Monday, July 15, 2013

Vallejo entre nosotros


Conferencia de inauguración de la Semana de la Cultura Peruana, en el habanero Centro Hispano-Americano de Cultura, el pasado 9 de julio de 2013

por Roberto Fernández Retamar

Invitado por la Embajada del Perú en Cuba a participar en esta Semana de la Cultura Peruana con un texto relativo a César Vallejo, el extraordinario poeta sobre quien he escrito en varias ocasiones, me ha parecido conveniente reparar en su presencia en Cuba. No es este, sin embargo, un trabajo exhaustivo, sino un simple señalamiento inevitablemente parcial que otro u otra, con más tiempo, podría completar o rectificar.

En esta ocasión me he limitado, en general, a obras existentes en la Biblioteca de la Casa de las Américas y a publicaciones periódicas sobre las cuales la Biblioteca Nacional José Martí dio a conocer útiles bibliografías.

Al parecer, el primer texto de Vallejo publicado en Cuba fue «Poesía nueva», incluido en 1927. Revista de avance (a. 1, no. 9, agosto de 1927) con la siguiente «Nota de la redacción», presumiblemente escrita por Jorge Mañach o Juan Marinello:
    1927 no ha conocido todavía la angustia de la falta de material inédito. Si alguna vez toma ideas y emociones de otros veneros, lo hace porque estima que aquellos deben tener su repercusión en Cuba. Así ahora con esta admirable página de César Vallejo, una de las cabezas más agudamente pensativas de la joven América nuestra. El siguiente ensayo se publicó en la fraterna revista Amauta, de Lima
Por vez primera, cosa que 1927 pareció ignorar, el ensayo había visto la luz en Favorables París Poema (no. 1, París, julio de 1926), la revista que Vallejo publicó en aquella ciudad con Juan Larrea y no sobrepasó el segundo número. Uno no puede menos que preguntarse cómo habrán leído ese texto en 1927 los poetas de Cuba que incurrían entonces en lo que Vallejo censuraba en aquellas palabras, que son estas:
    Poesía nueva ha dado en llamarse a los versos cuyo léxico está formado de las palabras «cinema, motor, caballos de fuerza, avión, radio, jazz band, telegrafía sin hilos», y, en general, de todas las voces de las ciencias e industrias contemporáneas, no importa que el léxico corresponda o no a una sensibilidad auténticamente nueva. Lo importante son las palabras.
Pero no hay que olvidar que esto no es poesía nueva, ni antigua, ni nada. Los materiales artísticos que ofrece la vida moderna han de ser asimilados por el espíritu y convertidos en sensibilidad. El telégrafo sin hilos, por ejemplo, está destinado, más que a hacernos decir «telégrafo sin hilos», a despertar nuevos temples nerviosos, profundas perspicacias sentimentales, amplificando videncias y comprensiones, y densificando el amor; la inquietud entonces crece y se exaspera, y el soplo de la vida se aviva. Esta es la cultura verdadera que da el progreso; este es su único sentido estético, y no el de llenarnos la voz con palabras flamantes. Muchas veces un poema no dice «cinema» poseyendo, no obstante, la emoción cinemática, de manera oscura y tácita, pero efectiva y humana. Tal es la verdadera poesía nueva.

En otras ocasiones el poeta apenas alcanza a cambiar hábilmente los nuevos materiales artísticos y logra así una imagen o un «rapport» más o menos hermoso y perfecto. En este caso, ya no se trata de una poesía nueva a base de palabras nuevas, como en el caso anterior, sino una poesía nueva a base de metáforas nuevas. Mas también en este caso hay error. En la poesía verdaderamente nueva pueden faltar imágenes y «rapports» nuevos ―función esta de ingenio y no de genio―, pero el creador goza y padece allí una vida en que las nuevas relaciones y ritmos de las cosas se han hecho sangre, célula, algo, en fin, que ha sido incorporado vitalmente en la sensibilidad.

La poesía nueva a base de palabras o de metáforas nuevas se distingue por su pedantería de novedad y, en consecuencia, por su complicación y barroquismo. La poesía nueva, a base de sensibilidad nueva, es, al contrario, simple y humana, y a primera vista se la tomaría por antigua o no atrae la atención sobre si es o no moderna.
Es innecesario recordar que los mencionados al final eran los caracteres de la poesía del propio Vallejo.

