VOCES DEL SIGLO XXI
JEANNETTE CLARIOND
(Chihuahua, 1949)
I
Esta costumbre,
esta grave costumbre de perderse
al momento en que hilos,
hojas lanceoladas,
tenues luces
de rostros
se deslíen
y cuerpos se borran
como en una vieja fotografía.
Hacienda, pan,
todo guarda su nombre bajo la sombra.
Siete vados antes de entrar a la ciudad
aún esparcen su mancha neblinosa.
II
Ruinas, nogales, sicomoros
desmoronándose en mis manos,
y entre huellas
el asomo de un lugar.
Espeso polvo,
cordilleras, nocturno el cañón
donde los gansos blancos de Babícora
esparcen la ceniza que dejaste enterrada en el Chuvíscar,
en la distancia que llamamos cercana indiferencia,
sus múltiplos sumándose a la trayectoria de tus días.
El eco de tus lamentos entre muros,
la soledad que ciñó tu muerte,
mito de noches y distancia,
certeza de lo que no es.
IV
De noche las persianas,
los sueños
alejando su frente,
el vino que aromó la mesa,
el mediodía;
él era el mediodía,
la morada,
el sueño de quien ve doblemente en los espejos;
y en ese sueño el alarido,
la cuerda que nos ata
de los crepúsculos
a la contemplación.
Hablará de tu luz, alas de hielo
devolviéndome el canto,
la fuerza de los años
sostenida
en un atril.
VII
Desde lo alto del jardín
el ocelote,
desde lo alto la columna,
el blandor de la hierba,
la sal,
la blanquísima túnica del olvido;
devastada ciudad, salutación del mago
que de lejos aproxima
el resplandor,
el invierno que adivinas
y hiere
---su cobija de escarcha.
Junto al mar,
en el risco
donde los pelicanos duermen,
una reja sobre tu rostro,
una casa vacía
entre la cresta y la baja marea.
IX
La pileta al centro,
los adobes, la acequia
donde flotan nardos:
cóndores que se hunden
en la niebla.
La pérgola, el vino puesto,
la silenciosa sal,
el pozo oscuro de palomas,
la lluvia contra gastados cristales
son velas que resplandecen,
remota luz que enciende
el pasado a la mesa.
XI
Entre aleros y campanadas,
rezos y palomas se extienden
a lo largo de la calle.
Y la madre, abismada
en su ajetreo de alacenas,
en su ir y venir
por el negro lienzo,
por el negro día
donde la hierba fenece.
Los aleros se desploman
como palomas muertas.
Así van sumándose las horas,
el crujir de la madera,
las sombras de los sicomoros
en medio de un silencio,
en medio de un vacío
que recorre tu espalda;
sumándose las horas,
largas horas de este invierno
que enmohece.
Mas la malla resguarda el jardín
entre azulejos.
Aquella edad
aún pende de la rama
como un pájaro enfermo
y al anochecer
se abre al caudal
de la nostalgia que crece.
Dos ibis sosteniendo el tiempo,
cielos para que al menos
un instante pudiéramos soñar.
Luego, los altos montes,
atolones circundando la isla,
esa limitación tatuada
de faro
y llaga de raíz,
esa perpetua gaviota perdida entre los riscos,
esa raíz oscura de lago mudo y órbita violeta.
¡Oh madre! La muerte en tus manos
y en el orto
las rosas abiertas
hacia la copa de ébano,
urnas que alumbran la levedad.
Y en el principio el Amor con sus alas rojas
sucediéndose
sobre láminas de cobre
que su piel desprenden.
Fuego, manos,
marchitan esta grave costumbre
de rostros que se deslíen
y cuerpos que se borran como en una vieja fotografía.
Hacienda, pan,
todo guarda su nombre bajo la sombra.
NIEBLA
II
Bajo el murmullo de los álamos
la voz, ese leve impulso
contra el cielo,
un surco de gaviotas,
ese mar entero
de brazos que extienden su corazón de nuez,
horas de este invierno
como un tigre,
su callada resurrección entre sombras,
la vida,
recordarás la vida,
breve sustancia, voz,
lámpara que es niebla
ante el espejo.
III
Todo olvido guarda una luz,
un nombre cada fotografía,
un año cada árbol;
dorada en semillas, de grisácea arcada,
la oropéndola teje sus nidos.
Las nocturnas copas de los árboles
son nuestras mientras nos hundimos.
Y no basta ese llegar a la raíz,
ese perderse entre sus copas subterráneas;
es la voz, incierta y estrecha,
que apenas arde,
la hora del comienzo y el fin,
la suma de moradas bajo la luz de los olvidos.
V
Nada queda,
sólo esa sensación de carne que se desmorona
en un paisaje de invierno.
Porque fuego es presagio de hielo,
desnudez de ángel, opreso laberinto,
ausencia
con dedos de sangre dibujada.
VII
Todo aguarda tras el ventanal: el estero,
los ánsares, este sentir apenas el reflejo
porque oblicua nace la sombra,
la conjunción que cierra la niebla;
esa materia finísima del sueño,
su naciente verdad que llama desde lo hondo,
la desierta memoria que germina.
Jeannette Clariond (Chihuahua, 1949). Poeta, traductora, ensayista y antologadora. Es licenciada en Filosofía, Maestra en Metodología de la Ciencia y Maestra en Letras Españolas. Actualmente reside en EE.UU. Su obra poética abarca los siguientes libros: "Mujer dando la espalda", 1994, "Newariariame", 1996, "Desierta memoria", 1997, "Todo antes de la noche", 2000, "7 visiones", 2004 y "Nombrar en vano", 2004. Por su labor literaria ha obtenido importantes distinciones como: el Premio Efraín Huerta 1996 y el premio Gonzalo Rojas en el año 2000. Ha traducido y antologado a importantes escritores: Roberto Carini, Alda Merini, Primo Levi y Charles Wright, entre otros. En colaboración con Harold Bloom publicó recientemente una antología traducida de poetas norteamericanos. Ha participado en diversos congresos de literatura dentro y fuera del País. Sus escritos se han publicado en diversas revistas y periódicos nacionales y extranjeros como La Jornada Semanal, Letras Libres, El colibrí, Armas y Letras de la UANL, Deslinde, Espacio Escrito (Badajoz), el ABC de Madrid, La Vanguardia, El País, entre otros. Es Miembro del Consejo para la cultura de Nuevo León.
Selección y compilación del antólogo y poeta chileno, Mario Meléndez.
NOTA: Las ilustraciones son del artista y poeta español, VBZ. Pueden encontrar sus trabajos visuales y excelentes poemas en su página personal en el siguiente enlace: http://www.vbz.es/vbz.htm
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