Friday, January 22, 2016

La ritualidad del círculo de Daniel Montoly






La ritualidad del círculo de Daniel Montoly

“I’m beat (right down) to my socks”
FATS DOMINO

La ritualidad del círculo del dominicano Daniel Montoly participa de una asociación de conceptos símiles por contraste, una antítesis. Desde su inicio, mejor dicho, en su inicial y circular continuidad, esta combinación materializa dos nociones que, como propone el poeta, pesan y duelen tanto sobre el ser humano en su intangibilidad y en su materia: el alma y el cuerpo. Ya desde la primera sección del poemario “La obesidad de tu dolor y el esqueleto de tu alma” la pesadumbre se desborda, asfixiantemente cae, y buscando una salida acierta en la memoria. La segunda sustancia, el alma, aunque etérea, igual siente dolor. El poeta le ofrece un cuerpo, un esqueleto, otorgándole existir en este mundo material, más aún, humaniza y baja a un estado terrenal la esencia que, por desconocida, llamamos alma. Entre golpe y golpe (between beats) La ritualidad del círculo se va re/creando como una composición musical de jazz, donde los recuerdos que surgen de la vida misma logran un homenaje tipo beatnick. Estos golpes que brotan en la fuente del ingenio de Montoly se manifiestan como un contrapunteo, donde cada palabra, cada verso, finalmente encuentran su lugar en la composición poética.
A través de La ritualidad del círculo hay un desarrollo que se lee y escucha en movimientos acompasados y poli-rítmicos. Estos a su vez, al forjar los versos - el canto -, intentan la re-creación y recuperación en la reminiscencia, o bien, anhelan el retorno al feliz y eterno instante que se fijó durante la niñez y que en el poeta aún sigue vigente en la memoria. El primer poema abre con un epígrafe de Norge Espinosa, poeta cubano del grupo de escritores que aparece a finales de los ochenta en medio de un socialismo utópico y cuyo elemento definitorio también parte de la memoria. Montoly escoge el verso “Que no caiga sobre mi tanta limosna” de Espinosa para iniciar y continuar la propuesta poética, cuya circularidad se expresa a modo del ritual de lo habitual. “Mimetismo” abre el canto e invita al lector a explorar -porque el poeta así lo ha decidido,- en el pretérito y el imperfecto de sus experiencias, mejor dicho, de su memoria:
Recuerdo aquel cuadro en el museo
Aquella tarde lluviosa…
Aquella escena renacentista,
aquellos labios
salvados del holocausto del tiempo