Los primeros poemas de Vallejo publicados en Cuba aparecieron en la revista de Manzanillo Orto (marzo de 1939). Se trató de «El pan nuestro» y «Los heraldos negros», tomados del inicial libro suyo, llamado como este último poema. Orto volvería a publicar poemas de Vallejo, siempre de Los heraldos negros (1919), en mayo de 1947 y en diciembre de 1954.

En 1942, en la revista Espuela de Plata (no. 4-5, noviembre-diciembre), aparecieron dos poemas de Vallejo: «Palmas y guitarra» y «Sermón sobre la muerte», procedentes de sus Poemas humanos (1939). En dicha entrega de Espuela de Plata vieron la luz también «Sonetos a César Vallejo», de Cintio Vitier (recogidos luego en su libro Sedienta cita, de 1943), quien acaso sugirió la inclusión en la revista de los poemas de Vallejo.

1944 fue un año particularmente feliz para la presencia de Vallejo en Cuba. Ese año, Vitier publicó Experiencia de la poesía (La Habana Ed. Ensayos), donde afirmó el entonces joven poeta:
    Después de mi entrada en el transparente reino juanramoniano […] los principales acontecimientos de mi formación poética […] han sido las lecturas del libro de José Lezama Lima Enemigo rumor, y el hallazgo del poeta peruano César Vallejo. No intento aquí conciliar teóricamente a1 unas figuras tan distantes, que en mí ya se han amistado para siempre.
Y también:
    Cuando hice el hallazgo, en un día inolvidable, del quemadísimo César Vallejo, comprendí como nunca, escanciado por él hasta el hueso natal de la vida, ese destino de oscuro, trágico salmista que al poeta auténtico, no obstante toda posible apariencia, lo empuña en lo más hondo. La persona, el símbolo espiritual y telúrico de Vallejo los he tenido presentes a través de estos apuntes, y a través de mi sueño desde entonces, como si encubrieran mi verdadero asunto. Y es que Vallejo, resumiendo en un fuego de increíble desnudez todo lo que es angustia y España en el mundo, intuyó y aceptó, con esa aciaga valentía suya, que la poesía es, si de veras se la afronta, carnal y literalmente, una cruz. Por eso la primera reacción que su vida y su obra nos deben provocar es de vergüenza, de lástima por el infame oficio y vanidad que se nos ha vuelto la palabra, de asco por la venial retórica que nos inunda. En esa cruz de la poesía (y Dios me libre de rebajarme ahora a la estúpida brillantez de un símil) supo agonizar y morir Vallejo apurando hasta las heces el cáliz de la sed humana. […]

    Como veis, para mí Vallejo no es un poeta más o menos valioso: es antes que nada un hombre que reclama nuestro amor, sin duda el hombre supremo que en lo que va de siglo ha parido América.
Ese año 1944 Gaceta del Caribe (a.1, no. 5, julio) publicó poemas de Vallejo: «La rueda del hambriento» y «Hoy me gusta la vida mucho menos», de Poemas humanos, y «Pedro Rojas», de España, aparta de mí este cáliz. Además, dicha revista incluyó también un acertado «Perfil de César Vallejo» que le dedicara Ángel Augier y comienza así:
    El perfil poético de César Vallejo es tan preciso y expresivo como el que de su fisonomía trazó el pulso mágico de Picasso: en viva piedra parece tallado, en piedra de perennidad. Si el dolor de su ancestro indígena le marcó el rostro severo dentro de su primer día de luz, la capacidad de sufrir ―en ansia y en belleza― la angustia cotidiana del hombre, le fue plasmado a firmes golpes su semblante último, el mismo que estrenó en su primer día de sombra, cuando ya se cerró para siempre su mirada triste y profunda.
Y por último, la revista Orígenes, en ese año 1944 (a. 1, no. 3, otoño), dio a conocer la hermosa «Carta a Cesar Vallejo» que su autora, Fina García Marruz, recogió después en su libro Las miradas perdidas (1951) y transcribo parcialmente a continuación:
    César Vallejo, tu bastón, tus ojos,
    tu madre, tu chaleco humilde y triste,
    tus palabras de uso, gastadas noblemente
    como una herramienta milenaria
    que te han puesto en las manos,
    como la herramienta tocada, sudada por el hombre,
    agraviado de tanta lejanía, anónimo señor de la calle,
    elegido a la fuerza, sepulturero, insomne,
    calado hasta los huesos de trascendente llama,
    de trigo servicial y de nativo llanto necesario,
    César Vallejo, tu pan leído del cielo,
    tu pan distinto de nostalgia,
    tu cara parecida a «en fin», «después de todo»,
    César Vallejo, del lado más terrible y más desnudo del mundo,
    haces signos, previenes, nos preguntas la sangre,
    nos preguntas el sueño y nos gritas
    por qué te dan así tanto en el alma.

