Sunday, December 5, 2010

“Si la vida no fuese mágica, no existiría la escritura”


Literatura Entrevista a la escritora guadalupeña Maryse Condé, tras finalizar la Semana de Autor[a] que la Casa de las Américas le dedicó este mes de noviembre

por Marianela González

Le gusta la gente un poco alegre, un poco triste. No se puede andar por la vida agradando todo el tiempo, a todo el mundo. Y quizá sea eso, justamente, lo que nos agrade de Maryse Condé: la escritora guadalupeña reserva las palabras para la hoja en blanco y los encomios, para quienes los merezcan. Pero si está usted del lado del público, sentirá que pertenece a esa troupe de privilegiados. Una hora le es poca para narrar su vida, y quienes la escuchan resistirían varias más.

Ella, bruja negra de Salem, conoce bien los ardides de la palabra: lo aprendió con los griots en África, a donde viajara en busca de sí misma cuando el espejo —el mismo que la vio crecer francesa y blanca— le devolviera a los diceiséis años una mujer negra totalmente desconocida.

En español, escasean las traducciones a su obra. Pero en francés, la producción es múltiple: Ségou: Les murailles de terre (1984), Ségou: La terre en mientes (1985), Moi, Tituba, sorcière noire de Salem (1986) y La vie scélérate (1987), son los títulos de sus novelas fundamentales. De ellas han bebido durante décadas la crítica y los estudios sobre el Caribe, desde todas las latitudes.

Muchos de los centros académicos que constituyen la médula del pensamiento cultural occidental, han reconocido sus obras con importantes distinciones: Maryse Condé (1934) es también Honoris Causa por el Occidental Collage de Los Ángeles (1986), por el Lehman College de Nueva York (1994) y por la Universidad de West Indies (2005). Entre los más recientes: Orden de Comendador de las Artes y las Letras (2001), el trofeo de las artes afrocaribeñas por su novela Les Belles Ténébreuse (2008) y el mismo galardón, el pasado año, por la obra de su vida. Como parte de su empeño por extender el conocimiento sobre el Caribe francófono a otras latitudes, dirigió el French and Francophone Institute en la Universidad de Columbia, donde aún funge como Profesora Emérita de Francés.

Con ese aval se presenta Maryse Condé ante los lectores cubanos. A su novela Moi, Tituba, sorcière noire de Salem le ha nacido este año una hermana: Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, a cargo del Fondo Editorial Casa de las Américas. Invitada a la Semana de Autor que cada año dedica la institución a un escritor latinoamericano, llegó a Cuba una de las voces imprescindibles del pensamiento caribeño poscolonial: la guadalupeña que vivió su primera revolución cuando oyó hablar por primera vez de Aimé Césaire y Franz Fanon… ¡en Francia, después de haber vivido dieciséis años en su isla natal!

Durante cinco días, hemos escuchado de su vida y de su amplia producción intelectual, en voces de investigadores y en la suya propia: aquel encuentro memorable de una hora que apenas me dejó preguntas, ante tanta respuesta.

Narrativa para niños y adultos, dramaturgia, crítica... ¿Qué encuentra Maryse Condé en cada una de estas formas?

—Trabajo sobre todo en la novela, aunque es cierto que a veces hago teatro o escribo algunos libros para niños. El teatro, por ejemplo, me motiva porque siento que me acerca mucho a la gente. Pero si algo he aprendido es que para un autor no existe diferencia entre esas creaciones: todas ellas expresan un mismo yo interno, solo que en forma múltiple y diversa. Luego, la crítica hace la diferencia; pero el escritor simplemente escribe, se sirve de las palabras para hacer una música o un sonido y contar una historia.

»Eso lo aprendí también de África. La poesía, la prosa, la canción, como nos enseñaron a lo francés, no tiene necesariamente esas divisiones en su esencia. Las divisiones son pura forma. Todo proviene de un mismo origen: la palabra. La ponemos a cocinar en un gran horno, hasta lograr una noción más profunda del ser humano».

Dice usted que un libro tiene “sentido y sonido”; espera que cuando abramos una obra suya, encontremos no solo una historia, sino “una voz” que nos hable. También lo pide Glissant en El discurso antillano: ser “escuchado”, más que “leído”. ¿Cuánto marca la oralidad a la literatura caribeña, al pensamiento cultural caribeño?

—¿Te digo de verdad?: menos de lo que podría. Ejemplifico con mi propio caso: fui educada por mis padres, quienes no creían en la palabra creole. Cuando era niña, me leían los cuentos de la Caperucita o la Cenicienta. Me impedían hasta interesarme por la música popular. De modo que, evidentemente, la oralidad caribeña no me ha marcado como escritora. Sin embargo, no dudo que pueda ser importante para otros: la vida de un escritor define su creación, él mismo es la materia de su obra.

¿Por eso la crítica siente en sus novelas un halo autobiográfico?

