Leonardo Nin
(Barahona, República Dominicana 1974)
La luna,
se arrima alocada de mis aguas oscuras,
de mis dientes de niño en placenta,
de mis manos de mujer,
de mis senos de hombre,
de mi cuerpo de papel,
de mi lluvia de sapos y ritos desnudos,
de mi sinfonía de calabozos y ataúdes.
Y amaneció…
En mi reloj las horas se pudren,
segundos infinitos,
cuentan hojas de un tronco seco,
cayendo, subiendo,
enterrado mi cordura en el punto donde,
suelo y cielo,
se hacen cadáver de hombre acostado.
Mi itinerario no tendrá importancia,
las paredes frías,
abrigarán las veredas de mis tiempos pendientes.
Un punto inesperado, conjugará mi párrafo
y mi existencia,
dependerá de las semillas de tiempo,
que planté en otros.
Devolveré mi vestido de huesos planchado,
listo para ser guardado en el clóset,
donde se guardan las cosas no necesarias.
Y lo dejaré,
tendido igual que yo,
de espaldas al polvo,
que reclama lo que le pertenece.
Negra en tus ojos, Negra.
Negra oscuridad vistiendo tu cuerpo de noche negra,
negra, en el monte que cubre tu entrada negra,
negra, cuando mis manos golpean los atabales
de tu piel desnuda y disecada, Negra.
Negra la forma de quererme, Negra,
negra en el sudor de tu grajo,
negra detrás de la oreja negra,
negra la suerte, que un día, Negra,
a morar a mis brazos te trajo negra.
Negra la forma de irte, Negra
negras tus excusas y lágrimas,
negro es el vacío que tengo, Negra.
Negra mi voz, que te llama, Negra.
En un velorio de intelectuales ciegos,
disfrazado de vidente, subasto en féretro frío
los ideales vivos de un poeta muerto.
Que útil resulta la casa,
cuando de las costillas de sus cuartos sobrantes,
se hacen otras casas pequeñas,
y con cuatro velas y una mortaja,
baja compañera fiel a dar abrigo a quien no lo necesita,
pudriéndose junta, descomponiéndose junta,
olvidando junta,
dejando de ser casa
para transformarse en morada eterna..
Despertar soñoliento,
girasoles de raza ladran a Miguel Ángeles de paja,
pintando sin encargo,
los suelos blancos de infiernos congelados y fríos,
piadosamente vacíos y solos,
paraísos de pecadores incrépennos e irreverentemente santos,
como carpinteros crucificados en quicio de burdel.
Mundos inventados detrás de un manto roto,
fundición de signos en papel y tinta,
agujas en cera apuñalando almas,
en mis ojos congelados en túneles de asombro.
Pare la prosa, sucumbe el ritmo,
y un verso solitario llora en lo oscuro a tientas.
Manjar de letras, boca insaciable,
y el alma satisfecha eructa dejando sus huellas
estampadas en el pulcro papel que la limpia.
Realidad torcida de ombligos enterrados
bajo puertas reflejando existencias errantes,
párrafos ardientes hilvanando nubes,
cómplices nefastos de tiempos olvidados.
Cristales quebrados, escombros de años,
Y un niño extiende sus manos soñolientas al mundo.
Reflejos turbios, identidad oscura,
y la palabra, disfrazada de madre,
amamanta su sabia, al oceánico estómago de la esencia.
Maletas sangrando las espaldas de un éxodo,
a la nada voy, pies a rastras mis pinceles grises,
líneas mudas esculpo en la voz del sol.
Transustanciación inicua sin pan ni vino,
lenguaje inaudito de plantados seres,
Esparcidos al viento por perversa hoz.
Llueve armonía, campa silencio.
Y un niño se tambalea con pasos inseguros a lo incierto.
La madre se abstiene, le suelta la mano,
Y lo ve pederse entre los fortuitos y cuadriculados senderos de un verso.
