Saturday, May 17, 2008



Obra: Insomnia
Álvaro Antón


LA HIJA DE GEDEON LEBOINIX


Las ventanas estaban abiertas y la brisa del atardecer blandía las cortinas azules con fuerza. Cuando ella temerosa empujó la puerta temiendo destapar una Caja de Pandora, encontrándoselo a él enfrente. La radio estaba encendida con el volumen alto y un extraño olor a cerveza y crema de afeitar inundaba todo el salón. Todo continuaba intacto porque los nuevos propietarios del inmueble ni siquiera habían tenido tiempo para mudar nada de lugar después de que la propiedad permaneciera cerrada luego de una larga y tortuosa disputa legal entre los herederos. Ella se detuvo por un segundo a observar una fotografía colgada sobre la chimenea. La bajó del muro que había sido remodelada con piedra en lugar de los ladrillos originales y al cogerla entre las manos no pudo contener la emoción o evitar que las lágrimas humedecieran la rudeza que producen las huellas indeseadas del aciago de la vejez. Parado en una esquina estaba todavía el violín conservado por la familia de su mudanza cuando emigraron de la hermosa ciudad de Kazimierz, en su nativa Polonia antes de ser invadida por los nazis el 1 de septiembre de 1939. Ellos gozaron de la buena fortuna que no tuvieron otros porque gracias a la influencia de un reconocido político inglés pudieron embarcarse en un mercante griego con destino a América, estableciéndose en Long Island, New York. Antes que las huestes hitlerianas se hicieran con el control de su país convirtiéndolo en la antesala del infierno.

Sintiéndose emocionalmente confundida fue recorriendo con la memoria los recuerdos y anécdotas atesoradas por los objetos que la rodeaban. El sombrero jasidí del abuelo Shlomo, la sombrilla amarilla con flores verdes de la tía Leland. El libro de poemas de Rainer Maria Rilke aún continuaba ahí, en la vitrina de cristal compartiendo espacio con dos piezas antiguas de porcelana china. Naomi. Sí, Naomi era su nombre aunque sus padres enojados con ella por haberse casado con un no judío dejaron de llamarla por él para usar un término peyorativo. La desheredaron, pero no por eso dejaron de ser sus padres y aunque nunca la perdonaron el tiempo terminó por mellar un poco su acérrima actitud hacia su compañero de vida. Sus pasos y la nostalgia la llevaron hacia la que había sido su habitación donde cuando era niña solía jugar con una muñeca de trapos hecha por la tía Lelam. La fotografía amarillenta del tío Tobía, único sobreviviente del lado materno de la familia salió a su encuentro en el corredor, recordándole su viejas y aletargadas crisis de Asma.

Naomi sintió la cabeza darle vuelcos al ver las imágenes de infancia rehacerse de las paredes como salidas del fantasmal baúl de un ilusionista. Los gritos de su hermana Bella que saltaba en la cama le devolvieron esa parte de la niñez que nunca tuvo la dicha de disfrutar porque sus padres nunca fueron afectuosos con ella. Especialmente su madre con quien mantuvo cierta rivalidad por captar la atención paterna. Su padre, Gedeon era un judío ortodoxo cuya emotividad nunca pudo desprenderse el sentimiento de culpa por aquellos de la familia que quedaron atrás y terminaron en los campos de concentración como Poniatowa o en las cámaras de gas de Treblinka. Él era un ser de apariencia tosca, introvertido de sentir trágico en su mirada. Nunca más volvió a sonreír o a manifestar afectividad hacia ningún otro ser humano después de enterarse de la muerte de todos sus familiares. Se paraba frente a la ventana esperando ansioso por alguien que nunca terminaba de llegar, atormentado por el síndrome de la mujer de Lot. Naomi siendo apenas una niña le preguntaba por qué se paraba a diario a observar por la ventana. Él nunca le explicó el motivo de su obsesionamiento.

De cuando en vez lo veían enjugarse las lágrimas a escondidas para que nadie se enterara de su sufrimiento. Aún viviendo en América no fue posible para él escapar a los largos tentáculos de las pesadillas engendradas por la persecución y los pogrones porque en su nuevo país de residencia el antisemitismo como también el racismo contra la población negra eran prácticas muy comunes entre un gran segmento de la población blanca. Ésa fue razón para que ella, Naomi, creciera con ese vacío paterno en su ser, sintiéndose huérfana. No sintió nunca que él la amaba. Para ella él era un ser incapaz de amar tampoco sabía odiar a sus enemigos. Era un ser humano confundido cuyas esperanzas murieron la noche oscura que tuvo que embarcarse en el mercante griego que los trajo a vivir a su nuevo destino. Por tanto no fue nada ajeno para que su primer amor fuese casi de la misma edad que Gedeon. Fue el primero, y la única persona capaz de amarla, y comprenderla hasta el fatídico día cuando la muerte se lo arrancó de los brazos. Fue víctima de un tiroteo en un intento de robo al banco donde trabajaba. Ellos no tuvieron hijos. Ella sentía que de tenerlos no iba a saber cómo amarlos o ser una madre ejemplar. Lerome, su esposo, un afroamericano educado en Harvard la amaba ciegamente, y conociendo los problemas de su infancia nunca le propuso la idea de tener hijos.

Ahora de vuelta en el hogar de la familia sintió que recuperaba esa parte de ella arrancada violentamente por sus padres cuando la desheredaron como un pájaro al que la tormenta hace volar de su nido y espera al atardecer para volver a él.. Ése era el sentimiento que la embargaba. Se detuvo a mirar su cama y sin tiempo a pensarlo dos veces se echó a dormir en ella. Se acomodó y aunque el olor a polvo casi hizo que estornudara para ella fue el momento más inolvidable de su vida. Era como volver al vientre de su madre, sintiéndose protegida contra la crudeza del mundo exterior. Dejándose llevar por el ensueño cerró los ojos hasta dormirse profundamente cubierta con su manta favorita. Sin que le importara que los nuevos propietarios fuesen a encontrarla confundiéndola con una intrusa o peor aún, con una enajenada mental. Que pudiese ser arrestada por traspasar el inmueble no le aterrorizaba porque apenas le quedaban semanas de vida según los doctores. La idea de volver a su hogar a recomponer su ser era más importante que el temor a provocar un escándalo. Naomi durmió de manera tan plácida, que la mañana siguiente no volvió a abrir los ojos. Un vigilante que cuidaba el inmueble encontró su cuerpo frío. Aún permanecía en la posición prenatal en la cama, como si deseara volver al vientre materno.

Daniel Montoly©

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