Lezama persona
Sin embargo, lo curioso en Lezama es que supo vivir de modo feérico y tener, a un mismo tiempo, los pies afincados en la tierra. Comunión que se aprecia también en su obra literaria, hecha de los elementos más suntuosos o fantásticos y de las cosas más inmediatas.
Una de las frases de mi poema, “La forifai en la mano de D’Artagnan”, remite a una de las muchísimas observaciones pintorescas que le oí. Era durante la última etapa, atroz, del batistato, y en la plática con él me manifestó: “En un momento determinado, la página se quedará en blanco, porque no admitirá ya la escritura. A mí no me agarrarán entonces en mi casa, sino que tendrán que cazarme por los tejados de La Habana, donde estaré con mi forifai (revólver forty five) en la mano.”
Aquella imagen (Lezama pesaba alrededor de trescientas libras), imagen en verdad alucinante, la incorporé a mi texto.
Hay también una oración, “Tú serás el animal”, que proviene de otra conversación que sostuvimos. Le hablaba sobre los feroces ataques que él recibía de los mediocres, y que casi siempre le acompañaron, como los ladridos a los caballos que galopan. Aquella vez, cuando le mencioné la jauría variopinta, Lezama evocó a un poeta maduro de otro país al cual sus mezquinos enemigos literarios atacaban con furor, y que en una oportunidad le dijo a uno de sus jóvenes amigos que tocó el desagradable punto: “Algún día tú serás el animal”, lo que Lezama me anunció con malicia y tristeza: y, como experimenté después (también yo era joven entonces), con razón.
Lezama persona
por Roberto Fernández Retamar
En momento entre óleos de Mariano y manchas de humedad,
Junto a un grueso jarrón de bronce cuneiforme,
Y el soplo ladeado de la voz de doña Rosa, anunciando
Que Joseíto viene para acá: anoche
No ha dormido bien usté sabe Retamar cómo es el asma,
Era lo necesario para que llegara bamboleándose
Y su palma húmeda pasara a encender el tabaco posiblemente eterno
A dar ceremoniosamente la mano que alzaba aquella gruta a palacio,
Aquel palacio a flor de loto conversada, a resistencia
De guerrero o de biombo de Casal.
Recogíamos el último número de Orígenes, olorosa aún la página
Con algo de Alfonso Reyes o versos de un poeta de veinte años,
Y no hacíamos demorar más el ritual del Cantón.
Adelaida había guardado para entonces su silencio,
Rajado a momentos por su mejor risa valona.
La noche se abría, por supuesto, con mariposas.
Aparecían platos suspensivos, bambú y frijoles trasatlánticos
Junto al aguacate y la modestísima habichuela.
Ya habían saltado del cartucho previas empanadas,
Y por encima de alguna sopa y del marisco misterioso,
La espuma de la cerveza humeaba hasta adquirir la forma
De una Etruria filológica, calle Obispo arriba,
Posiblemente con Víctor Manuel, una pesada mañana de agosto.
Tú serás el animal, oigo decir todavía.
Los ojitos desaparecen por un instante
(Después de haber brillado como ascuas húmedas),
Tragados por la risa baritonal primero, luego aflautada
En el Bombín de Barreto.
O, grave
(Esto es más bien en sillones, frente a un obsesivo dibujo de Diago,
Un cuerpo que se curva o quizás se derrite),
La evocación sobre los tejados de La Habana,
La forifai en la mano de D’Artagnan, cruzada con la otra
en el cuadro de Arche
(Pudo haber sido Arístides Fernández),
Y detrás un parque que siempre me ha hecho pensar
En la plazoleta de nuestra Universidad,
De donde baja con risa la manifestación hacia la muerte.
Todavía nos esperan extrañas aves
Posadas en los adverbios, arpas para ser reídas hasta la última cuerda,
Cimitarras entreabiertas, abandonadas por el invisible camarero
Que sirve el té frío con limón, porque aquí el café es muy malo.
Aunque, a la verdad, no puede pedirse más por un peso.
Infelices los que sólo sabrán de usted
Lo que proponen (lo que fatalmente mienten) los sofocados
chillidos de la tinta;
Los que no habrán conocido el festival marino,
Aéreo, floral, excesivo, necesario,
De una noche del restorán Cantón —de una noche del mundo
Girando estrellado en torno a La Habana que nos esperaba afuera
Con billetes de lotería, algarabías descascaradas, y el viento arrastrando
Papeles de periódicos infames, y un mendigo
más desesperanzado
que su sombra.
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