Tuesday, March 12, 2013
Violencia
y literatura
Por
Liliana Díaz Mindurry
Bachelard
se refería a una poética del aire, del agua, de la tierra, del fuego. Me
gustaría agregar que una poética del aire es de tendencia metafísica, el agua lleva
a la sensualidad, el fuego a los misticismos y blasfemias (sean o no de índole
religiosa), la tierra a la vida cotidiana. Pero ese fuego devorador, lo
pasional en el sentido de padecimiento y de infligir violencia a las mismas
estructuras gramaticales está en la naturaleza poética. La poesía (término que
incluye los otros géneros literarios y descartando lo poetizante en el peor
sentido de altisonancia) muestra el caos falsamente ordenado por el lenguaje
que se imagina a sí mismo referencial, al
producir violencia en el centro mismo del decir. Digo esto para decir lo otro y
para decir sucesivas cosas y para atacar la linealidad gramatical (que no es
más que la reproducciones de las estructuras lineales del pensamiento) y para
eviscerar las palabras cortadas y hasta
corrompidas como en la divertida y singular novela El orden alfabético de Millás, de escritura liviana que depara
sorpresas.
Violencia
en el sentido de quebrantar y violar. De forzar el lenguaje hasta vaciarlo y
tergiversarlo. Atropellar las palabras para que expulsen contenidos íntimos, secretos, paradojas. No respetar palabras ni convenciones,
sabiendo que la primera convención es la palabra y es necesario demostrar su
falsedad en nuevas y nuevas convenciones igualmente falsas hasta que toda
convención quede rota por sucesivas violaciones que siempre muestren el agujero
en el sistema. Disfrazar para desnudar, desnudar para disfrazar, para desnudar,
es decir, para disfrazar.
En
otras palabras, proferir maldiciones contra el mismo Mal-Decir del lenguaje,
demostrar toda su categoría de instrumento infernal.
Hasta
aquí hablamos de atropellar a la palabra. Ahora hablemos de atropellar el
sentido. Mostrar la extrañeza radical de todo presunto sentido a través de
palabras que muestran la desnudez del
Agujero. Una fuerza impersonal nos lleva
a cualquier parte. Llamarlo inconsciente no nos ayuda. La misma muerte aparece
como sentido fundamental de todo y es una muerte que no es muerte. Es la
violencia de no terminar de morir y de no saber qué es ese extraño sentido
porque no se puede escribir o decir la muerte. Como hacerlo si la muerte es lo
esencialmente extraño. Como la palabra. También la palabra es lo esencialmente
extraño.
¿Cómo?
¿La palabra no era un puente con el mundo exterior? ¿No era la forma de
alcanzar al Otro? ¿Se trata ahora de violentarla para distanciarse del Otro?
¿Para mostrar con más fuerza que el puente está dinamitado? ¿O esa violencia es
para mostrar su engaño, pero también para desencadenar sus poderes mágicos?
¿Arrancar los poderes mágicos? ¿Arrancar el encantamiento del mundo para formar
un nuevo mundo, un nuevo encantamiento?
¿Hay
un mundo exterior? ¿Diremos con Nietzsche que no hay hechos sino
interpretaciones? ¿O con Derrida que antes de la representación hubo una
repetición? (Repetition: ensayo).
¿Ese es el mito del eterno retorno? Tal vez si hubo un hecho fue matado por la
palabra, quebrado en mil pedazos y sólo queda la interpretación de la
interpretación. Como diría Foucault: si la interpretación es infinita es que no
hay nada que interpretar.
La
máxima violencia: saber que la palabra es necesariamente un monstruo de dos
caras y que no se trata del equívoco ocasional o inclusive corriente sino del
equívoco del equívoco. ¿Transparente por poco sentido? ¿Opaca por mucho sentido o porque no dice
nada?
