Wednesday, September 13, 2006


Entrevistas: Conversación con el poeta chileno Oscar Hann

«Cruzo la frontera del amor para llegar a la muerte,
y la de la muerte para llegar al amor»

por Mario Casasús CUERNAVACA, MOR. La entrevista a Oscar Hahn (Chile, 1938) es con motivo de la invitación a la tercera edición de Cosmopoética: Poetas del mundo en Córdoba (España), del 19 y al 23 de abril. A dicho encuentro asistirán Derek Walcott (Premio Nobel de Literatura 1992), el palestino Mahmud Darwix, los marroquíes Mohamed Achaari y Medí Akriff; la colombiana Piedad Bonnett, el peruano Eduardo Chirinos, el estadunidense Mark Strand, los europeos John Burnside, Claude Esteban, Maurizio Cucchi y Tomás Segovia, alguna vez exiliado en Tepoztlán.

Oscar Hahn radica en Estados Unidos desde 1974, es profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Iowa, pero eso no le ha impedido ser candidato al Premio Nacional de Literatura de su país.

Destacan su publicaciones: en México, Antología virtual, Fondo de Cultura Económica, con prólogo de Jorge Edwards (1996); en España: Versos robados (editorial Visor, 1995), Tratado de sortilegios (1992) y Apariciones profanas (editorial Hiperión, 2002); en Argentina: Arte de morir, con prólogo de Enrique Lihn (1977); y en Chile: Esta rosa negra (1961), Agua final (1967), Mal de amor (1981), Imágenes nucleares (1983), Estrellas fijas en un cielo blanco (1989), Vicente Huidobro o el atentado celeste (1998), Flor de enamorados (1997) y Sin cuenta poemas (2005). Todos sus libros serán reeditados por el sello Lom (palabra de la lengua yámana que significa sol), editorial independiente que creó una alianza con Era (México), Trilce (Uruguay) y Txalaparta (País Vasco, España).

Conocí a Oscar Hahn junto al poeta nicaragüense Ernesto Cardenal en las fiestas del Centenario de Neruda (2004); desde entonces nos hemos escrito varios correos hasta considerarnos buenos amigos. Oscar Hahn es uno de los poetas chilenos más distinguidos internacionalmente, junto a Gonzalo Rojas, Nicanor Parra y Pablo Neruda, entre ellos hay algo en común, más allá de la poesía, estudiaron en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile.

Cuéntame de tu adolescencia, ¿en qué momento decides ir a estudiar al Pedagógico y ser poeta?

―Aunque nací en Iquique, en el norte de Chile, mis años de adolescencia los viví en el sur, en Rancagua. Mis primeros poemas los escribí en esa ciudad, a los 16 años, pero no quedé conforme y me deshice de ellos. A los 17 empecé a escribir los poemas que después incluiría en mi primer libro, Esta rosa negra. Cuando llegó el momento de ir a la universidad, ya tenía claro que quería estudiar literatura, y en esa época el mejor lugar para hacerlo era el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile.

En tu poesía ¿qué frontera eliges cruzar? ¿La del amor o la de la muerte?

―Se ha dicho que mis temas centrales son el amor y la muerte. Mi primer libro se llama Arte de morir y el segundo Mal de amor. Sin embargo, hay críticos que postulan que Mal de amor es un libro sobre la muerte y que Arte de morir es un libro sobre el amor. Digamos entonces que cruzo la frontera del amor para llegar a la muerte, y la frontera de la muerte para llegar al amor.

En 1996, Jorge Edwards, quien fuera Premio Cervantes (1999) te definió con “la fuerte presencia de la tradición castellana clásica. (Hahn) suele recuperar al Vicente Huidrobro creacionista (…) Otra faceta de la obra de Hahn que salta a la vista en una relectura es el de la fabulación filosófica, moral y política”. ¿Te identificas mayormente con alguno de estos elementos descritos por Edwards? ¿Por qué?

―Cuando Jorge Edwards hablaba de la tradición castellana clásica se refería más que nada a Arte de morir. Con respecto a Huidobro, si mal no recuerdo, Edwards lo relaciona con el poema Hipótesis celeste. El problema es que algunos críticos siguen hablando de la tradición castellana en mi poesía como si después de Arte de morir no hubiera escrito otros poemas. Mis cuatro libros siguientes tienen poco o nada que ver con esa tradición.

