Homenaje del Wrong Side al poeta nicaragüense,
Carlos Martínez Rivas.
¿Que eres reacia al Amor, pues su manía
de eternidad te ahuyenta, y su insistente
voz como un chirriante ruiseñor
te exaspera y quieres solamente
besar lo pasajero en la cambiante
eternidad de lo fugaz? -entonces
¡soy tu hombre! Pues más hospitalario
que el mío un corazón no halló jamás
para posarse el falso amor. Igual
que llegué, parto: solo, y cuando mudo
de cielo mudo también de corazón.
Pero, atiende: no vas a hacer traición
a tu alma infiel. No intentes, si una chispa
del hijo del hombre ves en mis ojos,
descifrarla, ni trates de inquirir mucho
en mi acento y el fondo de mi risa.
Donde quiero destierro y silencio
no traspases la linde. Allí el buitre
blanco del Juicio anida y sólo el
ceño de la vida privada ¡canta!
o
¡Que Dios te valga!
--Por donde vaya tú me faltas.
Por donde huya tú eras blanca-
fueron mis últimas palabras.
Diligentemente la savia
trepa verdeando las ramas
y el ardor del verano es agua
en la pileta de mi casa,
aquí en Granada!
Sólo tú andas rival y alta.
Sin donde, sin nadie, sin nada.
--¿Hay paso? --gritó el niño
mirando hacia lo oscuro
en los últimos límites
de lo bruto.
Y no oyó nada, sino
la lluvia
cayendo en el abismo.
Sólo la pesantez eterna
ha respondido
honda y negra,
al niño.
--Tal vez es que no viene
nadie aquí --cuando vió unos
tizones apagándose,
mojados bajo el humo.
Y llamó otra vez
hacia el gran hoyo mudo.
Retó al caos palurdo.
Golpeó en su oído duro.
Y apareció un farol.
Se le acercó la noche.
cabeceando.
El pie descalzo, enorme,
removió el agua fría
y dormida.
El niño vio el reflejo del farol cruzando el río.
Sacudido
y soñoliento sobre
el alto hombro macizo.
I
Sí. Ya sé.
Ya sé yo que lo que os gustaría es una Obra Maestra.
Pero no la tendréis.
De mí no la tendréis.
Aunque se vuelva, comentando, algún maestro
del humor entre vosotros: -Poco trabajo le costará cumplir...
Aunque sepa hasta qué extremo las amáis.
Sé cómo amáis la Música.
No la de los negros, por supuesto. Ni la guitarra
a lo rasgado, por tientos, esa
brisa seca de uñas y plata. Ni el endiablado
son de la Múcura que está en el suelo, o Rosa de Castilla
con su largo alarido al comienzo...
sino ¡BACH!
Ultimamente sobre todo Juan-Sebastián Bach.
Yo os he visto alzar la tapa de la discoteca,
oyendo en vuestros sagrados depósitos
de música estancada cómo cae
el Concierto, y tirar de la cadena
purificados por el suceso musical puro.
¡Con qué libertad respiráis! casi voy a decir
que vivís como hombres por un momento. De tal modo
saboreáis el aire salado de la emancipación
al salir por la puerta, la puerta
giratoria y afelpada -que se traba- del Museo de Bellas Artes.
Y ya cerrarlo con doble llave.
Y haber cumplido con la tercera y última de las variaciones de las variantesde la Battaglia.
Irse sin dejar nada pendiente con la figura
que toca el pífano y el tambor en el Cristo de los Ultrajes de Grünewald.
En paz con el exigente Maestro de la Leyenda de Santa Ursula.
Gran día para vosotros.
Ese de la Obra Maestra.
Una antigua necesidad: el holocausto
del propio ser. El deseo
de imponeros algo perenne y tribunal.
Y otro. Más rabioso,
más trémulo: el deseo de tener un pasado.
Un pasado por fin que oponer al maldito presente.
Un pasado adornado con todas sus plumas.
Con su perspectiva de adecuada jerga,
con sus categorías históricas y su problematismo crítico-cultural
precisado en función de una radical revisión de...
Y la larga, accidentada, alucinante teoría de los géneros y los estilos.
