Tuesday, May 6, 2008

Octavio Paz y la sílaba del Comienzo

Tras diez años de la muerte del gran poeta y ensayista mexicano Octavio Paz, un puente sólido y expedito para el diálogo entre las culturas de Occidente y Oriente

por Rafael Acosta de Arriba

“Todos los días comienza el mundo.
Todos los días, una pareja despierta y descubre que comienza el día”
Octavio Paz

Diez años han trascurrido de la desaparición física del gran poeta y ensayista mexicano. Recuerdo ahora el único acto en su homenaje que se le rindió en Cuba, fue en la librería Ateneo, de Línea y 10, en El Vedado, lo organizamos entre cuatro escritores[1] y asistió el entonces agregado cultural de la Embajada de México, el licenciado Miguel Díaz Reynoso.

Para aquella fecha los estudios que realizaba sobre la obra paciana habían avanzado lo suficiente como para atreverme a redactar un texto titulado “El lector del mundo”[2] (aludiendo a que Julio Cortázar y Carlos Fuentes, por separado, habían expresado en momentos diferentes, que la obra de Paz equivalía a realizar una lectura del mundo), que leí en aquel acto mínimo y que comenzaba así:

“Le escuché recientemente a un amigo esta expresión: ‘Octavio Paz ha muerto y el mundo sigue igual’. Me estremeció por su inclemencia y por lo de Perogrullo que contenía implícito (…) Pero luego me detuve en la dimensión de este hombre de letras y concluí que sí, que algo había cambiado inobjetablemente: se había producido un enorme vacío en la cultura hispanoamericana y universal”.

Una década después ese vacío se mantiene inalterable a pesar de que nos siguen acompañando un puñado de grandes poetas, algunos sabios y muy pocos intelectuales que pueden aspirar a la talla del hombre de pensamiento que fue el mexicano, quien reunió en su obra una lírica de alto vuelo y un ensayismo no igualado aún en el panorama de las letras contemporáneas.

Paz fue un puente sólido y de avenidas expeditas para el diálogo entre las culturas de Occidente y Oriente. Su estancia como embajador en la India y sus frecuentes viajes a Japón le permitieron estudiar a fondo unas culturas que lo conquistaron para siempre. Esa fascinación se tradujo en asimilaciones, mezclas y préstamos que dieron como resultado, por una parte, textos de profunda penetración en el universo cultural y religioso del Oriente y por otra, poemas en los que dichas hibridaciones venían desplegadas en una poética de fuerte personalidad. Su proximidad a la poesía japonesa, el estudio y práctica del haykú y otros géneros poéticos de esas literaturas, le fueron confiriendo una densidad y erudición insuperables para su tiempo.

Con anterioridad a su encuentro con el Oriente este incansable buscador de territorios desconocidos o extraños, había caminado por la poesía concreta brasileña, por los senderos experimentales de sus Topoemas, algunos caligramas y los Discos Visuales, por las tentativas geométricas de Blanco, y por los poemas escritos a cuatro voces, los renga; esta experimentación aportó a las letras mexicanas y castellanas en general, un universalismo tamizado por la vasta cultura de su autor.

Ante su obra poética es muy difícil de seleccionar entre títulos como La estación violenta (1948-57), Ladera este (1962-68) o Árbol adentro (1976-88) por solo citar tres volúmenes de mi predilección, aunque él mismo consideró al final de su vida este último título como su mejor poemario.

Su poesía se caracterizó por imágenes de una gran plasticidad, a la vez que intentaba deslizar contenidos de espesores filosóficos y metafísicos que la nutrieron como conocimiento. Su poema más celebrado, Piedra de Sol, es un extraordinario recorrido por la historia de su país, y se sitúa ante problemáticas del mundo actual a la vez que alusiones al cuerpo de la mejor lo aligeraban de cualquier sobrepeso político. Un texto que todos los consensos reconocen como uno de los grandes poemas del siglo y que es la obra maestra de la lírica paciana. Para la producción escrita del mexicano la poesía fue, por encima de cualquier otro género, su acto de comunión con el mundo y Piedra de Sol la sunma de su poética.

El Paz ensayista abarcó igualmente un espectro vastísimo de temas que se movieron desde los mitos y la historia cultural de su país, El laberinto de la soledad (1950), hasta los temas surrealistas, el estructuralismo, la modernidad, el erotismo, la política y las artes visuales, entre otros que harían de este listado una interminable letanía.

