Thursday, April 5, 2007

A propósito del Centenario de Jacques Roumain

Palabras pronunciadas el 19 de febrero de 2007, en la Casa del Caribe, de Santiago de Cuba, como parte de las actividades por el centenario de Jacques Roumain

por Orlando Vergés Martínez
Director de la Casa del Caribe

Convocar a la celebración del Centenario de Jacques Roumain actualiza la afirmación sabia del fundador de la Casa del Caribe, Joel James, cuando apuntó: ...“Impedir el olvido es una necesidad de todos los oprimidos”. En la noble y altruista iniciativa de la Casa de las Américas de iniciar esta jornada pro el Oriente cubano y desde la Casa del Caribe, se consuma la voluntad nacional de solidaridad con el hermano pueblo haitiano.

En muchos pensadores, escritores, estudiosos y activistas sociales del área del Caribe y América Latina, lo que se alcanza en términos de conocimientos y aportes reveladores sobre la realidad social no ocurre al margen de un compromiso político, y Roumain fue un intelectual comprometido con su pueblo. Lo que hoy clasifica como ciencia social en esta parte del mundo se gestó y creció estrechamente vinculado al independentismo y ligado a ideales de libertad y en franca pugna con el colonialismo imperante, de modo que, las circunstancias en las que aparecen los estudios sociales y las explicaciones de nuestras realidades, no le favorecieron frente al peso de la escolástica y el viejo cientificismo europeo.

Al tiempo que nacía una ciencia social nueva, o al menos con pretensiones de dar explicaciones nuevas a realidades diferentes a las de Europa, se destapó la mentalidad colonial eurocéntrica; hubo y aún hay eurocentrismo de allá y de acá que cae como cortafuego ante nuestra ya no tan nueva manera de hacer ciencia social.

Esta conducta también fue visible en disciplinas tales como la medicina, la botánica y la ingeniería donde los resultados se obtienen, en su mayoría por la experimentación y donde la objetividad es cuantitativamente medible. ¿Qué podían esperar entonces las disciplinas humanísticas? ¿Cuánto tiempo debió esperar la crónica social martiana para validar su carácter científico?, ¿cuánto, la obra etnográfica de Fernando Ortiz nacida de un ejercicio de la abogacía? y ¿cuánto la de un narrador como Carpentier? Es raro encontrar esos nombres en las enciclopedias y diccionarios de autores definidos como científicos. Hay mucho de esto en la relación entre literatura y ciencia.

Es cierto que hay narrativa al margen de los llamados conocimientos científicos, como también puede haber ciencia a partir de ella; y eso es posible demostrarlo en Julio Verne o en El país de las sombras largas, donde el napolitano Hans Ruesch describe la vida esquimal.

¿Acaso el Mancondo de Cien años de soledad es sólo pura ficción de García Márquez? ¿Cuántos pueblos como Fonds Rouge, donde transcurre la trama de Gobernadores del Rocío, pudieran haber en Haití? En muchos de nuestros más agudos y profundos pensadores sociales también está la facultad especial para describir la realidad sin que ello suponga expresarse, absoluta y necesariamente, en el lenguaje y tradicional de la ciencia.

No porque la literatura y la ciencia accedan a sus respectivos objetivos por caminos diferentes, se puede levantar entre ellas un muro divisorio. No debe haber resistencia a la hora de considerar que en la creación literaria —aún y cuando no sea en toda— puede encontrarse material valioso para las ciencias sociales.

Hace mucho que la producción científica mundial dejó de ser un proceso autoral aislado, incluso hoy es imposible obtener un resultado sino es a partir de una especia de división científica del trabajo, en la que se combinan múltiples y variadas disciplinas. Voto, de paso también, porque la intuición y la especulación seria —dos de los abordajes mayormente empleados por los pensadores, estudiosos y científicos sociales del área— sean considerados dentro del panorama de las ciencias. Creo, como García Márquez, que las “realidades inventadas” contribuyen a la socialización de la información sobre las llamadas realidades objetivas.

