por Roberto Fernández Retamar
En esta ocasión me he limitado, en general, a obras existentes en la Biblioteca de la Casa de las Américas y a publicaciones periódicas sobre las cuales la Biblioteca Nacional José Martí dio a conocer útiles bibliografías.
Al parecer, el primer texto de Vallejo publicado en Cuba fue «Poesía nueva», incluido en 1927. Revista de avance (a. 1, no. 9, agosto de 1927) con la siguiente «Nota de la redacción», presumiblemente escrita por Jorge Mañach o Juan Marinello:
- 1927 no ha conocido todavía la angustia de la falta de
material inédito. Si alguna vez toma ideas y emociones de otros veneros,
lo hace porque estima que aquellos deben tener su repercusión en Cuba.
Así ahora con esta admirable página de César Vallejo, una de las cabezas
más agudamente pensativas de la joven América nuestra. El siguiente
ensayo se publicó en la fraterna revista Amauta, de Lima
- Poesía nueva ha dado en llamarse a los versos cuyo léxico está
formado de las palabras «cinema, motor, caballos de fuerza, avión,
radio, jazz band, telegrafía sin hilos», y, en general, de todas las
voces de las ciencias e industrias contemporáneas, no importa que el
léxico corresponda o no a una sensibilidad auténticamente nueva. Lo
importante son las palabras.
La poesía nueva a base de palabras o de metáforas nuevas se distingue por su pedantería de novedad y, en consecuencia, por su complicación y barroquismo. La poesía nueva, a base de sensibilidad nueva, es, al contrario, simple y humana, y a primera vista se la tomaría por antigua o no atrae la atención sobre si es o no moderna.
Es innecesario recordar que los mencionados al final eran los caracteres de la poesía del propio Vallejo.
En 1942, en la revista Espuela de Plata (no. 4-5, noviembre-diciembre), aparecieron dos poemas de Vallejo: «Palmas y guitarra» y «Sermón sobre la muerte», procedentes de sus Poemas humanos (1939). En dicha entrega de Espuela de Plata vieron la luz también «Sonetos a César Vallejo», de Cintio Vitier (recogidos luego en su libro Sedienta cita, de 1943), quien acaso sugirió la inclusión en la revista de los poemas de Vallejo.
1944 fue un año particularmente feliz para la presencia de Vallejo en Cuba. Ese año, Vitier publicó Experiencia de la poesía (La Habana Ed. Ensayos), donde afirmó el entonces joven poeta:
- Después de mi entrada en el transparente reino juanramoniano […] los
principales acontecimientos de mi formación poética […] han sido las
lecturas del libro de José Lezama Lima Enemigo rumor, y el hallazgo del
poeta peruano César Vallejo. No intento aquí conciliar teóricamente a1
unas figuras tan distantes, que en mí ya se han amistado para siempre.
- Cuando hice el hallazgo, en un día inolvidable, del quemadísimo
César Vallejo, comprendí como nunca, escanciado por él hasta el hueso
natal de la vida, ese destino de oscuro, trágico salmista que al poeta
auténtico, no obstante toda posible apariencia, lo empuña en lo más
hondo. La persona, el símbolo espiritual y telúrico de Vallejo los he
tenido presentes a través de estos apuntes, y a través de mi sueño desde
entonces, como si encubrieran mi verdadero asunto. Y es que Vallejo,
resumiendo en un fuego de increíble desnudez todo lo que es angustia y
España en el mundo, intuyó y aceptó, con esa aciaga valentía suya, que
la poesía es, si de veras se la afronta, carnal y literalmente, una
cruz. Por eso la primera reacción que su vida y su obra nos deben
provocar es de vergüenza, de lástima por el infame oficio y vanidad que
se nos ha vuelto la palabra, de asco por la venial retórica que nos
inunda. En esa cruz de la poesía (y Dios me libre de rebajarme ahora a
la estúpida brillantez de un símil) supo agonizar y morir Vallejo
apurando hasta las heces el cáliz de la sed humana. […]
Como veis, para mí Vallejo no es un poeta más o menos valioso: es antes que nada un hombre que reclama nuestro amor, sin duda el hombre supremo que en lo que va de siglo ha parido América.