    César Vallejo, tu voz cómo nos suena,
    qué igual a tu persona inconfundible, a la incesante piedra
    de tu siempre, a tu caer molido en tu esqueleto,
    a tu caer sin fin hasta tu fondo
    sin sobra y con arrugas,
    a tu espoleada frente recorriendo
    la tierra varonil de tu tristeza.
    […]
    En esta hora que te escribo
    todo sigue lo mismo, las nubes, las semanas,
    ya ves, es increíble que todo siga tan lo mismo,
    y si es verdad que pensar que hayas vivido
    me alegra y duele a un tiempo,
    sé que es solo un momento que pasará bien pronto,
    pues apenas hay hora para vivir lo nuestro y decir:
    aquí estamos, este es mi testimonio, esta es mi alma.

    Siga el árbol y el hombre con su amargura a cuestas
    y las sagradas letras del crepúsculo olviden
    que apenas se ha perdido tu pobrecito traje
    de esa tela tan triste que nos das para siempre.

    Llueve largo el olvido,
    tu pueblo está distante, trabajador, minero,
    ya no llueve otra vez porque te acuerdes
    cómo llovía antes, y está oscuro
    tu domingo, la casa, el adiós.
Este era el estado de la presencia de Vallejo en Cuba en vísperas de la Revolución. Se le había reconocido por su poesía superior, y también por su intensa religiosidad y su militancia comunista, como lo mostraron algunas de las revistas recientemente mencionadas.

A raíz del triunfo de la Revolución Cubana, según era de esperar, se incrementó entre nosotros el interés por Vallejo. En 1961 la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación publicó España, aparta de mí este cáliz, con grabados de Venturelli, y la revista de la Universidad Central de Las Villas, Islas (vol. 4, no. 1, septiembre-diciembre), una «Biografía mínima de Cesar Vallejo» con la siguiente nota editorial, debida sin duda a Samuel Feijoo: «Recogemos en estas páginas un largo fragmento de la biografía mínima del intenso poeta peruano realizada por su esposa Georgette como una contribución más al conocimiento de un hombre americano total». En dicha revista aparecieron en 1962 sendos trabajos de poetas hispanoamericanos dedicados a Vallejo: en el vol. 4, no. 2, enero-junio, el del peruano Alejandro Romualdo «César Vallejo sin misterios», y en el vol. 4, no. 5, julio-diciembre, el del ecuatoriano Jorge Enrique Adoum escuetamente titulado «César Vallejo». Romualdo escribió:
    En la batalla por la vida ganada al fin a fuerza de cadáveres, troncos talados y muñones, la sangre vertida por la verdad no es la tinta negra derramada por la dictadura clerical-fascista que mancha y martiriza todavía al pueblo español. A quien desee honestamente comprender y sentir hasta qué punto coincidieron pasión y obra, calor humano, práctica y teoría en este gran creador nuestro, les será necesario establecer la ardiente correlación entre su verso y su ideología proletaria. Solo a partir de esta verdad es que Vallejo se nos aparecerá sin misterios, en su más eterna y universal, por más humana y particular, dimensión.
Adoum, por su parte, afirmó de Vallejo:
    No hay, por lo menos en nuestra lengua, un caso tal de descarnadura poética, de exactitud, de rechazo a la obesidad de las palabras. Y de allí que la poesía de Vallejo no sea literaturizada ―como se ha señalado ya―, que no sea libresca, sino viva siempre, siempre actual, y a veinticuatro años de su muerte, y a cuarenta de la aparición de Trilce, difícilmente superada.
Ese mismo año 1962 fue publicada en La Habana, por la Biblioteca del Pueblo, la primera selección cubana del autor de Trilce: su Antología poética, en cuyo prólogo el poeta peruano Gustavo Valcárcel se refirió con admiración a la poesía vallejiana e hizo consideraciones sobre cuestiones políticas de la hora.

