Friday, October 4, 2013


Álvaro Mutis

“Álvaro poseía el don de traer a él tiempos acabados. Resucitar desaparecidos, convocados por su voz. Don de poetas, los verdaderos, no los versificadores de líneas vacías, nacidas muertas. Narrador nato, Mutis rencarnaba los personajes invocados con su evocación”

por Vilma Fuentes

Debo haber tenido 12 años cuando escuché por vez primera el relato de los asaltos a caballo a la fortaleza donde habitaba Trotsky. El capitán Sangrefría, Rosendo Gómez Lorenzo, me narró los hechos de una manera brutal, sin concesión al sentimentalismo. Lenguaje escueto de militar, solo hechos. Tuve la oportunidad de escucharlo porque, a las horas del crepúsculo nocturno, me paseaba en bicicleta por el parque de la colonia Periodista, donde vivíamos.

El capitán me descubrió con una cajetilla de cigarros, comprada en secreto para su hija Luisa. A su edad, le era fácil adivinar mis pensamientos y, desde luego, saber cuando alguien quería engañarlo. Me dio una lección: la mentira era un acto valiente cuando se trata de evitar la traición. La mentira es una astucia de la estrategia bélica. La traición, una bajeza de cobardes. Como la de Mercader. Nosotros atacábamos a descubierto, a caballo. Queríamos matarlo, no asesinarlo.

Cinco años después, volví a escuchar el relato de esos asaltos. Era ahora el de un poeta, Álvaro Mutis. Los mismos hechos, otro lenguaje. En ese entonces, ahora tan remoto, aún no se pagaba un boleto para visitar el lugar. Se necesitaba, en cambio, una autorización para penetrar en esa casa al abandono, más verdadera que la reconstrucción policiaca de un crimen. Nada qué ver con el sitio turístico actual. Mutis poseía el sésamo para abrir sus puertas.

Su narración surgió de una pregunta: ¿por qué García Márquez y él decidieron vivir en México? La respuesta, en apariencia simple: Porque me siento en casa, dijeron ambos. Las cosas se complicaron agradablemente cuando hablaron de la hospitalidad de México, donde se recibe a perseguidos de todas partes del planeta, de la calurosa acogida de los mexicanos a los extranjeros. La carismática figura de León Trotsky, para nada fantasmal en las palabras carnales de Mutis, apareció como una presencia esperada. Perseguido por Stalin, llega a México, donde Lázaro Cárdenas le da asilo. Álvaro poseía el don de traer a él tiempos acabados. Resucitar desaparecidos, convocados por su voz. Don de poetas, los verdaderos, no los versificadores de líneas vacías, nacidas muertas. Narrador nato, Mutis rencarnaba los personajes invocados con su evocación. Escritor, tan escasos como lo son los poetas, traía entre nosotros, sus presencias vivas. Y su tiempo.

Esa tarde, nos condujo, a su fiel Gabriel, a Martha Lamas y a mí, por las calles de Coyoacán, de nuevo desiertas como lo fueron entonces, a la fortaleza de Trotsky. Nos hizo escuchar el ruido de los cascos de caballos montados por el Capitán Sangrefría, Alfaro ―todavía no el Alfarito de quien habló después Diego Rivera― y los otros secuaces de Stalin.

Nos hizo ver a Trotsky en lo alto de la muralla, leyendo, empinado ante el agujero que le servía de ventana en la planta baja, y único piso, de ese caserón. Dar la espalda a su asesino. Oír el silbido sin estridencia del hacha. Sentir el aturdimiento de nuestros cráneos hendidos. Nos volvió Mercader y Trotsky. Alfaro y Sangrefría. Escritor, nos hizo encarnarlos, plegados a la voluntad de su vara mágica.

Visité a Álvaro Mutis, la última vez, hace unos cinco años en su casa de San Jerónimo. Quería que él y Jacques se conocieran. No hablaron de poesía, acaso porque ambos eran poetas. Mutis decidió mostrar su colección de incunables. No de libros. Más codiciable: de tequilas. Generoso, propuso una degustación.

Cuando Carmen Miracle llegó y sacó un ejemplar de poemas de Mutis, me apoderé de él y, antes de que Álvaro pudiera oponerse, leí uno de ellos. En la penumbra y la humedad de San Jerónimo, sentimos el calor calcinante de una calle recorrida, en ¿Marruecos?, sin encontrar sombra ni sombras en la ciudad desertada por los muertos. Al terminar de leer, Mutis dijo: nunca antes había dejado leer a alguien un poema mío. ¿Proximidad, física y mental, del poeta? ¿Dones desconocidos de actriz? Álvaro Mutis me convirtió, esos instantes inolvidables, en su voz.
Tomado de La Jornada
 
Tomado de La Ventana

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