- El perfil poético de César Vallejo es tan preciso y expresivo como
el que de su fisonomía trazó el pulso mágico de Picasso: en viva piedra
parece tallado, en piedra de perennidad. Si el dolor de su ancestro
indígena le marcó el rostro severo dentro de su primer día de luz, la
capacidad de sufrir ―en ansia y en belleza― la angustia cotidiana del
hombre, le fue plasmado a firmes golpes su semblante último, el mismo
que estrenó en su primer día de sombra, cuando ya se cerró para siempre
su mirada triste y profunda.
- César Vallejo, tu bastón, tus ojos,
tu madre, tu chaleco humilde y triste,
tus palabras de uso, gastadas noblemente
como una herramienta milenaria
que te han puesto en las manos,
como la herramienta tocada, sudada por el hombre,
agraviado de tanta lejanía, anónimo señor de la calle,
elegido a la fuerza, sepulturero, insomne,
calado hasta los huesos de trascendente llama,
de trigo servicial y de nativo llanto necesario,
César Vallejo, tu pan leído del cielo,
tu pan distinto de nostalgia,
tu cara parecida a «en fin», «después de todo»,
César Vallejo, del lado más terrible y más desnudo del mundo,
haces signos, previenes, nos preguntas la sangre,
nos preguntas el sueño y nos gritas
por qué te dan así tanto en el alma.
César Vallejo, tu voz cómo nos suena,
qué igual a tu persona inconfundible, a la incesante piedra
de tu siempre, a tu caer molido en tu esqueleto,
a tu caer sin fin hasta tu fondo
sin sobra y con arrugas,
a tu espoleada frente recorriendo
la tierra varonil de tu tristeza.
[…]
En esta hora que te escribo
todo sigue lo mismo, las nubes, las semanas,
ya ves, es increíble que todo siga tan lo mismo,
y si es verdad que pensar que hayas vivido
me alegra y duele a un tiempo,
sé que es solo un momento que pasará bien pronto,
pues apenas hay hora para vivir lo nuestro y decir:
aquí estamos, este es mi testimonio, esta es mi alma.
Siga el árbol y el hombre con su amargura a cuestas
y las sagradas letras del crepúsculo olviden
que apenas se ha perdido tu pobrecito traje
de esa tela tan triste que nos das para siempre.
Llueve largo el olvido,
tu pueblo está distante, trabajador, minero,
ya no llueve otra vez porque te acuerdes
cómo llovía antes, y está oscuro
tu domingo, la casa, el adiós.
A raíz del triunfo de la Revolución Cubana, según era de esperar, se incrementó entre nosotros el interés por Vallejo. En 1961 la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación publicó España, aparta de mí este cáliz, con grabados de Venturelli, y la revista de la Universidad Central de Las Villas, Islas (vol. 4, no. 1, septiembre-diciembre), una «Biografía mínima de Cesar Vallejo» con la siguiente nota editorial, debida sin duda a Samuel Feijoo: «Recogemos en estas páginas un largo fragmento de la biografía mínima del intenso poeta peruano realizada por su esposa Georgette como una contribución más al conocimiento de un hombre americano total». En dicha revista aparecieron en 1962 sendos trabajos de poetas hispanoamericanos dedicados a Vallejo: en el vol. 4, no. 2, enero-junio, el del peruano Alejandro Romualdo «César Vallejo sin misterios», y en el vol. 4, no. 5, julio-diciembre, el del ecuatoriano Jorge Enrique Adoum escuetamente titulado «César Vallejo». Romualdo escribió:
- En la batalla por la vida ganada al fin a fuerza de cadáveres,
troncos talados y muñones, la sangre vertida por la verdad no es la
tinta negra derramada por la dictadura clerical-fascista que mancha y
martiriza todavía al pueblo español. A quien desee honestamente
comprender y sentir hasta qué punto coincidieron pasión y obra, calor
humano, práctica y teoría en este gran creador nuestro, les será
necesario establecer la ardiente correlación entre su verso y su
ideología proletaria. Solo a partir de esta verdad es que Vallejo se nos
aparecerá sin misterios, en su más eterna y universal, por más humana y
particular, dimensión.