En abril del año siguiente, 1963, convocado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la Sociedad de peruanos residentes en Cuba José Carlos Mariátegui y la Casa de las Américas, tuvo lugar en esta última, con motivo de conmemorarse entonces veinticinco años de la muerte de Vallejo, un panel integrado por el peruano Juan Larco, el salvadoreño Roque Dalton y los cubanos Fayad Jamís y yo. Ese mismo año Roque publicó en la Casa de las Américas su cuaderno César Vallejo, donde amplió su intervención en el mentado panel, y a cuyo frente estampó: «César Vallejo es, a nuestro entender, el poeta más grande que ha dado América».

A partir de mi intervención en ese panel, escribí en 1964 el prólogo a las Poesías completas de Vallejo editadas en 1965 por la Casa de las Américas. Tal prólogo, con el título «Para leer a Vallejo», fue recogido en mi libro Ensayo de otro mundo (1967). En ediciones posteriores, las Poesías completas pasaron a llamarse Obra poética completa, de acuerdo con el valioso libro así nombrado que publicó en Lima, en 1968, Moncloa Editores S. A., con la colaboración de Georgette, la viuda. En aquel prólogo escribí sobre la poesía de Vallejo:
    Se han destacado […] sus prosaísmos, sus coloquialismos (con frecuencia peruanismos), y el tono conversacional como notas evidentes de esta poesía. Ello es cierto. Pero lo más sobrecogedor, lo que da sentido a los aspectos parciales, es la inmediatez de esta poesía, su extraña y necesaria verdad, al margen de las convenciones literarias y conceptuales que acechan a este poeta, a este hombre. Esta es una poesía de las ganas, del miedo y de la esperanza, de haber tocado vida y muerte como las terribles realidades corpóreas que son ―y, decididamente, de la arrasadora compasión, de compadecer, como le hubiera gustados decir a Unamuno, con quien la poética trágica, agónica de Vallejo tiene no pocos puntos de contacto.

    Si la familia de Vallejo puede señalarse en la literatura ―por ejemplo, dentro del idioma, Martí, Unamuno, Machado, Mistral―, esta poesía de lo tierno y lo grotesco, que tuerce un sombrero entre las manos y sale agarrándose los pantalones, que hace reír y llorar y reparte palmadas en las espaldas porque al cabo a todos nos ha pasado esto de estar vivos; esta poesía nos recuerda mucho (y más que a otros poetas) a un artista a quien Vallejo admiró sin reservas: Chaplin.
Y más adelante:
    Es ejemplar por muchísimas razones ―y yo diría que particularmente para nosotros, aquí y ahora, en Cuba―, la dignidad con que Vallejo, a partir de esta visión poética, de esta visión vital, acomete la obra lírica de franca militancia política, su España, aparta de mí este cáliz. Aunque la guerra de España tuvo el doloroso privilegio de haber sido cantada por los mayores poetas que tenía entonces el idioma, e incluso por no pocos poetas de otras lenguas, no hay duda de que esta obra de Vallejo, como Guernica en el orden de la pintura, es su gran texto poético. Ya en los Poemas humanos se nos dice que «urge tomar la izquierda con el hambre». Pero aquí Vallejo acepta un asunto enteramente político como centro de su gran libro. La transición, por así decir, es clarísima desde Trilce: vivir, pase, puesto que ya no hay nada que hacerle, aunque se trate de «haber nacido para vivir de nuestra muerte»; pero que encima de eso unos hombres le hagan imposible la humanidad a otros, los animalicen, eso sí que no: contra eso ve, conmovido, cómo se levanta el «proletario que mueres de universo», el «obrero, salvador, redentor nuestro», el «voluntario soviético marchando a la cabeza de tu pecho universal». […]

