I
En el tronco fósil, del árbol
de los de tu estirpe,
Caín,
a su sombra;
el hedonismo sacerdotal
rasgó sus túnicas,
para recordar, en ti,
al hereje que hizo blasfemar
a la hija, en contra de, El Padre.
II
Y no te ungieron la cabeza,
si no tus ojos,
incendiados, por el sexo
de ponerse el sol,
en el claroscuro
de sus irredimibles úteros,
sembrando estrellas,
en la trayectoria del óbito.
III
Por quebrar el sello de la ira,
al desenvainar tu espada
de la peste, en la sangre
arrodillada de las piedras;
las doce tribus del león,
en el Sohar, sacrificaron
a sus hijos, a ídolos efímeros.
Raptadas fueron sus mujeres,
y la risa púber de sus hijas,
se dieron en botín, al ultraje.
IV
Yo, hermano de los muertos,
rompo el cadalso infame
y te libero. Ahora, eres libre
de morir. Puedes mirar
tu rostro, en las apacibles aguas;
regar tus huellas, y tus semillas,
por los valles y desiertos.
Ve y puebla, Caín, ¡bastardo!
No temas. Ya no tengo uñas
para arrancarte el vientre,
las he perdido. Ya soy un viejo.
V
¿Por qué culparte, Caín?
Los crímenes, no cesaron
al expulsarte del Edén;
tampoco el hambre
del precipicio.
Vísceras viejas,
y niños famélicos, entretienen
hoy, las garras de los buitres.
Las mujeres, son encendidas,
como nocturnas hogueras
para las orgías sagradas,
de misóginos, y sádicos.
Caín. Grial, e ira funeraria:
¿Para qué, poner mis manos
sobre tu boca herética,
si mi pecho está manchado
con tu crimen?
Hoy, te declaro libre. Ves,
y guardas silencio,
con los de tu tribu.
Daniel Montoly©
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