: "el Azar: ese otro antipoeta & vago insobornable" y también constata "unas ganas despeinadas de morder & ser mordido".

En ambos poetas ya figura, pues, un homenaje al maestro Nicanor Parra y su vocación de perros románticos, a menudo perros rabiosos, y desde luego perros apaleados.

Tomado de La Ventana

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