Tuesday, June 21, 2011



(Ilustración: Gonzalo)


LOS DOCE TRABAJOS DE HÉRCULES/Extracto de Juan Carlos Vecchi/ MITOLOGÍA GRECORROMANA.




Versión apócrifa sobre dioses y semidioses griegos; ésta, en particular,
inspiró a Athos Gómez quien se consagró en los círculos literarios con
su novela "Sé de buena fuente que Atlas tuvo la culpa en aquel asunto

de 'Los doce desocupados de Grecia'", editorial "Tengo Friso", Noruega.



EURISTEO, cuando le impuso a su hermano Hércules aquella docena de horrísonas tareas, ignoraba dos cosas: que Hércules ya en la cuna había matado a dos terribles serpientes enviadas por Hera con la intención de robarle la mamadera y el sonajero de oro. Que Hércules también era Héracles, por lo que se repartieron la docena de faenas a razón de seis trabajos cada uno.

El primero de los trabajos impuestos por Euristeo por instigación de Hera estuvo a cargo de Héracles. Mató al feroz león que asolaba la selva Nemea. Lo aniquiló de una tremenda cachetada en la jeta y luego lo despellejó porque Euristeo le ordenó que despuès de matarlo debía usar su piel a modo de sabanilla. Este enorme pañal lo hizo invulnerable. Por cierto, también lo protegió de las terribles paspadas. Luego, le tocó el turno a Hércules y a la Hidra, serpiente monstruosa de la laguna de Lerna que tenía muchas cabezas, las cuales renacían a medida que Hércules se las cortaba. Hidra era muy inteligente y le costó mucho trabajo a Hércules matarla con su espada. Durante más de cinco días el asunto fue empate: Hércules le había cortado la cabeza unas 128 veces y a Hidra le renacieron exactamente 128 cabezas. De pronto, a Hidra se le trabaron todas las cabezas pensando en el crucigrama que estaba haciendo y Hércules aprovechó la ocasión para cortárselas a todas. Se las cortó con un serrucho eléctrico porque la espada ya no tenía filo. Mientras tanto, Héracles, como parte de la tercera tarea, mató a la cierva Cerinita que tenía los cuernos de oro, los pies de bronce y el lomo de hierro metalizado. Héracles pudo atraparla ya que Cerinita era muy pesada. Sin embargo, esta persecución duró más de un año. Parece ser que Héracles era la antítesis de Flash Gordon. Hércules fue quien castigó a Diomedes, rey de los Bistones y monarca de los Pistones, un pueblo de Tracia, donde el soberano déspota alimentaba a sus tres caballos con carne humana. Los caballos se llamaban: Podargos, Lampón y Xantos. La carne humana era Hipólito Calpo, un ex- sirviente. Hércules castigó al monarca dándole chicotazos en la espalda con una toalla mojada. Para llevar a cabo la cuarta tarea, Héracles, cazó en el monte Erimanto de Arcadía a un jabalí que pesaba unos 500 kilogramos. El jabalí se parecía a un elefante africano con orejas cortas, colmillos pequeños y cola enroscada tipo sacacorchos. El jabato inmenso estaba asolando toda la comarca y no eran pocas las quejas sobre su conducta. Irónicamente, Héracles, lo mató con una jabalina. Hércules, sin atisbo de piedad, mató a flechazos a las horribles aves del lago de Estinfalia. Y las mató sin fallía alguna. Estas aves eran muy feas porque en vez de pico tenían un embudo. Y beodas, además. Para la sexta tarea, Héracles, domó a un toro furioso que asolaba los campos de Creta. Luego de aquella inolvidable jornada, ya el toro más calmo, todos se comieron un asado espectacular y no es necesario aclarar “de qué" se trataba la carne asada. Después del festín, siesta mediante, Hércules, ahogó entre sus brazos al gigante Anteo, hijo de Poseidón y de la Tierra, quien se quejó todo el tiempo porque la molleja y/o tripa gorda que le ofrecieron estaban muy quemadas. Por su parte, Héracles, dio un paseo por los alrededores y sobrante de hándicap se robó las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, después de haber matado al feroz dragón que las custodiaba. Al dragón lo mató con un extinguidor de un kilogramo de peso, el que se requiere para viajes largos. Hércules, percibiendo que ya no era necesario seguir apretando al gigante Anteo, decidió aliviar a Atlante sosteniendo sobre sus hombros el peso del cielo. Luego, se lavó la cabeza porque las palomas habían comido mucho aquel día. Al rato, sin esperar a Héracles, domó a los Centauros a puro rebenque y limpió las caballerizas del rey Augias con una aspiradora, posterior pasada de gamuza con frenesí. Su excitación iba en aumento. Insisto que le sobraba resto. Así que destruyó a las Amazonas y entregó su reina Hipólita a Teseo a cambio de un alicate para cortar las uñas de sus manos (consideren que tanto Hércules como Heracles eran conscientes de que esas uñas crecen más rápido que las bis de los pies). Apareció el perdido Héracles, quien bajó a los infiernos, encadenó al Cancerbero y sacó de allí a Alceste, que devolvió pronto a su esposo Admeto. Este, una vez que Héracles partió raudo, metió en una cesta a su esposa y continuó jugando a las barajas con sus amigotes. No lejos de allí, Hércules, mató al águila que roía las entrañas de Prometeo y por lo cual este último no podía hacer la digestión en términos normales. Por último, Héracles, separó con un golpe de su maza los montes Calpe y Abila, haciendo así que se comunicasen el Océano y el Mediterráneo, quienes no se hablaban desde otrora por cuestiones de corales. Creyendo que éste era el fin de la tierra, levantó dos columnas que tiempo después se llamaron "columnas de Hércules". Detalle: Por este auto- homenaje, al día de hoy, los descendientes de Hércules, todos de apellido González, mantienen un litigio judicial por parte del linaje de Héracles, todos de apellido Gómez.