En el prólogo a la primera edición cubana de la novela de Jacques Roumain Gobernadores del Rocío, Nicolás Guillén, citando al autor y colega, apunta: “...La poesía no es pura destilación idealista, encantamiento mágico, ya que refleja lo que en lenguaje común se llama época, esto es, la complejidad dialéctica de las relaciones sociales...”

Guillén, que lo conoció profundamente, lo calificó de científico, “...disciplinado por el estudio...” En su haber están no sólo sus obra de carácter —digamos— más técnico, también está su producción literaria y poética de marcado corte realista, su no menos importante dominio del español, el alemán, el inglés, el francés y el creole, además de su labor fundacional y organizativa del Instituto de Etnología de Haití. Roumain perteneció a la Sociedad Americanista de París y fue miembro de la Sociedad de Geografía e Historia de su país.

Si de algo nos vale conmemorar el Centenario de Roumain es que lo podamos aprovechar para dimensionar la proyección ecuménica de su vida y su obra, comprometidas, como ya dije, con el pueblo haitiano.

Una buena parte de su creación intelectual y de su vida política transcurre durante la ocupación yanqui de Haití (1914-1934), período en el que se evidenció un resurgimiento de la voluntad nacional haitiana por rechazo al ocupante extranjero, dos veces sufrió prisión, pero no se replegó. Coincidentemente, en igual período, arriban a nuestro país grandes contingentes de inmigrantes haitianos que como braceros se ocuparon en el corte de la caña de azúcar y en el cultivo del café; Roumain no estuvo ajeno a eso, había vivido en La Habana en 1939 y desde años antes, en 1937, comenzó a crecer una legítima amistad entre Nicolás y él.

Dieciocho veces escribe el nombre de nuestro país en su novela póstuma Gobernadores del Rocío; sin dudas está refiriéndose al Oriente Cubano, donde su personaje Manuel San José compartió, junto a otros haitianos y campesinos cubanos, las penurias de entonces.

Cuando en unos años no quede memoria viva de aquel intercambio entre haitianos y cubanos, una invención literaria servirá como referencia para los estudios de la historia de la cultura e nuestras respectivas naciones. Por lo pronto, lo narrado por Roumain sobre este particular nos permite hacer un ejercicio de comparación con muchos de los testimonios y resultados de observaciones de campo recogidos por la Casa del Caribe desde hace más de veinticinco años.

Antes de concluir, reitero nuestro júbilo por la iniciativa de la Casa de las Américas y ofrezco nuevamente nuestra Casa a su Presidente, al poeta, ensayista y científico cubano Roberto Fernández Retamar y a la profesora Yolanda Wood, hija legítima de Santiago de Cuba y directora del Centro de Estudios del Caribe de la Casa mayor, para otros empeños.

A Jacques Roumain nos unen varias razones; a saber: su profunda vocación popular, también la historia y la cultura común de los pueblos del Caribe y su entrañable amistad con Nicolás Guillén, nuestro poeta mayor y a quien Roumain pidió almorzar en su casa “algo que tuviera ñame” unos días antes de morir a su paso por La Habana y de regreso a Haití desde México.

Permítanme dedicar a la memoria de Roumain las palabras que él mismo pusiera en boca de uno de sus personajes en Gobernadores del Rocío cuando narra el velorio de Manuel, víctima del odio que provoca la pobreza:

“Había luz en la frente el día que volviste de Cuba y ni la muerte puede borrarla, te vas a las tinieblas con ella. Que esa luz de tu alma te guíe en la noche eterna, para que encuentres el camino de ese país de Guinea donde reposarás en paz con los antepasados de tu raza”.



(Palabras pronunciadas el 19 de febrero de 2007, en la Casa del Caribe, de Santiago de Cuba, como parte del programa de actividades por el centenario de Jacques Roumain)


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