Sunday, November 3, 2013

 Sobre el poeta Pedro Mir

Palabras leídas por Roberto Fernández Retamar el 18 de octubre de 2013, en el gran homenaje de la Universidad Autónoma de Santo Domingo a Pedro Mir en sus cien años, como parte de la II Semana de la Poesía realizada en Santo Domingo.
  por Roberto Fernández Retamar

Se me han pedido unas palabras sobre el poeta Pedro Mir, a propósito del cual se han escrito estudios y a quien con toda justicia, en el centenario de su nacimiento, se dedica este encuentro de poetas. Pero no me propongo emular con esos estudios en su propia patria: no he venido a bailar en casa del trompo. Me limitaré a algunos comentarios que tienen que ver con Mir y, en algunos casos, conmigo.

Comienzo con lo más inmediato. Cuando hace poco tuvo lugar en la Casa de las Américas un acto para conmemorar el siglo de dos grandes poetas caribeños, Aimé Césaire y Pedro Mir, fueron leídas allí cálidas semblanzas de ambos con conocimiento y fervor por sus obras.

Y paso a mencionar algunos azares de la vida. Como se sabe, Mir publicó su primer libro, Hay un país en el mundo. Poema gris en varias ocasiones, en La Habana, en 1949. Yo vivía (y vivo) en esa ciudad, tenía entonces dieciocho o diecinueve años, y aunque ya los escribía, no había publicado todavía un solo verso. Pero sí había dado a conocer pequeñas notas críticas sobre libros. Y entre esos libros, cayó en mis manos el inicial de Mir, que me estremeció, entre otras cosas, por su conjunción feliz de fuerza y delicadeza. Le dediqué una reseña entusiasta en una hora radial. Desgraciadamente, en lo que Martí llamaba «el revuelto mar de mis papeles» no me ha aparecido tal reseña, que acaso improvisé frente al micrófono. Pero me llena de alegría saber que el mío fue quizá el primer comentario (o en todo caso, sin duda, uno de los primeros) que recibió libro tan valioso.

Paso a otro azar, mucho más importante. Mir evocó su entrevista con el Che Guevara en La Habana de mediados de 1959, y la grata sorpresa que le deparó tal entrevista. Me refiero, claro está, a su testimonio «Una escala en mi diario: donde aparece la gloria», que el poeta me hizo llegar a raíz del asesinato del Che y tuve el privilegio de publicar en el número 47 (marzo-abril de 1968) de la revista Casa de las Américas. En dicho texto, Mir contó que al ser presentado al Che, este le dijo: «Yo lo conozco a usted». Y ante la perplejidad del dominicano, añadió que una amiga común, en Guatemala, le había dado a leer versos suyos. Presumiblemente, se trató del libro Contracanto a Walt Whitman. Canto a nosotros mismos, que el grupo guatemalteco Saker Ti le había editado a Mir en 1953. En general, se ignoraba aún en 1959 que el Che, entre muchos valores, tenía el de ser lector apasionado de poesía. Llegó a decirle a su amiga argentina María Rosa Oliver que la poesía de Baudelaire le producía una emoción semejante a la de El capital. Por eso cuando prologué la edición que la Casa de las Américas publicó en 1997 de su libro Pasajes de la guerra revolucionaria, concluí mencionando el nombre de Mir entre los poetas que el Che había frecuentado.

Mir siguió publicando cuadernos de poesía que lo hicieron admirar en su país. Pero creo que el reconocimiento continental de su obra se inició con la aparición del libro Viaje a la muchedumbre, que la editorial mexicanas Siglo XXI publicó en 1972 con un alborozado prólogo del poeta y ensayista Jaime Labastida. En dicho volumen se recogieron los libros que Mir había ido escribiendo desde Hay un país en el mundo hasta la fecha. En su presentación, Labastida afirmó: «Pedro Mir debió haber sido conocido, cuando más tarde, en la década de los cincuenta; las grandes editoriales le hubiera podido dar la trascendencia de que gozan sus hermanos mayores Guillén y Neruda». Y también dijo Labastida que Mir «es uno de los pocos poetas que conozca directamente a su público, que sea amado por este y que forme multitudes siempre que se anuncia en Santo Domingo uno de sus recitales poéticos».