II
Si no estuviera el otro. El difuso
terco mundillo del amanecer.
La pululante línea de la imperfección y el anonimato.
Más informe en el año del hombre y dudosa que
en el año exterior
los renacuajos moviéndose sin dignidad,
que la crisálida de una abeja en su célula
cuando no es sino un poco de saliva ciega y moho,
que esas medusas que olvida el mar
aun sin hacer, translúcidas al asco.
Ahí velaremos.
Como sagaces hijos del siglo.
Como el Iscariote, que no conoció almohada.
Alertas centinelas en la púrpura penumbra
del umbral. Celosos polizontes
con la diestra en la cartuchera de cuero al pie del sicomoro.
Cada hoja tendrá su guardián.
El más mínimo remolino de savia
el tiempo necesario de cumplir su revolución
su breve furor elipsoidal hasta pintarse
como un leopardillo y ya ni Salomón en toda su gloria
(o tendrá más tiempo: todo el vasto y soleado tiempo
de no cumplirla y abdicarse a sí mismo y perderse).
No es una amenaza.
Tampoco exageraremos.
Pero ni un solo murmullo será malogrado.
Ningún lenguaje estéril y ameno brutalizará
los reciencapullos, los brotes del presente
que asómanse predicando lo que todavía no es cierto.
La fina sombra de una lanza llena de tacto
guardará el paso cálido, distinto al anterior, casi indecente
de una pulsación de segundo. El milagro
de un entendimiento súbito entre dos sangres extranjeras.
Aceptaremos sin entender cualquier discordancia:
el más aprendiz de los palmoteos
el más inventado de los borbollones.
Porque de lo seguro salimos a reposar en lo inseguro.
En lo peligrosamente sesgado como doncella
cortante veloz como desde un puente. Del puente
a lo escapado a lo demasiado huído a lo frío
saltamos
¡impacientes!
Y más si se quiere. Que el tránsito
de una burbuja nos sea viaje largo y fatigante.
Una piragua de papiro en el centro del remolino
es fortaleza, chato torreón de piedra, ante el inseguro
inestable vacilante hogar
de un corazón inclinado al esbozo.
De un corazón de hombres dóciles flexibles vulnerables
como un colibrí es siempre un colibrí agudo ardiente rápido.
Y más hombres: los que llamaren. Como ese colibrí
es tantos diferentes colibríes agudos ardientes rápidos.
A cada arranque imprevisto ¡un nuevo colibrí sin memoria!
Agua fluctuante y pan preparado sin fatiga,
delicioso como agua desaprovechada que se mira correr
y riqueza no guardada para mañana (recibida prestada
en el viento escrita) agua
móvil como sólo ella sabe serlo y jirones de plata
donde ninguno se repite y de ninguno
es posible hallar vestigio...
Lo que a los planetas eternos les fue negado
y concedido a una chispa: desaparecer! -Ese lujo-
dice el coro. Y vuelta a lo mismo:
de lo seguro para girar en lo inseguro
en lo ondeante adoncellado y con andares aptos para el desmiembre
el date vuelta
en lo que como lomo de paloma amarillea
y ala untada de plata y gala de la mañana y que pasa
de nosotros con liberalidad projimal
o nos es quitado por asalto
o rechazado (arrebatado por rechazo) o birlado
vulgarmente
o registrado
chabacanamente destruido desplegado
con vocerrón devuelto
con las patas (¡y para nosotros gala de la mañana!)
pero que vuela saca las uñas duerme
vive ahí
-¿en dónde?- ¡aquí aquí en el entornado
desierto mundo del amanecer.
Y no domado dulcificado acorderado
bajo velocino
sino amenazante!
Primomisacantano
Caminantes camineros
de Madrid a San Sebastián
hemos visto cómo toda la tierra
está cantada por el mar.
Y al borde de tu misa oímos
un océano universal
y el rumor de todas las hostias
que se venían a quebrar.
El Obispo avanzaba ayer,
rojo, delante del altar.
Los fuelles del órgano soplaban
la hoguera de la cristiandad.
Y caminantes camineros
sacamos en claro esta verdad:
que toda la tierra puede
ser cantada desde un altar.
Como un nadador que separa dos olas
así abriste tú el misal.