Estudiaste en la Universidad de Chile, en el mismo instituto que Pablo Neruda, Fernando Alegría, Nicanor Parra y Gonzalo Rojas, obviamente no fueron tus compañeros de clase, pero ¿todavía viste al antipoeta Nicanor Parra en el Pedagógico? ¿Qué recuerdas del Peda?

―En esos años te podías topar con Nicanor Parra en los jardines del Pedagógico. Muchas veces nos invitaba a almorzar a su casa. Nicanor Parra era profesor, no en el Departamento de Castellano, sino en el de Matemáticas. Los cinco años que pasé en el Pedagógico fueron muy importantes en mi formación, pero más que en las aulas, fuera de ellas, en los diálogos con los otros estudiantes.

“En el Pedagógico había una gran efervescencia, típica de los años sesenta, tanto en lo cultural como en lo político. Pasábamos alegremente de la Revolución Cubana a los Beatles, y de los Beatles a la canción de protesta latinoamericana. Muchas de las ideas de la Unidad Popular se incubaron ahí.”

Has caído preso en dos ocasiones, la primera cuando eras estudiante del Pedagógico, la segunda, durante la dictadura de Pinochet. ¿Cuál encierro te obligó a escribir?

―No estuve en la cárcel mientras era alumno del Pedagógico, sino después. Lo que pasó fue que una vez nos “tomamos” el Pedagógico en apoyo a los maestros de secundaria que llevaban mucho tiempo en huelga. Los carabineros (policía militarizada) rodearon el establecimiento y estuvieron a punto de retomarlo por asalto, pero nos mantuvimos firmes y se retiraron. A algunos nos tomaron presos a la salida, pero tuvieron que soltarnos ahí en la calle, debido a la presión de cientos de estudiantes que exigían a gritos que nos soltaran.

“La segunda vez fue en Arica, en la noche del 11 de septiembre de 1973, como consecuencia del golpe militar. Fue una experiencia muy traumática, porque aunque permanecí en la cárcel un tiempo breve, estuve a punto de que me fusilaran. A la salida de la cárcel escribí el poema La muerte tiene un diente de oro.”

¿Por qué decidiste no regresar a Chile?

―Yo partí al exilio a mediados de 1974. Durante varios años, como muchos exiliados, viví con las maletas listas, esperando la inminente caída del régimen, pero el tiempo pasaba y pasaba y el dictador no caía. A esas alturas uno ya tiene una familia, una casa, un trabajo estable, hijos chicos que cuidar, y no es fácil tirar todo por la borda y partir a la aventura. Sin embargo, traté de volver, pero todo se quedó en promesas de trabajo que nunca se cumplieron. Muchos exiliados que regresaron a Chile y ocuparon posiciones de poder en los gobiernos democráticos, se olvidaron de los que seguían afuera, así que decidí aferrarme a lo que tenía y que me había ganado yo solo, y darles estabilidad a mis hijos, que por lo demás eran nacidos y criados en Iowa.

¿Qué te significa ahora, que tu libro Mal de amor fuera censurado por la dictadura de Pinochet?, y ¿hace 25 años? ¿Pensaste en hacerlo llegar a Chile de manera clandestina?

―Mal de amor fue el único libro de poesía censurado por el régimen de Pinochet, estando ya impreso y distribuido. Se le ordenó al editor que retirara todos los ejemplares de las librerías. Pero el libro circuló clandestinamente, en fotocopias o copias manuscritas de los poemas. Esto ocurrió en 1981, es decir, hace 25 años. Y en unos meses más, para recordar este hecho, Lom Ediciones va a publicar una edición especial del libro, con acuarelas de Mario Toral. Que Toral participe en esto es muy significativo para mí, porque él fue el ilustrador, a petición de Pablo Neruda, de la famosa edición de lujo de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

¿50 años de poesía?, o ¿50 años como poeta? ¿Cómo se mira el tiempo a tu edad? ¿Y la muerte?

―Se mira el tiempo para atrás, y se ve muy corto. Se mira el tiempo para adelante, y se ve más corto todavía. La inmortalidad no es uno de los atributos del ser humano, así que no queda más que resignarse.