—Tal vez.

Cuando leyó Cumbres Borrascosas, sintió que “Emily Brontë podía hablar a Maryse Condé más de un siglo después, porque su historia era similar”. Como escritora, ¿su sustrato es el ser humano, más que su tiempo?

—Como suelo decir, la literatura existe para decir la verdad. Y si la verdad de un ser humano dice también alguna verdad sobre su tiempo, pues el provecho es doble. La literatura no existe para inventar mundos mágicos: existe, acaso, para sacar lo mágico de nuestro propio mundo. Ese le pertenece a cada persona, por separado.

Como lectores —incluso a los caribeños—, a veces nos parecería que existe un Caribe real y uno ficcional, “maravilloso”, derivado de la literatura o las artes visuales… ¿qué opina usted?

—Pienso que la magia del Caribe forma parte de la vida del Caribe y, por tanto, de la escritura. Como escritores, siento que no tenemos que esforzarnos para hallar un elemento mágico: está ahí, en todos los aspectos, incluso de la vida misma. Si la vida no fuese mágica o maravillosa, no existiría la escritura.

El pensamiento sobre el Caribe que se produce dentro de la región, ¿se diferencia del que se produce fuera?

—Pienso que ahora no tanto. El pensamiento sobre el Caribe en la región cada vez se mezcla más con el que producen quienes viven fuera o quienes incluso nacieron fuera. Finalmente, creo que la manera en que todo esto se agrupa resulta en que no hay diferencia entre los de fuera y los de dentro. No hay un Caribe inmutable, en todos los ámbitos de la realidad antillana. Compartimos con gente de todas partes. El pasado es importante, pero más lo es el futuro. Y el futuro viene de la mano de toda esa comunión humana.

Su teoría sobre la “literatura caribeña” es muy singular, dice usted que no puede ser definida…

—No creo que exista una “literatura del Caribe”. Están la guadalupeña, la martiniquesa, la haitiana, la de Trinidad, la de Jamaica… Cada una es muy diferente y dice cosas diferentes. Es falso hablar de “literatura caribeña” como si quienes nacimos en el archipiélago tuviésemos que decir lo mismo. No, somos diferentes y decimos cosas diferentes. Incluso, no creo que tenga sentido hablar de “identidad caribeña”: existen múltiples identidades, identidades singulares. Sucede lo mismo con África. ¿De quién hablamos?: de Senegal, Ghana... Cada uno con un pasado, una evolución diferente. No existe “el África”, sino países africanos.

En su país, el hecho de que usted escriba siempre en francés ha provocado disgustos. Usted insiste en que no escoge el idioma en que escribe, sino que escribe en su propio idioma —Maryse Condé— y que el idioma no domina a quien lo habla. Pero todo idioma es también resultado de una construcción cultural, de poder…

—De acuerdo…

¿No ha sentido nunca que el francés no le es suficiente, como escritora, para aprehender una “verdad” del Caribe o de un ser humano que lo habita?

—El francés se ve como la lengua de la colonización. En el Caribe francófono, quien escriba en francés es un traidor y quienes lo hagan en créole, son vistos como más cercanos al pueblo. Es la idea de base y creo que no es justa. Lo que sucede en mi caso es que yo no me formé en el créole, sino en el francés. Tal vez yo pude haber escrito en créole y ser lo que ellos quieren; pero si he de decir “la verdad”, pues la verdad es que yo escribo en francés.

“Piel negra, máscara blanca”… ¿es eso posible?

—Soy un ejemplo de que eso ha cambiado. No me gusta criticar las cosas, sino tratar de entenderlas. Veo los orígenes porque ahí están las verdades.

Mirando un poco hacia esos orígenes, ¿cómo explica Maryse Condé que Guadalupe y Martinica continúen siendo departamentos de Francia, en el siglo XXI?

—Porque son pequeños países que no tienen mucha fuerza. Faltó un líder para llegar a la libertad, como el Fidel Castro que ustedes tuvieron. Se necesita un grupo de gente y un hombre o una mujer que lleven hacia la libertad. No hemos tenido eso. Los martiniqueses tuvieron una liberación —al menos cultural— con Césaire; pero nosotros en Guadalupe, fatalmente, no hemos tenido a nadie. Se estudia en las escuelas con libros franceses, la prensa es francesa, el cine… todo francés. La lucha es larga. Martinica y Guadalupe no son Cuba, no tuvieron una revolución.

Los escritores de estos tiempos, ¿no sienten una relación con el espíritu de aquella generación de Césaire?

—Siempre digo que mi generación fue más modesta y creo que aún se mantiene ese sentimiento. Para algunos países, el tiempo de la colonización terminó: para Cuba; para Guadalupe, no. Pero escribir es como alcanzar la libertad personal. Al menos eso, mientras dure.

Tomado de La Jiribilla

Tomado de La Ventana

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