Monday, January 3, 2011

Como espejo de muchas lunas

“Estoy como lo soñó Martí, con la poesía sabrosa” • Los críticos de Lezama mantienen un consenso: el lenguaje en Paradiso es el personaje más importante de la novela

por Alberto Dolz

«Hurgó apretando suavemente como si fuese una esponja». No más comenzando Paradiso —en la segunda línea— salta el primer símil de la novela. A partir de ahí, serán más de quinientas páginas en las que las comparaciones serán frondosas en un texto rotulado por los críticos como uno de los mejores productos literarios cubanos del siglo XX.

Su autor, José Lezama Lima, pone de inmediato las cartas sobre la mesa. Desdeña coartadas lingüísticas para encajar sus equiparaciones. Sin miramientos las dispensa. Una palabra como alarde quedaría corta en su intención de definirlas.

En los inicios del capítulo primero escribe: «La señora Augusta, que no podía prescindir de los símiles dijo: —El encaje es como un espejo…».

Y ese espejo de palabras, puesto repetidamente en las acciones y las caras de los personajes, hace de la novela un yacimiento de imágenes poderosas, sorpresivas y hermosamente anárquicas, como un desfile de banda militar china situado entre la eternidad y la nada.

En ese nivel de lenguaje comparativo, que dinamita las lógicas del lector, se adentró la filóloga Dulce María Sotolongo Carrington, La Habana, 1963, para censar los símiles en el capítulo primero de Paradiso.

«Estuve buscando y rebuscando cómo son los vendedores de cazuelas en Irán», dice con aire mordaz la investigadora al citar uno de los símiles de la novela que compara al «hierático» cocinero Juan Izquierdo con tales mercachifles persas.

¿Una tomadura de pelo? «De cierta manera, Lezama pudiera ser catalogado como un autor disparatado», afirma la editora de la casa Extramuros. «El era un cubano nato, y el cubano es adicto al disparate en ciertas ocasiones. Manejaba un humor despampanante. Pocos se atreven hacer humor con José Martí, y Lezama pone en boca de un guagüero: “Estoy como lo soñó Martí, con la poesía sabrosa”».

Ese Lezama burlón, en perenne juego con las identidades y que hace malabares con la semiótica, se repite una y otra vez en Paradiso.

«Como si le pusieran una inyección antirrábica al canario o como si llevasen los caracales al establo para que adquiriesen una coloración chartreuse» se lee en el capítulo de marras revisado por Sotolongo Carrington. El escritor «se divierte mediante símiles», como hizo notar su entrañable amigo y poeta, Cintio Vitier, dice la investigadora.

«Lezama se caracterizó mucho, según las personas que lo conocieron, por una conversación llena de muchas asociaciones aparentemente disparatadas, de ahí el humor lezamiano», explica Sotolongo, quien ya en el pasado había editado El ingenuo culpable, un texto de Reynaldo González, amigo y contertulio de Lezama; Fascinación de la memoria, con papelería inédita del célebre escritor, y Las mujeres en Lezama, de Yamilé Limonta Jústiz.

«Sería fascinante hacer el estudio en toda la novela Paradiso, porque es una súmula, de modo que los símiles que él utiliza en el primer capítulo los va a mantener durante toda la obra. Solo hace versiones de los mismos», explica la filóloga.

Los críticos de Lezama, que son un hormiguero y viven en una vasta geografía, mantienen un consenso: el lenguaje en Paradiso es el personaje más importante de la novela. Razones: se escapa de las consabidas estructuras sintácticas y además trasciende la fonética y el significado, lo cual provoca un caos del que surge un universo poético pleno de energía y erudición que convierte en mitología la realidad vulgar de un hecho.

Como tantos otros estudiosos, Sotolongo coincide en que Lezama Lima es un escritor difícil. Obliga al lector a cierta preparación para enfrentarlo.

«Según te conviertas en su cómplice, eres capaz de disfrutarlo». ¿Condiciones previas? «Sobre todo, requiere de mucho estudio y amor. Si no amas a Lezama, no puedes llegar a entenderlo nunca».

Un estudio de la figura del negro en su narrativa o sus relaciones con la comunidad habanera —un barrio pobre salpicado de prostíbulos— en la que residió desde 1929 hasta su muerte en 1976 son todavía terrenos no franqueados por las investigaciones, hace notar la filóloga cubana, quien confiesa que en sus años universitarios el autor de Muerte de Narciso no la movió del pupitre.

«No entendía nada», reconoce.

Tomado de Cubanow

Tomado de La Ventana

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