Cuando
San Juan de la Cruz dice deseando nada
está diciendo violentamente muchas cosas. Por ejemplo: que la literatura es
deseo de nada. Que ese deseo de nada es deseo de Dios, es decir, deseo de nada,
es decir, deseo de Dios. Que la palabra es nada y dice nada y con ella el escritor
desea decir eso: la nada, que es como decir todo. Que es infinito lo que quiere
decir, y como no hay palabras para decir el infinito desea nada. Y todos los
caminos que se pueden abrir, tantos como pasiones que leen. Porque hace falta
eso: la pasión. Y la pasión es la violencia maravillada, en éxtasis. Como si
fuera lo contrario de la violencia. Pero la palabra literaria es violencia, de
mayor calibre que una injuria o un insulto. Porque es amor violento,
violentado, que violenta, viola. Deseo. Y de nada.
Se
trata de un idioma sagrado, con la sacralidad y la brutalidad del fenómeno
religioso. Su sentido es secreto porque implica todos los sentidos. Y es tan
humano como bestial.
Breton
dijo que las palabras hacen el amor. Pero lo hacen a través de la muerte. Es un
amor cargado de crímenes. Poetas como San Juan de la Cruz se llaman místicos,
pero es una mística que hace el amor con Dios, y el amor no es un acto sin
violencia. Es la más pura violencia. Hay
una magia oculta, una búsqueda violenta de poder sobre Dios, sobre un mundo de
malentendidos, creado por ese mismo Dios que bendice maldiciendo.
Además
hay un ritmo. La palabra literaria es una palabra con ritmo: verso o prosa, es
igual. El ritmo nace de una escritura auténtica. El ritmo es un hechizo y el
hechizo es arrancar secretos a la fuerza. Ya lo dice Juan: el Verbo es Dios.
Cada uno inventa un universo de palabras y es en sí un Verbo o un Dios, como se
prefiera decir. Pero el escritor no lanza palabras al aire sino que las junta
en libros para producir una ruptura en el entramado fácil de cada lector, en
esa armonía que todos tratamos de inventar miserablemente cada día con total
conciencia del fracaso, pero persistiendo en nuestro simulacro de lenguaje.
Todo
esto es un golpe y la literatura lo da con toda la fuerza y esto aunque lo
escrito sea un balbuceo. El balbuceo de la poesía no elimina su violencia, su
fuerza de choque: por el contrario, la aumenta. En la vida cotidiana atribuimos
la maldición del lenguaje a la traición de éste o aquel, a la manipulación del
poder, a Dios, al destino, a cualquier cosa. La literatura muestra esa
violencia, al punto que produce un encantamiento. El mundo vuelve a tener ese
encanto que nunca tuvo.
La
literatura necesita desintegrar. Producir equívocos, ya que el malentendido
está, que ese malentendido sea un látigo para “azotar el mar, locura de
bárbaro”, como decían los griegos. Irritar. Porque es una palabra separada de sus
funciones habituales. En otro orden que
no tiene que ver con las mentiras de su comunicación, de su información, de su
discurso de poder de víctima o victimario. Esa es su fuerza, su hechizo, lo
único que nos importa. Porque es verdad en su juego. El resto es una mentira
que nos dice la política, la ciencia, la persona amada. Y se la puede
interpretar como a un texto literario. Esa interpretación no importa: importa
el texto en sí, su blasfemia.
Y
la verdad, ¿qué función cumple en todo esto? La palabra es un instrumento ¿para
disimular la ausencia o para buscar la verdad? ¿Qué queremos decir con buscar
la verdad? ¿alguna nueva máscara vía filosofía o vía ciencia, un orden que nos
tranquilice un poco, porque aunque no creamos en ninguna verdad resulta
armónico que la busquemos? ¿Resulta sensato?
Pongamos
por un momento que la literatura busque alguna verdad (aunque “verdad” sea otra
palabra tan maldita como cualquiera, pero con su lado tranquilizador). Por
ejemplo Proust. No busca la memoria del tiempo perdido, pero sí la verdad. No
lo hace por buena voluntad, ni por un sano deseo de niño meritorio, sino porque
hay signos que lo violentan y lo empujan a buscar como un amante celoso conocer
la infidelidad del amado. O al menos sus signos. Con esa misma violencia escribe. (¿Quién ¿
¿Proust con sus felices magdalenas y sus losas venecianas y sus campanarios?).