Te vimos entrar en una
opulencia de agua de mar
donde saltaba la barca de Pedro
y chillaba el águila de Juan.
Nos abriste como una casa
las grandes puertas del misal
-el único pórtico rojo
por el que debimos entrar-.
Cambiar nuestro vino por tu Vino;
cambiar nuestro pan por tu Pan.
Es porque he mirado la tierra
que tengo derecho a cantar:
yo estaba de guardia una noche. Las tiendas
eran blancas a la luz lunar.
Los grillos cantaban enamorados
y no paraban de cantar.
Un riachuelo sesgaba hacia la muerte
y no cesaba de sonar.
Yo comenzaba a comprender. Venus
desde el abismo me miraba con triste mirar.
En Guetaria las muchachas eran arañas
entre las redes de pescar.
Tejían una red infinita
mientras nos veían pasar.
En el agua quieta de Orio, brillaba
gorda la estrella vesperal.
Entramos en una taberna
y nos pusimos a tomar.
El vino lo sacaban casi negro
de un barril profundo, inmemorial.
En la cocina misteriosa
un niño empezó a llorar.
Sobre un plato abandonado, hedía
una sardina de metal.
Si quisiera contar todo eso
no terminaría jamás.
Sería como las estrellas del cielo,
como las arenas del mar.
Del mundo te traigo este día,
con lo difícil de nombrar,
los pasos pesados de este romance
y el abrazo de mi amistad.
Los escalones de madera, inseguros
para el extranjero en la oscurana, son
fácil camino para el hijo.
Alrededor de la mesa, congregada
juega a las cartas la familia; las fichas
chocan en el centro del tapete en donde
cae la luz. Discreta zumba la radio.
Porque es pacífico este hogar, temeroso,
y sólo al amor consagrado.
Llega el hijo y los hermanos del hijo
y las hermanas de los hijos acuden
a la llamada del timbre, y esperan
dichosas, con agitado pecho, en medio
del saloncito de mobiliario eterno:
los cojines color naranja y el cromo
con la góndola de Cleopatra en el Nilo.
Tocar un cuerpo es tocar
el Cielo -quiere decir esto:
Cuerpo ni La Maja es visible.
Forma renuente que se expone
contra lo oculto que se entrega
cuerpo desnudo está cerrado.
Sordo al dedo, a la consciencia
esquivo, murado al contacto.
Lo que quiso decir Novalis.
Es intocable el cuerpo humano
como el Cielo es intocable.
¿O que será tocado sólo
cuando tocáramos el cielo
y tocar cielo es tocar cuerpo
y sólo entonces como puerto?
Fórmula Cuerpo Cielo Cero.
I
La Juventud no tiene donde reclinar la cabeza.
Su pecho es como el mar.
Como el mar que no duerme de día ni de noche.
Lo que está en formación
y no agrupado como la madurez.
Como el mar que en la noche
cuando la tierra duerme como un tronco
da vueltas en su lecho.
Solo.
Retirado a mi tos.
Desde mi lecho que gruñe oigo correr el agua.
Toda el agua que se oye pasar de noche bajo los lechos.
Bajo los puentes.
Las aves del cielo tienen sus nidos. Nidos curiosísimos.
Los zorros y las raposas tienen alegres madrigueras donde hacen de todo.
La juventud no tiene donde apoyar la cabeza.
Y rompe a hablar. A hablar. Toda la tarde
se la pasó el joven hablando delante de la mujer enorme.
Dejándola para mañana se le pasa la vida.
Y en la Pinacoteca de Munich, bajo el gran hongo, a la afable
sombra de los Viejos Maestros, o en la olla del placer,
derramando en el suelo su futuro
dice a su juventud, a su divino
tesoro dícele: -Sólo espero
que pases para servirme de ti.
Y aprender a sentarse.
Empezar a tener una cara.
Lo que hizo Míster Carlyle, el dispéptico.
Lo que hicieron Don Pío Baroja y su boina.
O Emerson (”…una fisonomía bien acabada es
el verdadero y único fin de la Cultura”).
Y todos los otros Octogenarios,
los que no escamotearon su destino:
el propio, el que vuelve al hombre rocín
y acaba sólo gafas, hocico, terco bigote individual.
