Thursday, November 20, 2008

García Lorca en la poesía de Nancy Morejón


Nancy busca a Lorca, lo entiende, y éste la comprende a ella desde su inmensidad

por Xosé Lois García

El 31 de diciembre de 1990, Nancy Morejón ponía esta fecha como final de su poema-teatro o poema-escenificado, titulado: “Pierrot y la luna”, publicado en el libro: “Arpa de troncos vivos (de Cuba a Federico)” (1999). No cabe duda que Nancy, más allá de lo familiar que le puede ser la poesía lorquiana, en el momento de homenajear al poeta granadino, no escogió un tema simple, o la dedicatoria de un sentido poema que hiciese referencias al homenajeado, pero no se contentó con esto y fue más allá.

Nos llevó al reencuentro con Lorca y en su más allá nos concentra en el más acá. Así es como recrea con cuatro personajes que entran todos en acción, como son: La muchacha, Pierrot, La luna y Buster Keaton. Unos más que otros están referenciados en la obra de Federico García Lorca, pero todos ellos están implicados en diferentes recurrencias del poeta asesinado hace ahora 70 años por el fascismo.

Son numerosísimos los personajes y los nombres que se ciernen en la poesía de Lorca y ya no digamos en toda su obra completa. Pero Nancy Morejón supo rescatar a cuatro de ellos, crearles un espacio lorquiano en Manhattann y darles vida escenográfica para alimentarlos con su propio lirismo en toda su ambientación lorquiana. No es fácil la argumentación conseguida por Nancy Morejón y, sobre todo, al darles un papel independiente a los personajes que aparecen en la obra de Lorca y percibir la presencia viva del poeta.

Nancy Morejón, escogió, diseño y le dio un papel a cada uno de estos personajes que actúan en “Pierrot y la Luna”. Y cada uno de los papeles o funciones que cada uno de ellos realiza, tampoco resulta fácil esta componenda teniendo tantas referencias históricas y tantas puestas en escena. No es fácil emerger de un contexto tan explorado en todas las artes mayores y menores. Pero Nancy lo logra de una forma categórica al crearles a cada uno de ellos una sensibilidad tan potente y tan atractiva que el discurso verbal funciona sin caer en los tópicos en que pudiese incurrir cualquiera que trata a estos personajes.

Y el espacio es New York, concretamente Manhattann, con esos puentes y ese bosque de hormigón alzado en rascacielos, donde García Lorca estuvo y como testimonio nos dejó el extraordinario libro: “Poeta en Nueva York”.

Pero entremos en cada uno de los personajes de “Pierrot y la luna”. En este poema-teatro de Nancy, la Muchacha adquiere un papel protagonista como lo adquieren aquellas muchachas o mozas lozanas andaluzas que buscan el amor y sufren el desamor en la obra de Federico. Pero la Muchacha de Nancy no es el prototipo integral de las muchachas de Lorca. Puede ser la muchacha híbrida, culturalmente, con otro rol a aquella muchacha llamada Colombina de la cual estaba enamorado el Arlequín, dos personajes del teatro italiano del siglo XVI y de aquellas comedias de Polichinela y Puleinello.

Pierrot es el segundo personaje en escena que Nancy lo jerarquiza con una serie de atributos, como el ser que no tiene noción del tiempo, como si fuera de otro mundo y de otra esfera. Pierrot, aquel arlequín que salta a los escenarios franceses y tan popularizado en los siglos XVIII y XIX, triste, de clara blanquecina, enfermizo por los amores de Colombina, será el payaso moderno y vanguardista, transformado en personaje de circo, enaltecido en los acordes de Vivaldi, rehabilitado en los pinceles de Picasso y elevado a lo más alto de la imagen y de la imaginación por Buñuel.

Pero también es Nancy Morejón quien le da un aposento en aquella ciudad por donde Lorca dejó huella, New York. Y en ese aposento del puente newyorkino le imprime un diálogo nuevo y cargado de emociones; la manera de fantasear, de seducir y de enamorar forma parte de los atributos cubanos que se usan para estos menesteres.