- No hay, por lo menos en nuestra lengua, un caso tal de descarnadura
poética, de exactitud, de rechazo a la obesidad de las palabras. Y de
allí que la poesía de Vallejo no sea literaturizada ―como se ha señalado
ya―, que no sea libresca, sino viva siempre, siempre actual, y a
veinticuatro años de su muerte, y a cuarenta de la aparición de Trilce, difícilmente superada.
En abril del año siguiente, 1963, convocado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la Sociedad de peruanos residentes en Cuba José Carlos Mariátegui y la Casa de las Américas, tuvo lugar en esta última, con motivo de conmemorarse entonces veinticinco años de la muerte de Vallejo, un panel integrado por el peruano Juan Larco, el salvadoreño Roque Dalton y los cubanos Fayad Jamís y yo. Ese mismo año Roque publicó en la Casa de las Américas su cuaderno César Vallejo, donde amplió su intervención en el mentado panel, y a cuyo frente estampó: «César Vallejo es, a nuestro entender, el poeta más grande que ha dado América».
A partir de mi intervención en ese panel, escribí en 1964 el prólogo a las Poesías completas de Vallejo editadas en 1965 por la Casa de las Américas. Tal prólogo, con el título «Para leer a Vallejo», fue recogido en mi libro Ensayo de otro mundo (1967). En ediciones posteriores, las Poesías completas pasaron a llamarse Obra poética completa, de acuerdo con el valioso libro así nombrado que publicó en Lima, en 1968, Moncloa Editores S. A., con la colaboración de Georgette, la viuda. En aquel prólogo escribí sobre la poesía de Vallejo:
- Se han destacado […] sus prosaísmos, sus coloquialismos (con
frecuencia peruanismos), y el tono conversacional como notas evidentes
de esta poesía. Ello es cierto. Pero lo más sobrecogedor, lo que da
sentido a los aspectos parciales, es la inmediatez de esta poesía, su
extraña y necesaria verdad, al margen de las convenciones literarias y
conceptuales que acechan a este poeta, a este hombre. Esta es una poesía
de las ganas, del miedo y de la esperanza, de haber tocado vida y
muerte como las terribles realidades corpóreas que son ―y,
decididamente, de la arrasadora compasión, de compadecer, como le hubiera gustados decir a Unamuno, con quien la poética trágica, agónica de Vallejo tiene no pocos puntos de contacto.
Si la familia de Vallejo puede señalarse en la literatura ―por ejemplo, dentro del idioma, Martí, Unamuno, Machado, Mistral―, esta poesía de lo tierno y lo grotesco, que tuerce un sombrero entre las manos y sale agarrándose los pantalones, que hace reír y llorar y reparte palmadas en las espaldas porque al cabo a todos nos ha pasado esto de estar vivos; esta poesía nos recuerda mucho (y más que a otros poetas) a un artista a quien Vallejo admiró sin reservas: Chaplin.
- Es ejemplar por muchísimas razones ―y yo diría que particularmente
para nosotros, aquí y ahora, en Cuba―, la dignidad con que Vallejo, a
partir de esta visión poética, de esta visión vital, acomete la obra
lírica de franca militancia política, su España, aparta de mí este cáliz.