Un texto con dirección anafórica sumerge al lector en el universo de los recuerdos. Después del recorrido, a la salida del trance, el lector queda engarzado en un mundo mimético; en la cíclica, instantánea y seductora, ritualidad del círculo. A partir del segundo poema el lector se interna en los recuerdos y éstos se presentan como alucinaciones de nocturna y camuflajeada estirpe. El poemario sigue hasta abordar “Inconfesiones íntimas”, texto en donde el poeta destapa la inmaculada obesidad de su dolor y el esqueleto de su alma. Dicho de otro modo, se da la imposible búsqueda por un eterno retorno a ese instante en que la vida parecía tener sentido, la lejana felicidad, tema que Milan Kundera ya explorara en La insoportable levedad del ser. Así como el recuerdo sucede en un instante, o bien, en una serie de únicos momentos que se definen y defienden, la vida para Montoly pareciera ser, a veces, como dioses que saben morir y a veces “como aves de alucinadas noches”.
Se ha dicho que en la poética de Montoly, además del retorno imposible, el juego de la memoria se vuelve tan perceptible, ya sea como el elemento presente y vivo a través del poemario o como el lejano e imperceptible pasado que el canto intenta recuperar. Sin embargo también aparece la duda existencial, el sin fin temático en las relaciones humanas, la vida cotidiana, permeada por el aparente sentido trascendental de la existencia en la modernidad. El poeta se siente influido grandemente por el espíritu de su/s época/s, por el estado de ánimo colectivo, el desencanto sosegado que ya Sastre y Camus desenvolvieran. Pero esta es otra época, otro espíritu, otro tiempo y, como si fuera una obra teatral, se abre el telón a la memoria: Montoly recuerda y compara, añade conflictos, el poeta pisa el campo de juego, en éste afloran las emociones y las pasiones, la línea divisoria entre la vida y la muerte. En el transcurso del partido (la representación), el árbitro imposibilita el eterno retorno, por lo tanto, finaliza el partido en la hoguera del sexo, lugar donde el poeta arde, se beatifica –según canta- y como toda materia, se transforma; en alucinaciones que son presagios, que son sueños, que son diálogos de humo.
            Con ese mismo tono  -ya logrado -, el de los recuerdos (también) y a través del sueño, se desenvuelve la palabra en el poemario. Las visiones se hacen presentes, en secreto viajan las visiones antes del espectáculo, antes de hacerse vigentes en un espontáneo y más arduo resurgir. De la fuente poética brotan las imágenes, limpias, ahí donde la lluvia tibia va cubriendo de humedad las piedras. En otras ocasiones parece haber un tono mordaz, una venganza, en la cual la palabra crece y ofrece poder y las in/confesiones íntimas llegan a ser una plena expresión y extorsión del deseo. Por lo tanto cierto erotismo y enamoramiento se dibuja en los versos, como se aprecia “En una mesa” poema donde las miradas fueron baúles “en donde floreció mi adolescencia, - dice el poeta - azuzada por el calor de sus senos.”
El (auto) exilio acompaña al poeta día y noche, no solamente trae consigo la movilidad física, la mudanza, la pérdida de una realidad, sino que también se abre al hallazgo de otra/s. La transformación mental sucede a través del tiempo, quizás fantasmal para quien no lo experimenta, pero quien si la sufre no puede evitar la influencia de la nueva realidad; sin olvidar del todo… aquella otra. En este proceso de ajuste, emociones y sentimientos múltiples brotan dentro del ser: recuerdo, amor, ira, odio, venganza, deseos, templanza… Por eso el tinte puede incluso parecer prosaico e incluso de tono cercano a la protesta. El matiz crítico, bajo la influencia de su nueva vida en los Estados Unidos, se desarrolla como parte de su observación, la contemplación, el recorrido diario por las calles y el deseo de expresarse. Por eso el amor, la sensualidad y el erotismo también son elementos importantes en este poemario, porque muestran que Montoly vive: sufre y ama, e incluso puede morir/se en vida. Como se ha hecho referencia anteriormente, La ritualidad del círculo pareciera compartir el desencanto existencialista y sin embargo deja ver una conciencia política, una activismo pacifista. Un ejemplo de lo dicho se aprecia en “Macromedia”, donde las ciudades y los pueblos del norte se transforman llenándose de lotes, donde los “héroes muertos” se vuelven títeres-fantasmas, manipulados por el poder de la mentira.
Naufraga el poeta y sin embargo continúa en espera de un Yo místico que surja del caos y lo rescate de la desilusión y el miedo. Daniel Montoly ha sido fuerte, creativo, persistente, ha logrado dar forma – con sus manos – a la rosa que Huidobro proponía, una que en este caso ha sido “capaz de cantar con su silencio.”… y florecer en el deseo. Existir es la propuesta, prevalecer a través de los sueños, en los dibujos de la niñez y en los elementos sensuales. Existir incluso en la pérdida y desilusión por estar conciente que todo acontecimiento natural, que antes causaba asombro e invitaba a la imaginación del niño al vuelo, “…Murió / ahogado, al caer de brusco / a la intensidad / de un desolador paisaje.” Así lo expresa Montoly, el poeta (auto) exiliado que no se acostumbra a la idea de pensarse allí… ¡aquí!