Los que llegaron hasta el final
y zanjaron el asunto y merecieron
un retrato en su viejo sillón rojo
calvo ya como ellos y hermoso.
Sentados para siempre. Fotogénicos.
Idénticos a su celebridad. Fijos los ojos
como si por encima del vano afanarse de la tribu
lo logrado miraran. ¡Lo logrado!
¿Lo logrado?
¿Y si fuera otra cara la verdadera y no ésta
sino la otra, la mal hecha, la que no se parece
y es distinta cada vez? La del Hombre
del Trapo en la Cabeza, el que se cortó
la oreja con una navaja de afeitar
para dársela a la menuda prostituta?
Pero él fue solamente un pintor. Uno
entre los otros espantapájaros, minúsculos
en medio del gran viento que choca contra el cielo,
empeñados en añadir un paso más a la larga cadena.
Ocupados en cambiar la Naturaleza, como las estaciones.
Rehaciendo y contrahaciendo el rostro del mundo. El rostro
del vasto mundo plástico, supermodelado y vacío.
II
Aludo a,
trato de denunciar
algo sin un significado cabal pero obcecado en su evidencia:
el árbol con piel de caimán.
La esponja con cara de queso de Gruyère,
y viceversa.
El viejo de la esquina, el que vende cordones para zapatos,
peludo de orejas, animal raro,
Nabucodonosor amansado.
Una lora en su estaca moviéndose
peculiarmente. Mostrándonos su ojo
viejo, redondo, lateral.
Los moluscos, temblorosa vida
en la canasta que contemplan
tan serios el niño y la niña.
El perro en la cantina, debajo de su mesa favorita,
temible a causa de su bozal.
Un par de hombres solitarios bañando un caballo
con un cepillo grande a la orilla del mar
en una perdida costa pequeña y abrupta.
Los grandes bueyes lentos de fuerza y peso,
cargados de su propio poder, y los caballos
pastando con sus cuellos inclinados igual que las colinas…
Todo incomprensible (en apariencia) o idílico, pero inasistido,
no azotado por el error, vivo dentro de un cero
en la impotencia de lo sólo evidente.
El mundo plástico, supermodelado y vacío.
Como un infierno ocioso,
abandonado por los demonios,
condenado a la paz.
III
Pues si esta noche el alma.
Si esta noche quisiera el alma hundirse
en la infamia o la ira
hasta el fondo, hasta que el pulgar del pie
brille contra la roca en la tiniebla
del agua; y desde allí
intentara una vez más
bracear, cerrar los ojos,
hundirse aun más hondo, no podría.
La ola de la Tontería, la ola
tumultuosa de los tontos, la ola
atestada y vacía de los tontos
rodeádola ha, hala atrapado.
Inclinada sobre el idioma, sobre
el pastel de ciruelas, lo consume
y consúmese ella disertando.
Y danza. Pero no al son del adufe,
sí del castañeteo de los dientes
que agitados por el rencor y el miedo
producen un curioso tintineo.
Al son del ¡sún-sún! de la calavera.
Y súbito el recuerdo del hogar.
De pronto, como una espiga ardiente.
Como el sonido de un clarín de niño
en la traición, en las traiciones de las
que sólo el olvido nos defiende:
sólo otra traición del corazón
nos defiende. Y el pecado futuro,
ya en acción, zumbando desde lejos,
desde antes sabido, realizado y ceniza.
Hoyo, humo y ceniza. Es el desierto.
El sol huero, la arena y la pequeña
mata de llamas. A lo lejos, la nube
abstracta sobre la colina ocre.
Un pájaro atraviesa la tarde de borde a borde.
Una hoja seca araña el techo de zinc.
Un grifo vierte el tedio.
-Pero conocí una dama.
IV
Sola en principio y decastada
como un águila. El águila
de Zeuz en el exilio, de
paso entre nosotros. El ruido
de sus garras sobre la mesa
y el ojo perspicaz. El ojo
que sólo ve, sin opiniones.
Así el suyo. Como el ojo
del ave: sin respuesta, puro
de voluntad óptica. Ojos
duros, pequeños y desiertos
delante de la ilimitada
extensión del yo varonil.