Aunque la guerra de España tuvo el doloroso privilegio de haber sido
cantada por los mayores poetas que tenía entonces el idioma, e incluso
por no pocos poetas de otras lenguas, no hay duda de que esta obra de
Vallejo, como Guernica en el orden de la pintura, es su gran texto poético. Ya en los Poemas humanos se nos dice que «urge tomar la izquierda con el hambre». Pero aquí Vallejo acepta un asunto enteramente político como centro de su gran libro. La transición, por así decir, es clarísima desde Trilce:
vivir, pase, puesto que ya no hay nada que hacerle, aunque se trate de
«haber nacido para vivir de nuestra muerte»; pero que encima de eso unos
hombres le hagan imposible la humanidad a otros, los animalicen, eso sí
que no: contra eso ve, conmovido, cómo se levanta el «proletario que
mueres de universo», el «obrero, salvador, redentor nuestro», el
«voluntario soviético marchando a la cabeza de tu pecho universal». […]
La pobreza de los Poemas humanos se yergue aquí, y es el aire de los héroes. Así entran en la memoria seres cuyos nombres hubieran pasado al olvido: Pedro Rojas, Ramón Collar, «el hombre de Extremadura», «el héroe de la República». […]
A nadie debe extrañarle que a Vallejo, como a Martí, lo sientan suyo hombres y mujeres de diversas confesiones. Sabemos, y ello nos enorgullece íntimamente, que Vallejo, como Martí, fue un revolucionario; que Vallejo fue un comunista militante: ¿pero quién se atrevería a considerarlo enmurallado en sus creencias, a las que él había llegado «como un hombre que soy y que he sufrido», cuando esas creencias no tienen nada que ver con una muralla? En la medida en que los otros sienten suyo a Vallejo, están sintiendo como suyos los grandes padecimientos, los grandes anhelos y las grandes esperanzas de este hombre «en el buen sentido de la palabra, bueno»; de este comunista que murió también de universo, y sobre cuya tumba desnuda […] se oye arder este verso suyo: «su cadáver estaba lleno de mundo».
En el número 43 de la revista Casa de las Américas (julio-agosto de 1967), el uruguayo Mario Benedetti publicó un ensayo que tendría amplia repercusión: «Vallejo y Neruda: dos modos de influir». Dijo allí Mario:
- Hoy en día parece bastante claro que, en la actual poesía
hispanoamericana, las dos presencias tutelares se llaman Pablo Neruda y
César Vallejo. No pienso meterme aquí en el atolladero de decidir qué
vale más: si el caudal incesante, avasallador, abundante en plenitudes
del chileno, o el lenguaje seco a veces, irregular, entrañable y
estallante, vital hasta el sufrimiento, del peruano. Más allá de
discutibles o gratuitos cotejos, creo, sin embargo, que es posible
destacar una esencial diferencia en cuanto tiene relación con las
influencias que uno y otro ejercieron y ejercen en las generaciones
posteriores, que inevitablemente reconocen su magisterio. En tanto que
Neruda ha ejercido una influencia más bien paralizante, casi diría
frustránea, como si la riqueza de su torrente verbal solo permitiera una
imitación sin escapatoria, Vallejo, en cambio, se ha constituido en
motor y estímulo de los nombres más auténticamente creadores de la
actual poesía hispanoamericana. No en balde la obra de Nicanor Parra,
Sebastián Salazar Bondy, Gonzalo Rojas, Ernesto Cardenal, Roberto
Fernández Retamar y Juan Gelman revela […] la marca vallejiana; no en
balde cada uno de ellos tiene, pese a ese entronque común, una voz
propia e inconfundible.
- A partir de un estilo poderosamente personal pero de clara estirpe
literaria como el de Neruda, cabe encontrar seguidores sobre todo
literarios que no consiguen llegar a su propia originalidad, o que
llegarán más tarde a ella por otros afluentes, por otros atajos. A
partir de un estilo como el de Vallejo, construido poco menos que a
contrapelo de lo literario, y que es siempre el resultado de una agitada
combustión vital, cabe encontrar no ya meros epígonos o imitadores,
sino más bien auténticos discípulos, para quienes el magisterio de
Vallejo comienza antes de su aventura literaria y se proyecta hasta la
hora actual.