Por tanto, Pierrot aparece aquí como el enamorado pero que está en otro galaxia, como curado de espantos y en otra vía iniciática que no quiere saber nada del tiempo para no ser devorado por el. El Pierrot triste, lagrimoso, melancólico y de corazón herido tiene otro rol que realizar en New York de la mano de Nancy Morejón. Ese arlequín cargado de tiempos y sin edad nos mira desde la ciudad de los rascacielos, con “ojos humanos en el exacto balance de la melancolía”, como dijo García Lorca.

La Luna es el otro personaje que aparece en el poema de Nancy, no podía ser de otra manera a no ser que la luna estuviese ausente y exenta de contenido lorquiano. Por que Federico la ha tipificado y jerarquizado en sus atributos de tal manera que ha dejado muy pocos vacíos para ser cubiertos. La Luna es el primordio más elemental y también el mítico y metafísico que transciende en toda la obra de Lorca. La luna de los gitanos, la luna de los gnósticos, la luna de los alquimistas, la luna de la cultura omeya.

Todas las lunas que conforman ese enorme repertorio de Lorca están ahí y así fueron hechas a la medida de los tormentos, de los hechizos, de los miedos y de las complacencias. Y es admirable como Nancy, cuando le da protagonismo lírico a la luna, la docta de atributos propios, caribeños si cabe, que el espíritu poético de Federico funciona sumergido en el alma de la poeta cubana.

“Balada a la luna” es un enorme poema que pocas veces se logra en su profundidad y en su exteriorización estética como Nancy lo ha logrado. Merece la pena leer este poema para escuchar lo que le dice la alta luna a esa ave de paso:

“Ave que pasas,
ave que vas
sobre una torre
del palacio real.
Ave que pasas,
ave que vas;
todo lo sabes
sin preguntar.
Ave que pasas,
ave que vas,
el rey me canta
su eterna canción;
tú la devuelves
a mi corazón.

Ave que pasas,
ave que vas
sobre una torre
del palacio real.

El último de los personajes que forma parte de este poema es el actor estadounidense, Buster Keaton, que también aparece en la obra de Lorca. Ese gran personaje del cine mudo, de la generación de García Lorca, el hombre que hizo reír a los españoles y que estos conocen con el sobre nombre de “Pamplinas”.

Con el título: “Pamplinas”, Rafael Alberti escribió uno de sus más sentidos poemas dedicados a Buster Keaton, que dice:

“Un polisón de nieve, blanqueando
las sombras, se suicida en los jardines.
¿Qué será de mi alma, que hace tiempo
bate el récord continuo de la ausencia?”

El famoso actor de Kansas está en el memorando lorquiano como el hombre que nos hace reír primero para hacernos llorar después de la soledad y de la nostalgia que nos deja. Por tanto, el saltimbanqui, el acróbata, el payaso que se hace cómplice de nuestros propios avatares, de nuestras penas y de nuestras quimeras nos produce un cambio de rumbo. Este personaje de cine lo escoge y lo unge Nancy Morejón y lo coloca en el teatro de la vida, en el espacio newyorkino que le es natural.

¿Pero qué hace Buster Keaton aquí, si Nancy no le da ningún diálogo? Realmente es un personaje mudo en la ficción y así lo coloca en su propio papel. Y el diálogo que hace Buster Keaton lo hace a través del mimo y de la pantomima y sólo lo hace con y para la luna, después de aparecer en sueños a la muchacha. Ese diálogo mudo con la luna a través de los gestos de Buster Keaton es uno de los puntos claves que Nancy Morejón ofrece al lector y al espectador y, además, tiene una lectura exotérica que García Lorca hubiera admitido y recreado en ella.

Esta obra, “Pierrot y la luna”, comienza por un diálogo entre la Muchacha y Pierrot, que los dos están de bruces sobre la baranda del puente de Manhattann, y entre ellos comienza un diálogo que no es el que pudiera el lector imaginar, el típico de un Arlequín y una Colombina. La Muchacha, cubana o andaluza por el garbo de atraer a su duende, habla de lo que toca y de lo que siente de la materia terrena. Pierrot le responde con elementos que no están al alcance de la mano. Le habla del arco iris con un pájaro de luz en su centro y que él propio aspira a un hábitat de misterio en ese entorno. Este espacio de símbolos exotéricos, creado aquí por Nancy Morejón, tiene una profundidad enorme que ultrapasa los moldes exotéricos y cabalísticos de Federico García Lorca.

