LA TIJERA
La monotonía del reloj con rostro de Mikey Mouse que colgaba la pared de la habitación indicaba que eran las nueve menos cuarto de la noche. En una mesita había medio vaso de leche junto a un platito con dos galletitas de chocolate. Enegilda, era una chiquilla con apenas ocho años. Su cabellera pelirroja y abundante; siempre la llevaba recogida en dos hermosas trenzas al estilo de las niñas alemanas que viven en la región de Los Alpes, de donde era originaria su madre. Como cada noche hacía rutinariamente antes de irse a dormir, comenzó a desvestir su muñeca para colocarle un pequeño juego de pijamas del mismo color azul cielo como la que ella tenía puesta. Enegilda, que a los dos años los pediatras diagnosticaron autismo, al igual que otros niños afectados por la terrible enfermedad, pasaba gran parte del tiempo aislada en su particular mundo, ensimismada por la rutina de vestir y desvestir a su muñeca, Biby.
Con el tiempo la introversión se hizo tan severa que la inhibió emocionalmente para responder a los motivos de afectos de otros humanos. Algo que frustró al padre pues no sabía cómo ayudarla a socializar como otros niños de su edad. Pero él al igual que cualquier padre que ama a sus hijos rehusó darse por vencido, aferrándose siempre a la esperanza, que un día los avances de la ciencia médica descubrieran un tratamiento capaz de erradicar esa terrible enfermedad. Pero hasta ahora la ciencia no descubría el origen del autismo, razón que complicaba más encontrar el modo de curarlo, o alguna otra forma de contrarrestar los desastrosos síntomas y trastornos asociados al mismo.
Los padres de Enegildad eran dos profesionales exitosos, con buen estatus social dentro de su comunidad, pero cuando los doctores diagnosticaron que su única hija sufría la enfermedad, lo interpretaron como si Dios o el destino los estuviesen castigando por ser ateos. Ellos por demás eran conscientes que tener una hija autista termina por convertirse en una prueba de fuego para los padres. De acuerdo con las estadísticas muchos matrimonios con niños afectados por esta enfermedad terminan divorciándose. Porque los hijos necesitan muchos tratamientos y apoyo sicológico para poder llegar a ser “seres funcionales y productivos” en la sociedad o para adaptarse a los grandes desafíos de la vida cotidiana, acarreando con ellos una desafortunada carga de estrés, que a largo plazo termina afectando también a las parejas.
– Vamos a ponerte el pijama- dijo Enegilda a Biby. – ¡No… No quiero!- respondió ella y empezó a burlarse, sacándole la lengua. Enegilda se puso furiosa como muy pocas veces antes.
-No vuelva a sacarme la lengua- Gritó una enfurecida Enegilda a su muñeca Biby, mientras la sostenía en el aire por los bracitos, pero ella no le hizo caso y continuó haciéndolo.
Enegilda recogió del piso la tijera que tenía para cortar papeles, y apretándole la boquita a Biby amenazó con cortarle la lengua. -¡No...No... No lo haga, por favor!- Le rogó la muñeca. Esta vez fue Enegilda quien no hizo caso a sus súplicas y terminó mutilándola. Después del macabro incidente entre ellas, Enegilda sin decir absolutamente una palabra, colocó con maternal actitud a Biby en su cunita de plástico de color azul cielo. Apagó la luz y se quedó profundamente dormida.
La siguiente mañana, los padres como notaron que no se despertaba corrieron nerviosos hasta su habitación. La encontraron tirada en el piso con la cabeza descansando en los brazos de un inmenso charco de sangre. La madre con los ojos despavoridos comenzó a gritar desesperada, llevándose las manos hasta la boca. El padre, por otro lado, sumido en el desconcierto no comprendía, qué pudo empujar a su pobre hija a cortarse la lengua
Daniel Montoly©
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