Cuidado con las apariencias: toda gran literatura, cuente o no hechos de
violencia, use o no palabras violentas, atropelle o no las gramáticas,
desinstala con su violencia escondida.
Pues entonces, bueno, sí, buscar la verdad. El
Mal-Decir lo impide. Buscarla en ese Mal- Decir. Y que aparezca una verdad
completamente distinta en el que lee. Porque en definitiva se trata de
pensamiento a través de palabras malditas, o sea de un orden que es un caos.
***
No
hay pensamiento de vanguardia que no sea poético. Incluyo a Galileo, a Marx, a
Freud, hasta a Jesucristo, para hacer una lista anacrónica, un poco burlona,
pero bastante precisa. Son pensamientos
poéticos, porque no van siguiendo una línea de orden sino de ruptura. Decir
vanguardia a una mentalidad postmoderna en toda su variante pasatista,
anticreadora, que juega a la parodia porque no tiene genio inventivo y hace
coqueteos furiosos con el marketing que es su meta verdadera, es una forma del
arte de injuriar, para usar un término borgesiano ya popular y aceptado por el
lenguaje, o es una imagen magnífica de la impotencia que trata de disimular su
desgracia. Los mass media con su afán de manipulación y de producción de
intelectuales al servicio del poder, han servido para recrear este imaginario,
esta antipoesía con otro género de violencia: la de la cuidadosa higiene de
cerebros.
Sustraerse
a la Ley para entrar en una gracia que nos hace inmortales, o pretender que los
cuerpos caen con un movimiento rectilíneo uniforme y hacerlo dentro de un plano
infinito (algo que no existía en la física aristotélica y menos en la
cosmología medieval: sólo Dios es infinito), o decir que el trabajo no es
mercancía, o salirse del sistema con un irrepresentable como el inconsciente,
significan en su momento histórico, impensables, agujeros en la trama
sistémica, aunque hoy sean lugares comunes, perfectamente representables y
hasta manoseados por el pensamiento. No obstante han hecho suficiente
violencia, han sido poetas fuertes en el decir de Bloom, han producido heridas
y producciones de resistencia en ese gran poder creativo de la envidia, que es
la crítica literaria.
Poesía,
es sin lugar a dudas, violencia en el lenguaje, torsión de la gramática,
aumento en progresión geométrica del íntimo Mal-Decir de nuestra comunicación
cotidiana: lo real imposible lacaniano hace sentido en la fuerza de la
encarnación. Poesía es desarticulación, incomodidad. Lo cómodo es el orden del
consenso, el mandato social y la democracia del mercado, y en el pensamiento,
ese sentido común, esa doxa, que no
toca la episteme. ¿Tiene entonces
algo que ver la ciencia con la poesía? En un solo punto: lo que hace a la
incomodidad, la desarticulación del sentido común.
Imaginemos
un señor sentado en su sillón, con su auxilio técnico de variada clase para
adormecerse. Se enfrenta contra el Mal-Decir del lenguaje pero no le importa,
está dormido, semimuerto. Su cerebro es apenas una tripa lavada y perfumada.
Compra, vende, come, respira, defeca, fornica, hace hijos semejantes a él,
muere. Apenas tiene algo de humano, está a punto de ser virtual. ¿Qué puede
importarle de la gratuidad de un mundo palabrístico?
La
violencia creativa se opone entonces a la violencia organizada del consenso,
del mandato social. Las palabras si no son dinamita y producen esquirlas en el
cerebro, no producen efecto poético. Fuerzan su significado y, lo mejor,
fuerzan el pensamiento, lo acercan a sus límites. Nada de Ley, la poesía es gracia pura. Es
revolución sin demagogia.
Contra
el Azheimer general de un pensamiento manipulado, contra la todopoderosa y
ubicua eficacia se dirige todo lo poético. En su golpe a lo establecido produce
la necesaria crisis y la movilidad.
Ya
lo decían los surrealistas. Y es así. Toda belleza será convulsiva o no será.
Nota del autor del blog: La
obra artistíca que ilustra este ensayo corresponde al artista italiano,
Caravaggio.
1 Comments:
Gracias por compartírnoslo, amigo.
Abrazo
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