Wednesday, November 15, 2006

Flores de vértigo


Siempre quise ir a los cafés del Greenwich Village
a mirar a los viejos beatniks emborracharse como perros nórdicos.
Encontrarme con el espíritu de Kerouac, Ginsberg,
Corzo y Burroughs extasiados de marihuana y cervezas.

No fue hasta ayer mientras llovía a cántaros,
cuando logré descubrir de súbito la puerta:
Las bisagras oxidadas olían a soledad legible.
Pobres ornamentos de la nostalgia.
Renegridas y sangrantes
como la identidad, de los días en desusos
que gotean, mientras legiones de fantasmas,
emergen conquistadores de la noche.
Solitarios y barbudos con un cigarro en una mano
y en la otra la miseria.

Viví ese momento bajo el perfil de un Nirvana.
Sentí las alas de mi juventud entumecerse
con la perfecta armonía del vértigo.

Perdió el papel, su himen de color rosa
como una geisha de inmensas piernas blancas
y nalgas con la redondez de dos perlas.

Abandoné el café, “oliendo a flores de Kansas”
como escribiera Ginsberg. Borracho, andrajoso,
y cansado de llevar el hedor de un cuerpo,
y un nombre ineludibles a la animadversión de la muerte
y excomulgado del todo.

Daniel Montoly©

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