Friday, December 1, 2006


EL BAUTIZO DE AGAPITO




Ilustración: Personaje, 1973
Obra de Wilfredo Lam


Los Luaces, abandonaron el anonimato de entre la corteza sideral del universo, estimulados por los sudorosos cantos, salvaguardes, y un estruendo producido por tambores de oscuros danzarines, como crudas estatuas hechas con lágrimas aborígenes de leche y lodo arrancados de la tierra. Vi, como sus furúnculos visuales se desprendieron de su cuerpo para incrustarse en los óvulos renegridos de la sibila nocturna. Escudándose en la inmutabilidad de los híbridos bambúes del trópico y una mágica secuencia de la brisa.

Exorcizan la ansiedad dopando sus tristes córneas con esteroides de atabales, con guarapo fermentado y con las voluminosas caderas de las bailarinas. Nuestros alientos, borrachos de inquietudes se regocijaban en las vulvas de las Bokores. Nuestras mejillas, gordas de sueños, reinaban en la dentadura de la desesperanza de los ojos de los asistentes a la ceremonia de una cofradía, a donde resuma, en definitiva la tristeza. Danzan verticales sus espaldas solitarias. El viento repetía a capela las voces por tantos siglos reprimidas a fuerza de látigos y con extenuantes jornadas de trabajo en los cañaverales. Se pintaban con acrisolados matices, las nocturnales veredas de la luna, que como vaca berrenda, salpicaba el cielo.

Las noches, que son inequívocas piezas de hojalata negra en los junios, sin fecha del oeste de esta fascinante isla, son de los negros diafragmas que emiten conjuros serpentinos, y recrean respuestas en los arcos de dudas ancestrales con vudú, y bailes frenéticos. Guardé mi rostro entre parábolas de girasoles mustios y sonrisas de aguamarina de mujeres que encierran entre sus senos, la primitiva belleza de las primeras deidades adoradas por el hombre. El eco, lleva y trae las voces, meciéndolas en su vientre.

Un anciano tomó mis manos y las entrecruzaba con las suyas -ajadas por la edad- como también por la dura faena de cultivar la tierra para el disfrute de otro, y dijo:

- ¡Candelo! ¡Candelo! Candelo ayeye, ayeye, ¡Candelo!, ¡Candelo! ¡Ay! Candelo guarembé. -Voces a coro, siguieron la guía del sacerdote mayor:

- ¡Candelo! ¡Candelo! Candelo ayeye, ayeye, ¡Candelo!, ¡Candelo! ¡Ay! Candelo guarembé. -El ambiente se saturaba de almizcle por la entrega desenfrenada al fervor de la alegría.

Los primeros inducidos al trance, se arrastraban por el suelo haciendo contorsiones corporales como culebras humanas (dudosos acertijos para la lógica del grupo de estudiosos que estamos presentes entre la muchedumbre). La atmósfera se divinizaba con el misticismo de los cantos. El aura de los árboles y los constantes aleteos de los pájaros entre las ramas de los árboles, las voces de Los Luaces, que aprueban, dando paso a la ceremonia. Los sacerdotes, con vestimentas de color oro, y luciendo ojos de ámbar en el cuello ofrendaron rituales y sacrificios a las Ánimas Sagradas -que según dicen, moran en el agua- con un cuenco de coco repleto de sangre hasta los bordes.

-La fe lo justifica. -Dijo a mi lado alguien. Mientras las huellas silenciosas hundieron su oscuridad en los tambores, despertando de la vigilia solar a las soñolientas estrellas del letargo.
Ingerí un sorbo de un misterioso líquido que me ofrecieron. Una rara mezcla de miel de abeja con Agua de Florida y refresco rojo, al mismo me desmayé. Extraje del éter, difusas imágenes de mi infancia, y algunas otras escenas con deformaciones disfrazadas de cordura. Acepto el folclor y el colorido cultural de mi raza. Se fueron apagando las voces. Junto a las luciérnagas mágicas de la foresta y el cielo, abrió la boca para recibir sus dientes de oro.

Satisfecha mi curiosidad. Soy uno más de los tantos hijos que han recibido “el bautizo” en la iniciación de los sagrados misterios. Atesorado secreto cultivado generación tras generación para perpetuar la herencia de nuestro sincretismo religioso, incomprendido e implacablemente avasallado por quienes lo consideran “una bárbara expresión de la superstición de los pueblos primitivos”, culpables de su pobreza y atraso. Pero saben perfectamente, que los verdaderos responsables son ellos. Todos estos siglos han venido saqueando las riquezas naturales de los pueblos pobres.

Las lenguas del fuego se fueron extinguiendo del improvisado fogón. Los asistentes comenzaron a dispersarse por los densos caminitos que conducen de vuelta al pueblo. Intenté ponerme de pie para marcharme, pero no pude esquivar preguntarme: ¿A dónde iré ahora que soy un “nacido de nuevo”?

Con cuatro palmadas me sacudí el polvo adherido en las nalgas. Más tarde ya, con la claridad observé la carretera, larga y con lepra de baches por doquier. Quisiera quedarme a dormir entre la foresta, pero tenía que volver al pueblo, a impartir la cátedra de Antropología antes que mi repentina ausencia, terminara por denunciarme entre mis compañeros de trabajo. Ellos apelan a la ciencia y dicen “no creer en nada que no pueda ser demostrado científicamente”. Je, je, je… Eso piensan ellos. Esperemos a en un lapso de tiempo, los espíritus en forma de lechuza se les aparezcan por la noche en sus sueños. Recordándoles que en la vida, no existe nada más poderoso que aquello explicable.

Imagino, y veo sus rostros ahogados por el nerviosismo. Socavando su entereza.

Daniel Montoly©

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