Wednesday, November 12, 2008

Memoria para Helena

Un día de calor en la ciudad de Nueva York/
fue asesinada Elena en un tranvía.

Juan Luís Guerra


Podría decirte tantas cosas esta mañana, contarte de los cuchillosque nadan por mis venas, explicarte que las palabras en mi boca dejan un sabor a sangre, a soledad, así de claro... porque ésta es peor que el veneno. Es que la brisa me huele a fatiga... ¿Las noches?: las noches envejecieron al dejar de verte, porque tú eras la nota, la clave que marcaba su ritmo con la cadencia de tu voz y de tu baile... Vuelve, Helena: Pon las notas sobre las letras muertas del epílogo de mi silencio.
Quiero rodar contigo por la vida, cubrir con tu negro manto mi redonda soledad, porque la desnudez ha sido tan deshonesta conmigo: entró como un ladrón, desarraigó mi inocencia dejándome desnudo ante las infrahumanas pisadas del dolor. La espontánea actitud ante la vida, que guardaba bajo sonrisas candorosas, se esfumó. Hoy, los paisajes donde caminábamos, me parecen mustios: el azul del cielo perdió su entusiasmo para responderme en un lapso visual como lo hacia antes.
Se ha condensado como una Capilla Sixtina teñida de gris, con mil dolores adheridos a sus paredes como frescos: representaciones amorfas que caen con el grueso de la lluvia... Ese cielo que tantas veces nos vio sonreír, hoy, me observa llorar hacia dentro con lágrimas de bronce. Podrás decirme que las flores crecen lozanas, que la luna aparece cada noche con la intención de absorber en su sombra mis angustias, pero no, Helena. La luna, se niega a cualquier trueque entre su brillo y mi tristeza. Justo hoy, cuando el mundo me luce tan solitario, falto de amor al prójimo, imbuido en una cruenta carrera de odio, justo hoy, me encuentro con tu silencio, Helena. Silencio que me saluda como un verdugo inmisericorde.
Ya sé que me dirás que debo aprender a vivir sin ti, a ver en cada mujer tu rostro, a aceptar que, donde te encuentras no existe boleto de bus para volver a la parada hasta donde este día de calor te espero... Debo contarte, Helena, que, desde tu partida, las palomas de la ciudad lloran haciendo círculos concéntricos para exorcizar el hermetismo de la urbe, que mis preocupaciones, por su rugosidad, se asemejan a alcachofas tristes. Es sofocante el calor, mi pecho suda de malas noticias, y mis labios presuponen, que no volverán a verte íntegra como te veían, cada noche, al volver a regocijarte en mi pecho después de largas jornadas de limpiar oficinas.
Olvidan que una mujer como tú, Helena, hecha de sudor y esperanza, no había nacido para morir en un tranvía con una negra estela mancilladora de tu honor, y causante de este foso donde se ahoga mi vida.

©Daniel Montoly

2 Comments:

Blogger Unknown said...

Helena se tenía que ir para que pudieras sentir estas cosas.
Llegará otra reina y el fuego tendrá un cariz más apropiado que sin esta vivencia.

Un abrazo,
Gaiar

7:57 AM  
Blogger Daniel J. Montoly said...

Pero son sentimientos que anclan mi ser en el pasado, esa Helena se mantiene inerte aferrada a cada letra que burbujea de mi cerebro, Gaiar. Me alegra mucho verte de nuevo visitándonos en el blog.

Abrazos.

Daniel

1:29 AM  

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