En acuerdo con el reconocimiento continental mencionado, hice publicar en la Casa de las Américas, en 1974, el libro Poemas de una isla y dos pueblos, con textos del haitiano Jacques Roumain, el dominicano Pedro Mir y el haitiano Jacques Viau, quien «nacido en Haití murió en 1965 en la República Dominicana, rechazando con las armas en la mano la agresión yanqui contra ese país». Labastida, por su parte, publicó en 1994, también en Siglo XXI, una edición ampliada de poemas de Mir con el título Poesías (casi) completas. A lo recogido en Viaje a la muchedumbre, añadió ahora poesías anteriores a Hay un país en el mundo y además El huracán neruda. Elegía de una canción desesperada, «corregido el 8 de septiembre de 1975 y finalmente (al menos en apariencia) el 2 de noviembre del mismo año por tercera vez». Quizá Mir publicó materiales poéticos posteriores al último nombrado: en todo caso, los desconozco. En cambio, sé de textos suyos sobre historia y estética.

Si tuviera que escoger un rasgo fundamental en la poesía de Mir, creo que me detendría en su capacidad de abordar lo inmediato e insuflarle trascendencia. Esto es evidente desde Hay un país en el mundo y Contracanto a Walt Whitman, y sobran los ejemplos. El horrendo asesinato de las hermanas Mirabal le provocó su Amén de mariposas; la tragedia chilena de 1973, El huracán neruda. Los poemas respectivos conservan su vigencia más allá de las circunstancias que los hicieron nacer.

Por cierto que debo reconocer una deuda inconciente con Mir. Este publicó antes de 1972 su poemario Concierto de esperanza para la mano izquierda. Mucho después, en el año 2000, reuní varios ensayos míos y puse como título al volumen Concierto para la mano izquierda. Debía haber olvidado el poemario de Mir. Pero también es posible que más allá de la memoria superficial, lo hubiera retenido. Los escritores, ya se sabe, nos alimentamos unos de otros. Quién sabe si en mis versos de juventud se halle también la impronta de Pedro Mir. No sería extraño. No creo en el adanismo literario.

Junto a la trascendencia de la poesía de Mir, se ha hablado también de su vaticinio. En el citado testimonio suyo, se cuenta que el amigo cubano que lo llevó a conocer al Che Guevara le comunicó que algunos versos de Hay un país en el mundo eran una prefiguración de la gesta cubana nacida en la Sierra Maestra. Son estos versos:
Y así no puede ser. Desde la sierra
procederá un rumor iluminado
probablemente ronco y derramado.
Probablemente en busca de la tierra.

Traspasará los campos y el celeste
Dominio desde el este hasta el oeste
conmoviendo la última raíz

y sacando los héroes de la tumba
habrá sangre de nuevo en el país.
Habrá sangre de nuevo en el país.


Menos conjetural es que en los últimos versos de ese libro («Después/ no quiero más que paz./ Un nido/ de constructiva paz») se aluda al vigoroso movimiento izquierdista por la paz que tenía lugar en 1949, dentro de la encendida atmósfera de la Guerra Fría. El tiempo ha borrado esa alusión.

Pero no debo ir más lejos, so pena de transformar estas palabras en el estudio que anuncié que no serían. Es hermoso que un país honre a sus poetas como la República Dominicana lo hace con el hermano mayor Pedro Mir. Gracias en nombre de la poesía, tan necesaria siempre.

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Palabras leídas por Roberto Fernández Retamar el 18 de octubre de 2013, en el gran homenaje de la Universidad Autónoma de Santo Domingo a Pedro Mir en sus cien años, como parte de la II Semana de la Poesía realizada en Santo Domingo. 

Tomado de La Ventana

1 Comments:

Blogger José Valle Valdés said...

Estupendo, amigo. Gracias por compartírnoslo.

Abrazos

5:04 PM  

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