Tuesday, February 21, 2012

Humberto Vinueza: la poética del “urbanícola”


Entrevista al merecedor del Premio de Poesía José Lezama Lima, otorgado con carácter honorífico por la Casa de las Américas en enero pasado: “ni siquiera de manera remota imaginé alguna vez recibir el premio más importante de poesía en América Latina”

El pasado 26 de enero, como parte de la jornada de clausura del Premio Literario Casa de las Américas, se anunció que el Premio de Poesía José Lezama Lima le correspondía esta vez al escritor ecuatoriano Humberto Vinueza, por su Obra cierta. Nacido en Guayaquil, en 1942, perteneció en la década de los sesenta al grupo de vanguardia cultural Tzántzicos. Ente sus libros de poesía se encuentran Un gallinazo cantor bajo un sol de a perro (1970), Poeta tu palabra (1989), Alias Lumbre de Acertijo (1990) y Tiempos Mayores (2001). En 1991 recibió el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade, por su volumen del año anterior.

Apenas unos minutos después del anuncio del Premio conferido por la Casa, Vinueza accedió a un diálogo virtual con La Ventana. Los días transcurridos desde entonces muestran la serenidad con que el escritor asume cada ejercicio de escritura, aun cuando se trate de un elemental intercambio de inquietudes e impresiones.

Obra cierta: casi cinco décadas de ciudad, naturaleza, geografía y amor

Pienso que el tratamiento de la naturaleza y del paisaje urbano en mi obra poética corresponde al de un urbanícola que aunque malcontento, no se siente excluido de la realidad, ni huye de ella hacia los artificios de la cultura y del arte. Son parte de mi ser la naturaleza y el paisaje citadino como un conjunto indisoluble, su esplendor laberíntico de pasajes y calles, de parques y jardines, de muchedumbres y de sin-lugares llenos de tráfico, ruidos, suciedad, inseguridad, etc.; sus espacios funcionales para el ritual religioso, el ocio colectivo, la manifestación política, el fútbol y aquellos destinados al aeropuerto, al comercio como los grandes multicentros o las explanadas de los mercados populares y, sobre todo, su abrupta topografía que revela la plenitud del presente de la imagen, el nudo o vértice hacia donde lo diverso converge o diverge. Todo esto ha incidido de modo muy diverso en mi imaginación poética: como referencia mimética o como experiencia cultural y simbólica.

La presencia de la casa como hogar, de las casas donde habité en la itinerancia de mi niñez, esa particular noción de lugar que en vez de ser un sitio preciso con estructura física indeleble, se convierte en territorio difuminado con tibieza de intimidad compartida y soledad, comunicación y silencio, orden y escape, ritualidad y humor, seducción a la presencia con la ausencia. Anudadas sensaciones estas que forman parte de la memoria y de la distancia reflexiva entre el mismo y el otro, entre la realidad y el juego de las fuerzas desconocidas que se ocultan detrás del lenguaje, como su doble o su parodia, y que provienen del intento de arraigo en un espacio que es mío de manera intransferible, que es propio de modo excluyente. En “Personas del yo”, digo: “la casa abre la puerta de sus sentidos// (…) el aroma del pan cunde hasta los confines/ de la intemperie de las ortopedias”.

En mi obra, las referencias miméticas al paisaje y la naturaleza son muy frecuentes, mientras que a las artísticas son menos: me refiero a aquellas que tienen relación con la naturaleza y que proceden del imaginario cultural. Además, en las más diversas modulaciones del tópico, de modo frecuente aparece el agua como un flujo imantado: nube, niebla, lluvia o nieve. Este símbolo recurrente emerge en ligazón con estados de ánimo o en alusiones al tiempo profundo, por ejemplo, en algunos poemas iniciales de los libros Cerámica en la niebla, Noticias del polen y La sagrada familia, etcétera.

El agua del río y del mar, como imagen misma del movimiento en la historia y el tiempo, está presente en poemas de la sección “Elmarelmar” del libro Constelación del instinto. El agua como sonido de la lengua, movimiento y transparencia cambiantes, murmullo silencioso de la conciencia, espejeo y reflejo del pensar, se convierte en imágenes que sirven de indicio de autorreflexión o metaficción y ocupan su lugar en libros como Personas del yo, Fuga de Energía, Tiempos Mayores, Constelación del instinto y Huso silábico.