Túnel de polillas
ventanas de madera de un calendario,
al que el tiempo,
en un injusto trueque de decadencia por nada,
se le llevó las hojas, los días y la dignidad.
Y los lienzos blancos de mis ojos,
se llevaron consigno al viento,
el mayor tesoro del que alguna vez fuera dueño,
y la nieve cayó inclemente, dejando sus huellas plateadas,
estampada en mi cabeza tan desnuda,
como aquella deshilachada noche,
en la que salí corriendo desnudo,
desterrado de un huerto.
Mujer imperfectamente cuadriculada
por las tapas duras de sus piernas de cartón,
raídas de años, inicuamente profana y difícil.
Bajo la luz de una vela, seduzco su pudor,
mientras mi dedo de buen ladrón, merodea
su vientre manchado de miles de huellas gastadas.
Y por el perfil sutil de sus líneas perfectas,
termino por abrir su timidez hojeada,
y mis ojos de vino y humo,
surcan secretos, en el laberinto de su fosa
de mil placeres y miles mundos de punto y coma.
Y le acaricio, excitándole con el roce de mis yemas,
hendiéndole, desvistiéndole, sacando de su aliento
cuando encorvo sus hojas a mi conveniencia,
los tesoros escondidos en su cuerpo de Medusa y Venus,
medio blanca y lisa, cuan astro de luz fulgurante,
lunático claroscuro imaginario.
E Ícaro sin alas, descendiendo satisfecho en la red
de sus encantos de mujer,
quien se entrega tímida a quien la compra
o la que en una noche de ocio y Merlot,
sale de los marcos del estante de cualquier biblioteca.
Veo la aurora sobre el horizonte blanco
vislumbrantes maravillas
perdidas en la sublimidad infinita
del vuelo de las golondrinas,
del canto de los gorriones,
del altear de los peces
bajo el silencio de la manta de vida del agua.
En mis ojos, un sol sin razón,
desviste sus senos amantando la selva,
y a su lado, la lluvia, con su vestido de doncella,
arrastra sus pies, bailando sobre la tierra,
al compás de los violines de alisios, casi tormenta,
como si un maestro trasnochado,
dirigiera la magia de la música
en la distancia azul de un satírico infinito.
Y mi universo interno juega al ajedrez con el cosmos,
reproduciéndolo en lo minúsculo del átomo
y las líneas en mis manos dicen que soy coincidencia,
y una abeja, coquetea con una mariposa y juntas,
llenan de belleza los campos,
y una sonrisa extraña, me da una sonrisa.
Y un perro me guiña un ojo,
y un manojo de romero perfuma mi alma gris,
y el todo baila, baila y se mueve al unísono y existe.
Pero yo, no creo, simplemente no creo...
Controversia anárquica del espejo imperfecto,
sombras conjugadas, rostro de monstruo herido,
sangrando palabras y muriendo verso a verbo,
bajo la guillotina mordaz de la regla y el intelecto.
Vástago vil de lo prohibido,
híbrido inicuo de los deseos lascivos de la carne,
perdido en paredes de la ignorancia y resignado a perecer,
bajo la injusta potestad de mis dioses de lodo.
Brasas ardientes estampan mis carnes,
soy declarado objeto, esclavo de los amos;
dueños de laberintos de confusión y duda.
Del concreto muerto hago mi morada,
en neblina alucinante, embisto molinos
con mis cuernos de marfil destruyendo lo etéreo,
y piedra sobre hiedra
levanto en arena mi fuerte.
Mitad animal y mitad palabra,
Mitad razón, y mitad niebla;
ropas rasgadas,
y de mi narigón dorado,
fundo alas,
cayendo al vacío
como merecido rey de los idiotas.
© Leonardo Nin
Blog del poeta invitado: http://civilizacionletras.blogspot.com/
Labels: Brief anthology of the dominican poet Leonardo Nin. Antología breve del poeta Leonardo Nin.
1 Comments:
De gusto leerte.
Saludos,
José Valle
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