Monday, July 24, 2006

Entrevista con Waldo Leyva, poeta cubano
“En mis poemas. Soy yo”
Héctor González
Revista Vértigo

Alguna vez Eliseo Alberto me dijo que los cubanos eran poetas, músicos o beisbolistas. Waldo Leyva (Cuba, 1943) es lo primero. Obsesivo del tiempo, el escritor va y viene a México. Este año calcula que en total serán cuatro las veces que cruce el golfo. La próxima, en septiembre u octubre, cuando haga una gira con su grupo Trovandante, donde juega el rol de lector de sus versos.
Hoy Leyva es considerado uno de los más importantes poetas de su país. Varias de sus líneas reflejan la mirada de un hombre que en la transparencia y sencillez encuentra una de sus principales cualidades. Ataviado de un blanco que lo viste de la cabeza —lleva sombrero— a los pies, y que combina perfectamente con sus canas, el escritor habla de manera pausada pero firme, tan firme como cuando escribe: No fui dueño del tiempo que he vivido / ni pude detenerlo, ni hay regreso. / Sólo puedo volver cuando el recuerdo / juega a tenderme trampas como a un niño; versos que aparecen en Agradezco la noche (Calamos/Conaculta), volumen que no sólo sirve de pretexto para hablar con el autor, sino que también nos reconcilia con el mundo, en momentos como este en que todo son disputas y sentimientos enconados.
— Pienso en la poesía cubana y vienen nombres como Eliseo Diego, Fernández Retamar y Nicolás Guillén…
— De todas las manifestaciones de la literatura, en Cuba la poesía siempre ha sido de las privilegiadas. Y no desde ahora sino desde el siglo xviii. Hay muchos poetas de calidad. Yo he sido amigo de los que has mencionado, pero también de otros como César López.
— Es cierto, Eliseo mismo era un poeta abierto, sin cerrojos. Tú podías llegar a él y platicar, enseñarle lo que estabas escribiendo. Su estudio era una especie de santuario, donde íbamos a recabar sabiduría, porque no sólo era un excelente poeta, también era un hombre para quien la sabiduría se daba con mucha facilidad.
— Abierto, es también un adjetivo que le queda muy bien a su poesía…
— No rechazo la llamada poesía de códigos cerrados, por ejemplo, la de José Lezama Lima, que es una especie de continuidad de Góngora. Es de esos autores a los que hay que llegar armados de un instrumental para ir descubriendo los códigos con los que elabora su texto. Como lector no rechazo esa poesía, es una poesía que cuando se revela resulta una aventura deliciosa. Pero practicarla como autor no me interesa. En mi trabajo tengo otro concepto de la poesía. Pienso que el poema debe ser lo más transparente posible. Me gusta que el texto sea musical, que no renuncie a la rítmica del verso, que sin dejar de usar una antropología importante no se convierta en un texto oscuro. Todo eso siempre a posteriori, porque cuando uno escribe no piensa si lo está escribiendo claro u oscuro.
— Ahora que menciona a Góngora pienso en el barroco que pegó tanto en Cuba con Lezama y Carpentier…
— Y en América Latina. El barroco, más que una corriente o movimiento, es la constatación de uno de los rostros de la naturaleza americana. En México lo encuentras en la arquitectura y la música. En Cuba su presencia estuvo en la literatura, con los autores que mencionas, pero también tenemos a Severo Sarduy, que de hecho fue uno de los grandes teóricos del barroco. Pero en definitiva para mí la poesía es buena o mala, más allá de los códigos que utilizas para escribirla.
— Aunque de repente hay prejuicios contra la accesibilidad de la poesía…
— Hay un criterio falso y que ha hecho daño a la literatura. Tiene que ver con aquello de que lo bueno en poesía o literatura es lo difícil de comprender, aquello que sea complicado y te obligue a desentrañar. Lezama es uno de los monstruos de la lengua, pero conozco muchos epígonos de Lezama que se quedan sólo en la cáscara, en la búsqueda del idioma y en la manera de decir.