    La pobreza de los Poemas humanos se yergue aquí, y es el aire de los héroes. Así entran en la memoria seres cuyos nombres hubieran pasado al olvido: Pedro Rojas, Ramón Collar, «el hombre de Extremadura», «el héroe de la República». […]

    A nadie debe extrañarle que a Vallejo, como a Martí, lo sientan suyo hombres y mujeres de diversas confesiones. Sabemos, y ello nos enorgullece íntimamente, que Vallejo, como Martí, fue un revolucionario; que Vallejo fue un comunista militante: ¿pero quién se atrevería a considerarlo enmurallado en sus creencias, a las que él había llegado «como un hombre que soy y que he sufrido», cuando esas creencias no tienen nada que ver con una muralla? En la medida en que los otros sienten suyo a Vallejo, están sintiendo como suyos los grandes padecimientos, los grandes anhelos y las grandes esperanzas de este hombre «en el buen sentido de la palabra, bueno»; de este comunista que murió también de universo, y sobre cuya tumba desnuda […] se oye arder este verso suyo: «su cadáver estaba lleno de mundo».
La Gaceta de Cuba, en 1966 (a. V, no. 48-49, enero-febrero), acogió el impresionante poema «Masa», que forma parte del libro de Vallejo España, aparte de mí este cáliz.

En el número 43 de la revista Casa de las Américas (julio-agosto de 1967), el uruguayo Mario Benedetti publicó un ensayo que tendría amplia repercusión: «Vallejo y Neruda: dos modos de influir». Dijo allí Mario:
    Hoy en día parece bastante claro que, en la actual poesía hispanoamericana, las dos presencias tutelares se llaman Pablo Neruda y César Vallejo. No pienso meterme aquí en el atolladero de decidir qué vale más: si el caudal incesante, avasallador, abundante en plenitudes del chileno, o el lenguaje seco a veces, irregular, entrañable y estallante, vital hasta el sufrimiento, del peruano. Más allá de discutibles o gratuitos cotejos, creo, sin embargo, que es posible destacar una esencial diferencia en cuanto tiene relación con las influencias que uno y otro ejercieron y ejercen en las generaciones posteriores, que inevitablemente reconocen su magisterio. En tanto que Neruda ha ejercido una influencia más bien paralizante, casi diría frustránea, como si la riqueza de su torrente verbal solo permitiera una imitación sin escapatoria, Vallejo, en cambio, se ha constituido en motor y estímulo de los nombres más auténticamente creadores de la actual poesía hispanoamericana. No en balde la obra de Nicanor Parra, Sebastián Salazar Bondy, Gonzalo Rojas, Ernesto Cardenal, Roberto Fernández Retamar y Juan Gelman revela […] la marca vallejiana; no en balde cada uno de ellos tiene, pese a ese entronque común, una voz propia e inconfundible.
Añadió Benedetti:
    A partir de un estilo poderosamente personal pero de clara estirpe literaria como el de Neruda, cabe encontrar seguidores sobre todo literarios que no consiguen llegar a su propia originalidad, o que llegarán más tarde a ella por otros afluentes, por otros atajos. A partir de un estilo como el de Vallejo, construido poco menos que a contrapelo de lo literario, y que es siempre el resultado de una agitada combustión vital, cabe encontrar no ya meros epígonos o imitadores, sino más bien auténticos discípulos, para quienes el magisterio de Vallejo comienza antes de su aventura literaria y se proyecta hasta la hora actual.
En la Valoración múltiple de Vallejo que mencionaré más adelante hay testimonios sobre Vallejo de dos cubanos que fueron sus amigos y participaron junto con él en el Congreso Antifascista de 1937: Nicolás Guillén y Alejo Carpentier. Nicolás escribió en 1969:
    A César Vallejo lo conocí yo en 1937, en París. Pero no podría precisar las circunstancias. De todas suertes, fue en los días de la guerra civil española y el congreso de escritores que tuvo lugar en Valencia, primero, y luego en Madrid, Barcelona y París, donde fue clausurado. Recuerdo que hice un viaje a Madrid con él y su esposa […]. A mi regreso, durante una misión de dos meses o cosa así, pude verlo ya en amigo, en el Hotel du Maine, situado en la avenida de este nombre. […] De aquel entonces conservo una pequeña libreta de direcciones donde está la suya escrita de puño y letra, con lápiz.