Rostro intemporal, zoológico.
Lleno de fanatismo, pero
frío, sutil, no sometido,
como escarabajo o bala
Civilizaciones la han hecho.
Muchas estirpes habrán sido
necesarias delante de ella
como delante de los frutos
soles y siglos. Una hilera
de siglos como grandes filtros
para que al fin cayera -gota
pura- entre las fuentes públicas
y los hábitos de su raza.
No la driada de los bosques
ni oréade, breve de seno,
oliendo el aire. No trirreme
a la luz de las olas. Ni algo
que el pueblo de Francia advertía.
Ni tocador lleno de dijes
fríos, colgantes como lluvia,
y revólveres relucientes
que enseñáronme tanto sobre
la naturales secreta
del níquel y el por qué las uñas
y lo dentado.
Pero sí
algo que entró en el cielo excluído
de lo suficiente. Si algo
con la lógica de lo simple,
la forzosidad de lo perfecto,
la inteligibilidad
de lo necesario.
Ileso
eso se mueve en la tercera
rueda, nosotros aquí abajo
enronquecemos discutiendo.
Sin vacilaciones ni sombras.
Todo respuesta que el enigma
vano de la blancura oculta
y suplanta, el pecho ofrece
un fondo al rayo de la mano.
Tras la aislada frente monótona
(donde ensordece el apagado
barullo del mundo invisible)
se abre el perla, absorto, cóncavo
día solo de una mujer.
Es el interior de la concha.
La Nada femenina. Allí,
aun sin aletas y sin ojos
un caos se defiende, más
cerca del huevo que del pez.
Mordiente sol, limón de oro,
virginidad aceda. Es
la mujer, golpeando, matando
con su pico al hombre cálido.
Su pico de vidrio. El de hielo.
Púdica, insípida y hostil
con la terquedad espantable
y pacífica de la luz.
La Nada femenina. Sola
ante lo último, lo límpido
donde lo resistente es nácar.
Piedra vestida por la sombra
y desnudada por el sol.
Me presentan mujeres de buen gusto
Y hombres de buen gusto
Y últimos matrimonios de buen gusto
Decoradores bien avenidos viviendo en medio
de un miserable e irreprochable buen gusto
Yo sólo disgusto tengo.
Un excelente disgusto, creo.
Van dirigidas estas líneas a quien poseyó:
la Belleza, sin la arrogancia
la Virtud, sin la gazmoñería
la Coquetería, sin la liviandad
el Desinterés, si la desesperación
el Ingenio, sin la mofa
la Ingenuidad, sin la ignorancia
todas las trampas de la feminidad, sin usarlas.
¿Quién es esa mujer que canta
en la noche? ¿Quién llama a su hermana?
De país en país, esa rapsoda que vuelva en el viento
por encima del mar tenebroso donde culebrea el cielo?
¡Salidle al encuentro!
Ella, la enamorada.
Ella nada más, y su hermana.
¿Ese viento que canta?
Es la voz del amor. La voz del deseo del amor que se alza
en la noche alta.
Sobre la potencia de la ciudad, esa voz que gira.
Esa aria exquisita!
Sólo esa nota vibra en la noche helada.
Esa arpa sola tañendo en la noche vasta.
Ese único silbo penetrante de la pureza.
Sólo esa serenata encantada.
Y el amor de las hermanas!
De las estrellas protegiendo sus llamas
para el Deseado que tarda.
Nada sino eso: el cañaveral de las desposadas
y la sombra alargada del Ladrón que escala.
Canta la noche y las llanuras solitarias
sometidas al hechizo de la luna. Claras,
vacías súbitamente al paso de las hermanas.
Al paso de la bandada blanca de las vírgenes hermanas.
Las que se entregaron al amor.
A quienes no se les concedió sino el amor.
Las Vírgenes Prudentes cuchicheando en la alcoba [estrellada.
Bajando la voz y subiendo la llama.
Cerrándose en medio de su sombra. Desapareciendo detrás
[de su lámpara.
Aquí sólo tienes abismo. Aquí sólo hay un punto fijo:
el pábilo quieto ardiendo y el halo frío.
Aquí vas a rasgar el velo.
