por Pedro de la Hoz
Entre las huellas más hondas, perdurables e iluminadoras del quehacer intelectual del siglo XX en esta Isla, estará siempre la de Cintio Vitier. Era un cubano real, fiel a la razón poética y a la pasión martiana que animó toda su vida. Nacido en Cayo Hueso de padres cubanos el 21 de septiembre de 1921 —su progenitor fue el filósofo Medardo Vitier—, cursó sus primeros estudios en Matanzas y luego se trasladó a La Habana, donde desde muy joven descubrió su vocación literaria y se integró al grupo Orígenes, de gran significación para la cultura nacional a partir de la década de los cuarenta del siglo pasado.
Desde entonces compartió su vida con Fina García Marruz, también destacada poetisa y autora de importantes ensayos sobre José Martí. Y compartió con ella y sus entrañables amigos de aquello que alguien llamó taller renacentista, liderado por el inefable José Lezama Lima, la angustia existencial de una república que traicionaba el legado del mártir de Dos Ríos.
En esos caminos halló en el estudio de lírica insular un asidero y un fundamento para la resistencia. En tal sentido resultaron reveladoras las lecciones que impartió en el Lyceum de La Habana y que reunió en un volumen esencial, Lo cubano en la poesía, que vio la luz cuando el régimen tiránico estaba a punto de ser derrocado por la insurrección popular.
Al definir la estatura humana y patriótica del poeta, [el ministro de Cultura] Abel Prieto comentó: "Ante cada encrucijada ética, Cintio ha sabido siempre situarse donde debía".
Así sucedió con el advenimiento de la Revolución, a la que entregó su talento y su voz, a contrapelo de prejuicios e incomprensiones derivados de su filiación católica. También sufrió ataques por parte de elementos oportunistas. Llegó, sin embargo, a una conclusión:
Creo que el cristiano sincero debe estar al lado de la Revolución porque es el único esfuerzo real que se ha hecho en nuestro país por cumplir el mandato de Yavé y de Cristo de hacerle justicia al pobre y rechazar la explotación y el lucro. (…) Con mi adhesión a la obra social y a la postura internacional de la Revolución, quisiera contribuir, aunque fuese mínimamente, a la integración dialéctica, en el futuro latinoamericano, de marxismo y cristianismo.
Al abordar en una entrevista que le hiciera el colega Ciro Bianchi Ross su actividad intelectual en los sesenta, Cintio la resumió del siguiente modo:
En enero del 59 redacté el documento de adhesión de los intelectuales y artistas cubanos a la Revolución, y empecé a dirigir la Nueva Revista Cubana, de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación. Durante el curso 59-60 trabajé como profesor de Literatura Cubana e Hispanoamericana y director del Departamento de Estudios Hispánicos, fundado por don Federico de Onís, en la Universidad Central de Las Villas. (…) En 1962 publiqué la edición crítica y facsimilar de Espejo de paciencia y pasé como investigador al Departamento de Colección Cubana de la Biblioteca Nacional. En enero del 68 me hice cargo con Fina de la Sala Martí y del Anuario Martiano. (…) En abril del 69 participé en la recogida de tabaco cerca de Alquízar y en noviembre del mismo año, en el corte de caña para el central Habana Libre (…).
Fueron años de incesante laboreo poético, cosecha que volcó en el libro Testimonios (1968), pero también de intensa introspección en los fundamentos del ser nacional. En 1975 vio la luz en México una de sus obras cenitales, Ese sol del mundo moral: para una historia de la eticidad cubana.
La creación del Centro de Estudios Martianos le dio un nuevo impulso a sus investigaciones y reflexiones sobre el legado del Apóstol. Desde allí comenzó a dirigir la edición crítica de las Obras Completas de Martí.
Su irrupción como novelista con De Peña Pobre (1978), Los papeles de Jacinto Finalé (1984) y Rajando la leña está (1986) fue recibida como una extensión de su ejercicio poético.
En 1988 mereció el Premio Nacional de Literatura. Ese mismo año lo condecoraron con la Orden Félix Varela por su enorme contribución a la cultura nacional. Por sus méritos patrióticos, el Consejo de Estado le confirió en 1996 la Orden José Martí, máxima condecoración de la nación cubana. De su ejemplar participación ciudadana hablan los años en que se desempeñó como Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular.
A escala internacional su obra fue reconocida en el 2002 con el Premio Latinoamericano Juan Rulfo, acontecimiento para él conmovedor puesto que su fraterno Eliseo Diego había recibido antes tan significativo lauro.
Entre las cruzadas emprendidas con mayor entusiasmo por el poeta estuvo la campaña para la edición de los Cuadernos martianos, destinados a promover en las nuevas generaciones el amor y el conocimiento de la obra del Maestro. Y fue cosa de verlo con arrestos juveniles al lado de la justicia en el reclamo por la devolución del niño secuestrado por la mafia anticubana y luego por la liberación de los Cinco compatriotas luchadores antiterroristas que guardan prisión en cárceles norteamericanas.
Valgan estas palabras suyas como definición de radical civismo:
Identidad no coincide con tipicismo. Típico de cierta dimensión clasista del cubano fue el autonomismo; típica ha sido también la afición pronorteamericana, el anexionismo que, según Martí, en la república seguiría siendo problema “constante y grave”. Pensar que ambas tendencias colonialistas forman parte de nuestra identidad nacional, es a mi juicio negarla. Forman parte, sí, de una caracterización histórica. Pero, la identidad, lo que nos identifica como cubanos reales, solo puede ser el independentismo y por lo tanto el antiimperialismo. Claro, cada cual puede escoger su paradigma. El mío es José Martí.
2 Comments:
Año de dolorosas despedidas.
Saludos desde Panamá
La muerte ha hecho grandes estragos este año Edilberto, pocos a pocos se nos va yendo una generación histórica para la literatura hispanoamericana, pero por otro lado debemos dar gracias por las obras inmensas que nos dejaron para que la futura generación pueda tomar el relevo.
Un fuerte abrazo.
Daniel
Post a Comment
Subscribe to Post Comments [Atom]
<< Home