    Yo estaba en París cuando Vallejo murió. Asistí a su entierro, una mañana fría y húmeda. No era el París «con aguacero» que hubiera complacido al poeta. Caía una llovizna persistente, que calaba los huesos. La noche anterior lo habíamos velado en la Maison de la Pensée. El duelo, en pie sobre su tumba, lo despidió Aragon.

    Vallejo era un hombre silencioso, magro, alto, indio, de pelo atezado y liso. Me decía «negro», como es costumbre afectuosa en su país con las personas de mi tipo. Un día dejamos de vernos, hasta que lo acompañé por última vez, al cementerio de Montrouge. Me dolió mucho su muerte. Admiro mucho su dramática poesía. Respeto mucho su vida dolorosa, sincera, desinteresada, con hambre y rebeldía. Creo mucho en él, y lo considero uno de los poetas más altos de nuestra lengua.
Por su parte, Alejo lo llamó en 1972 «el poeta más insustituible que nuestra época haya producido hasta ahora en el idioma que hablamos», y añadió:
    Lo conocí en 1929, cuando vivía en un feo edificio de ladrillos que se hallaba en una calle paralela al Boulevard Pasteur, y donde vivía también el gran renovador de la música contemporánea que fue Édgar Varèse. […] Con motivo de mis cotidianas visitas a Varèse, conocí a César Vallejo, que vivía un piso más abajo. Salíamos juntos, al atardecer, a caminar por el entonces triste Boulevard Pasteur. En seguida percibí esa suerte de impregnación respetuosa, de atracción profunda, que solo puede sentir un hombre joven al advertir, de manera casi epidérmica, la presencia del genio. […] Era un hombre callado, que solo hablaba espaciadamente, pero que cuando emitía una frase nos entregaba la más profunda esencia de un pensamiento. […] En cinco o seis conversaciones con César aprendí más acerca de América Latina que con la lectura de veinte libros.