Por último, los elementos del espacio de la ruralidad serrana elegidos para enmarcar la ficción poética aparecen frecuentemente en nociones de arriba y abajo, de atrás y adelante; cierto e indefinido de algo que está deslizado en la conciencia por el espejismo de la analogía; además, los indicios de íntimo y abierto a las formas y a las fuerzas del cosmos; los perfiles rectilíneos, quebrados o curvos en la fiesta de la pausada simetría de los viejos ritmos espaciales; adentro y afuera, punto y horizonte, anochecer y amanecer como cualidad del espacio y no del tiempo.

La frecuencia con que posiblemente aparecen, induciría a pensar que se trata de espacios donde los elementos de la semántica emocional crecen y se arraciman como emblemas.

Pese a que la metáfora es "un lenguaje cifrado", como usted le llama, ¿cree que ese recurso le permite algún tipo de conexión o diálogo con esos sectores marginados que también le han sido de interés?

Parto del principio referido a que la metáfora es uno de los recursos fundamentales de Obra Cierta y, en general de toda mi obra, y no es un desvío en relación con la norma ni manifestación de un sentido figurado, opuesto a la significación literal de los enunciados. La metáfora es un universal antropológico de la expresión; en otras palabras, el ser humano se expresa naturalmente mediante metáforas, pero el sentido de éstas varía en concordancia con la cultura.

La metáfora es un concepto que permite establecer jerarquías entre los elementos y organizar el mundo desde el punto de vista cognitivo. Pensamos y actuamos de acuerdo con las metáforas; por lo tanto, éstas no constituyen un mero asunto lingüístico. La metáfora posibilita diversificar el lenguaje, atrayendo metonimias, antonomasias, homologías, analogías, alegorías, intertextualidades, enigmas, parodias, hipérboles, ritmos, zigzagueos, silencios, hendeduras, entresijos, espejeos para poner en movimiento el propio ser. El poeta norteamericano Ezra Pound decía que la metáfora es el tinte del poeta.

En esta dirección de análisis, la semántica no puede entenderse como el campo de resolución de los problemas del sentido, pues la pregunta por el sentido deberá informar previamente cualquier posibilidad de categorización del campo semántico y de las formas que para éste se reclamen. Y mucho menos aún pueden la morfología o la sintaxis reclamar para sí constituirse en el ámbito determinante de los problemas planteados en niveles que integran planos fenoménicos de amplitud y complejidad mayores.

Cuando se alude al tipo de conexión o diálogo (del poeta) con sectores marginados, quizá indague por las condiciones de “legibilidad” de la metáfora, percibida en términos de entendible, comprensible, esto es: de aquello que se deja leer. Toda declaración de legibilidad, y por lo tanto también de ilegibilidad de un texto, es un hecho de consciencia social que instaura o confirma un conjunto de normas literarias.

Considero, sobre todo, que la legibilidad consiste en liberarse de dichas normas literarias. La liberación funda una legibilidad nueva en la cual la lectura se revela como un nuevo acto de enunciación, esto es, como una nueva escritura. Esta re-enunciación solo es posible si se entiende al texto como energía siempre puesta en acto que lo multiplica en su diversidad y a la vez lo protege de la repetición. Aprender a apreciar la poesía y aprender a aprender, consiste en apropiarse de una misma y única dimensión del ser: transformar en propio lo que estaba como ajeno.

Un premio Casa de las Américas, ¿cuánto significa para un autor consagrado?

En primer lugar, la designación de “autor consagrado”, en mi caso, es una exageración. Le manifiesto categóricamente que ni siquiera de manera remota me imaginé alguna vez recibir el premio más importante de poesía en América Latina. Ahora que esto ha ocurrido lo hago con severísima modestia. Es fácil constatar que desde la fecha de su vigencia han sido galardonados poetas importantes y con una trayectoria y un prestigio sólidos, como en los casos de Carlos Germán Belli, Oscar Hahn, Juan Manuel Roca, Raúl Zurita, Idea Villariño, Juan Bañuelos, Juan Gelman, José Watanabe, entre otros. No cabe duda que estos nombres son referenciales para la poesía latinoamericana de hoy.

De otro lado, el premio propicia una mayor difusión a libros galardonados año tras año. Es en este aspecto en el cual encuentro la verdadera importancia del premio: que Obra Cierta pueda llegar a más lectores.

Fuente: La Ventana

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