Pero la Muchacha entra en el juego de Pierrot y descubre visiones mientras el diálogo se agranda, se entrelaza se compenetra. En todo esto están las premoniciones del amor fecundo. La Luna es el médium, que hace sonorizar el tamborcillo y hace mover el cabello de la Muchacha, creando así un clima rigurosamente austero. En todo esto prevalece lo dinámico frente lo estático y Pierrot le ofrece la Luna ante el desconcierto de la muchacha, pero éste llama por la Luna y ésta aparece y le ofrece a la Muchacha una luz impresionista. Y Pierrot le responde a la Luna con una balada en recompensa:

“Debajo del puente, Luna,
debajo del puente, no.

Al pie de los rascacielos,
cerca del puente, mejor.

Hoja verde, tú.
Hoja seca, yo.


En todo este discurso mágico, el lector puede pensar que Lorca se ha reencarnado en un sueño de Nancy Morejón. Pero las fantasías para Nancy no son de su reino poético. Es ella la que busca a Lorca, es ella la que entiende a Lorca y éste la comprende a ella desde su inmensidad. Y Pierrot, la Muchacha y la Luna asfixiados de un mundo que no los comprende, se aposentan en los sentimientos de Nancy. Y es desde aquí que la Luna le pregunta a Pierrot por el poeta de Granada, por las dalias y las margaritas que jamás se marchitan en sus versos y como clamor del poeta cubrían las cenizas de los negros que flotaban en el Mississipi.

La Muchacha revela un sueño que tuvo con Buster Keaton y el diálogo versa sobre las recomendaciones que éste le daba sobre los elefantes de Wall Street (símbolo del poder republicano y de la reacción yanqui). El diálogo se dinamiza entre la Luna y Pierrot. Las palabras y las risas se paganizan y mientras creíamos, al comienzo, que cada uno de los personajes individualizaban su discurso, vemos que el rol de los personajes, en todo el proceso narrativo, nos llevan al misterio de lo intemporal.

El juego entre la Muchacha y Pierrot no deja lugar a dudas cuando buscan distanciarse de la tierra y colocarse en la azotea más alta de los rascacielos buscando la luz de la Luna y la melodía del violín. Y en ese estadio de benevolencias, el amor se armoniza y Pierrot lo confiesa así: “A la sombra del poeta de Granada. Estoy aquí, amada mía, para abrigarte y emprender nuevo rumbo, los dos hacia rutas desconocidas”.

La Muchacha constata su amor a Pierrot y éste es correspondido. A partir de aquí hay un diálogo que no es más que una glosa al amor, por parte de Nancy Morejón. Mejor dicho, creo que es una especie de hermenéutica amorosa. El amor no idealizado ni mitificado. La Luna lo constata, al decir: “La muerte no podrá nada nunca contra el amor. Como un vino sagrado, el amor no perece. Los amantes, sobre lo alto de los rascacielos y colinas amarillas, desconocen la vicisitud y la sentencia de las cosas de todos los días”.

Al final de los diálogos de este poema-comedia, dice Nancy lo siguiente: “Se sienten ruidos de aviones, automóviles, computadores en función, del ir y venir de una muchedumbre insaciable en busca de amor. Música de flautas, guitarras y banjo”. Después de la balada final recitada por la Muchacha, Pierrot y la Luna y, mientras el telón se baja, los tres personajes echan a volar.

Que final más rotundo y lorquiano al convertir a estas figuras en volátiles que Federico tanto amaba. En este poema-homenaje, Nancy Morejón nos ha entregado unos personajes que estaban en un horizonte lejano, les dio cuerda y entraron en movimiento para ofrendarnos palabra y humanidad. Y desde el escenario empezaron a descubrirnos tantas cosas, de las cuales fuimos emergiendo para ver el poeta de Granada, de España, de Cuba y de la humanidad, desde otra dimensión. La dimensión existencialista que nos revela Nancy Morejón.


Tomado de La Jiribilla


Nota: Este artículo ha sido reproducido de La Ventana


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