- A César Vallejo lo conocí yo en 1937, en París. Pero no podría
precisar las circunstancias. De todas suertes, fue en los días de la
guerra civil española y el congreso de escritores que tuvo lugar en
Valencia, primero, y luego en Madrid, Barcelona y París, donde fue
clausurado. Recuerdo que hice un viaje a Madrid con él y su esposa […]. A
mi regreso, durante una misión de dos meses o cosa así, pude verlo ya
en amigo, en el Hotel du Maine, situado en la avenida de este nombre.
[…] De aquel entonces conservo una pequeña libreta de direcciones donde
está la suya escrita de puño y letra, con lápiz.
Yo estaba en París cuando Vallejo murió. Asistí a su entierro, una mañana fría y húmeda. No era el París «con aguacero» que hubiera complacido al poeta. Caía una llovizna persistente, que calaba los huesos. La noche anterior lo habíamos velado en la Maison de la Pensée. El duelo, en pie sobre su tumba, lo despidió Aragon.
Vallejo era un hombre silencioso, magro, alto, indio, de pelo atezado y liso. Me decía «negro», como es costumbre afectuosa en su país con las personas de mi tipo. Un día dejamos de vernos, hasta que lo acompañé por última vez, al cementerio de Montrouge. Me dolió mucho su muerte. Admiro mucho su dramática poesía. Respeto mucho su vida dolorosa, sincera, desinteresada, con hambre y rebeldía. Creo mucho en él, y lo considero uno de los poetas más altos de nuestra lengua.
- Lo conocí en 1929, cuando vivía en un feo edificio de ladrillos que
se hallaba en una calle paralela al Boulevard Pasteur, y donde vivía
también el gran renovador de la música contemporánea que fue Édgar
Varèse. […] Con motivo de mis cotidianas visitas a Varèse, conocí a
César Vallejo, que vivía un piso más abajo. Salíamos juntos, al
atardecer, a caminar por el entonces triste Boulevard Pasteur. En
seguida percibí esa suerte de impregnación respetuosa, de atracción
profunda, que solo puede sentir un hombre joven al advertir, de manera
casi epidérmica, la presencia del genio. […] Era un hombre callado, que
solo hablaba espaciadamente, pero que cuando emitía una frase nos
entregaba la más profunda esencia de un pensamiento. […] En cinco o seis
conversaciones con César aprendí más acerca de América Latina que con
la lectura de veinte libros.
En aquellos días, reunidos varios escritores y pintores con César Vallejo en un café de Montparnasse […], al hablarse de la posible función social de la poesía, dijo César Vallejo: «En mi poesía no se mete nadie.» En aquel momento pudo parecernos algo ambigua, en sus proyecciones, esa declaración de principios. Pero vimos después que el hombre «en cuya poesía no se metía nadie» había contemplado de cerca los resultados de una revolución en la Unión Soviética, y […] viajó hacia los frentes republicanos de la guerra civil de España […]. Y vimos, por la cosecha de poemas profundamente revolucionarios e íntimos, sin embargo, contingentes y trascendentales, explícitos como ninguno en cuanto al contenido, que el «en mi poesía no se mete nadie» de Vallejo se refería a los medios de expresión, a la utilización del verbo, a la manera de concebir un poema cuando, en realidad, aspiraba a que en su poesía se metiera todo el mundo, resonara el mundo entero, se encontraran las masas combatientes a sí mismas, en un lenguaje hablado por una voz que era del Perú, [..] que era de nuestro idioma y era del mundo, traduciendo una épica que nos concernía a todos.
- En las palabras prologales que escribí para la edición cubana de
esta obra la menciono a usted […] con el respeto que le debemos todos
los que sabemos con qué amor y devoción compartió usted la existencia
sufriente y pura de nuestro gran poeta. Déjeme decirle que hace veinte
años estuve en París siguiendo las huellas, los lugares donde ustedes
habían vivido: incluso retraté el hotel de la Avenue du Maine que por un
tiempo fue su hogar, y que ya ha sido demolido; y, por supuesto, la
escueta losa del cementerio de Montrouge bajo la cual yacen los restos
de su compañero, de nuestro compañero. [Después supe que dichos restos
habían sido trasladados al cementerio de Montparnasse.] Amigos comunes,
como Leonardo Fernández Sánchez y Alejo Carpentier, me hablaron larga y
conmovidamente de usted. De manera que ya me parecía conocerla y
agradecerle sus tiernos cuidados para nuestro gran maestro fuerte y
delicado.