Mientras Hércules ilustraba su nombre con estas hazañas extraordinarias tuvo tiempo para llevar a cabo otras no menos asombrosas que no han sido incluidas en estas célebres tareas del héroe mitológico. Estas son: Le mojó una oreja a Gelasio, un elefante sin trompa que aterrorizaba los dominios del rey Lipomedes. Pisó con su sandalia griega una hormiga, de nombre Aetis, la cual había picado el talón a Aquiles derribándolo lleno de ronchas coloradas. Le dio un beso de pico al oso hormiguero Argonauta y luego huyó corriendo riéndose como un enajenado. Mantuvo su cabeza entre las fauces de un león hambriento llamado Rómulo durante dos días. Luego se supo que Rómulo, pocos minutos antes de su llegada, había ido al dentista y aún tenía su boca anestesiada.

Al finalizar las doce tareas, Hércules, con intención de reponer sus fuerzas, viajó por el Mediterráneo en un crucero de piedra pómez, y durante la travesía, se enamoró tremendamente de la bellísima Onfalia, reina de Lidia, que se avino por complacencia a las más serviles actitudes y sumisiones. Hasta llegó a vestirse de mujer e hilar en su compañía por pedido de la enamorada. Dicen las lenguas a la vinagreta que Onfalia castigaba a Hércules pellizcando sus enormes brazos. Y Hércules, muy enamorado, a cambio del doloroso castigo, con lágrimas en sus ojos, le sonreía.

Durante esta compleja relación, Onfalia, le impuso a Hércules una serie de actividades que se conocen con el nombre de "Las doce tareas domésticas de Hércules", las cuales el héroe debía realizar todos los días, también los feriados.

Estas fueron por orden horario: Preparar el desayuno y llevarlo a la cama. Barrer todo el templo. Encerar todos los pisos, incluso el patio y el veredón. Pasar el plumero por los frisos, monumentos interiores y exteriores. Alcanzar la toalla en el momento adecuado. Preparar el aperitivo anque jugo de naranja. Cocinar el almuerzo de acuerdo al menú diario. Lavar los platos. Traer el café y el pergamino con las noticias del día a la terraza interna que da a los grandes jardines. Repasar con la gamuza los frisos y monumentos y los leones de piedra a la pasada. Preparar la cena. Lavar los platos. Bostezar y/o gasificar en uno de los jardines externos.

Y ya que hablamos de afuera, cuan anexo opcional a estas terribles actividades diarias, Hércules, debía pasear todas las noches al gato fenicio para que éste llevase a cabo sus necesidades fisiológicas menores y ello dependía de las ganas que tenía el felino. También, debía colocar un trozo de queso gruyere en la trampera de aquel rincón antes de acostarse en el otro rincón.



Ciertamente, quién había logrado sobrellevar aquellas hazañas heroicas impuestas por el tirano Euristeo, Hércules, el héroe mitológico griego por excelencia, no logró sobrevivir a estas viles pruebas ordenadas por su esposa Onfalia.

Y así murió el más vigoroso de los héroes. Con la gamuza en una mano y el plumero en la otra. Como diría muchos años más tarde el escriba troyano Yuturno Clitemnestra durante una conferencia de prensa realizada en Atenas para la muchedumbre machista:

—Hay Onfalias que matan, señores y señores...


© 2011, Juan Carlos Vecchi (Argentina).

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