Aquí vas a inventar el centro.
Aquí vas a tocar el cuerpo
Como toca un ciego el sueño.
Aquí podrás soplar y apagar tu secreto.
Aquí ya podrás quedarte muerto.
No nos equivoquemos sobre este punto.
Las niñas marimachas, chinvaronas, tom-boys
–como se diga–
que juegan sólo con muchachos, beisbol de lustradores
trepadoras de rodillas raspadas,
con cicatriz visible y permanente en la ceja izquierda
impresa contra el filo de la piedra
de la poza absoluta de la infancia;
son sensibles, intensas bajo sus overoles,
y despliegan más tarde mamalias adorables
y hacen hombre al hombre porque lo trataron
desde niñas y se lo saben desde dentro,
y ya adultas le amortiguan todo lo que
es demasiado duro, pulido e hiriente
como ebanistería enemiga.
Pero las otras, mujercitas, little-woman, damitas
-como se diga-
que juegan con muñecas y bordan y cocinan de mentira,
son más tarde mezquinas económas que esconden senos
ínfimos, metálicos y devienen
espeluznantes cónyuges, paridoras de futuros
misóginos, como aquel desdichado que menciona
el doctor Rober Burton en Anatomy of Melancholy,
que no salía nunca, y cuando en su alta alcoba
alzaba los visillos, asomándose al tumulto de Londres,
si divisaba apenas una sombrilla o un talle,
rompía a vomitar.
El Diablo la echó en el vino
Dios hizo la ventana
abierta para el hombre
interior
El Diablo la puerta
cerrada para el de afuera
Dios hizo el pan
El Diablo su precio
Dios hizo las mejores
palabras ocultas
El Diablo las que sobran
Dios nos hizo juntos
El Diablo nos falsificó
separados
Dios te hizo una
El Diablo otra
Yo te esperaba
Pasaste sin mirarme.
Te escribí entonces un epigrama
como una ortiga.
Pero ¡ay, tú no lo leerás.
Tú nunca lees versos, mi niña!
Tras terminar el bachillerato, se trasladó a Madrid para cursar estudios de filosofía y letras. En 1947 publica el sorprendente poema Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos, en honor a su amigo y poeta, muerto a muy joven edad. En 1953 publica en México su obra más importante, La insurrección solitaria, que sería también su último libro publicado. Trabajó para el servicio diplomático nicaragüense en Roma y Madrid (1964-1971). Residió en París (1948-1951), en Los Ángeles, Calif. (1954-1964) y San José de Costa Rica (1971-1977). A principios de febrero de 1977 se traslada de nuevo a Nicaragua donde dirige por dos años el suplemento cultural "Mosaico", del diario "Novedades". Del 77 al 83 residió en el INTECNA de Granada (antiguo Colegio Centroamérica). Luego se establece definitivamente en Managua (Altamira D'Este 2da etapa No.8), donde cuidó con celo su decisión de permanecer solitario. En 1984 obtuvo el Premio nacional Rubén Darío, con el libro Infierno de cielo, que no permitió en vida que fuese publicado. En 1991 y 1993 tuvo a su cargo una Cátedra con su nombre en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, UNAN-Managua, donde expuso sus trabajos críticos sobre literatura y artes plásticas, de las que fue un sagaz conocedor. Falleció el 16 de junio de 1998 en el Hospital Bautista deManagua.
Su poesía, de originalidad, sobriedad, consistencia, preciso dominio del idioma, rechazo deliberado a la impostura del "vasto mundo plástico, supermodelado y vacío", imaginación y belleza sin par en la literatura nicaragüense, es sólo comparable con la de Rubén Darío o Salomón de la Selva. El sentido y sensibilidad poética de la obra de Carlos Martínez Rivas ha merecido permanente admiración y respeto y ha sido objeto de diversos y rigurosos juicios críticos en los que se atribuyen a su genialidad poética una notable influencia y magisterio en la poesía hispanoamericana y castellana.
En 2007, bajo el título "Poesía Reunida", se publica su obra poética, compilada, reordenada y anotada por el poeta Pablo Centeno Gómez, que incluye su libro inédito "Allegro Irato".
Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_Mart%C3%ADnez_Rivas
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