Decir Iowa, es decir la ciudad del Programa Internacional de Escritores. ¿Qué escritor te ha impresionado durante tus años en Iowa?

―Tuve una relación de amistad y un diálogo casi diario con José Donoso, con Carlos Germán Belli, con José Agustín y con el poeta rumano Marin Sorescu, pero también me gustaría mencionar a Raymond Carver, con quien solíamos tomarnos un café y conversar de vez en cuando en Iowa City. Hablo de 1978. En esos años, para mí él era solamente Ray, un escritor que recién estaba empezando a ser reconocido y no el legendario Raymond Carver que conocemos ahora. Recuerdo que bromeaba conmigo porque habíamos nacido el mismo año.

Tu última visita a Chile fue en 2005, Juan Gelman te invitó a la ceremonia del Premio Neruda 2005, háblame de ambos poetas: Gelman y Neruda. ¿Puedes escribir una crítica comparada de estas dos poesías fundacionales de Latinoamérica?

―Yo había llegado a Chile invitado por el Ministro de Cultura José Weinstein, para participar en un proyecto de difusión cultural. Cuando Juan Gelman supo que me encontraba en Santiago, tuvo la amabilidad de llamarme y de invitarme a la entrega del Premio Iberoamericano Pablo Neruda, que le habían otorgado con tanta justicia. Y, claro, ahí se juntan dos grandes nombres de nuestra poesía: Neruda y Gelman. Uno, un poeta torrencial, que deja que el torrente fluya sin diques que lo contengan, y el otro, un poeta que quisiera decir más, pero que tiene que luchar cuerpo a cuerpo con las limitaciones del lenguaje. Y también, claro, dos grandes combatientes por la dignidad de nuestros pueblos.

Vos sos un latino en Estados Unidos. ¿Cómo ves la aportación de los inmigrantes a la cultura norteamericana y en la literatura?

―La población latina ha crecido muchísimo en los Estados Unidos. En estos momentos hay unos 45 millones de hispanos, incluyendo los indocumentados. Es decir, más habitantes que en la mayoría de los países latinoamericanos. Las nuevas leyes que se han presentado en beneficio de los inmigrantes no son un gesto de altruismo, sino una prueba clara de que los hispanos son un poder político, económico y cultural del cual no se puede prescindir. Muchas editoriales hispanas ya se están instalando aquí, e incluso hay editoriales norteamericanas, que antes solamente publicaban libros en inglés, que ahora están incorporando colecciones de libros en castellano. El impacto de los hispanos se está dejando ver, pero todavía hay abusos, prejuicios y estereotipos que esta sociedad debe superar.

¿Qué esperas del encuentro Cosmopoética: Poetas del mundo en Córdoba, España?

―Espero reencontrarme con algunos amigos como Piedad Bonnett, Antonio Gamoneda, Eugenio Montejo y Tomás Segovia, y poder dialogar informalmente con los otros poetas invitados. En estas citas internacionales siempre se aprende algo en las sesiones oficiales, pero muchas veces los nuevos vínculos o amistades que uno hace, incluso con personas del público, terminan siendo muy gratificantes.

Sé que la editorial Andrés Bello publicará tus Obras Completas, y que además tienes un libro en la imprenta de la editorial española Visor. ¿Qué me puedes adelantar? ¿Algo nuevo mediante la alianza Lom y Era de México? ¿Fue difícil reunir tu poesía completa?

―La Editorial Andrés Bello de Santiago tiene en prensa ahora mismo un libro mío que se llama Obra poética. Incluye todos los poemas que he publicado hasta el año 2006 y algunos inéditos. En realidad no fue difícil hacer esto porque yo no he escrito ni he publicado mucho. Y, claro, acabo de corregir las pruebas de imprenta de una antología que va a publicar la Editorial Visor de Madrid con el título de Archivo expiatorio. En cuanto a la alianza Lom-Era, no estaba informado, pero me parece estupendo, porque la literatura mexicana va a circular mejor en Chile, y la chilena en México. Espero ser uno de los favorecidos.

Tomado de La Jornada Morelos

Entrevista reproducida de: http://laventana.casa.cult.cu/

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