por Mario Casasús
Adán Castelar, Premio Nacional de Literatura (1988), es autor de Entretanto (1979), Sin olvidar la humillación (1987), Poema estacional (1989), Tiempo ganado al mundo (1989), También el mar (1991), Rutina (1992), Rincón de espejos (1994), Laodamia (1999), Venus en el campo (2001), Cauces y la última estación (2006) y Nombrar (inédito), entre otros libros de poesía y cuentos.
En la actualidad se encuentra retirado de los escenarios poéticos, sin embargo responde a Clarín.cl: “Yo, como poeta, busco ese aislamiento pues creo que mi multitud son las palabras y mi deber lo que haga o no haga, esos son los deberes ciudadanos, deberes éticos”; así que, ante la coyuntura rompió el silencio.
A tres meses del golpe, la dictadura hondureña decretó estado de sitio y anunció que no respetará el estatus diplomático de la Embajada de Brasil en Honduras. El poeta Adán Castelar afirma: “Espero la restitución del Presidente Manuel Zelaya y la vuelta a la libertad, la democracia y el respeto a la institucionalidad de la República de Honduras. Y, desde luego, exijo el castigo para los culpables de este caos golpista. Con los “Sonetos de la Muerte”, de Gabriela Mistral, basta. Con los sonetos de los clásicos universales dedicados a este tema, basta. Que nuestra realidad sólo escriba poemas a la vida, transparentes, palpables: pan, trabajo, paz. Ya viene la solución, y el castigo. Para los golpistas: ¡ni olvido ni perdón!”
Usted y otros poetas, escribieron una Carta abierta: “vemos indignados, cómo los medios de comunicación independientes son objeto de atentados, sabotajes e intimidaciones, para impedir que divulguen lo que realmente está pasando en Honduras”; pese al estado de sitio, ¿por qué las huestes de Micheletti no han podido decomisar la palabra?
—Porque los golpistas nunca piden la palabra para hablar, sino para mentir, y porque según la Junta Cívico-Militar: “Dios se expresa por intermedio de ellos”. Micheletti dice que más de 125 medios de comunicación están a su favor, y todavía se pregunta: “¿Por qué, entonces, un canalito y una estación de radio insignificantes tienen de rodillas a todo un pueblo?” Él no se da cuenta —y cómo— que el pueblo está en las calles protestando, y que las otras manifestaciones, las de los blanquitos o perfumados, tienen compromisos monetarios, pero no deberes. Deberes ciudadanos. Deberes éticos.
Con su escritura ha incursionado en escenarios guerrilleros, ¿por qué le ha dado voz narrativa a los excluidos y clandestinos?; ¿imagina una insurrección si los golpistas extienden los asesinatos, cautiverios y torturas?
—Es mi poesía la que siempre ha estado al servicio de los excluidos y clandestinos. Si estuviéramos en la década de 1980, la insurrección hubiera sido la única salida; pero ahora hay otras instancias, otras prerrogativas a nivel internacional, en tiempo contado, claro. Además, los políticos tienen otras armas: el diálogo y el entendimiento. “El tiempo trae la sed”, dijo Horacio. Y también las acciones, digo yo.
En entrevista con Fausto Enríquez, usted dijo: “Yo entiendo el cuento como un soneto, no con catorce versos, que tenga las tres categorías que tiene el cuento y con un final sorpresa”; ¿qué final espera para la crisis hondureña?, ¿no le parece que la muerte ya escribió demasiados sonetos en Tegucigalpa?
—Espero la restitución del Presidente Manuel Zelaya y la vuelta a la libertad, la democracia y el respeto a la institucionalidad de la República de Honduras. Y, desde luego, exijo el castigo para los culpables de este caos golpista. Con los “Sonetos de la Muerte”, de Gabriela Mistral, basta. Con los sonetos de los clásicos universales dedicados a este tema, basta. Que nuestra realidad sólo escriba poemas a la vida, transparentes, palpables: pan, trabajo, paz. Ya viene la solución, y el castigo. Para los golpistas: ¡ni olvido ni perdón! El arreglo al problema tenía que surgir de los Acuerdos de San José, pero los testarudos golpistas lo evitaron. Pero hay otros caminos. Ya vendrán.