    En aquellos días, reunidos varios escritores y pintores con César Vallejo en un café de Montparnasse […], al hablarse de la posible función social de la poesía, dijo César Vallejo: «En mi poesía no se mete nadie.» En aquel momento pudo parecernos algo ambigua, en sus proyecciones, esa declaración de principios. Pero vimos después que el hombre «en cuya poesía no se metía nadie» había contemplado de cerca los resultados de una revolución en la Unión Soviética, y […] viajó hacia los frentes republicanos de la guerra civil de España […]. Y vimos, por la cosecha de poemas profundamente revolucionarios e íntimos, sin embargo, contingentes y trascendentales, explícitos como ninguno en cuanto al contenido, que el «en mi poesía no se mete nadie» de Vallejo se refería a los medios de expresión, a la utilización del verbo, a la manera de concebir un poema cuando, en realidad, aspiraba a que en su poesía se metiera todo el mundo, resonara el mundo entero, se encontraran las masas combatientes a sí mismas, en un lenguaje hablado por una voz que era del Perú, [..] que era de nuestro idioma y era del mundo, traduciendo una épica que nos concernía a todos.
A mediados de la década del setenta del siglo pasado, con motivo de haber publicado la Casa de las Américas la Obra poética completa de Vallejo, tuve con Georgette, su viuda, un intercambio de cartas. Al final de la mía de marzo 8 de 1975 le dije:
    En las palabras prologales que escribí para la edición cubana de esta obra la menciono a usted […] con el respeto que le debemos todos los que sabemos con qué amor y devoción compartió usted la existencia sufriente y pura de nuestro gran poeta. Déjeme decirle que hace veinte años estuve en París siguiendo las huellas, los lugares donde ustedes habían vivido: incluso retraté el hotel de la Avenue du Maine que por un tiempo fue su hogar, y que ya ha sido demolido; y, por supuesto, la escueta losa del cementerio de Montrouge bajo la cual yacen los restos de su compañero, de nuestro compañero. [Después supe que dichos restos habían sido trasladados al cementerio de Montparnasse.] Amigos comunes, como Leonardo Fernández Sánchez y Alejo Carpentier, me hablaron larga y conmovidamente de usted. De manera que ya me parecía conocerla y agradecerle sus tiernos cuidados para nuestro gran maestro fuerte y delicado.
Cuando en 1987 se cumplieron cincuenta años del Segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, la revista Casa de las Américas (no. 162, mayo-junio) publicó el discurso que en dicho Congreso leyó Vallejo, y también otros de Raúl González Tuñón, Nicolás Guillén, Carlos Pellicer y Juan Marinello. En sus palabras, Vallejo afirmó: «Jesús decía: “Mi reino no es de este mundo”. Creo que ha llegado el momento en que la conciencia del escritor revolucionario pueda concretarse en una fórmula que remplace a esta fórmula diciendo: “Mi reino es de este mundo, pero también del otro.”» Además apareció en dicho número «Yo era un revolucionario emocional. Entrevista a Félix Pita Rodríguez», donde este último, quien también asistiera al Congreso, evoca aquellos días. Al hablar de Vallejo dijo:
    Vallejo tenía siempre una actitud retraída, permanentemente, hasta para tomar café. Era el perfecto cholo, el mezclado con indio, con negro, con blanco y con todas las mezclas que tenemos los latinoamericanos. Pero en el Congreso no fue retraído; allí se manifestó siempre abiertamente y con mucho calor, desde el primer momento.
En 1988 ocurrió, en relación con Vallejo, un acontecimiento memorable no solo para nosotros los cubanos: la aparición de la mejor edición crítica de su poesía realmente completa, edición realizada por el poeta y ensayista Raúl Hernández Novás, del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de la Américas, y publicada En el cincuentenario de la muerte de César Vallejo con un extenso e iluminador prólogo, «Vida de un poeta», debido a Raúl (La Habana, Ed. Arte y Literatura/ Casa de las Américas). Que se trata de una faena de primera magnitud lo prueba, entre otras cosas, que tal edición crítica haya sido retomada por las obras de Vallejo que publica en el propio Perú el Fondo Editorial de la Universidad de Ciencias y Humanidades, según lo proclama en su número inicial la revista de dicha Universidad Vuelapluma (a. 1, no. 1, abril de 2013). Hernández Novás, quien compartió las varias creencias de Vallejo, ofreció, con una mezcla infrecuente de talento, pasión y laboriosidad, una visión no exenta de polémica pero justa de la poesía de Vallejo y de su vida. Raúl, explicablemente, fue autor de una admirable obra poética donde se siente resonar la voz del gran peruano.

Al cumplirse en 1992 un siglo del nacimiento del autor de Poemas humanos, la Casa de las Américas organizó un Encuentro con César Vallejo semejante al Encuentro con Rubén Darío que en 1967 saludara el centenario del gran poeta nicaragüense. Tanto en un caso como en otro, los materiales allí presentados fueron recogidos en sendos números de la revista que es órgano de la institución. En el caso del peruano, se hizo constar «nuestra gratitud a Raúl Hernández Novás, quien tuvo la idea primera del Encuentro con César Vallejo, y sin cuya colaboración habría sido imposible esta entrega de Casa de las Américas» (no. 189, octubre-diciembre). El largo editorial de dicha entrega se refirió a otras conmemoraciones que tuvieron lugar en 1992: el medio milenio del mal llamado descubrimiento de América; el centenario de la fundación por José Martí del Partido Revolucionario Cubano; el quincuagésimo quinto aniversario de la celebración en la España en guerra civil del Segundo Congreso Internacional de Escritores por la Defensa de la Cultura, al cual, como se ha visto, asistió Vallejo; el cuarto de siglo del mencionado Encuentro con Rubén Darío. El número incluyó colaboraciones de los cubanos Cintio Vitier, Raúl Hernández Novás, Luis Suardíaz, Teresa Delgado Molina, Guillermo Rodríguez Rivera y Osmar Sánchez Aguilera; los mexicanos Monique Lemaître y Evodio Escalante; el peruano Marco Martos, el español Julio Vélez, la rumana Ruxandra Chisalita. En el Encuentro, Julio Vélez mostró un pequeño corto cinematográfico en que se ve a Vallejo descender de un ómnibus en España durante el Segundo Congreso Internacional por la Defensa de la Cultura. Ignoro cuál ha sido el destino de ese singular material fílmico.

