Nuestra amistad admito que fue de segunda mano, confieso que lo admiro cómo sólo se hace a veces: no porque lo hayan echado al olvido, sino porque tuvo la osadía de ser coherente, cuando vivir era una parodia nacional, y el tango se transformó en una misa de deudos sin muertos.
Me dicen Galeano y Gelman que era un hombre de compromisos, honesto, -aunque tal defecto se les achaca a los dictadores genocidas cuando mueren-, por lo que prefiero llamarle hombre, hombre sin más prefijos u horizontes que los hábitos de ser otros, hombre simplemente. Haroldo Conti, que emerge de la memoria del olvido, porque mientras existan poetas alguno de ellos nunca morirá en el negro ostracismo sin nombre en una fosa al oeste infernal de la indiferencia.
Así los han demostrado Gelman y Galeano: no han permitido que perezca en el sin ojo de la historia. Haroldo, ¡ven, siéntate y despierta! Ven camina con nosotros, que los verdugos traen en sus almas la miseria y un colofón de muerto como currículo en sus axilas. Ven, cántale a la vida, para que sigamos creyendo en ella como posible.
Daniel Montoly
© 2001
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