Ese sentir conduce a los poemas, pero… ¿Qué es un poema? Para Montoly una de las posibles respuestas la ofrece en “Labios de oscuridad” cuyo inicio expresa que “Un poema es un pedazo de luz / en la inexorable oscuridad.” A partir de este instante La ritualidad del círculo es un perseverante vuelo, es decir, empiezan a cruzarse en las palabras pájaros crepusculares de ineludible voz, pájaros “que vuelan / entre las ramas de los árboles” y que, como los recuerdos, caen del árbol como frutos y ya a nadie apetecen. También los hay kamikaze, como palabras mortales, y los hay secuestradores de memoria. En este nuevo libro de Daniel Montoly las aves juegan un rol decisivo, ya que de alguna manera impulsan y dirigen – en su viaje o migración – la imagen del poema (todo vuelo se traza sobre un mapa imaginario), de tal manera hay aves que, como el poeta mismo, traspasan las barreras de la normalidad y la cotidianidad como en el poema “Viuda” en el cual unas gaviotas nocturnas matizan la memoria.
En La ritualidad del círculo los elementos se eternizan, se yerguen inmortales, espacio y tiempo se entrelazan a raíz de la palabra (esa perpetua luz), existen en la unidad de la circunferencia que los protege y les asegura la vida. Sin embargo, en este diálogo poético (el rito), entra el poeta y en el círculo la mente divaga en pos de la memoria, los recuerdos. Se ha dicho que el poemario está permeado por el jazz y precisamente uno de los poemas más representativos de esta colección se titula “Billie Holiday”, texto en el cual el instante poético queda inmortalizado por la imagen. A partir de este recuerdo el poeta incansablemente busca aferrarse al árbol frutal que en la infancia todo niño circula y adora mientras canta la ronda, el crecimiento entre ambos ha sido paralelo, la revelación ha sido única, el despertar busca y espera, la revelación de su mundo, el juego del eterno regreso. Sin embargo, pasa el tiempo, el despertar suele ser brusco, cuando el extraño fruto que el árbol al niño le ofrece le aleja de su inocencia y le presenta su realidad tan vulnerable, tan frágil.
En “Soy amo de lo que callo y dueño de lo que escondo entre cadáveres”, el silencio es un elemento esencial ya que es muy necesario para lograr una creación plena. De tal manera la clara y justa desnudez de la palabra crea y se re/crea en sí misma y el poeta ofrece el testimonio de su creación: “Me nace una mariposa entre los dedos,… / y vuela, como un opúsculo del polvo / algún punto en la circunferencia…” y también, cuando el poeta se extravía, enloquecidamente se reinventa en las orillas, volviendo al jazz para volver al origen mientras tanto, frente al él, desfilan Marilin, Nat King Cole, George Wallace, Louis Armstrong. Hay un regreso a la inocencia y la imaginación se remonta a la vieja isla, aquella que se repite una y otra vez como alguna vez lo escribiera el célebre cubano Antonio Benítez-Rojo. De forma similar, Daniel Montoly regresa a repetir su isla, para no perderse en el olvido; se aferra a la memoria, a la inocencia de la infancia y como tal dedica algún poema a los limpiabotas de su infancia. Montoly también lanza una injuria y amenaza a los cobardes en su poema “Días contados” donde escribe que a ellos dejará caer todo el rigor de la palabra “Porque el dolor no se olvida / una vez que penetra en el costado,”. Por eso los “mercaderes /  entusiastas de la muerte”, los indigentes, sabrán de él “cuando el día anochezca”. El ritual del círculo se torna pronunciado y crítico, el despertar ha sido brusco y el poeta monta en cólera, el eterno retorno parece imposible y la infancia, desconocida. El pasado – canta el poeta – “es una forma ingrávida / de celebrar la incongruencia.”
El giro continúa, los versos se vuelven más y más espontáneos, más experimentales. El poeta sugiere que se les deje en paz, “que piensen que todo fue un hechizo arrastrado por el viento”. Las danzas y rituales continúan y Montoly confiesa ser amo de lo que calla y dueño de lo que esconde. Hay una regresión que más bien parecer ser la llegada al punto inicial en La ritualidad del círculo. ¿Será acaso el eterno retorno? Definitivamente hay una vuelta al inicio, un giro en la espiral y por eso en su testamento, Montoly no quiere velámenes, ni flores. Desea morir para estar en lo cierto, y ser la casualidad de sus coincidencias. Para que Isis – dice el poeta - raje el velo de sus ojos. Para que el lector decida su instante en La ritualidad del círculo y sea participe en la eterna antítesis, esa infinita circularidad que canta el poeta en su intangibilidad y en su materia.

Dr. Juan Armando Rojas Joo
Ohio Wesleyan University
5 de mayo de 2008

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