UNA TARDE DE RADIO EN TIMES SQUARE
Deambulo solo entre esquirlas humanas, que son anémonas sonoras adheridas a los muros de las grandes urbes. La anarquía mecánica del tráfico enloquece mis sentidos. Sus sonidos estridentes y discordantes se parecen a una de esas canciones de Los Ramones. Tengo las fosas nasales sobresaturadas de monóxido de carbono expelido no por los miles, sino millones de taxis, que se mueven dentro de su dinámica con la facilidad conque las golondrinas se apoderan del cielo una de esas tardes despejadas. El oxígeno aquí es denso y prácticamente irreparable.
Por cada graffiti que duerme como murciélago en las paredes, se alzan las huellas que se adeudan a un cadáver, circundado por muchas estrellas condenadas entre cuatro rejas que son: vicios, marginación, brutalidad y pobreza. Enfrente de mí pasa un bus que arrastra un velo de humo reciente, causado con los sucios intestinos de esta ciudad hedionda a dólares. La vida se reduce a una móvil pantomima con fisonomía humana, bullendo con sus ruidos como ratas enfermas por la infección que produce un iluso progreso, cada día más efímero para las legiones de seres hambrientos del Tercer Mundo, que sobreviven, racionando las migajas de su miseria.
Aquí, los letreros te hipnotizan con una foto de Niky Taylor en tople, con dos rayas de Revlon en sus párpados que recrean un efecto gótico en su semblante de belleza embalsamada en un sarcófago de productos cosméticos. Observo una "Sally" como las que describe Lou Reed en su canción, venir en mi dirección con una blusa de mezclilla de color blanco que no alcanza a esconder sus pezones, y una sonrisa de "yo no sé" en los labios. Hay mucho de común en ella con las flores adulteradas que a diario recorren esta pocilga de concreto y vidrio, rabiosamente, felices de poder vivir en ésta cárcel humana.
Llego al café, me siento y veo a los pederastas con sus laptop portátil sumergirse en el teatro de la inocencia de una alguna pobre villa de Tailandia o Filipinas. Porque todo ahora se rige por la ley de la oferta y la demanda. Esa es la nueva modalidad bestial del capitalismo contemporáneo. Una puerta de escape del precipicio para los padres de una niña o niño cuya condición de miseria los reduce a números en las estadísticas de los organismos financieros internacionales.
Con mi taza de café en la mesa continúo observando los movimientos de los clientes mientras escribo esta nota que no tengo la menor idea adonde irá a parar. Siento curiosidad por el origen de la mesa donde estamos sentados y veo que dice: "Made in Nepal". Nepal es un pequeño reino montañoso de Los Himalayas que ha ido perdiendo gran parte de sus escasos bosques y sus reservas naturales a manos de las industrias extranjeras.
Mis amigos, un cubano y un chileno de origen alemán reímos para no llorar como una catarsis ante lo absurdo y crudo de la parodia por la que atraviesa el mundo. Estamos conscientes que nuestro destino será morir aunque no lo hayamos escogido, pero todo ente que nace, muere. Nos iremos tal como llegamos: desnudos, mirando estos muros defecar sus colores mutilados por el tiempo en nuestros ojos. Con la sensación de la crudeza en las lenguas y el sentimiento de ser pequeñas bolsitas de ascos que emigraron de sus países de origen, con la esperanza de ver el sol desde una posición diferente a la que nos reserva la tumba.
Y aunque somos muchos, no somos más que bolsitas de excremento dispersas con sus pobres ojos ya peludos por el miedo, que prefieren no decir nada para no alterar el orden o por temor a ser juzgados como seres malagradecidos "con un país que ha sabido darlo todo"…
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