La revista Unión publicó en 1993 (a. VI, no. 15) el ensayo «César Vallejo en la encrucijada de la fe», donde su autora, la argentina María del Carmen Sillato, aborda el contrapunto en la poesía de Vallejo entre su religiosidad y su comunismo. Disintiendo de quienes ven a ambos irremediablemente opuestos, ella escribió:
    no se ha planteado lo suficiente una tercera posición que admita la coexistencia de los contrarios [sic], lo que llevaría a re-examinar la religiosidad del poeta desde una perspectiva más amplia. Esto es, dentro del contexto de una convulsionada realidad latinoamericana que no ha precisado despojarse de su profundo sentimiento cristiano para lanzarse a una lucha por la justicia social, guiada en muchos casos por los principios marxistas. La poesía de Vallejo es, sin duda, un testimonio tanto de rebeldía ante la falta de respuesta divina al dolor humano como de toma de conciencia de la necesidad de buscar soluciones a los problemas terrenos por vías terrenas.
En nota al pie, Sillato añadió:
    El nacimiento de una teología de la liberación se da, precisamente, a partir del acercamiento de las ideologías cristiana y marxista en una práctica concreta, expresado en el compromiso adquirido por aquel sector de la Iglesia Católica reunido en Medellín (Colombia), en 1968. De combatir las causas materiales de la injusticia social y devolver al hombre su legítima dignidad como hijo de Dios.
De donde se colige que Vallejo, muerto treinta años antes de la reunión de Medellín, vendría a ser un adelantado de la teología de la liberación.

Como un complemento de su edición crítica de la poesía completa de Vallejo, Hernández Novás, dentro de su labor en el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de la Américas, inició pero no llegó a concluir la Recopilación de textos sobre César Vallejo para la serie Valoración múltiple de la institución. De tal obra, publicada por la Casa de las Américas y el Instituto Caro y Cuervo, de Colombia, el primer tomo vio la luz en el año 2000, y el segundo, el año 2009. Los textos fueron dispuestos en secciones: «I. Obra lírica. Aspectos generales», «II. Los heraldos negros», «III. Trilce», «IV. La poesía póstuma» «V. Obra narrativa, ensayística, periodística y dramática», «Testimonios», «Otras opiniones», «Cronología de César Vallejo», [Notas sobre los] «Autores», Bibliografías. Desgraciadamente, la muerte prematura de Hernández Novás, en 1993, le impidió dar cima a esta nueva empresa. Varios trabajos no están colocados en la sección que les correspondería; algunas de las secciones hubieran podido ampliarse: por ejemplo, la tocante a obra narrativa, ensayística y periodística; y, sobre todo, no le alcanzó el tiempo a Raúl para escribir su prólogo a la obra, la cual, no obstante, puede hombrearse con otras como Visión del Perú (Lima, no. 4, julio de 1969), los dos tomos de Aproximaciones a César Vallejo, simposio dirigido por Ángel Flores (Nueva York, Las Américas Publishing Co., 1971), César Vallejo, edición de Julio Ortega (Madrid, Taurus, 1981) o En torno a Cesar Vallejo, edición de Antonio Merino (Madrid, Júcar, 1987). En todas ellas se recogen textos importantes sobre la faena de Vallejo.

Entrado el siglo XXI, apareció en la revista Casa de las Américas (no. 262, enero-marzo de 2011) el artículo del peruano Carlos Enrique Gonzales «Pedagogía y opresión en “Paco Yunque”», sobre el cuento así llamado de Vallejo. Y me pregunto si el aliento de este, patente en una vasta zona de la poesía cubana, de Vitier y García Marruz a Hernández Novás (pasando por quienes se agruparon en la primera etapa de la revista El Caimán Barbudo), sigue vivo en nuestra más joven poesía. No puedo responder, pero quisiera hacerlo con esperanza. 

Tomado de La Ventana.

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