Tuesday, March 6, 2007

El Báculo de San Tomás

Lo ví en silencio, era domingo. Un gato gris saltó del techo despavorido y levantó la vista, escuché un estruendo y él se desplomó al suelo; tumbado sobre los periódicos que antes tenía en las manos. Sangraba ahora en la frente. He oído un disparo y soy bastante curioso, pero el miedo a verme envuelto en problemas, me mantuvo a raya para no acercar más mi nariz al muerto, así que tomé distancia. “El orificio se parece el famoso tercer ojo de los Lamas Tibetanos” – pensé – mientras la multitud de curiosos comenzó a tender un círculo en torno al desgraciado, a los que se sumaron los feligreses que iban saliendo de La Catedral , una vez que terminó la misa. Ese charco de sangre se fue tornando púrpura sobre los ladrillos de la plaza. La mano derecha la tenía empuñada, como si tratara de proteger algo. Una señora depositó una flor al lado del cuerpo y comenzó a rezar “para la salvación de su alma”, en eso llegó la policía y alejó a la muchedumbre – ¡Dispérsense! — Dijo uno— ¡Déjennos trabajar, por favor. Atrás… atrás! – Decía el otro, usando su fuerza para hacer retroceder a la hambrienta jauría que no se perdía detalle.

Las autoridades no encontraron documento de identidad en la víctima que como únicas señas particulares, tenía un tatuaje en la espalda. Era un círculo de fuego con un cocodrilo dentro; encontraron también, un crucifijo de metal con un Cristo negro Caravaca sin ángeles en la mano derecha, que empuñaba fuertemente, al momento de los forenses, hacer el levantamiento del cadáver.

Para la mañana siguiente la policía convocó a una rueda de prensa para ampliar datos “y comunicarle a la sociedad, información oportuna, a fin de garantizar el sosiego de la ciudadanía”. Pero ya para entonces la población especulaba sobre el motivo del crimen. Sobre el tatuaje dieron por descartado que se tratara del distintivo de una pandilla de jóvenes -de los que entran y salen de la cárcel todo el tiempo- nunca lo habían visto. El jolgorio comenzó cuando los medios de comunicación -con su habitual sensacionalismo- contribuyeron a incrementar el chismorreo y la incertidumbre popular. “Tal vez fue hasta allí para acudir a una cita con algún desconocido” -decían unos- “el fatal incidente tuvo lugar por una riña al interior de alguna organización criminal del submundo del narcotráfico” -dijeron los nunca faltantes sabelotodos. Policía y ciudadanía no se ponían de acuerdo. Yo seguía cada detalle.

Aquel día se dijo que “para dar con el paradero de los responsables del execrable hecho se citó al Obispo Nereido Peña, a declarar”. Él no asistió a la cita porque justo cuando fue informado estaba ocupado organizando una reunión matutina de feligreses en La Catedral, en la que planeaba desmentir una horda de rumores “que mentes malsanas” giraron en torno a “nuevos casos de abusos sexuales a menores”. Y es que el diario “ La Marimba ”, había publicado “pruebas de abusos”. Pero no sólo, eso sino que plasmó testimonios de víctimas y presentó documentos “que ponen al descubierto una extensa red de pedófilos dentro de los diferentes sectores de poder, la Iglesia entre ellos”.

Nereido Peña estaba ansioso ese día. Mientras esperaba el ingreso de los feligreses, perdía el tiempo en su reloj, o mirando para todos lados, como si esperara otra cosa. La voz de su secretaria lo estremeció: —Padre –le dijo- lo llaman por teléfono. -La joven señora era hermosa y adinerada, y afirmaba que “regalaba su tiempo libre a la causa de Dios y a la bondad de los hombres”. —Páseme la llamada a la oficina doña María— Ordenó el Obispo. - Nereido caminó de prisa. A su paso, un silencio sepulcral que se fue adueñando del pasillo. Pasada media hora, Nereido salió de su oficina, abrumado y sin dirigirle palabra a doña María, ni a las personas que esperaban por él, abandonó el recinto con rumbo desconocido. Las horas fueron pasando sin que se tuviera noticia sobre su paradero hasta que a eso de las cuatro de la tarde, una comitiva de altos oficiales de la policía se apersonó solicitando “entrevistarse con el señor Arzobispo”. La secretaria los recibió en el salón “Monseñor Pittini”, rogándoles “esperen unos minutos para ser atendidos”. Finalmente, el prelado hizo su aparición. Todos los oficiales se pusieron de pies para ofrecerle sus respetos. Él, les pidió que “tomen asiento”, y luego de unos segundos el coronel Estrella Gómez, tomó la palabra para expresarle la mala noticia:

—Hemos encontrado el cadáver del padre Nereido Peña. El asesino, intentó ocultarlo dentro de un montículo de materiales de construcción cerca de unos terrenos baldíos en La Autopista Duarte — Pensamos que era prudente tratar el tema con usted— dijo Santana Pérez, jefe del Departamento de Homicidios— antes que “alguien” vaya a filtrárselo a la prensa, y comiencen posibles tergiversaciones. -Agregó, para volver a guardar silencio. -Sin sorpresa, el Arzobispo dijo:

-Caballeros, en nombre de La Iglesia les doy las gracias por la forma prudente y sabía como han manejado este asunto tan delicado para la Iglesia de Cristo. Les ruego encarecidamente que me concedan una hora para pensar, cómo vamos a encarar este bochornoso crimen contra un siervo de Dios.

