Claribel Díaz
(Santo Domingo, República Dominicana, 1963)
Maldito el espejo,
condenado a repetir con falsedad
bajo la orden del tiempo y
el escrutinio de la incertidumbre.
Tanto temblor propicia la vacuidad
de su recinto
que él mismo muerde sus uñas,
sus labios y hasta sus propios dientes.
Huyes de su vigilia
porque a ti también te atrapa
y te deja lerdo, embebido, asustado,
testigo de su larga impunidad.
Si te acercas por su vereda
no te detienes
hasta la estación de la sonrisa.
Transcurres por un sitio que en su ritmo atormenta.
Se opaca como la mano en el vaivén del adiós.
Un salto hacia a la otra rampa y no habrá tiempo
sino para quedarte afuera.
Afuera de tu nombre, de tu aura y de tu carne.
Desterrado de tu sangre.
Estar lejos de esta urgencia no es estar ausente,
sino fragmentado,
condenado a ver la niebla de tu imagen que desvanece
mientras te mira desde la otra rampa.
El preludio de tu cuerpo me aproxima
a la tibieza.
A contraluz y de cara a la tempestad
el pudor en los labios acontece.
Desposeída, extraviada,
con otra piel y con otro rostro
me despierto.
Vuelvo al resquicio de la memoria,
a la palabra,
a la urgencia ineludible de tu boca,
al desvarío o a la pregunta:
por qué no soy si te presiento.
Duelen las franjas del mar
sobre las paredes de un cuerpo
en el desorden.
En pos de sus líneas afligidas,
niego al tiempo su eternidad
y al mundo la soledad que lo requiere.
Aturdida por los sueños,
transmutada por la ausencia,
lo consigo y me derramo,
se aleja y me condenso.
Confundiendo sus latidos con la noche,
apenas lo palpo.
Duelen las calles,
duelen las veredas, la música, los puentes.
El día me declara por decir
en un deseo que se agota adentro
y con lascivia mira desde lejos.
Un hombre no vuelve a sus instantes
después de ver su cara de costado en el asfalto,
ni después de ver las horas en presencia de su grito.
Atravesé un pasillo en el que las navajas
eran las que saludaban los acordes de mi recuerdo
y salí de ahí como una grieta,
blandiendo mi asustada delgadez.
Con las líneas del torso abrazándose al temor,
me asomaba a los días.
Después de quebrar su tamaño en el tropiezo,
un hombre no es un hombre,
es abismo y alfiler.
Con el cuerpo dividido en dos en el espejo,
busco otra imagen de mí misma en lo pretérito
y me encuentro allí también escindida.
Vacila la rebeldía de mi gesto.
Frente al cristal que apenas me sostiene,
renuncio a mi corta ubicuidad
y a la ruina que determina
la escasez y frugalidad de todo.
Nadie quiere metáforas de nada,
sólo certezas y absolutos,
aunque todos nos aferramos a lo esquivo.
Más allá de lo breve,
en el mismo centro de lo efímero
gravita la eternidad.
En medio de lo incierto
y en la plenitud de lo que se acaba,
la quimera es la proporción única de lo real
Ha publicado el opúsculo, (1987), y los libros de poesía: Consideraciones psicodinámicas acerca de la delincuencia, Ser del Silencio/Being of Silence, Essential Icon Press, febrero, 2003 y Orbita de la Inquietud, Obsidiana Press, mayo, 2010, el cual ha sido presentado recientemente en las ciudades de Madrid, España y Nueva York, EUA. Los poemas de la presente selección forman parte de este último texto.
Nota del autor del blog: Para quienes estén interesados en adquirir ejemplares del reciente libro de la poeta dominicana, Claribel Díaz pueden hacerlo en siguiente enlace: www.op-libros.com
0 Comments:
Post a Comment
Subscribe to Post Comments [Atom]
<< Home