—¿ Preciosismo?
— Pero un preciosismo que resulta vacío. Lezama jugaba con eso, si uno no se daba cuenta le tomaba el pelo, pero era su voz. Y encontrar esa voz es la aspiración de cada poeta. Así como no puedes vivir la vida de tu hijo, no puedes asumir la voz de otro. Puede influirte, para encontrar o consolidar tu voz, pero el asunto es ser auténtico.
— En ese sentido a Jaime Sabines se le criticó por la sencillez de su poesía, y es esta la misma crítica que se le hace a Mario Benedetti…
— Hay que tener mucho cuidado porque en los dos extremos hay riesgos. Al no hacer accesible la poesía existe el riesgo de que no te entiendas ni a ti mismo. Puedes ser tan hermético que no consigas establecer un diálogo con el otro, y la literatura la haces para que otros la entiendan. Primero para ti, pero también para el otro. Si no pensáramos en eso no publicaríamos ningún libro. Todo el que diga que no le interesa el público miente. Si no le interesara el público nunca publicaría un texto. Si le das un escrito a un amigo es porque necesitas un lector y si es así, no puedes correr el riesgo de que ese lector no exista. En el otro extremo, si buscas una accesibilidad consciente corres el peligro del populismo. Llegar a determinados facilismos y hacer concesiones con una oralidad forzada. Y eso devalúa la obra. No creo que eso pase en Sabines. A todos nos pasa que tenemos algunos poemas malos. Respeto mucho a Pellicer y no todos sus poemas son buenos. Benedetti, que ha sido mi amigo, sí creo que bordea ese filo de la navaja, en el cual puede caer hacia una literatura fácil o una poesía comercial, pero pienso que tiene la suficiente medida para llegar al límite del abismo y retroceder. Aun así tiene algunos poemas maravillosos.
—¿ Usted se entiende en los poemas que escribe?
— En absoluto. Mi criterio de la poesía tiene que ver con la idea de que en el poema no se puede mentir. En mis poemas no invento un personaje: soy yo. Si tú ves hay temas que se repiten como la infancia o el tiempo, que va desde el pasado más remoto hasta la angustia por el futuro que uno creyó construir en un momento determinado, y que después te das cuenta, no va a existir nunca, porque la utopía tiene la virtud de no dejarse tocar nunca. No se puede alcanzar pero nos convoca constantemente, y en esa búsqueda está la almendra de la vida. El destino no importa sino el caminar y andar.
— Aunque como usted escribe, nunca se puede regresar…
— Claro, a medida que das un paso ya no regresas. En el momento en que empezamos esta entrevista ya no volverá nunca más.
—¿ De dónde viene esa obsesión por el tiempo?, ¿de la infancia o de la muerte?
— Lo voy a decir con la frase de un poeta cubano llamado Jesús Orta Ruiz: “No me importa morir y que me olviden, sino morir y no tener memoria”. Ahí está resumida toda la filosofía de mi obra y la del hombre. El hombre necesita permanecer. Ésa es una vocación del ser humano: sembrar un árbol, tener un hijo o quemar un templo. El hombre tiene la necesidad de vencer la muerte y aspirar a la inmortalidad, lo mismo quien hace una silla que quien construye un poema. Pero por otro lado, mi diálogo con el tiempo corresponde a nuestra época. Yo pertenezco a una generación que en el año 60 se creyó con la posibilidad de construir el futuro, entonces el tiempo tenía una dimensión palpable. Pasados 40 o 50 años nos damos cuenta de que no sólo envejecimos sino de que ese horizonte se alejó. Así que empezamos a cuestionarnos: ¿Por qué no llegamos al futuro que aspirábamos?, ¿es este el futuro al que aspirábamos?, ¿qué de lo que queríamos está y qué se nos escapó?
— Tiene un poema donde dice que quisiera dormir toda la vida y no despertar en el futuro, sino en los años en que lo soñaba…
— Sí, con eso quiero decir que era más hermoso soñarlo que tenerlo ahí. Y ahora ya no me alcanzan las fuerzas para otra cosa, por eso escribo la poesía, para ver la posibilidad de que si no llega a mis manos llegue a mis versos. Además, uno es una sucesión de tiempos. En ti está el muchacho que fuiste. Y en la poesía juego con la idea de que puedo hablar de esos tiempos que también están en mí.
— En el tiempo también hay desengaño. Ahora que lo mencionaba, en parte de su generación existe la sensación de que el futuro no es lo que era…
— Sí. En varios de nosotros hay desencanto, pero finalmente hay que seguir. Siempre he sido un convencido de que era necesario hacer mejor al hombre, la vida y que desapareciera la mayor cantidad de injusticia. Sin embargo, estamos peor. Me he dado cuenta de que quizá no se consiguió lo que se quería, pero el objeto de lucha sigue vivo y eso anima a seguir haciendo cosas.
— En este sentido la Revolución Cubana se convirtió en un hito…
— Lo sigue siendo. Es una referencia importante para mucha gente.
— Sin embargo, también hay gente como Saramago que han claudicado porque piensan que la Revolución se convirtió en otra cosa…
— Vivimos en un mundo muy complejo. Todo era, aparentemente, más fácil cuando vivíamos en un punto bipolar. Era más fácil saber a quién había que atacar, pero las consecuencias de la caída del Muro de Berlín desencantaron a mucha gente y provocaron un lógico acomodo de las coordenadas de la historia. No obstante, uno puede pensar que es necesario seguir luchando contra el imperialismo, y estar consciente de que hay tropiezos. Aunque también están quienes se han dejado vencer, y no los condeno porque hay suficientes argumentos como para claudicar.
—¿A usted no le ha ganado el desencanto?
— Pienso que no. Aun así no soy el mismo, hay cosas que me han lacerado como poeta y como ser humano.
—¿Cómo qué?
— Bueno, el hecho de que no llegamos a donde queríamos. Y no hablo sólo de Cuba, hubo muchos procesos revolucionarios que se salieron del camino. Eso desencanta. No hago poesía pesimista, ni de arenga, porque procuro que eso no se note en mis versos.
— Hay muchos poetas a los que les gana la vena social…
— Se ha hecho del desencanto un mercado. Hay quienes hicieron del exilio, cubano, español o argentino, un mercado. No tengo dudas de que sufrieron mucho y de que fue muy duro, pero hay que tener cuidado de cuando eso deja de ser una necesidad por expresarse y se convierte en un objeto para ser reconocido. Por ejemplo, hoy existe un mercado muy jugoso de la literatura que habla de una Habana deshecha, llena de putas, desalentada. En La Habana hay eso, pero también otras cosas. Existe un mercado, casi seguro para ese tipo de literatura. Está bien que se den ese tipo de expresiones, no hay que ocultar lo que es, pero no es todo.
— Me imagino que lo dice por Reinaldo Arenas o Pedro Juan Gutiérrez…
— Sobre todo por Pedro Juan. Es una literatura sobre La Habana sucia, aunque a veces le cargan la mano. Pero insisto, no está mal que exista, sólo que hay que tener un poco de cuidado porque se pueden confundir los objetivos.
— Supongo que esa literatura tiene como objetivo romper con la mitificación ideológica que se hizo de La Habana…
— Puede tener esa intención, no lo dudo. Siempre digo que Cuba no es un paraíso, pero tampoco un infierno. El maniqueísmo de verla de un lado o del otro es lo que me molesta. Es decir, ni cantar loas ni cantar su destrucción o desmitificarla de esa manera.
Reproducido de: www.rebelion.org

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