En cuanto al arte conformó un conjunto de textos que fue calificado por algunos especialistas como literatura de arte, aludiendo a una forma de crítica impresionista muy peculiar que exploró muchos temas de las artes mexicanas y de otras latitudes. Sobresale su estudio sobre Marcel Duchamp, El castillo de la pureza (1968), más tarde reformulado como Marcel Duchamp o La apariencia desnuda (1973), muy avanzado para su tiempo aunque considero que sus indagaciones sobre artes visuales se detuvieron en la obra del francés y no avanzaron mucho más en cuanto a la comprensión del arte posterior a los ready-made[3].

Siempre me pareció ejemplar la forma en que Paz estructuró sus numerosos ensayos de crítica literaria, como se aprecia en los exhaustivos y espléndidos textos que le dedicó en Cuadrivio (1965), a Cernuda, Darío, Pessoa y López Velarde, estudios que brillan por su comprensión profunda, su prosa poética y la metodología escritural propia de un orfebre de la palabra.

Finalmente, el Paz político, fue un hombre que viniendo de la izquierda en los turbulentos años de la Guerra Civil Española, la que vivió de cerca al ser invitado al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas (que tuvo lugar en 1937 en varias ciudades españolas y concluido en París), pasando por sus desacuerdos con el Pacto Stalin-Hitler en 1940 y el asesinato de Trotski en México, se reafirmó en sus críticas al totalitarismo de la URSS a partir de los años 50 (críticas al socialismo burocrático y a su falta de democracia, a la represión en campos para trabajos forzados y a las purgas y represiones masivas), y derivó a partir de los 80 en un pensamiento liberal que tuvo muchos puntos de contactos con el ideario de Karl Popper e Isaiah Berlin.

Este itinerario en sus ideas le llevó a expresar en alguna ocasión que los tres grandes temas del siglo XX eran la violencia desencadenada, el desmoronamiento de las ideologías totalitarias y la amenaza ecológica, desconociendo de manera sorprendente los gravísimos problemas inherentes al subdesarrollo, sin duda un drama mucho más importante y vigente.

Sin embargo, en alguna que otra ocasión, retornando por instantes a sus originales lecturas marxistas, Paz esbozó una suerte de filosofía del futuro en la que comprendía la combinación de la poesía con algunas ideas centrales del humanismo de Carlos Marx, un diseño que pudiera parecer ingenuo para los cientistas sociales pero que viniendo de un intelectual que jamás pecó de ingenuidad en cuanto a los problemas políticos de su época, no sería ocioso atender en medio de un mundo que se debate entre un neoliberalismo en retirada, un apoliticismo potenciado por las estrategias embrutecedoras de los medios y la (o las) ideas de un socialismo del siglo XXI aun en plena gestación.

Julio Cortázar dijo que Paz como latinoamericano supo que “entre nosotros todo espera en cierto modo un redescubrimiento y en primer término el redescubrimiento del hombre mismo”, y toda su obra fue eso mismo, una tentativa por encontrar ese origen del Comienzo, una búsqueda febril de la palabra que diera sentido a la existencia del hombre.

Lo que sí es imposible de pasar por alto al recordar hoy al gran mexicano es su condición oracular, su madera de polemista apasionado, su fibra moral como nadador a contracorriente en muchas etapas de su vida, su legado de opinar sobre todo cuanto nos rodea como rasgo principal del intelectual. Hijo directo de la Ilustración que no tuvo nuestro continente, el mestizo de raíces azteca y andaluza —sangre testimonial de los itinerarios de la Historia— cosmopolita y universal como pocos, por encima de acuerdos, y desavenencias, de afinidades o discrepancias, Octavio Paz, nos dejó una idea cristalina como agua de manantial y con la que cierro esta breve evocación: “Aquello que separa la Historia, lo une la poesía”.


La Habana, abril de 2008



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Notas

[1] El 5 de junio de 1988, en la librería Ateneo, a iniciativa de su director de entonces, el escritor Norge Espinosa, se celebró un coloquio sobre Octavio Paz a propósito de su reciente fallecimiento. Estuvieron en la mesa, además de Espinosa y Díaz Reynoso, Víctor Fowler Calzada, Antonio José Ponte y el autor de este trabajo. El diplomático mexicano dio lectura a una carta acabada de publicar, en la que Fuentes rendía tributo a Paz.

[2] Publicado en Revolución y Cultura, número 3, may-junio de 1988 (pág 17-21)

[3] En el número 249, oct-dic 2007, de la revista Casa de las Américas, se publicó un ensayo titulado “Octavio Paz y la crítica de artes, un lugar de encuentro para el pensamiento” (págs. 22-31) en el que examino a fondo la llamada literatura de arte de Paz y sus ideas posteriores a su examen de la obra duchampiana.

Tomado de La Jiribilla


Reproducido de: LA VENTANA

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