Martín Prieto
(Rosario, Argentina, 1961)
Estoy parado frente a un caballete en blanco frente al mar,
en cualquier país de Suramérica.
Entonces pienso:
estoy envejeciendo;
nada me atrae ya con nitidez.
Un barco naranja crúzalo al mar
al bies
y se pierde.
No seré yo quien lo pinte.
Amanece en el puerto de Montevideo.
El Río de la Plata,
que en su ancho parece mar
oxida las rocas del muelle.
Las luces de los barcos
anclados allá se reflejan sobre el agua tersa
y se hacen, cada una, dos.
Fascinado como el joven Burroughs
ante un espectáculo semejante,
empecé a temer, como él,
que sí no me iba de inmediato
tendría que quedarme allí para siempre.
El mundo es esta estación de trenes, casi invisible por la lluvia.
Hay, entre las vías, un resto:
una naranja brillante apoyada contra el riel.
El hombre tiende la mesa
y cree cambiar en algo las cosas
Las plantas de lechuga,
húmedas por la lluvia de la noche anterior, verdes
contrastan en un paisaje acostumbrado
al maíz, al trigo y a la pastura.
Las mujeres no hornean, como antes el pan:
duermen a esta hora y sueñan con hombres elegantes
que las pasean en auto descapotados,
que les señalan, al cruzar el puente,
esos cuerpos encorvados y rústicos,
casi imperceptibles por la niebla,
que recogen y encajonan plantas de lechuga,
al amanecer.
Vivimos veinticinco años juntos
y en la misma ciudad
para terminar en este país de extranjeros
casi como dos turistas aburridos
que toman una copa helada
después de haber intercambiado
algunas palabras gentiles.
Las calles de Roma están bordeadas de basura,
por la huelga,
y hay ese olor nauseabundo
que provoca en los residuos
el calor del mes de agosto.
Nada más quisiera el alma:
una percepción emocionante,
materiales levemente corruptos
de eso que llamamos “lo real”,
y no estás construcciones de fin de siglo
en el bajo, galerías desde las que miro
los mástiles enjutos de un barco griego.
Tampoco el agua ni, más allá,
eso que dicen es la provincia de Entre Ríos.
De las verdes brevas la mujer, entre sus manos, toma una.
alguien las cortó esta mañana
eligiendo las más grandes y rugosas,
dejando que las tersas maduren como higos,
dentro de un mes.
De las verdes brevas que adornan el centro de la mesa
dentro de un plato de loza blanco
la mujer, entre sus manos, toma una.
El contacto de esa carne desarmada y fresca
contra sus labios le recuerda un viaje.
Una terraza.
Velas blancas sobre el agua del Mar Argentino.
2 Comments:
Siempre trayendo buena poesía.
Gracias!
Edilberto: ¿Cómo estás? Es grato encontrar siempre tus comentarios y estimulo.
Me encontré con la poesía de este excelente poeta argentino, en la página oficial del Festival de Poesía de Medellín y comencé a buscar por todos lados algunos poemas suyos, pero no encontraba nada, salvo en una antología de poesía preparada por el crítico peruano, Julio Ortegas. Espero que los lectores del blog disfruten de la poesía de Martin Prieto como la he disfrutado yo.
Afectos.
Daniel
Post a Comment
Subscribe to Post Comments [Atom]
<< Home