- Vallejo tenía siempre una actitud retraída, permanentemente, hasta
para tomar café. Era el perfecto cholo, el mezclado con indio, con
negro, con blanco y con todas las mezclas que tenemos los
latinoamericanos. Pero en el Congreso no fue retraído; allí se manifestó
siempre abiertamente y con mucho calor, desde el primer momento.
- no se ha planteado lo suficiente una tercera posición que admita la
coexistencia de los contrarios [sic], lo que llevaría a re-examinar la
religiosidad del poeta desde una perspectiva más amplia. Esto es, dentro
del contexto de una convulsionada realidad latinoamericana que no ha
precisado despojarse de su profundo sentimiento cristiano para lanzarse a
una lucha por la justicia social, guiada en muchos casos por los
principios marxistas. La poesía de Vallejo es, sin duda, un testimonio
tanto de rebeldía ante la falta de respuesta divina al dolor humano como
de toma de conciencia de la necesidad de buscar soluciones a los
problemas terrenos por vías terrenas.
- El nacimiento de una teología de la liberación se da, precisamente, a
partir del acercamiento de las ideologías cristiana y marxista en una
práctica concreta, expresado en el compromiso adquirido por aquel sector
de la Iglesia Católica reunido en Medellín (Colombia), en 1968. De
combatir las causas materiales de la injusticia social y devolver al
hombre su legítima dignidad como hijo de Dios.
Como un complemento de su edición crítica de la poesía completa de Vallejo, Hernández Novás, dentro de su labor en el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de la Américas, inició pero no llegó a concluir la Recopilación de textos sobre César Vallejo para la serie Valoración múltiple de la institución. De tal obra, publicada por la Casa de las Américas y el Instituto Caro y Cuervo, de Colombia, el primer tomo vio la luz en el año 2000, y el segundo, el año 2009. Los textos fueron dispuestos en secciones: «I. Obra lírica. Aspectos generales», «II. Los heraldos negros», «III. Trilce», «IV. La poesía póstuma» «V. Obra narrativa, ensayística, periodística y dramática», «Testimonios», «Otras opiniones», «Cronología de César Vallejo», [Notas sobre los] «Autores», Bibliografías. Desgraciadamente, la muerte prematura de Hernández Novás, en 1993, le impidió dar cima a esta nueva empresa. Varios trabajos no están colocados en la sección que les correspondería; algunas de las secciones hubieran podido ampliarse: por ejemplo, la tocante a obra narrativa, ensayística y periodística; y, sobre todo, no le alcanzó el tiempo a Raúl para escribir su prólogo a la obra, la cual, no obstante, puede hombrearse con otras como Visión del Perú (Lima, no. 4, julio de 1969), los dos tomos de Aproximaciones a César Vallejo, simposio dirigido por Ángel Flores (Nueva York, Las Américas Publishing Co., 1971), César Vallejo, edición de Julio Ortega (Madrid, Taurus, 1981) o En torno a Cesar Vallejo, edición de Antonio Merino (Madrid, Júcar, 1987). En todas ellas se recogen textos importantes sobre la faena de Vallejo.
Entrado el siglo XXI, apareció en la revista Casa de las Américas (no. 262, enero-marzo de 2011) el artículo del peruano Carlos Enrique Gonzales «Pedagogía y opresión en “Paco Yunque”», sobre el cuento así llamado de Vallejo. Y me pregunto si el aliento de este, patente en una vasta zona de la poesía cubana, de Vitier y García Marruz a Hernández Novás (pasando por quienes se agruparon en la primera etapa de la revista El Caimán Barbudo), sigue vivo en nuestra más joven poesía. No puedo responder, pero quisiera hacerlo con esperanza.
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