Han transcurrido noventa y cuatro días de resistencia pacífica, ¿qué es lo que más le conmueve y admira?
—La heroica fortaleza de la Resistencia. Sus miembros son ya el orgullo y el honor de todo un pueblo, y ya integran lo que dijo Biko: “Cambia el modo de pensar de la gente, y ya nada será igual”. Por ellos y ellas pronto habrá un nuevo qué decir y qué hacer para todos nosotros. Eso espero.
Así como vemos y leemos a escritores en la Resistencia, sabemos de mercenarios que prostituyen la palabra; ¿todavía se pueden redimir los propagandistas del golpe?
—Por suerte en nuestro país conocemos a estos mercenarios y lacayos, y hagan lo que hagan, jamás habrá redención para ellos. ¡Lástima! Entre estos pajes y tarifados hay uno o dos que apreciábamos. Lo sucedido el 28 de junio los desnudó para siempre. Ahora ellos vivirán cerca de nosotros y nosotros lejos de ellos.
¿Qué noticias tiene sobre La Ceiba, su tierra natal?, ¿mantiene comunicación con los garífunas y otras minorías étnicas de Honduras?
—La ciudad puerto de La Ceiba fue mi primer poema y continúa su azulear en mi obra. Mi madre pertenecía a la etnia Lenca, y crecí y estudié en medio de los garífunas. La comunicación es atávica y continua. Las noticias son idénticas a lo que ocurre en Tegucigalpa: estado de sitio, toque de queda, represión, violación de las garantías individuales y crímenes de lesa humanidad.
¿Ha conversado con poetas del extranjero sobre la crisis hondureña?, ¿los escritores hondureños están aislados por la comunidad internacional?
—No he conversado con ninguno, para bien o para mal mío. No guardo respeto alguno por la urgente necesidad del e-mail, en cambio sí por el otro correo: el viejito, el anticuado, el pasado de moda: el escrito de puño y letra y enviado con timbre postal. Los novelistas están menos aislados que los poetas. Por ejemplo, Roberto Quesada internacionalizó su obra. Yo, como poeta, me busco ese aislamiento pues creo que mi multitud son las palabras y mi deber lo que haga o no haga, esos son los deberes ciudadanos, deberes éticos. ¡Vaya pedantería!, pero me opongo a lo conocido de nombre, prefiero el anonimato y el silencio. Y un buen trago de vino, por supuesto.
“Alta es la noche y Morazán vigila”, tomando en cuenta que lo leerán en Santiago de Chile, ¿de qué forma dialoga su poesía con Neruda?
—¡Ah, nuestro padre común, Neruda! Igual que Rubén Darío. En mi adolescencia lo amé y terminé odiándole porque a mis dieciocho años nunca pude escribir un poema como el número 20 o como “Un asesino duerme” de Canto general (1950), y otros. Aunque pronto comprendí que lo que “natura non da”, cuando Neruda murió escribí un poema en su honor. Luego redacté uno o dos artículos relacionados con él. Hubo un poeta nuestro llamado Nelson E. Merren, que cada vez que aparecía un libro de Neruda en Argentina o en Chile, viajaba hasta esos países para adquirirlo en vivo y fresquito. En este caso, la solvencia económica es un don.
Finalmente, en abril entregará un libro inédito a las imprentas, ¿incluirá algún poema sobre la resistencia al golpe de Estado?
—Sería en abril, pero del año 2011, en Honduras es más fácil escribir un libro que editarlo. Pero tengo pendiente por publicar, sobre todo un libro de relatos breves. Y ya saldrá, del presente político nuestro, algo nuevo. Creo en lo que dijo Salvatore Quasimodo: “el poeta debe ser testigo de su época”.
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