Alexander Alvarado
(Heredia, Costa Rica, 1978)
Has transitado de frente mi sangre,
tan aguda en tu relieve de niebla
que olvido habitarte sin herirme de amor.
Y es que tú siempre
irrumpes anónima en mi vientre,
con todas las llaves delatoras del beso.
Llegas con tu cuerpo desatado,
cómplice asidero del fuego,
y luego simplemente partes
con tu rostro de poema innecesario,
todavía creyéndote la intacta brevedad.
Pero aún me serás vital ante la noche,
como una trinchera ante la deuda de amarte,
como un utillaje de lloviznas
para retardar la aurora,
para penetrar tardíamente cada espejo
hacia donde no hayas huido todavía.
Escucha…
que la lluvia se desgarra
presurosa contra las sábanas
sobre este ardor del aire,
ardor de entrega.
Escucha como creces
desde lo más oscuro del sudor.
Es tu voz que se corta,
-ajena flor del ansia-
en los íntimos ángulos de la humedad.
Es el deseo y su silabario de fuego,
como una redimida marejada
abriéndose desde tu vientre.
Es tu aliento, niebla amante.
Niebla atada a sus ritmos de flama,
acá entre nuestras bocas
suspendidas como mundos de sal.
Sí, escúchate, eres toda tú,
la brisa más próxima al amor,
abriendo mi torso
hasta tu más incitada cumbre.
Y aún preguntas,
¿qué hacer ahora conmigo
en tu gris sed de escarchas?
Puedes ponerme
fingidamente amado entre tu talle,
o completamente ajeno
en cada cumbre de tu adiós.
O engancharme a tus noches
como un zarcillo herido
columpiado por tus lejanías.
Ponme al filo de tu invierno.
O dóblame como una deuda,
o una niebla sin saldar.
O déjame de nuevo,
de nuevo sin anclajes ni cenizas,
Porque siempre fui tu punto final,
el muelle último de tu piel.
Después de ti atravesé
el enrojecido estupor de mi espejo.
Y descubrí boquetes en la lluvia,
y estanques de ceniza alucinada.
Y descubrí sonrisas tan felinas,
como lunas rasguñando mis duelos.
Seguí las rojas alfombras del olvido.
Hallé escalinatas hacia el viento.
El dolor se volvió sólo un juego
retándome lejanías.
Fui un profundo alfil de aire
y gané las reinas rojas del deseo.
Después de ti,
había bestiecillas de arena
desbastando la muerte
con festivales de otoño.
Orugas azules que me contaban ocasos.
Y ardían luciérnagas inundando
esta altura sin fin de no tenerte.
Después de ti los relojes perdieron
su urgente misión de borrasca.
Después de ti no tengo deudas.
Solo tengo estas barajas de fuego
atizando irrevocablemente
esta anchura de no tenerte.
Ya es viernes,
silenciada obertura de mi abismo,
sorda hoguera de mi voz.
Todo es viernes
en el desolado gesto de la lluvia.
Pero ya no regresas
con tu ciega jornada
de hambres y de abrazos.
Ya no vienes
porque estás detrás,
muy detrás de la noche,
allá entre las inapelables
grietas del viento,
justo en este viernes,
gruta de todos los lutos.
Hoy es viernes,
copiosamente viernes,
desvalido salto de mi sangre,
umbral extraviado de Dios.
Pero tú ya no vienes
con tu antiguo júbilo
de clavel tiznado,
a desmoronarte fatigadamente
amada sobre mi pecho.
Esta soledad hoy se lava la cara.
Esta soledad renuncia
a sus tumultos
de arena y silencio.
Esta soledad está ruido,
está escarcha, está amor…
Hoy esta soledad
quiere huir de sus mendigos.
Tras el último jadeo
todo vuelve a su oficio de otoño.
Todo cae en esta inercia
de marea recién amada.
Nuestros relojes son pequeñas muertes
que van a la deriva,
apenas palpitando sobre el vuelo
consumado de esta sábana.
Allá los libros
y los libros de sus libros,
se van sumando vencidos
a las ovilladas letras de tu aliento.
Acá la camisa, la blusa,
la bruma y sus botones
traspasados hasta el silencio.
Las sandalias, los pasillos,
tantos muelles y sus derrotas…
Todos han desistido
de su sorda faena de adioses.
¿Para qué ahora
tus llaves y mis llaves?
Si ya han reventado los cerrojos
en este domicilio culpable de abriles.
Todo se adormila
cuando se ha amado.
También nosotros, capullos en brasa,
apiñados en la febril anchura
que han cumplido nuestros cuerpos.
¡De prisa, de prisa!
¡Florece, que ahora nadie nos mira!
Aparta ya el húmedo telón
que nos separa del gemido.
Porque sólo tenemos
este impulso de sangre.
Porque nos hemos vuelto
llamas casuales,
dardos del ansia,
urgentes libélulas
sin otro horizonte,
que el tembloroso ardor
de tu vientre lloviznándome
en plena cima de la mañana.
©Alexander Alvarado
Labels: Alexander Alvarado., Poetry of Alexander Alvarado. Poesia deldel poeta costarricense
2 Comments:
Como olas que niegan
su vaivén y sólo se retiran.
Excelente Poeta!!
¡Hola Franklin! ¿Cómo te va, mi hermano? Pasé a visitar tu blog y noté que ustedes tienen un grupo literario, ¡felicidades!, porque eso va en beneficio de las letras y la cultura dominicana.
Alexander Alvarado es un gran poeta, un buen hallazgo y gran exponente de la poesía mística. Es un gran honor para mí poder compartir su poesía con los lectores y lectoras que visitan este blog.
Te mando un fuerte abrazo. Ah, acabo de colocar el enlace de tu blog. Tengo otro blog y quiero enlazarlo con el tuyo, ya nos escribiremos para ello.
Tu amigo, Daniel
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