-Perdone que lo interrumpa — Replicó Santana Pérez— Pero ¿acaso no sabe si el padre ha confrontado problemas estos últimos días? ¿Si tenía enemigos? Porque un hecho deleznable como este, sólo pudo haber sido cometido por “alguien” que abrigue odio, o haya pasado por una experiencia traumática. Verá Usted… La macabra forma como le cortaron la lengua y la traspasaron con clavos indica claramente que, intentaron mandar un mensaje para “alguien”, o a un grupo de personas. De ahí, que su cooperación nos resulte tan valiosa.

-El padre Nereido Peña –Agregó el Arzobispo, reponiéndose de la descripción del crimen que lo hizo trastabillar- se caracterizó por una conducta intachable. Y, cuando cito la palabra “intachable”, es porque ha seguido el modelo de los grandes santos de La Iglesia. Desconozco quién puede querer asesinar a un santo. Porque lo era, de eso no me cabe la menor duda. – Aseguró con un tono de vehemencia, no exento de arrogancia guardando silencio, que no fue interrumpido. Retomando compostura, les dijo: –Bueno caballeros, si me disculpan, tengo unos asuntos que atender. Voy a encargarme de esta situación, y a procurar que tanto La Iglesia , como el buen nombre del padre Nereido Peña, no sean enlodados por una partida de la radio bemba de La Marimba. Chismosos , que sólo buscan destruir. Porque eso es lo que buscan, destruir. Para sentirse satisfechos. -Concluyó el Arzobispo con la usual retórica de sus sermones religiosos.

-Agradecemos muchísimo su atención. Quisiéramos –agregó Santana Pérez mirando a sus acompañantes- expresarle el apoyo irrestricto de la alta oficialidad a La Iglesia , en un momento tan difícil. Este crimen, posiblemente sacuda a todo el cuerpo de la sociedad. Puedo asegurárselo. Pero el responsable, o los responsables, no quedarán a la sombra de la impunidad. Trabajaremos veinticuatro horas hasta encontrarlos. -Al escuchar eso último, el dignatario religioso no pudo evitar que una borrascosa sensación de resequedad se apoderara de su garganta. Se puso de pies, y sosteniendo un crucifijo en el centro de su pecho con la mano derecha, hizo una señal de bendición sobre las cabezas de los oficiales, a quienes gratificó con una última sonrisa, para luego desaparecer en el largo pasillo del que cuelgan largas cortinas de color púrpura. La secretaria abrió la puerta y acompañó a los oficiales hasta el portón que daba a un callejón, por donde salían sólo los prelados. Acto seguido, se escucharon los sonidos machacantes de las zapatillas de doña María sobre el piso, rumbo a un túnel que comunicaba La Catedral , con la Casa del Arzobispado.

A las seis de la tarde, el Arzobispo abandonó la casa con destino al aeropuerto, para emprender un viaje repentino a Roma. Mientras, en la sede de la policía, el grupo de oficiales barajaba la forma cómo iban a comunicar a la prensa los hechos, que habían cambiado luego de que “una persona clave”, que se presentó a declarar en calidad de testigo presencial, fue asesinada.

A la mañana siguiente, la ciudadanía no podía dar crédito a lo que decían los titulares de los principales periódicos: “El Obispo fue asesinado”; “Un testigo presencial de la red de pedófilos cayó abatido en la calle de un balazo”; “El Arzobispo Metropolitano ha renunciado a su puesto en la arquidiócesis”.

“En una carta pública que enviara vía fax a los miembros del Episcopado Católico… ”. Una verdadera sensación de incredulidad se fue extendiendo y apoderándose de los feligreses. Por otro lado -en algún lugar- un grupo de personajes celebraba con inocencia la llegada del solsticio de primavera, jugando desnudos, con un cabrito.


Daniel Montoly ©

1 Comments:

Blogger giovanni said...

monseñor wilfredo me llamo giovanni vivo en la isla de margarita soy serio y estoy enamorado de usted de una manera sana solo le ruego a dios poder conversar con usted padre lo amo g.galaso@yahoo,es

10:13 PM  

Post a Comment

Subscribe to Post Comments [Atom]

<< Home

Creative Commons License
Esta obra es publicada bajo una licencia Creative Commons.